17/06/2007
Reseña del libro Todos los hombres del Führer de Ferran Gallego¡Duele Alemania!
Salvador López Arnal
Rebelión
Reseña del libro Todos los hombres del Führer de Ferran Gallego¡Duele Alemania!
Salvador López Arnal
Rebelión
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¡Duele Alemania!
Ferran Gallego, Todos los hombres del Führer. Debate, Madrid, 2006, 574 páginas.
Si para empezar a degustar el magnífico libro al que hace referencia esta reseña, el lector ojea al azar Todos los hombres del Führer puede encontrarse en las páginas 395-396 con estas imborrables palabras que Heinrich Himmler dirigió a cuadros del NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo, en Posen, otoño de 1943:
Tenemos que ser honrados, leales y amigables con nuestros hermanos de sangre, pero con nadie más. Lo que a un ruso o a un checoslovaco acontezca, no me importa lo más mínimo. Lo que puedan ofrecernos las naciones en materia de buena sangre de nuestro tipo, lo haremos nuestro, si es preciso, raptando a su hijos y educándolos aquí con nosotros. Que las naciones vivan en la prosperidad o sufran de un hambre mortal solamente me afecta en la medida en que necesitamos a sus súbditos como esclavos para nuestra Kultur…La mayoría de ustedes sabrán lo que significan centenares, o quinientos o mil cadáveres echados uno junto al otro. El haber pasado este trance y seguir siendo personas decentes, eso es precisamente lo que nos ha endurecido tanto. Somos producto de la ley de selección.
La tentación de dejar el ensayo inmediatamente es atendible. Quizá pueda recordar en ese instante aquel inolvidable artículo, título de un libro posterior, del malogrado Stephen Jay Gould: “Ocho cerditos”. Son aquí algunos más, doce en total. Anton Drexler, Julius Streicher, Gregor Strasser, Eric Röhm, Joseph Goebbels, Hermann Göring, Robert Ley, Baldur von Schirach, Heinrich Himmler, Albert Speer, Alfred Rosenberg y Martín Bormann, casi todos los hombres del Führer. ¿Para qué perder tiempo y energías en seguir la biografía de esta docena de líderes políticos del NSDAP? ¿Qué sentido puede tener este nuevo descenso al infierno de los infiernos?
Ferran Gallego, cuya extensa y rigurosa bibliografía especializada empieza a ser casi inabarcable, contesta esas posibles dudas en el prólogo que ha escrito para el volumen: “Alemania en otoño”. El texto, tan hermoso como la película a la que hace referencia, se centra en la conferencia que Thomas Mann, ya entonces Premio Nobel de Literatura, dirigió a un público congregado en la Sala Beethoven de Berlín el 17 de octubre de 1930. El autor de Doktor Faustus era consciente de la catástrofe que se avecinaba. En septiembre de 1930, el NSDAP había conseguido más de seis millones de votos y 107 diputados en el Reischstg, convirtiéndose en el primer partido de la derecha alemana y en la punta de lanza de los intentos de aniquilación de la República de Weimar.
¿Qué tenían que ver las proclamas nazis con Alemania, se preguntaba Mann, que tenía que ver toda aquella basura con el país de Goethe, Gauss, Hilbert, Rilke, Einstein o Beethoven? Gallego responde a ese interrogante de Mann: todo, tenía que verlo todo. Lo hace de forma absolutamente documentada, con lengua admirable, acompañando al lector, abrumándole a veces por su profunda erudición, intentando, y consiguiendo, que los contextos sociológicas, históricos, políticos, culturales, ayuden realmente a entender, nunca a justificar como es obvio, la vida de los biografiados y, además, aquí y allá, con reflexiones filosóficas de interés, hermosamente escritas, que nunca son lugares comunes. Ésta por ejemplo:
Sin embargo, en aquellos ojos [los de Antón Drexler] interceptados por las gafas, tal vez Rosenberg pudiera confundir la honestidad con la desesperación. No es que creer en algo lo convierta en verdadero. Es que ni siquiera la honestidad de la creencia puede contagiarse siempre a la rectitud moral de lo creído. Pero ése no era, desde luego, el epitafio que podía escribir alguien a quien esperaba el patíbulo por haber creído sin dar a sus adversarios la misma posibilidad” (pp. 70-71).
