13/06/2007
OPINIÖN
Madrid, política territorial y terrorismo
Madrid, política territorial y terrorismo
Juan Francisco Martín Seco
Tras el varapalo sufrido en Madrid por el partido socialista se han forzado dimisiones y, según Zapatero y la Ejecutiva Federal, se impone una reforma en profundidad de la Federación Socialista Madrileña. Se quiere dar a entender que el fracaso es de la exclusiva responsabilidad del PSOE madrileño. En estas actuaciones y manifestaciones se entrevé que quizás el PSOE o sus máximos responsables no han comprendido nada del pasado resultado electoral.
A poco que se analice con alguna objetividad el hecho, habrá que llegar a la conclusión de que el diagnóstico es equivocado. Y no es que el PSOE madrileño sea ciertamente un ejemplo de buen funcionamiento; pero sus dimes y diretes vienen de muy atrás y, sin embargo, si no hubiese sido por Tamayo y Sáez habrían gobernado la Comunidad en los últimos cuatro años.
Es cierto también que los candidatos no eran para tirar cohetes, pero Zapatero no puede ignorar que él ha tenido bastante que ver en su designación. Hace cuatro años impuso como candidata al Ayuntamiento a Trinidad Jiménez con el consiguiente fiasco electoral, y en esta ocasión —tras un vodevil bastante estridente— a Miguel Sebastián. En ambas ocasiones se infligía una humillación gratuita a los militantes de Madrid, al igual que se hizo en las pasadas elecciones generales, cuando se colocó de número dos por esta circunscripción a una total desconocida cuyo único mérito consistía en ser la esposa de uno de los prebostes de Intermoney.
El mayor defecto de Simancas ha consistido en que, para gozar personalmente del apoyo de la dirección nacional, ha estado dispuesto a ceder en todos los demás asuntos, incluso en la colocación en las listas de Tamayo y Sáez que, a la postre, le terminó costando la presidencia de la Comunidad Autónoma. Leguina lo ha expresado muy certeramente: “Cuando uno se convierte en alfombra lo normal es que le pisen”. El contraste con el comportamiento en Cataluña es llamativo.
Pero es que, además, existe la sospecha fundada de que los resultados apenas hubiesen variado de ser otros los candidatos. El voto de castigo recibido en Madrid era mucho más contra Zapatero y la dirección nacional que contra el PSOE madrileño. Madrid no es el paraíso de la derecha, como se quiere dar a entender, simplemente está libre, por una parte, de complejos nacionalistas y, por otra, dada su condición de metrópoli vive más la actualidad política y adelanta por tanto posturas que más tarde son asumidas por el resto de España. El resultado de Madrid refleja en buena medida el desacuerdo en que se encuentran la mayoría de los ciudadanos con la política territorial instrumentada por Zapatero, incluyendo en ella la caótica negociación con ETA y Batasuna.
La creencia de que todo el anárquico proceso seguido con el Estatuto de Cataluña no iba tener respuesta en las urnas o que la danza convulsa de la negociación con la banda terrorista no se traduciría en el resultado electoral constituía sin duda una ingenuidad y un exceso de voluntarismo. Los ciudadanos han visto con sorpresa cómo su presidente se colocaba al frente de la manifestación nacionalista y cómo a la Generalitat de Cataluña se le concedió un Estatuto que, de extenderse al resto de las Comunidades, representaría la segmentación del Estado y la imposibilidad de practicar entre las regiones una justa política redistributiva.
En el caso de la negociación con ETA, los ciudadanos se han encontrado en medio de un gran desconcierto, sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero con la sospecha, sospecha que ahora se confirma, de que las cosas se estaban haciendo mal y que los terroristas llevaban la iniciativa y se apuntaban los triunfos. En los momentos actuales es difícil no reconocer que la tregua, para lo único que ha servido, es para fortalecer y potenciar a la banda terrorista y a sus organizaciones afines. Y no me refiero ya en materia de armamento, y de recursos humanos y estratégicos, sino en lo que es más grave: en el protagonismo social y político e incluso en la legitimación de sus objetivos.
ETA había recibido un golpe de muerte con el atentado de Nueva York. Con las torres gemelas se derrumbaban también, en buena medida, las esperanzas de la banda terrorista vasca. La llamada “comunidad internacional”, azuzada por EEUU, se situó al borde de una paranoia antiterrorista. En ese contexto y bajo el supuesto de que todos los terrorismos son iguales, todo lo que de una o de otra manera connotase actuaciones terroristas quedaba automáticamente proscrito y anatematizado. ETA y Batasuna estaban condenados al mayor de los aislamientos internacionales y a la impopularidad más absoluta. Por si todo esto fuese poco, el atentado salvaje de Madrid, aun cuando ETA nada tuviera que ver con ello, la salpicaba al cubrir a todos los terrorismos con un manto de salvajismo y barbarie. En definitiva, ETA en el 2004 estaba contra las cuerdas y a la defensiva, hasta el punto de llevar casi dos años sin cometer ningún atentado mortal.
