10/06/2007
Análisis de la "guerra contra el terror" de EEUU
Txente Rekondo*
Gara
La situación en Somalia se asemeja cada día más a los escenarios ya desgraciadamente conocidos en Afganistán y en Irak. A la ya de por sí compleja dinámica interna de enfrentamientos entre clanes y señores de la guerra, se suma una ocupación extranjera odiada por la población. Somalia, Afganistán e Irak. Tres países en los que se repite el guión. A la ocupación extranjera le sigue la instauración de un Gobierno incapaz de controlar el país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la población.
La situación en Somalia se asemeja cada día que pasa a otras realidades que llevan algún tiempo sacudiendo la llamada «estabilidad» que auguraba el Nuevo Orden Mundial patrocinado por Estados Unidos. La intervención militar directa por parte del Ejército norteamericano, y de sus aliados etíopes, ha colocado a Somalia en el disparadero para sumarse al club de los países con un futuro complejo y altamente desestabilizador, tanto en clave interna como de cara a sus países vecinos.
Si los enfrentamientos entre el Ejecutivo títere apoyado por Washington y el Parlamento, las tensiones entre los diferentes clanes y señores de la guerra, suponen de por sí un alto grado de presión interna que coloca en jaque cualquier intento de estabilidad, la intervención extranjera ha supuesto la gota que puede haber acabado por colmar el vaso, y condena a Somalia a un futuro político, económico y social cercano al colapso más absoluto.
Desde comienzos de año se han intensificado los ataques contra las fuerzas del Gobierno Federal Transitorio, impuesto por EEUU y que cuenta con el apoyo etíope. Pero también las fuerzas de ocupación de Etiopía y los soldados enviados por la Unión Africana se han convertido en objetivo de la resistencia somalí. Una resistencia que ha sabido, de momento, solventar o aparcar sus diferencias para unir en sus filas a los elementos islamistas de la Unión de Tribunales Islámicos con otras fuerzas de carácter nacionalista y del clan Hawiye. Esta resistencia está sabiendo utilizar adecuadamente el rechazo que la mayoría de la población siente hacia la intervención y ocupación extranjera en su país.
La intervención de Washington ha supuesto además que el llamado ala jihadista de la Unión de Tribunales Islámicos haya logrado imponer en cierta medida buena parte de su propio programa dentro de esta organización islamista, radicalizando la postura de esta última en su conjunto.
El pasado mes de mayo se han sucedido los ataques artilleros, bombas en las carreteras, atentados contra elementos colaboracionistas, y más recientemente se observa con temor la aparición en escena del factor de los ataques suicidas, que complicaría todavía más el compromiso de la Unión Africana para mandar tropas al país. Y ésa es una de las claves que manejaba EEUU para mantener en el poder al Gobierno Federal Transitorio, junto a la posible celebración, este mes, de una Conferencia de Reconciliación Nacional.
Sin embargo los intentos para llevar adelante esta «reconciliación» chocan nuevamente con una cruda realidad. Las tensiones afectan ya al interior del propio Gobierno Federal Transitorio, y hay que recordar los fracasos anteriores de políticas del mismo estilo. A la vista de ello, los estrategas de la Casa Blanca están buscando un acuerdo por separado con algunos subclanes e, incluso, con parte de los señores de la guerra, que ya en el pasado fueron sus aliados frente a la Unión de Tribunales Islámicos.
La intervención militar y posterior desestabilización en Somalia está afectando también a otros países de la zona. Así, ya se han podido constatar algunas tensiones en Somaliland y en Puntaland. Pero la peor parte de esta aventura intervencionista la puede acabar pagando uno de los protagonistas de la misma.
El Gobierno etíope, fiel aliado de la política de EEUU, se ha dado cuenta del alto coste que puede acabar pagando por su aventura militarista. Si bien es cierto que Addis Abeba depende de la ayuda exterior militar y económica que le brinda Washington, en estos momentos mantener la ocupación le resulta contraproducente económicamente y por la pérdida de vidas humanas entre sus propias filas. Pero además, la oposición interna de Etiopía también está aprovechando la impopularidad de la ocupación para buscar fisuras en el régimen etíope.