Como todo gran libro de historia, Todos los hombres del Führer no sólo enseña historia, no sólo sugiere al lector lecturas complementarias e interés por lo analizado, sino que da pistas metodológicas sobre la forma y estilo de la rigurosa aproximación que Gallego, uno de los principales historiadores españoles y europeos del nazismo, ha conseguido de una época y de los dirigentes del NSDAP. Sin duda, también indirectamente de su dirigente máximo. Los comentarios, las reflexiones sobre Hitler y su movimiento añaden más sal y más pimienta a esta admirable narración. Si el firmante de este escrito tuviera que señalar sus páginas favoritas, con dificultad comprensible por lo apretado del veredicto, escogería los de Rosenberg y Speer, especialmente este último, y las páginas finales de la biografía de Hermann Göring.
Ferran Gallego apunta aquí y allá diversas tesis en torno al fenómeno del nazismo. La mayoría de ellas son recogidas en la conclusión que cierra el volumen (527-537):
1. El nacionalsocialismo no fue un retroceso ante las dolencias de una modernidad inexplicable, destructora de instancias culturales tradicionales, sino un proyecto social instalado en la modernidad, que “procedía de las mismas actitudes culturales propuestas por la modernidad”. El nazismo es, por lo demás, incomprensible fuera de estas instancias.
2. El nacionalsocialismo fue resultado de las condiciones económicas y sociales de los inicios del siglo XX, tras el desastre de la primera guerra mundial. No fue, en ningún modo, un acontecimiento nihilista que podía haberse producido en cualquier otro momento, “dependiendo sólo de la casual coincidencia del nacimiento de una élite de dementes”.
3. El nazismo ofreció una alternativa a la democracia representativa que se presentó con éxito como restauración de la verdadera comunidad frente a la falsificación del parlamentarismo burgués.
4. El nazismo, basado en los principios de inclusión racial y exclusión externa absoluta, invitó con éxito a un reencuentro con la supuesta esencia racial de un pueblo sano frente a la degeneración que estaban provocando los hábitos culturales de las grandes ciudades (La derivada lingüística de la anterior consideración en torno a la superioridad cultural del idioma alemán es conocida).
No acabo de estar totalmente convencido, en cambio, por mucho que lo he intentado, de otras sugerencias o tesis del autor. De las siguientes por ejemplo:
1. Que el conocimiento aportado por las ciencias biológicas de la época, más allá de la sabida colaboración de determinados científicos en empresas acientíficas marcadamente políticas, estuviera en la base de las consideraciones raciales y racistas del nazismo.
2. Que la propuesta económica del nazismo esté bien caracterizada con la expresión “racionalización industrial”.
3. Que el nacionalsocialismo superara realmente los mecanismos del mundo moderno, el ámbito de la política, para ser sustituida por la estética, sin ser ésta un eficaz mecanismo cultural, cuidado, analizado, estudiado, al servicio de una propuesta política en la que la liturgia civil (y su reproducción fílmica, por ejemplo) era un elemento nada marginal.
4. Que el nazismo diera un sentido a la libertad equivalente al poder de la comunidad desplegándose, y no sólo por la terminología heideggeriana aquí usada, sino porque la tal comunidad fue siempre una ficción parcialmente realizada. La comunidad alemana fue también dividida por el nazismo y la resistencia ante su “despliegue”, por minoritaria que fuera, no fue inexistente.
5. Que el verdadero tribunal de individuos, en general, y de líderes políticos, en particular, sea la historia es una afirmación histórico-literaria que o bien es una metáfora que pretende el impacto de la belleza, o es simplemente, perdóneseme la inyección positivista, una afirmación asignificativa, que acaso busque consuelo donde, de hecho y sin engaños, no puede haberlo. La Historia, o la lucha de clases en el ámbito teórico que hubiera dicho Louis Althusser, dirá lo que quiera de un individuo de la talla moral e intelectual de Albert Speer pero, aparte de las nada minoritarias admiraciones artísticas que sigue provocando su obra y su propio estar, su estilo, su “despliegue”, su vida y sus crímenes no quedarán alterados en lo más mínimo sea cual sea el supuesto veredicto de esa historia escrita con ostentosas mayúsculas.
