“La Historia a veces parecería ser como una propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas” (Rodolfo Walsh)
No hace mucho tiempo se divulgó una encuesta revelando que apenas un tercio de los paraguayos mantenía su fe en la democracia, dato que debería haber sugerido un mayor espíritu autocrítica a quienes se adueñaron del país a partir de febrero de 1989. Para desgracia nuestra, estos personajes no sólo guardaron una enorme distancia de los conductores de otras transiciones democráticas (como Frei o Lagos en Chile, por ejemplo) sino que además pretendieron imponer una historia autocomplaciente y fantasmàtica de "lucha inclaudicable" contra la dictadura para censurar toda crítica a sus deshonrosos actos de estos últimos 18 años. Quienes no fuimos protagonistas –por motivos varios, entre ellos generacionales- de la resistencia contra la dictadura, en estas últimas dos décadas nos hartamos de ver en el escenario olímpico, monopolizando Micrófonos, a los "grandes Héroes" de la "democracia" como Andrés Rodríguez, Calè Galaverna, Humberto Rubìn, Aldo Zucolillo, Pepa Kostianovsky, Domingo Laìno, Carlitos Filizzola Pallarès, Alcibíades González Delvalle, etc, etc. Debemos suponer, dado la forma excluyente en la que han obrado todo este tiempo y la inmensa responsabilidad que han tenido en el rumbo de esta perpetua transición la mayoría de ellos, que éste país que hoy tenemos es el que deseaban cuando "luchaban" contra Stroessner. Un lugar donde citar el Apocalipsis o leer las noticias son en la práctica casi la misma cosa. Nada más revelador de lo que vendría como el matiz de los hechos que pusieron en marcha la transición: el cierre de cuatro entidades financieras y un golpe casi incruento, sin alternancia de partidos ni grupos. La familia Rodríguez reemplazando a la anterior en todos los buenos negocios, incluyendo medios de comunicación, y las nuevas camarillas interpretando muy pronto las nuevas formas de impunidad acordes a una "democracia". El conocido ex jefe de la DEA en Paraguay Robert Ridler se mostró sumamente "comprensivo" ante la prensa internacional cuando fue consultado sobre el papel de Cambios Guaraní (uno de los detonantes del golpe, que contaba entre sus socios al célebre grupo Peirano-Facio) en el lavado de narcodólares, declarando que no podía asegurar que la "sospecha" sea fundada. Las premisas estadounidenses respecto al narcotráfico podían causar tensiones incómodas. Las carpetas serían archivadas, pero no destruidas, pensando en cualquier eventualidad. El famoso libro "Conexión Latina" de Natham Adams y los artículos de Jack Anderson en el Washington Post, que habían sido tan deliciosas en círculos opositores, perdieron de inmediato su interés y se esfumaron mágicamente de la memoria de los grandes combatientes por la libertad como Aldo Zucolillo, Humberto Rubìn, Calè Galaverna o Carlitos Filizzola Pallarès. La misma complacencia devino para los nuevos "zares" de la comunicación, y las nuevas èlites políticas y financieras. La resolución 862 del 25 de mayo de 1977 del IBR por la cual Humberto Rubìn fue beneficiado con 2.000 hectáreas de tierra por Stroessner (contrariando expresas disposiciones del estatuto agrario, ley 864/63), pasó a convertirse en una "vil patraña” inventada por los roedores de los mármoles de la patria periodística. Un ataque parecido de amnesia había afectado a Aldo Zucolillo cuando en la mañana del 25 de marzo de 1988 logró reunirse con Robert Gelbard, subsecretario adjunto par Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado norteamericano. Frustrado por el fracaso de su plan Zeta acusaría allí a los opositores de "vagos, necios y cobardes", de acuerdo al memorando. Omitió por supuesto delatar a sus amigos que traficaban drogas y ocupaban puestos claves en el aparato gubernamental, entre ellos al que había formado sociedad con él, para parir ABC color. También las tapas de ABC pidiendo la cabeza de los disidentes, las crónicas donde el diario se congratulaba de haber recibido al dictador "en su casa", o los editoriales defendiendo la regresión genocida desatada en Argentina por Jorge Rafael Videla, irían a parar al freezer. Pero si algo no se puede negar a los “inclaudicables luchadores” contra Stroessner, es su extraordinario don de la ubicuidad. En dictadura mezclados con los represores, en democracia revueltos con las víctimas. Si no es cierta esta aseveración, que lo diga Leila Rachid, quien hasta logró colarse en la Comisión de Verdad y Justicia en una de sus múltiples excursiones recreativas por cuenta del estado, en aquella oportunidad por la tanguera, culta y lujuriosa capital del Plata. Y ello a pesar de haber trabajado por años bajo las directas órdenes de “Poncho Pytà”, en pleno auge del operativo Cóndor, habiendo sobrevivido a los cancilleres Alberto Noguès, C.A. Saldìvar y Rodney Elpidio Acevedo, ex representante de Stroessner ante el caudillo de España por la gracia de Dios Francisco Franco Bahamonde.
