Chomsky tiene, como el doctor Jekyll, dos caras. Se pone la cara de doctor Jekyll para escribir de lingüística, la de míster Hyde para escribir de política. En los dos géneros es el indiscutible número uno. Y, como no pueden prescindir de sus libros sobre lingüística, los poderosos de la tierra hacen lo que pueden para que asomen lo menos posible a la superficie sus libros sobre política. La última vez que di cuenta en un gran rotativo de uno de ellos (La cultura del terrorismo) se me cerraron las páginas del rotativo. Ay, si volviera Salomón y partiera por la mitad a este monstruo bifronte, y dejara vivo al Chomsky/Jekyll, y arrojara a las llamas al Chomsky/Hyde. Como no lo pueden hacer con el autor, lo hacen con sus obras.
Jesús Ibáñez
Chomsky escribió su primer artículo, en defensa de la República española, a los once años. Desde entonces, no ha dejado de luchar por la libertad y la verdad. Su ideología libertaria, su honestidad a prueba de premios, su aguda inteligencia... hacen de él un debelador implacable de las mentiras que los poderosos, a través de «intelectuales» y «artistas» lustrosamente apesebrados, intentan -y muchas veces lo logran- inyectarnos en el coco.
Aquí se ocupa, con la ayuda probablemente generosa del profesor Herman, de los medios de comunicación masiva (prensa, radio, televisión). ¿Cómo se construye la verdad oficial? ¿Cómo se manipulan los datos para que puedan ser interpretados siempre en un sentido que favorezca los intereses especiales de los poderosos?, ¿cómo se hace para que esos intereses especiales aparezcan como generales y los intereses generales como especiales? Los autores ponen al descubierto, con claridad meridiana, el tinglado. Manejando una documentación casi exhaustiva, sometiendo los datos a una disección tan penetrante que parece que hayan utilizado la propia navaja de Ockam, pasando los jirones por un tamiz lógico riguroso, logran hacer revertir en arte de la verdad el arte de la mentira.
Primero, construyen un «modelo de propaganda» (digamos, la competencia). El funcionamiento de ese modelo permite la fabricación del consenso: un consenso que nos moviliza para apoyar los intereses especiales que dominan la actividad del Estado y del Capital. Para que la fábrica de mentiras se sostenga en pie, filtrando como verdad lo que favorece y como mentira lo que perjudica a esos intereses, es precisa la convergencia de cinco ingredientes: concentración de la propiedad de los medios, financiación mediante la publicidad, dependencia de la información suministrada por el gobierno o las empresas o los «expertos», uso de correctivos para disciplinar a los profesionales de la información, profesión de anticomunismo como religión nacional...Con estos cinco nudos, la información queda atada y bien atada.
Luego, analizan el funcionamiento de ese modelo aplicándolo a diversas situaciones políticas. Son éstas: la clasificación de las víctimas en «dignas» e «indignas», la valoración de las elecciones como «legitimadoras» o «irrelevantes», la invención de la conexión búlgara en el atentado contra el Papa, la información sobre las guerras del Viet-Nam, Laos y Camboya...
Las víctimas son «dignas» cuando los verdugos son «comunistas», «indignas» cuando son lacayos de los USA. Así de sencillo. Para realizar una clasificación tan distorsionada se utilizan medios cuantitativos y cualitativos. Cuantitativos: el brutal asesinato del padre Popieluszko por unos policías comunistas produjo más información que el -igualmente- brutal asesinato de noventa y seis religiosos, incluido un arzobispo, por los policías y militares del «mundo libre» (ocurridos, naturalmente, en el patio trasero). Cualitativos: cuando la víctima lo es de los «comunistas», la noticia se solaza en detalles macabros, registros de la indignación popular e insinuaciones de responsabilidades en la cumbre; en cambio, cuando lo es de las fuerzas del orden de un «Estado de derecho», la información es aséptica, vagamente exculpatoria... y aparece en la última página.
Las elecciones en un «país libre» (El Salvador -1982, 1984- o Guatemala -1984, 1985-) son «legitimadoras» del régimen; pero en un país sometido a «dictadura» (Nicaragua -1984-) las elecciones son una añagaza para camuflar la verdadera «naturaleza» del régimen. No importa que en Nicaragua se dieran -con algunas limitaciones-, y en los otros países no, las condiciones para unas elecciones verdaderamente democráticas: libertad de reunión, expresión, prensa, asociación... y ausencia de terror de Estado. Es una aplicación del doble-hablar, pero para la generalidad del público El Salvador y Guatemala son democracias y la Nicaragua sandinista no lo era.
La conexión búlgara, una noticia no sólo falsa sino también absurda, fue inventada en todas sus piezas por Claire Sterling del Reader's Digest. A fuerza de repetirla, muchos se tragaron la creencia de que un pistolero turco de extrema derecha era agente -indirecto- de la Unión Soviética.
En las guerras de Indochina, por ejemplo, los Khmer rojos de Pol Pot se convirtieron de malísimos en buenos cuando empezaron a luchar contra el Viet-Nam comunista. El enemigo de mis enemigos es mi amigo; menos por menos, igual a más.
Hay excepciones. Ahí están el Water-Gate y el Iran (Contra)-Gate. Pero no es oro todo lo que reluce. Nixon se atrevió a actuar ilegalmente con el partido demócrata. Reagan se atrevió a violar las prerrogativas del Congreso. Dos poderes consolidados. En ambos casos estamos en presencia de conflictos entre intereses (especiales) de poderosos. Sólo en casos como éstos puede salpicar a los medios de comunicación de masas alguna gota de verdad.
Lo que los autores dicen de los USA lo podríamos decir de España. No hay más que cambiar «comunista» por «vasco abertzale». Sólo que aquí hay algún periódico independiente (dentro de un orden). Lo que me hace esperar que estas páginas no se me cierren por haber dado cuenta de otro libro de Chomsky
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