Y finalmente, desde Addis Abeba se mira con temor el incremento de las acciones armadas del Frente de Liberación nacional de Ogaden (ONLF) que reclama la independencia para esta rica región ocupada desde hace décadas y administrada manu militari por el Gobierno etíope. Además, esta organización armada ha estrechado lazos con otro grupo, el Frente de Liberación Oromo (OLF), para enfrentarse al «colonialismo abisinio». Otros grupos como el Frente Democrático nacional Afar, el Movimiento Democrático del Pueblo Tigray o el Frente Patriótico del Pueblo Etíope (Ahmara) también estarían dispuestas a coordinarse frente a la política del Gobierno central.
Salvando las distancias, algunos analistas se atreven a ubicar la actual situación de Somalia en una hipotética cadena que comenzó en Afganistán, siguió en Irak y en estos días podía estar gestándose en este Estado africano. En los tres países «un régimen o un movimiento ascendente ha sido desplazado por una intervención militar exterior». Y todo ello seguido de la ocupación militar de esas fuerzas extranjeras y la instauración de un Gobierno incapaz de controlar su país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la población.
En los tres casos vemos cómo la dependencia económica y militar del Gobierno central hacia las fuerzas de ocupación es el factor de mayor deslegitimación ante su propia población y, al mismo tiempo, sirve para canalizar apoyos a una resistencia que alza la bandera del nacionalismo, y en ocasiones del propio islamismo, para afrontar esa situación. Y en medio de esta compleja coyuntura, todos los actores buscan sus propios intereses y beneficios, con el Gobierno buscando mantenerse a toda costa, los opositores dispuestos a aprovecharse del vacío gubernamental para controlar amplias zonas, y con unos actores extranjeros que se enfrentan al complejo dilema de mantener una situación que a medio o largo plazo se les puede convertir en insoportable.
De momento los estrategas neoconservadores de Washington pueden añadir otra pieza más al peligroso puzzle intervencionista que están desarrollando desde hace algunos años. Somalia está pidiendo a gritos esa pieza propia en el teatro que surge de la llamada política «contra el terror» que ha lanzado Washington y que tan cara está resultando para las poblaciones de Afganistán, Irak, Somalia, y de buena parte del resto del mundo.
* Txente Rekondo Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Análisis de la "guerra contra el terror" de EEUU
Txente Rekondo*
Gara
La situación en Somalia se asemeja cada día más a los escenarios ya desgraciadamente conocidos en Afganistán y en Irak. A la ya de por sí compleja dinámica interna de enfrentamientos entre clanes y señores de la guerra, se suma una ocupación extranjera odiada por la población. Somalia, Afganistán e Irak. Tres países en los que se repite el guión. A la ocupación extranjera le sigue la instauración de un Gobierno incapaz de controlar el país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la población.
La situación en Somalia se asemeja cada día que pasa a otras realidades que llevan algún tiempo sacudiendo la llamada «estabilidad» que auguraba el Nuevo Orden Mundial patrocinado por Estados Unidos. La intervención militar directa por parte del Ejército norteamericano, y de sus aliados etíopes, ha colocado a Somalia en el disparadero para sumarse al club de los países con un futuro complejo y altamente desestabilizador, tanto en clave interna como de cara a sus países vecinos.
Si los enfrentamientos entre el Ejecutivo títere apoyado por Washington y el Parlamento, las tensiones entre los diferentes clanes y señores de la guerra, suponen de por sí un alto grado de presión interna que coloca en jaque cualquier intento de estabilidad, la intervención extranjera ha supuesto la gota que puede haber acabado por colmar el vaso, y condena a Somalia a un futuro político, económico y social cercano al colapso más absoluto.
Desde comienzos de año se han intensificado los ataques contra las fuerzas del Gobierno Federal Transitorio, impuesto por EEUU y que cuenta con el apoyo etíope. Pero también las fuerzas de ocupación de Etiopía y los soldados enviados por la Unión Africana se han convertido en objetivo de la resistencia somalí. Una resistencia que ha sabido, de momento, solventar o aparcar sus diferencias para unir en sus filas a los elementos islamistas de la Unión de Tribunales Islámicos con otras fuerzas de carácter nacionalista y del clan Hawiye. Esta resistencia está sabiendo utilizar adecuadamente el rechazo que la mayoría de la población siente hacia la intervención y ocupación extranjera en su país.