Digamos que no es un caso muy distante al de Humberto Rubìn, que aceptó en 1977 el obsequio que le hizo Stroessner de dos mil hectáreas de tierra, en plena zona de conflicto entre represores y las Ligas Agrarias. O de Aldo Zucolillo, gran luchador por la libertad de expresión, que combatía por la democracia fustigando desde las páginas de ABC color la política a favor de los Derechos Humanos de la Administración Carter , defendiendo al gobierno de Jorge Rafael Videla, y entregando donativos en metálico a “La Técnica ” que dirigía Campos Alum.
Decía Jacobo Timerman que se necesita a los mejores periodistas de la izquierda para hacer un buen periódico de derecha, lo cual sería aplicable a ciertos periodistas de la patria publicista, si no hubiera estado mal informado Stroessner al tildarlos del “subversivos”.
La apertura de los archivos del terror no sólo permitió conocer muchos atroces procedimientos policíacos, sino además descubrir lo mucho que eran capaces de abrir la boca algunos “grandes luchadores” contra la dictadura. La mucha o escasa difusión de estos documentos sensibles, obviamente, quedó librado al arbitrio y estado de ánimo del áulico círculo imperante en la superestructura cultural y su patria periodística. Entre los documentos más reveladores se cuenta a una declaración del 4 de diciembre de 1975, extraída a Miguel Gregorio Chase Sardi, quien asistido quizás por sus conocimientos de antropología, había logrado engañar tanto a Stroessner como a los mismos jerarcas de la Unión Soviética, fingiéndose un convencido comunista. Habiendo visitado Moscú en varias oportunidades y siendo favorecido de Eugen Vladimrovich, encargado para el Paraguay del Partido Comunista de la URSS , Chase Sardi llevaba bastante tiempo actuando de doble agente e informando también a la embajada norteamericana sobre las actividades del comunismo paraguayo, recibiendo 500 dólares mensuales por el servicio. Este hecho era ignorado por el Jefe de Investigaciones Pastor Coronel, quien ordenó su arresto y sometimiento a los acostumbrados masajes, hasta que acudió en su auxilio la “diplomacia” estadounidense.
Otro caso análogo que podríamos citar es el del policía de la Cultura Alcibíades Gonzàlez Delvalle, cuyo vacío difícil de llenar en la Dirección de Cultura de la Municipalidad todavía no fue digerida por la patria periodística. El policía de la cultura, ex integrante de los cuadros represivos de la etapa más sangrienta de la dictadura, y ascendido por méritos el 7 de Septiembre de 1962 en decreto firmado por Stroessner y Edgar L. Ynsfràn, también cambió de bando cuando las directivas del norte se volvieron contradictorias. Era el tiempo en que otros meritorios luchadores cerraban sus radios para ahorrar el dinero que la NED les enviaba por mantener trabajando a sus operarios.
Cuando el Fiscal Clotildo Jiménez acusó al policía de la Cultura de violar la Ley 209 a mediados de 1980, éste se encontraba precisamente en Estados Unidos cumpliendo sus labores de informante. Es que al Departamento de Estado le interesaba “la guerrilla de las Ligas Agrarias”, por lo cual había convocado a uno de “sus hombres en Asunción”, quien se encontraba en territorio norteamericano desde el 24 de mayo de 1980. Al terminar sus obligaciones en el norte para regresar y ser detenido, no se le ocurrió mejor abogado defensor que Fernando Levi Ruffinelli, uno de los redactores y férreo defensor de la Ley 209 en la Cámara de Diputados, además de gran amigo de ABC color.
Había sido precisamente Levi Ruffinelli un pionero en la colaboración con la dictadura, allá por la década de 1960, aceptando el puesto de alcahuete rechazado con dignidad por otros dirigentes liberales como Carlos R. Centurión. Es que se necesitaba a un parlamento representativo en vísperas de firmarse el entreguista tratado de Itaipù, tan lamentado hoy por los diarios comprometidos con la libertad de expresión.
Pensamos que ni falta hace recordar antecedentes de otros grandes próceres de la democracia como Domingo Laìno, pescador en directorios liberales revueltos, donde el común denominador era la trepada a costa de la integridad física del correligionario por medio de delaciones ante el temible Pastor Coronel. O de un Carlitos Filizzola Pallarès, perseguido por la dictadura hasta en sus enredos con la policía de Tránsito por chocar con un coreano, hoy convertido a los 45 minutos del segundo tiempo (igual que en épocas pasadas) en rabioso anti-oficialista. Y conste que lo hace después de haber sido el pasionario defensor de las políticas deflacionarias y tributarias del nicanorismo, impartidas desde Hacienda y el BCP, con sus histéricos discursos en el Senado. Tanto contraste entre la realidad y la historia oficial sólo puede hacernos sospechar que un juicio tan tendencioso del pasado, generando una instrucción tan parcialista del presente, además de generar tanto despropósito político, debe resultar bastante lucrativa para quienes se abocan a repetirlo con tanta insistencia.