Hace cinco años, al hacer un comentario de De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945 en el que tuve muy presente las de Manuel Vázquez Montalbán en la presentación de este ensayo de Ferran Gallego, me atreví a hacer algunas sugerencias, que era más bien peticiones de lector entusiasta y entregado. Me atrevo a insistir sobre dos de aquellos temas:
. 1. Sé que nunca es posible decirlo todo, incluso para un historiador que acostumbra a decir tanto como Ferran Gallego, pero curiosamente uno de los pensadores menos citados en el volumen es Martin Heidegger, tres citas en total si no he contado mal, rectificando el índice analítico del volumen, en cuya bibliografía significativamente no se hace referencia al libro de Víctor Farías sobre Heidegger y el nazismo, que desde luego no es desconocido por el autor. ¿Cree Gallego que existe alguna continuidad entre las tesis mantenidas por el autor de ¿Qué es pensar? y consideraciones centrales del nazismo? ¿Fue Ser y tiempo en alguna medida -y si es así, en cuál- la filosofía del nacionalsocialismo en alguna de sus etapas o en alguna de sus plurales interpretaciones?
2. Los intentos de crear una deutsche Mathematik y una deutsche Physik estuvieron protagonizados por dos físicos de gran competencia. Phillip Lenard, fue premio Nobel de Física en 1905 por su estudios sobre rayos catódicos; Johannes Stark, lo fue en 1919 por el descubrimiento del efecto Doppler en los rayos canales. Werner Heisenberg, uno de los grandes científicos de todos los tiempos, el principio de incertidumbre de la mecánica cuántica lleva su nombre, tuvo, por lo demás, excelentes relaciones con Himmler. La ciencia aria no triunfó, pero el intento de generarla existió. De la misma forma que se ha hablado hasta la saciedad del trágico intento de creación y desarrollo de una ciencia proletaria opuesta a la adialéctica ciencia burguesa, en el período considerado surgieron intentos, nada despreciables, de desarrollar una ciencia racial, opuesta a la degenerada ciencia judía. ¿Qué racionalidad había en esos intentos? ¿Cegó la ideología nacionalsocialista la consciencia de científicos tan notables y el pragmatismo de algunos dirigentes? ¿No fue acaso un auténtico desastre para las propias finalidades del nacionalsocialismo la persecución de los científicos alemanes de origen judío?
No es inconsistente con la presentación del ensayo de Ferran Gallego recordar otra conferencia de Thomas Mann. En Goethe und die Demokratie1, una conferencia de 1949, pronunciada seis años antes de su fallecimiento, Mann volvía a presentar a la ciudadanía alemana la figura de Goethe como antídoto contra el nazismo, como fórmula de civilidad. Lo hizo también en 1932, cuando lo esgrimía contra el belicismo renaciente en Alemania. Durante la conferencia Von deutscher Republik, también presentada, como la conferencia de 1930, a la que hace referencia Gallego en su introducción, en la sala Beethoven de Berlín, el joven público nacionalista pateó estrepitosamente la profesión de amor a la paz que hacía el autor de La montana mágica. Mann hizo entonces un inciso y con coraje, hoy discutible en alguno de sus acordes, les espetó: “Yo no soy un pacifista, ni de la observancia frenética ni de la untuosa. El pacifismo como concepción del mundo, como vegetarianismo del alma, como filosofía racionalista-burguesa de la felicidad, no es, desde luego, asunto mío. Pero tampoco fue asunto de Goethe, o no lo habría sido de vivir él hoy; y él, sin embargo, fue un hombre de paz. Yo no soy Goethe; pero un poco, de lejos, de algún modo, soy, por decirlo con Adalbert Stifter, "de su familia", y por eso mi herencia es la paz, pues la paz es el reino de la cultura, del arte y del pensamiento“. Tampoco vivimos ahora tiempos de paz. Necesitamos muchos seres como Mann, necesitamos hombres y mujeres que se sientan hermanados con Goethe, con Mann, y con toda esa otra grandiosa herencia cultural alemana para que nos lo recuerden. Ferran Gallego es uno de esos hombres de paz de cuyas palabras y de cuya obra seguimos necesitando.