La intervención de Washington ha supuesto además que el llamado ala jihadista de la Unión de Tribunales Islámicos haya logrado imponer en cierta medida buena parte de su propio programa dentro de esta organización islamista, radicalizando la postura de esta última en su conjunto.
El pasado mes de mayo se han sucedido los ataques artilleros, bombas en las carreteras, atentados contra elementos colaboracionistas, y más recientemente se observa con temor la aparición en escena del factor de los ataques suicidas, que complicaría todavía más el compromiso de la Unión Africana para mandar tropas al país. Y ésa es una de las claves que manejaba EEUU para mantener en el poder al Gobierno Federal Transitorio, junto a la posible celebración, este mes, de una Conferencia de Reconciliación Nacional.
Sin embargo los intentos para llevar adelante esta «reconciliación» chocan nuevamente con una cruda realidad. Las tensiones afectan ya al interior del propio Gobierno Federal Transitorio, y hay que recordar los fracasos anteriores de políticas del mismo estilo. A la vista de ello, los estrategas de la Casa Blanca están buscando un acuerdo por separado con algunos subclanes e, incluso, con parte de los señores de la guerra, que ya en el pasado fueron sus aliados frente a la Unión de Tribunales Islámicos.
La intervención militar y posterior desestabilización en Somalia está afectando también a otros países de la zona. Así, ya se han podido constatar algunas tensiones en Somaliland y en Puntaland. Pero la peor parte de esta aventura intervencionista la puede acabar pagando uno de los protagonistas de la misma.
El Gobierno etíope, fiel aliado de la política de EEUU, se ha dado cuenta del alto coste que puede acabar pagando por su aventura militarista. Si bien es cierto que Addis Abeba depende de la ayuda exterior militar y económica que le brinda Washington, en estos momentos mantener la ocupación le resulta contraproducente económicamente y por la pérdida de vidas humanas entre sus propias filas. Pero además, la oposición interna de Etiopía también está aprovechando la impopularidad de la ocupación para buscar fisuras en el régimen etíope.
Y finalmente, desde Addis Abeba se mira con temor el incremento de las acciones armadas del Frente de Liberación nacional de Ogaden (ONLF) que reclama la independencia para esta rica región ocupada desde hace décadas y administrada manu militari por el Gobierno etíope. Además, esta organización armada ha estrechado lazos con otro grupo, el Frente de Liberación Oromo (OLF), para enfrentarse al «colonialismo abisinio». Otros grupos como el Frente Democrático nacional Afar, el Movimiento Democrático del Pueblo Tigray o el Frente Patriótico del Pueblo Etíope (Ahmara) también estarían dispuestas a coordinarse frente a la política del Gobierno central.
Salvando las distancias, algunos analistas se atreven a ubicar la actual situación de Somalia en una hipotética cadena que comenzó en Afganistán, siguió en Irak y en estos días podía estar gestándose en este Estado africano. En los tres países «un régimen o un movimiento ascendente ha sido desplazado por una intervención militar exterior». Y todo ello seguido de la ocupación militar de esas fuerzas extranjeras y la instauración de un Gobierno incapaz de controlar su país y frente al que se sitúa una resistencia con amplios apoyos entre la población.
En los tres casos vemos cómo la dependencia económica y militar del Gobierno central hacia las fuerzas de ocupación es el factor de mayor deslegitimación ante su propia población y, al mismo tiempo, sirve para canalizar apoyos a una resistencia que alza la bandera del nacionalismo, y en ocasiones del propio islamismo, para afrontar esa situación. Y en medio de esta compleja coyuntura, todos los actores buscan sus propios intereses y beneficios, con el Gobierno buscando mantenerse a toda costa, los opositores dispuestos a aprovecharse del vacío gubernamental para controlar amplias zonas, y con unos actores extranjeros que se enfrentan al complejo dilema de mantener una situación que a medio o largo plazo se les puede convertir en insoportable.
De momento los estrategas neoconservadores de Washington pueden añadir otra pieza más al peligroso puzzle intervencionista que están desarrollando desde hace algunos años. Somalia está pidiendo a gritos esa pieza propia en el teatro que surge de la llamada política «contra el terror» que ha lanzado Washington y que tan cara está resultando para las poblaciones de Afganistán, Irak, Somalia, y de buena parte del resto del mundo.
* Txente Rekondo Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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