Luis Agüero Wagner
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Digamos que no es un caso muy distante al de Humberto Rubìn, que aceptó en 1977 el obsequio que le hizo Stroessner de dos mil hectáreas de tierra, en plena zona de conflicto entre represores y las Ligas Agrarias. O de Aldo Zucolillo, gran luchador por la libertad de expresión, que combatía por la democracia fustigando desde las páginas de ABC color la política a favor de los Derechos Humanos de la Administración Carter , defendiendo al gobierno de Jorge Rafael Videla, y entregando donativos en metálico a “La Técnica ” que dirigía Campos Alum.
Decía Jacobo Timerman que se necesita a los mejores periodistas de la izquierda para hacer un buen periódico de derecha, lo cual sería aplicable a ciertos periodistas de la patria publicista, si no hubiera estado mal informado Stroessner al tildarlos del “subversivos”.
La apertura de los archivos del terror no sólo permitió conocer muchos atroces procedimientos policíacos, sino además descubrir lo mucho que eran capaces de abrir la boca algunos “grandes luchadores” contra la dictadura. La mucha o escasa difusión de estos documentos sensibles, obviamente, quedó librado al arbitrio y estado de ánimo del áulico círculo imperante en la superestructura cultural y su patria periodística. Entre los documentos más reveladores se cuenta a una declaración del 4 de diciembre de 1975, extraída a Miguel Gregorio Chase Sardi, quien asistido quizás por sus conocimientos de antropología, había logrado engañar tanto a Stroessner como a los mismos jerarcas de la Unión Soviética, fingiéndose un convencido comunista. Habiendo visitado Moscú en varias oportunidades y siendo favorecido de Eugen Vladimrovich, encargado para el Paraguay del Partido Comunista de la URSS , Chase Sardi llevaba bastante tiempo actuando de doble agente e informando también a la embajada norteamericana sobre las actividades del comunismo paraguayo, recibiendo 500 dólares mensuales por el servicio. Este hecho era ignorado por el Jefe de Investigaciones Pastor Coronel, quien ordenó su arresto y sometimiento a los acostumbrados masajes, hasta que acudió en su auxilio la “diplomacia” estadounidense.
Otro caso análogo que podríamos citar es el del policía de la Cultura Alcibíades Gonzàlez Delvalle, cuyo vacío difícil de llenar en la Dirección de Cultura de la Municipalidad todavía no fue digerida por la patria periodística. El policía de la cultura, ex integrante de los cuadros represivos de la etapa más sangrienta de la dictadura, y ascendido por méritos el 7 de Septiembre de 1962 en decreto firmado por Stroessner y Edgar L. Ynsfràn, también cambió de bando cuando las directivas del norte se volvieron contradictorias. Era el tiempo en que otros meritorios luchadores cerraban sus radios para ahorrar el dinero que la NED les enviaba por mantener trabajando a sus operarios.
Cuando el Fiscal Clotildo Jiménez acusó al policía de la Cultura de violar la Ley 209 a mediados de 1980, éste se encontraba precisamente en Estados Unidos cumpliendo sus labores de informante. Es que al Departamento de Estado le interesaba “la guerrilla de las Ligas Agrarias”, por lo cual había convocado a uno de “sus hombres en Asunción”, quien se encontraba en territorio norteamericano desde el 24 de mayo de 1980. Al terminar sus obligaciones en el norte para regresar y ser detenido, no se le ocurrió mejor abogado defensor que Fernando Levi Ruffinelli, uno de los redactores y férreo defensor de la Ley 209 en la Cámara de Diputados, además de gran amigo de ABC color.
Había sido precisamente Levi Ruffinelli un pionero en la colaboración con la dictadura, allá por la década de 1960, aceptando el puesto de alcahuete rechazado con dignidad por otros dirigentes liberales como Carlos R. Centurión. Es que se necesitaba a un parlamento representativo en vísperas de firmarse el entreguista tratado de Itaipù, tan lamentado hoy por los diarios comprometidos con la libertad de expresión.
Pensamos que ni falta hace recordar antecedentes de otros grandes próceres de la democracia como Domingo Laìno, pescador en directorios liberales revueltos, donde el común denominador era la trepada a costa de la integridad física del correligionario por medio de delaciones ante el temible Pastor Coronel. O de un Carlitos Filizzola Pallarès, perseguido por la dictadura hasta en sus enredos con la policía de Tránsito por chocar con un coreano, hoy convertido a los 45 minutos del segundo tiempo (igual que en épocas pasadas) en rabioso anti-oficialista. Y conste que lo hace después de haber sido el pasionario defensor de las políticas deflacionarias y tributarias del nicanorismo, impartidas desde Hacienda y el BCP, con sus histéricos discursos en el Senado. Tanto contraste entre la realidad y la historia oficial sólo puede hacernos sospechar que un juicio tan tendencioso del pasado, generando una instrucción tan parcialista del presente, además de generar tanto despropósito político, debe resultar bastante lucrativa para quienes se abocan a repetirlo con tanta insistencia.
Luis Agüero Wagner
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OPINION/05/06/2007
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