La crisis desencadenada con la última paralización de los controladores de vuelo de Brasil, que no fue solucionada sino simplemente postergada, no tuvo ningún vencedor entre sus protagonistas. El feriado de tres días por la Pascua fue adoptado como marco de referencia, por suponerse que si los controladores estuviesen dispuestos a hacer una nueva demostración de fuerza lo harían ahora, cuando miles de brasileños viajan.
ARGENPRESS.info/Política/08-04-2007
Tema: Situación en Brasil
País/es: Brasil
Sin embargo, los vuelos del viernes sufrieron 9 por ciento de cancelaciones y 4,4 por ciento de atrasos (de más de una hora), mientras hoy los números parciales eran de 7,7 por ciento de cancelaciones y 1,3 por ciento de atrasos.
Actualmente, esas cifras constituyen muestras del funcionamiento normal de los aeropuertos brasileños, afectados por la sobrecarga de trabajo de los controladores y por equipos obsoletos o con mantenimiento deficiente.
Después de su aparente victoria del viernes anterior, cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva envió al ministro de Planeamiento a dialogar con ellos y prometerles la no aplicación de sanciones y la desmilitarización del sector, la situación de los operadores cambió mucho.
El notable retroceso del presidente volvió a dejarlos en manos de los mandos militares, cuyo rigor se vio exacerbado por la insubordinación y por la humillación de haber sido antes desautorizados por el presidente.
La patética nota en que pidieron perdón a la sociedad por su paralización de la semana anterior muestra que ahora han tomado conciencia del real riesgo de enfrentar sanciones, que pueden llegar a la expulsión de la Aeronáutica e incluso a la prisión.
El comando de la Fuerza Aérea, por su parte, no sale muy bien parado del episodio. Los seis meses transcurridos sin que encontrasen una solución para los problemas del tráfico aéreo constituyen un auténtico certificado de incompetencia.
Y la actitud del presidente Lula de devolverles el comando de los controladores de vuelo no anula la humillación sufrida cuando la decisión de detener a los líderes del movimiento huelguista (o motín) fue expresamente desautorizada.
En cuanto al presidente brasileño, el desgaste de su imagen es proporcional a la posición que ocupa, aunque siga disfrutando de la buena voluntad de la opinión pública.
El presidente pasó por encima de reglamentos y disposiciones legales cuando desautorizó al comandante de la Aeronáutica, brigadier Juniti Saito, quien había ordenado la prisión de los controladores amotinados.
Al afectar los principios de disciplina y jerarquía que caracterizan la vida militar, Lula abrió un foso entre él y los oficiales superiores de las tres armas, que se solidarizaron con sus colegas de la Fuerza Aérea.
Y pasó por encima de su propia palabra cuando ejecutó su increíble vuelta atrás y volvió a dejar solos frente a la jerarquía militar a los controladores, con los que un representante suyo había negociado el fin de la paralización.
Lula se ha caracterizado por la facilidad con que olvida compromisos asumidos, por lo que esa actitud no constituyó una sorpresa; la velocidad del cambio de posición fue lo único sorprendente, en este caso.
En tanto, transcurrieron seis meses desde el accidente de un avión de pasajeros que provocó la muerte de 154 personas, el peor de la historia de la aviación brasileña, y aún no se conocen las reales causas del desastre.
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