Todo esto es lo que ha cambiado en estos años de ambigüedad. Batasuna ha adquirido un grado de protagonismo político e incluso de legitimación internacional como nunca había tenido. Recordemos la sesión del Parlamento europeo y la internacionalización del llamado conflicto a la que ETA siempre había aspirado y que en cierta medida se le ha concedido en estos últimos años. Nadie que mire con detenimiento la situación actual pueden dudar de que ETA y Batasuna han recibido un balón de oxígeno y que, en estos momentos, están mucho más fuertes que hace tres años. La profecía de Zapatero afirmando dos días antes del atentado de Barajas que dentro de un año estaríamos mejor, suena a rechifla y a escarnio en la actualidad.
Mientras ETA se fortalecía, las instituciones estatales se iban desprestigiando. No sé si Otegi tiene o no que ir a la cárcel, pero de lo que no cabe duda es de que en un Estado serio tal decisión no puede estar motivada por razones extrajudiciales y que, en el plazo de unos meses, no se puede pasar de afirmar que es un hombre de paz a meterlo en prisión. Tampoco sé si De Juana Chaos debe permanecer en prisión, pero es difícil no preguntarse por qué las razones humanitarias aparecen y desaparecen a conveniencia y cómo es posible que se le excarcele para cumplir la ley y dos meses más tarde, también para cumplir la ley, se le devuelva a prisión.
Todos estos años, la política antiterrorista ha estado llena de secretos y de contradicciones, contradicciones que se van haciendo poco a poco más patentes. El Gobierno ni en este área ni en ninguna puede pretender adhesiones incondicionales. Sin duda, como le gusta repetir a Zapatero, el Gobierno es el responsable de la lucha antiterrorista, pero “responsable” no sólo significa tener a su cargo la dirección y vigilancia en determinada materia (quinta acepción en el DRAE), sino también estar obligado a responder de alguna cosa o por algunas personas (primera acepción). Al Gobierno, por tanto, no le puede extrañar que los ciudadanos en las urnas, antes o después, le exijan “responsabilidades”.
www.telefonica.net/web2/martin-seco
Tras el varapalo sufrido en Madrid por el partido socialista se han forzado dimisiones y, según Zapatero y la Ejecutiva Federal, se impone una reforma en profundidad de la Federación Socialista Madrileña. Se quiere dar a entender que el fracaso es de la exclusiva responsabilidad del PSOE madrileño. En estas actuaciones y manifestaciones se entrevé que quizás el PSOE o sus máximos responsables no han comprendido nada del pasado resultado electoral.
A poco que se analice con alguna objetividad el hecho, habrá que llegar a la conclusión de que el diagnóstico es equivocado. Y no es que el PSOE madrileño sea ciertamente un ejemplo de buen funcionamiento; pero sus dimes y diretes vienen de muy atrás y, sin embargo, si no hubiese sido por Tamayo y Sáez habrían gobernado la Comunidad en los últimos cuatro años.
Es cierto también que los candidatos no eran para tirar cohetes, pero Zapatero no puede ignorar que él ha tenido bastante que ver en su designación. Hace cuatro años impuso como candidata al Ayuntamiento a Trinidad Jiménez con el consiguiente fiasco electoral, y en esta ocasión —tras un vodevil bastante estridente— a Miguel Sebastián. En ambas ocasiones se infligía una humillación gratuita a los militantes de Madrid, al igual que se hizo en las pasadas elecciones generales, cuando se colocó de número dos por esta circunscripción a una total desconocida cuyo único mérito consistía en ser la esposa de uno de los prebostes de Intermoney.
El mayor defecto de Simancas ha consistido en que, para gozar personalmente del apoyo de la dirección nacional, ha estado dispuesto a ceder en todos los demás asuntos, incluso en la colocación en las listas de Tamayo y Sáez que, a la postre, le terminó costando la presidencia de la Comunidad Autónoma. Leguina lo ha expresado muy certeramente: “Cuando uno se convierte en alfombra lo normal es que le pisen”. El contraste con el comportamiento en Cataluña es llamativo.
