16/06/2007
Perdiendo en Afganistán
Perdiendo en Afganistán
El poder de las armas de fuego no siempre consigue ganar las guerras
Ramzy Baroud
The People Voice
Ramzy Baroud
The People Voice
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Traducido del inglés por Sinfo Fernández*
Traducido del inglés por Sinfo Fernández*
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El Ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, Jurshid Mahmud Kasuri, en una declaración disponible en la página de Internet de su Ministerio, reprendió a la “comunidad internacional” por el “abandono” sufrido por Afganistán tras la retirada de las fuerzas soviéticas en 1989. En su valoración, esa actitud fue la que creó las condiciones que eventualmente culminaron en el surgimiento de los talibanes, los anfitriones de al-Qaida.
Según el Pakistan’s Daily Times, esa declaración se hizo, al parecer, en la reciente conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores del G-8 en Postdam, Alemania. Kasuri colocó sus críticas en el contexto concreto de las preocupaciones propias de Pakistán: a saber, los 2,4 millones de refugiados afganos –según cifras del ACNUR- que han cruzado la frontera hacia Pakistán buscando refugio y relativa seguridad. Además, Pakistán, sometido a las consiguientes censuras por haber supuestamente fracasado a la hora de perseguir y atrapar a los talibanes y a los militantes de al-Qaida que operan alrededor de su frontera occidental, había desplegado unos 90.000 soldados hacia esas regiones. Escaramuzas fronterizas, batallas armadas esporádicas pero cada vez más prolongadas campañas de bombardeos de zonas tribales -sospechosas de ser un refugio seguro para los militantes de al-Qaida- han ido dejando miles de muertos y heridos desde que empezó la guerra estadounidense contra Afganistán en octubre de 2001.
La tensión creada por el poder un tanto delegado de Pakistán para refrenar a los adversarios estadounidenses está complicando la misión del gobierno para imponerse como entidad independiente cuya principal preocupación es el bienestar de su propio pueblo. Pero la tensión en Pakistán, que gobierna a través de políticas tribales, es apenas comparable a la efervescente situación en el mismo Afganistán, donde la rabia dirigida contra el gobierno de Kabul y sus benefactores de la Coalición ha llegado a tal punto de cocción que se hace inminente otro recrudecimiento de la violencia.
Hamid Karzai, presidente coronado de Afganistán, en unas elecciones propias de una charada, para gobernar sobre un país dislocado y una población descontenta, sigue sin poder ejercer su poder más allá de las fronteras municipales de la capital; pero incluso ese nivel de control se le hace cada vez más difícil de mantener, y mientras, una avalancha de suicidas bomba promete convertir Kabul en otro Bagdad. Desde su ascenso al poder en octubre de 2004, Karzai ha tenido pocos éxitos que mostrar, excepto las interminables promesas al apoyo financiero que solicitó, para ser exactos, 40.000 millones de dólares USA, de los cuales muy poco ha llegado; el dinero de que se ha dispuesto apenas ha mejorado el nivel de vida de la gente, a la vez que se ha disparado la corrupción. Sin embargo, las fuerzas de EEUU/OTAN en Afganistán han gastado miles de millones en equipamiento militar, cuya capacidad no es precisamente una cuestión para debatir entre los civiles afganos.
Alastair Leithead, de la BBC, informó desde un titular el 31 de mayo: “Ira afgana por los bombardeos estadounidenses”, detallando uno de los muchos incidentes de ese tipo por el cual decenas de civiles inocentes resultan asesinados; pero esa información es rara por la sencilla razón de que no tiene interés periodístico; el valor de la información desde Afganistán se mide a partir de si las fuerzas de la coalición causaron víctimas o no. Los recientes asesinatos en el pueblo de Shindand, Valle de Zerkoh, en el oeste de Afganistán, fueron una salvajada cualquiera que sea el estándar bajo el que se considere. Al parecer, 57 personas murieron a causa de los bombardeos estadounidenses; los bombardeos destruyeron también 100 casas, humildes moradas que no es muy probable que se vayan pronto a reconstruir.
“Los bombardeos fueron continuos noche y día. Aquellos que intentaban escapar hacia algún lugar seguro eran también bombardeados. No les preocupaba nada que fueran mujeres, niños o ancianos”, dijo uno de los supervivientes. Pero, ¿quién creería a Muhammad Sharif Achakzai, que escapó con su familia de su casa de barro bajo el despiadado bombardeo? El general de brigada Joseph Votel se ha limitado a rechazar los datos sobre víctimas civiles. “No tenemos informes que nos confirmen que en Shindan hubiera muertos o heridos que no fueran combatientes”, dijo. Y eso fue todo.
