La ciencia es un fruto de la historia y no al revés. Norman Ernest Borlaug, un científico, retó al hambre, la hizo retroceder e indicó los caminos para erradicarla, pero no pudo. La “Revolución Verde” auspiciada por él fue escamoteada, deformada y convertida en excusa para enriquecer a multinacionales que acudieron a la genética y la biología para lucrar con el hambre.
ARGENPRESS.info/13/04/2007
Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Desde 1944, ese agrónomo norteamericano, auspiciado por la fundación Rockefeller, en colaboración con el gobierno mexicano, tras veinte años de investigaciones y experimentos, creó variedades de trigo, no sólo resistentes al clima y a las plagas, sino capaces de duplicar el rendimiento de las existentes. Así comenzó la “Revolución Verde”
En 1956 México dejó de importar trigo y la introducción de las semillas creadas allí en la India, Pakistán y China, entre otros países, puso fin a enormes hambrunas y salvaron la vida de cientos de millones de personas. El 90% de las variedades de trigo, actualmente cultivadas en el mundo, le deben algo al Dr. Borlaug y a la “Revolución Verde”.
Todavía en una fase temprana del desarrollo de la ingeniería genética y la biotecnología, Borlaug indicó el camino por el cual pueden resolverse, en parte, los problemas científico-técnicos asociados a la producción de alimentos, aunque nada pudo hacer respecto a la equidad y la justicia de su distribución. Ningún científico puede cambiar la esencia del capitalismo, que convirtió en mercancía lo que Berlaug concibió como benefactor.
Con Borlaug, ocurre lo que con todos los precursores que indican los caminos pero no pueden evitar que se tuerzan. El padre de la “Revolución Verde” no es culpable de los efectos negativos que pueden ocasionar la introducción masiva, incontrolada e irresponsable de organismos genéticamente modificados en la agricultura tercermundista, como tampoco su contemporáneo, Christiaan Barnard, quien realizó el primer trasplante de corazón, es culpable del comercio de órganos.
Por el camino desbrozado por la ciencia avanzó la codicia. Varias transnacionales se incorporaron al negocio de la producción de semillas genéticamente modificadas. La mayor de ellas, es norteamericana, se llama Monsanto y realiza ventas por más de 6000 millones, participa en el 90 % de los cultivos transgénicos del mundo y con sus semillas, en más de 25 países se siembran millones de hectáreas.
Los debates en torno a los cultivos genéticamente modificados, no aluden a la conveniencia de incorporar la ciencia como una fuerza productiva, sino al aventurerismo con que se introduce. La prisa no busca disminuir el hambre sino acrecentar las ganancias.
Cuando todavía científicos y expertos evalúan las probables consecuencias negativas que para el medio ambiente, la biodiversidad e incluso la salud humana, pudiera tener la introducción masiva de organismos genéticamente modificados, ya hay sembradas millones de hectáreas de tales cultivos y se afirma que el 75 % de todos los alimentos envasados y la mayor parte de la soja, el trigo y el maíz que se consume es, de alguna manera resultado de manipulaciones genéticas.
Entre los peligros asociados a estos cultivos figura su introducción masiva en países donde no existen mecanismos de seguridad biológica, capaces de asegurar que las variedades autóctonas no serán perjudicadas ni los campesinos excluidos. Ninguna ventaja productiva compensaría semejante daño. Sin campesinos la humanidad y cada uno de nuestros países no serían nunca más los mismos.
Ninguno de los peligros emana de la genética, sino del comportamiento irresponsable o complaciente de gobiernos que ceden a la tentación de avanzar por atajos y permiten que las empresas transnacionales se apoderen de las tierras y creen en ellas mega latifundios monocultores para sembrar soja, maíz y caña transgénicos, asumiendo riesgos ecológicos y sociales de difícil pronóstico.
No se trata de estar en contra o a favor de los cultivos genéticamente modificados, sino de promover políticas agrarias a la vez que avanzadas, responsables y de trabajar para que la ciencia, en lugar de ser instrumento de lucro, acompañe todas las etapas del proceso de desarrollo.
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