¡Duele Alemania!
Ferran Gallego, Todos los hombres del Führer. Debate, Madrid, 2006, 574 páginas.
Si para empezar a degustar el magnífico libro al que hace referencia esta reseña, el lector ojea al azar Todos los hombres del Führer puede encontrarse en las páginas 395-396 con estas imborrables palabras que Heinrich Himmler dirigió a cuadros del NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo, en Posen, otoño de 1943:
Tenemos que ser honrados, leales y amigables con nuestros hermanos de sangre, pero con nadie más. Lo que a un ruso o a un checoslovaco acontezca, no me importa lo más mínimo. Lo que puedan ofrecernos las naciones en materia de buena sangre de nuestro tipo, lo haremos nuestro, si es preciso, raptando a su hijos y educándolos aquí con nosotros. Que las naciones vivan en la prosperidad o sufran de un hambre mortal solamente me afecta en la medida en que necesitamos a sus súbditos como esclavos para nuestra Kultur…La mayoría de ustedes sabrán lo que significan centenares, o quinientos o mil cadáveres echados uno junto al otro. El haber pasado este trance y seguir siendo personas decentes, eso es precisamente lo que nos ha endurecido tanto. Somos producto de la ley de selección.
La tentación de dejar el ensayo inmediatamente es atendible. Quizá pueda recordar en ese instante aquel inolvidable artículo, título de un libro posterior, del malogrado Stephen Jay Gould: “Ocho cerditos”. Son aquí algunos más, doce en total. Anton Drexler, Julius Streicher, Gregor Strasser, Eric Röhm, Joseph Goebbels, Hermann Göring, Robert Ley, Baldur von Schirach, Heinrich Himmler, Albert Speer, Alfred Rosenberg y Martín Bormann, casi todos los hombres del Führer. ¿Para qué perder tiempo y energías en seguir la biografía de esta docena de líderes políticos del NSDAP? ¿Qué sentido puede tener este nuevo descenso al infierno de los infiernos?
Ferran Gallego, cuya extensa y rigurosa bibliografía especializada empieza a ser casi inabarcable, contesta esas posibles dudas en el prólogo que ha escrito para el volumen: “Alemania en otoño”. El texto, tan hermoso como la película a la que hace referencia, se centra en la conferencia que Thomas Mann, ya entonces Premio Nobel de Literatura, dirigió a un público congregado en la Sala Beethoven de Berlín el 17 de octubre de 1930. El autor de Doktor Faustus era consciente de la catástrofe que se avecinaba. En septiembre de 1930, el NSDAP había conseguido más de seis millones de votos y 107 diputados en el Reischstg, convirtiéndose en el primer partido de la derecha alemana y en la punta de lanza de los intentos de aniquilación de la República de Weimar.
¿Qué tenían que ver las proclamas nazis con Alemania, se preguntaba Mann, que tenía que ver toda aquella basura con el país de Goethe, Gauss, Hilbert, Rilke, Einstein o Beethoven? Gallego responde a ese interrogante de Mann: todo, tenía que verlo todo. Lo hace de forma absolutamente documentada, con lengua admirable, acompañando al lector, abrumándole a veces por su profunda erudición, intentando, y consiguiendo, que los contextos sociológicas, históricos, políticos, culturales, ayuden realmente a entender, nunca a justificar como es obvio, la vida de los biografiados y, además, aquí y allá, con reflexiones filosóficas de interés, hermosamente escritas, que nunca son lugares comunes. Ésta por ejemplo:
Sin embargo, en aquellos ojos [los de Antón Drexler] interceptados por las gafas, tal vez Rosenberg pudiera confundir la honestidad con la desesperación. No es que creer en algo lo convierta en verdadero. Es que ni siquiera la honestidad de la creencia puede contagiarse siempre a la rectitud moral de lo creído. Pero ése no era, desde luego, el epitafio que podía escribir alguien a quien esperaba el patíbulo por haber creído sin dar a sus adversarios la misma posibilidad” (pp. 70-71).