Pero es que, además, existe la sospecha fundada de que los resultados apenas hubiesen variado de ser otros los candidatos. El voto de castigo recibido en Madrid era mucho más contra Zapatero y la dirección nacional que contra el PSOE madrileño. Madrid no es el paraíso de la derecha, como se quiere dar a entender, simplemente está libre, por una parte, de complejos nacionalistas y, por otra, dada su condición de metrópoli vive más la actualidad política y adelanta por tanto posturas que más tarde son asumidas por el resto de España. El resultado de Madrid refleja en buena medida el desacuerdo en que se encuentran la mayoría de los ciudadanos con la política territorial instrumentada por Zapatero, incluyendo en ella la caótica negociación con ETA y Batasuna.
La creencia de que todo el anárquico proceso seguido con el Estatuto de Cataluña no iba tener respuesta en las urnas o que la danza convulsa de la negociación con la banda terrorista no se traduciría en el resultado electoral constituía sin duda una ingenuidad y un exceso de voluntarismo. Los ciudadanos han visto con sorpresa cómo su presidente se colocaba al frente de la manifestación nacionalista y cómo a la Generalitat de Cataluña se le concedió un Estatuto que, de extenderse al resto de las Comunidades, representaría la segmentación del Estado y la imposibilidad de practicar entre las regiones una justa política redistributiva.
En el caso de la negociación con ETA, los ciudadanos se han encontrado en medio de un gran desconcierto, sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero con la sospecha, sospecha que ahora se confirma, de que las cosas se estaban haciendo mal y que los terroristas llevaban la iniciativa y se apuntaban los triunfos. En los momentos actuales es difícil no reconocer que la tregua, para lo único que ha servido, es para fortalecer y potenciar a la banda terrorista y a sus organizaciones afines. Y no me refiero ya en materia de armamento, y de recursos humanos y estratégicos, sino en lo que es más grave: en el protagonismo social y político e incluso en la legitimación de sus objetivos.
ETA había recibido un golpe de muerte con el atentado de Nueva York. Con las torres gemelas se derrumbaban también, en buena medida, las esperanzas de la banda terrorista vasca. La llamada “comunidad internacional”, azuzada por EEUU, se situó al borde de una paranoia antiterrorista. En ese contexto y bajo el supuesto de que todos los terrorismos son iguales, todo lo que de una o de otra manera connotase actuaciones terroristas quedaba automáticamente proscrito y anatematizado. ETA y Batasuna estaban condenados al mayor de los aislamientos internacionales y a la impopularidad más absoluta. Por si todo esto fuese poco, el atentado salvaje de Madrid, aun cuando ETA nada tuviera que ver con ello, la salpicaba al cubrir a todos los terrorismos con un manto de salvajismo y barbarie. En definitiva, ETA en el 2004 estaba contra las cuerdas y a la defensiva, hasta el punto de llevar casi dos años sin cometer ningún atentado mortal.
Todo esto es lo que ha cambiado en estos años de ambigüedad. Batasuna ha adquirido un grado de protagonismo político e incluso de legitimación internacional como nunca había tenido. Recordemos la sesión del Parlamento europeo y la internacionalización del llamado conflicto a la que ETA siempre había aspirado y que en cierta medida se le ha concedido en estos últimos años. Nadie que mire con detenimiento la situación actual pueden dudar de que ETA y Batasuna han recibido un balón de oxígeno y que, en estos momentos, están mucho más fuertes que hace tres años. La profecía de Zapatero afirmando dos días antes del atentado de Barajas que dentro de un año estaríamos mejor, suena a rechifla y a escarnio en la actualidad.
Mientras ETA se fortalecía, las instituciones estatales se iban desprestigiando. No sé si Otegi tiene o no que ir a la cárcel, pero de lo que no cabe duda es de que en un Estado serio tal decisión no puede estar motivada por razones extrajudiciales y que, en el plazo de unos meses, no se puede pasar de afirmar que es un hombre de paz a meterlo en prisión. Tampoco sé si De Juana Chaos debe permanecer en prisión, pero es difícil no preguntarse por qué las razones humanitarias aparecen y desaparecen a conveniencia y cómo es posible que se le excarcele para cumplir la ley y dos meses más tarde, también para cumplir la ley, se le devuelva a prisión.
Todos estos años, la política antiterrorista ha estado llena de secretos y de contradicciones, contradicciones que se van haciendo poco a poco más patentes. El Gobierno ni en este área ni en ninguna puede pretender adhesiones incondicionales. Sin duda, como le gusta repetir a Zapatero, el Gobierno es el responsable de la lucha antiterrorista, pero “responsable” no sólo significa tener a su cargo la dirección y vigilancia en determinada materia (quinta acepción en el DRAE), sino también estar obligado a responder de alguna cosa o por algunas personas (primera acepción). Al Gobierno, por tanto, no le puede extrañar que los ciudadanos en las urnas, antes o después, le exijan “responsabilidades”.
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