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Gerardo Cerdas Vega (Grito de los Excluidos - Minga Informativa de los Movimientos Sociales).-
Millones de hectáreas cultivadas, millones de toneladas métricas producidas en toda la región, miles de millones de dólares en ganancias… la agroindustria de la caña es hoy día una de las más importantes actividades económicas en América Latina, que se expande a un ritmo acelerado no solo por el aumento en el consumo de azúcar, sino por la crisis de los combustibles fósiles, que han hecho aparecer al etanol como la supuesta tabla de salvación del modelo energético depredador que ha instaurado el capitalismo, así como por los privilegios crecientes que otorga a esta industria el libre comercio promovido por los Estados Unidos.
Pero detrás de cada cucharada del azúcar que usamos todos los días, se esconde una realidad siniestra, de la cual la población de nuestros países no tiene conciencia ni conocimiento. Esa realidad es la de la agroindustria extensiva de monocultivo, con graves consecuencias sociales y ambientales, que además se asienta en las históricas relaciones de dominación heredadas desde la colonia española y portuguesa en América Latina, reproduciendo hoy día en una escala cada vez mayor, la expropiación y la explotación que han vivido y viven millones de personas en nuestro continente. En todos los países, los ingenios azucareros controlan vastas extensiones territoriales, lo que significa una altísima concentración de la tierra, lograda mediante la expropiación, expulsión o confinamiento de miles de familias campesinas, que pasan a convertirse en la mano de obra superexplotada, que con su trabajo crea la inmensa riqueza económica de la que se apropian las oligarquías históricas de nuestros países, que desde siempre han controlado la agroexportación y que desde el Estado, garantizan la rentabilidad de sus negocios. En las plantaciones e ingenios azucareros, prevalece la desprotección de los trabajadores y trabajadoras, quienes no llegan nunca a saber qué significa tener un contrato estable, ni estar protegido contra los riesgos ocupacionales, ni qué significan las palabras descanso o salario justo. Con salarios de hambre y pésimas condiciones de trabajo, la agroindustria azucarera extrae un excedente gigantesco, sin contar con los efectos nocivos que sobre la tierra y los recursos naturales (entre ellos, esencialmente, el agua), tiene el régimen de producción de caña en monocultivo. Sobre esto último, sobresale por un lado la utilización intensiva del agua para riego, negando el acceso de ella a las comunidades, así como la contaminación de mantos acuíferos y el envenenamiento progresivo de la tierra debido a las millones de toneladas métricas de agroquímicos que sobre ella se vierten. Durante el Seminario internacional “La expansión de la caña en América Latina”, participaron compañeros activistas, investigadores y campesinos tanto de Brasil como de algunos países invitados: Colombia, Guatemala, Costa Rica, República Dominicana y Bolivia. Así, se ha compartido información sobre las características de la agroindustria de la caña en estos países, mostrando que los problemas asociados a la misma son los muy parecidos en todos los países. Uno de los problemas recurrentes y comunes a toda la región es, por ejemplo, la gigantesca masa de trabajadores migrantes (dentro de un mismo país o entre países), que se desplaza permanentemente para realizar las tareas exigidas por el proceso industrial de la caña; esta masa de trabajadores es también garantía de excedentes para el capital, debido a la superexplotación que vive cotidianamente. Una de las implicaciones actuales de esta agroindustria está relacionada con la crisis energética por la que atraviesa el capitalismo en el mundo, cuyos puntos álgidos son la perspectiva del cercano agotamiento de los combustibles fósiles y la carrera de las principales potencias por asegurarse el acceso a las fuentes de petróleo en el globo. No es casualidad que el titular del diario O Estado de São Paulo del domingo 25 de febrero anterior, relativo a la próxima visita del presidente de los Estados Unidos al Brasil, fuera el siguiente “Bush quiere crear la OPEP del etanol”. La agroindustria de la caña, hoy día, tiene el objetivo de producir un volumen creciente de etanol, para lo cual los Estados Unidos tienen ya en sus planes la creación de toda una infraestructura regional que, por supuesto, ellos quieren bajo su control. ¿Pero qué va a dejarle a América Latina la expansión de la industria de la caña prevista para los próximos años? Y no solo de caña, sino de otros cultivos como palma africana y soya, base de la producción de biodiesel. En el caso de Brasil, la devastación de gigantescas extensiones de la Amazonía, destinadas a la siembra de estos cultivos extensivos e intensivos; para todos los países (incluyendo a Brasil), la destrucción de más tierras fértiles, una mayor dependencia alimentaria y un mayor desastre socio-ambiental. En realidad, la producción de etanol o de biodiesel, no va a solucionar la crisis energética del capitalismo global, quizá tan solo retarde su agudización durante unos pocos años (tiempo suficiente, por otro lado, para amasar enormes fortunas por parte de los dueños del capital). Pero esto se hará con un costo demasiado elevado, que la humanidad no puede darse el lujo de pagar. La expansión de la caña de azúcar en América Latina, desde México, Centroamérica y el Caribe hasta el Cono Sur, es una realidad que debemos enfrentar y comprender en sus múltiples dimensiones: laboral, ambiental, energética y geopolítica. Es preciso investigar más, divulgar información, alertar a la ciudadanía, organizar a los trabajadores y fortalecer las articulaciones internacionales, para combatir un modelo productivo que lleva a millones de personas a la ruina. No se trata simplemente de discutir sobre cómo garantizar los derechos de los trabajadores, aunque ello sea necesario, sino de poner en cuestionamiento todo el modelo, porque solo así será posible comenzar a crear alternativas desde la agricultura campesina y desde la organización de los trabajadores. El azúcar ya no es dulce: se ha vuelto amarga, debido a las condiciones económicas, sociales y ambientales en que se da su producción y comercialización. Comprender la naturaleza de esta compleja realidad es un paso fundamental para desmontar sus mecanismos y hacer posible el surgimiento de alternativas. Y en esa tarea, los movimientos sociales tienen una responsabilidad irrenunciable, en especial (pero no únicamente), los movimientos que articulan al campesinado, a los indígenas y a los trabajadores, responsabilidad que no puede postergarse más.
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