Como todo gran libro de historia, Todos los hombres del Führer no sólo enseña historia, no sólo sugiere al lector lecturas complementarias e interés por lo analizado, sino que da pistas metodológicas sobre la forma y estilo de la rigurosa aproximación que Gallego, uno de los principales historiadores españoles y europeos del nazismo, ha conseguido de una época y de los dirigentes del NSDAP. Sin duda, también indirectamente de su dirigente máximo. Los comentarios, las reflexiones sobre Hitler y su movimiento añaden más sal y más pimienta a esta admirable narración. Si el firmante de este escrito tuviera que señalar sus páginas favoritas, con dificultad comprensible por lo apretado del veredicto, escogería los de Rosenberg y Speer, especialmente este último, y las páginas finales de la biografía de Hermann Göring.
Ferran Gallego apunta aquí y allá diversas tesis en torno al fenómeno del nazismo. La mayoría de ellas son recogidas en la conclusión que cierra el volumen (527-537):
1. El nacionalsocialismo no fue un retroceso ante las dolencias de una modernidad inexplicable, destructora de instancias culturales tradicionales, sino un proyecto social instalado en la modernidad, que “procedía de las mismas actitudes culturales propuestas por la modernidad”. El nazismo es, por lo demás, incomprensible fuera de estas instancias.
2. El nacionalsocialismo fue resultado de las condiciones económicas y sociales de los inicios del siglo XX, tras el desastre de la primera guerra mundial. No fue, en ningún modo, un acontecimiento nihilista que podía haberse producido en cualquier otro momento, “dependiendo sólo de la casual coincidencia del nacimiento de una élite de dementes”.
3. El nazismo ofreció una alternativa a la democracia representativa que se presentó con éxito como restauración de la verdadera comunidad frente a la falsificación del parlamentarismo burgués.
4. El nazismo, basado en los principios de inclusión racial y exclusión externa absoluta, invitó con éxito a un reencuentro con la supuesta esencia racial de un pueblo sano frente a la degeneración que estaban provocando los hábitos culturales de las grandes ciudades (La derivada lingüística de la anterior consideración en torno a la superioridad cultural del idioma alemán es conocida).
No acabo de estar totalmente convencido, en cambio, por mucho que lo he intentado, de otras sugerencias o tesis del autor. De las siguientes por ejemplo:
1. Que el conocimiento aportado por las ciencias biológicas de la época, más allá de la sabida colaboración de determinados científicos en empresas acientíficas marcadamente políticas, estuviera en la base de las consideraciones raciales y racistas del nazismo.
2. Que la propuesta económica del nazismo esté bien caracterizada con la expresión “racionalización industrial”.
3. Que el nacionalsocialismo superara realmente los mecanismos del mundo moderno, el ámbito de la política, para ser sustituida por la estética, sin ser ésta un eficaz mecanismo cultural, cuidado, analizado, estudiado, al servicio de una propuesta política en la que la liturgia civil (y su reproducción fílmica, por ejemplo) era un elemento nada marginal.
4. Que el nazismo diera un sentido a la libertad equivalente al poder de la comunidad desplegándose, y no sólo por la terminología heideggeriana aquí usada, sino porque la tal comunidad fue siempre una ficción parcialmente realizada. La comunidad alemana fue también dividida por el nazismo y la resistencia ante su “despliegue”, por minoritaria que fuera, no fue inexistente.
5. Que el verdadero tribunal de individuos, en general, y de líderes políticos, en particular, sea la historia es una afirmación histórico-literaria que o bien es una metáfora que pretende el impacto de la belleza, o es simplemente, perdóneseme la inyección positivista, una afirmación asignificativa, que acaso busque consuelo donde, de hecho y sin engaños, no puede haberlo. La Historia, o la lucha de clases en el ámbito teórico que hubiera dicho Louis Althusser, dirá lo que quiera de un individuo de la talla moral e intelectual de Albert Speer pero, aparte de las nada minoritarias admiraciones artísticas que sigue provocando su obra y su propio estar, su estilo, su “despliegue”, su vida y sus crímenes no quedarán alterados en lo más mínimo sea cual sea el supuesto veredicto de esa historia escrita con ostentosas mayúsculas.
Hace cinco años, al hacer un comentario de De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945 en el que tuve muy presente las de Manuel Vázquez Montalbán en la presentación de este ensayo de Ferran Gallego, me atreví a hacer algunas sugerencias, que era más bien peticiones de lector entusiasta y entregado. Me atrevo a insistir sobre dos de aquellos temas:
. 1. Sé que nunca es posible decirlo todo, incluso para un historiador que acostumbra a decir tanto como Ferran Gallego, pero curiosamente uno de los pensadores menos citados en el volumen es Martin Heidegger, tres citas en total si no he contado mal, rectificando el índice analítico del volumen, en cuya bibliografía significativamente no se hace referencia al libro de Víctor Farías sobre Heidegger y el nazismo, que desde luego no es desconocido por el autor. ¿Cree Gallego que existe alguna continuidad entre las tesis mantenidas por el autor de ¿Qué es pensar? y consideraciones centrales del nazismo? ¿Fue Ser y tiempo en alguna medida -y si es así, en cuál- la filosofía del nacionalsocialismo en alguna de sus etapas o en alguna de sus plurales interpretaciones?
2. Los intentos de crear una deutsche Mathematik y una deutsche Physik estuvieron protagonizados por dos físicos de gran competencia. Phillip Lenard, fue premio Nobel de Física en 1905 por su estudios sobre rayos catódicos; Johannes Stark, lo fue en 1919 por el descubrimiento del efecto Doppler en los rayos canales. Werner Heisenberg, uno de los grandes científicos de todos los tiempos, el principio de incertidumbre de la mecánica cuántica lleva su nombre, tuvo, por lo demás, excelentes relaciones con Himmler. La ciencia aria no triunfó, pero el intento de generarla existió. De la misma forma que se ha hablado hasta la saciedad del trágico intento de creación y desarrollo de una ciencia proletaria opuesta a la adialéctica ciencia burguesa, en el período considerado surgieron intentos, nada despreciables, de desarrollar una ciencia racial, opuesta a la degenerada ciencia judía. ¿Qué racionalidad había en esos intentos? ¿Cegó la ideología nacionalsocialista la consciencia de científicos tan notables y el pragmatismo de algunos dirigentes? ¿No fue acaso un auténtico desastre para las propias finalidades del nacionalsocialismo la persecución de los científicos alemanes de origen judío?
No es inconsistente con la presentación del ensayo de Ferran Gallego recordar otra conferencia de Thomas Mann. En Goethe und die Demokratie1, una conferencia de 1949, pronunciada seis años antes de su fallecimiento, Mann volvía a presentar a la ciudadanía alemana la figura de Goethe como antídoto contra el nazismo, como fórmula de civilidad. Lo hizo también en 1932, cuando lo esgrimía contra el belicismo renaciente en Alemania. Durante la conferencia Von deutscher Republik, también presentada, como la conferencia de 1930, a la que hace referencia Gallego en su introducción, en la sala Beethoven de Berlín, el joven público nacionalista pateó estrepitosamente la profesión de amor a la paz que hacía el autor de La montana mágica. Mann hizo entonces un inciso y con coraje, hoy discutible en alguno de sus acordes, les espetó: “Yo no soy un pacifista, ni de la observancia frenética ni de la untuosa. El pacifismo como concepción del mundo, como vegetarianismo del alma, como filosofía racionalista-burguesa de la felicidad, no es, desde luego, asunto mío. Pero tampoco fue asunto de Goethe, o no lo habría sido de vivir él hoy; y él, sin embargo, fue un hombre de paz. Yo no soy Goethe; pero un poco, de lejos, de algún modo, soy, por decirlo con Adalbert Stifter, "de su familia", y por eso mi herencia es la paz, pues la paz es el reino de la cultura, del arte y del pensamiento“. Tampoco vivimos ahora tiempos de paz. Necesitamos muchos seres como Mann, necesitamos hombres y mujeres que se sientan hermanados con Goethe, con Mann, y con toda esa otra grandiosa herencia cultural alemana para que nos lo recuerden. Ferran Gallego es uno de esos hombres de paz de cuyas palabras y de cuya obra seguimos necesitando.
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