Shindand no está bajo control talibán, al menos no todavía. Gran parte del país, sobre todo en el sur, pero cada vez más por otras zonas, está cayendo bajo el control de los extremistas talibanes. Los talibanes ofrecen tareas de seguridad a los hombres y una oportunidad para vengarse e incluso para el martirologio; en muchos lugares de Afganistán, esas ofertas son extremadamente atrayentes.
El intrépido periodista británico Chris Sand, de The Independent, uno de los pocos periodistas que informan desde áreas controladas por los talibanes, me comunicó que es sólo cuestión de tiempo que Afganistán se convierta en un infierno tipo Iraq. Es más, los esfuerzos de reagrupamiento de los talibanes han tenido un éxito espectacular en estos últimos tiempos. Los militantes talibanes tendieron emboscadas y mataron a 16 oficiales de policía del gobierno justo horas después de haber matado a siete soldados de la Coalición –incluyendo a cinco estadounidenses- al derribar su helicóptero en la provincia de Helmand el 30 de mayo. Estas confirmadas cifras contrastan a menudo con los informes del gobierno, sin confirmar, sobre los muchos militantes talibanes con los que han acabado las fuerzas gubernamentales; con mucha mayor frecuencia, lo que ocurre es que se está haciendo la vista gorda en cuanto a la cifra, muy superior, de víctimas civiles.
Las potencias extranjeras están fracasando claramente en Afganistán; ni se han ganado las mentes ni los corazones ni han contribuido a la estabilidad y reconstrucción del país de forma significativa, es más, el 60% de la economía del país depende ahora de las exportaciones de narcóticos. En realidad, Afganistán representa un caso perfecto del proverbial “apaga y vámonos” que el Presidente George Bush confesó que no iba a cometer en Iraq. Ni que decir tiene que la única misión con la que EEUU y sus aliados parecen haberse comprometido es con la de mantener su régimen militar, basado en la confianza absoluta en el poder de las armas, a pesar de los resultados.
Las dos misiones militares extranjeras en Afganistán: la Fuerza de Asistencia de Seguridad Internacional de la OTAN (ISAF, en sus siglas en inglés), con sus 37.000 soldados y la Coalición dirigida por EEUU en la Operación Libertad Duradera, están perdiendo su pseudo control sobre el país. Los talibanes están ganando fuerza y se están regenerando, no porque supongan una valiosa alternativa teológica frente a la democracia, sino precisamente porque todas las promesas de color rosa hechas a finales de 2001 y principios de 2002 no han producido más que un régimen aún más represivo, infectado de corrupción, inseguridad, señores de la guerra e incesantes ataques de la Coalición a la población civil por todo el país. Si resulta que los afganos vuelven a apoyar a los talibanes, ya pueden imaginar lo desesperados que están.
El Ministro de Asuntos Exteriores pakistaní Kasuri tiene razón, obviamente, aunque sus intenciones sean egoístas. “Abandono” es un término adecuado para describir la supuesta actitud de la comunidad internacional hacia Afganistán; ese abandono llevó a los talibanes al poder tras el caos provocado por la expulsión de los soviéticos y su régimen títere en 1989 –con la consiguiente guerra civil en Afganistán que mató a más de 50.000 personas tan sólo en Kabul-, y ahora está moldeando un escenario extrañamente similar que está aupando a los mismos grupos detestados; los talibanes estarán pronto en una posición fuerte para negociar y ni siquiera los estadounidenses van a poder ignorarla; la “Ofensiva de Primavera” de los talibanes puede haberse retrasado, pero la balanza se está inclinando claramente a favor de ellos en una guerra que promete más de los mismos pesares.
Ramzy Baroud es un veterano periodista palestino-estadounidense y es Editor Jefe de “Palestine Chronicle”. Puede conseguirse su libro más reciente: “The Second Palestinian Intifada: A Chronology of a People’s Struggle” (Pluto Press, London) en Amazon.com.
El Ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, Jurshid Mahmud Kasuri, en una declaración disponible en la página de Internet de su Ministerio, reprendió a la “comunidad internacional” por el “abandono” sufrido por Afganistán tras la retirada de las fuerzas soviéticas en 1989. En su valoración, esa actitud fue la que creó las condiciones que eventualmente culminaron en el surgimiento de los talibanes, los anfitriones de al-Qaida.
Según el Pakistan’s Daily Times, esa declaración se hizo, al parecer, en la reciente conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores del G-8 en Postdam, Alemania. Kasuri colocó sus críticas en el contexto concreto de las preocupaciones propias de Pakistán: a saber, los 2,4 millones de refugiados afganos –según cifras del ACNUR- que han cruzado la frontera hacia Pakistán buscando refugio y relativa seguridad. Además, Pakistán, sometido a las consiguientes censuras por haber supuestamente fracasado a la hora de perseguir y atrapar a los talibanes y a los militantes de al-Qaida que operan alrededor de su frontera occidental, había desplegado unos 90.000 soldados hacia esas regiones. Escaramuzas fronterizas, batallas armadas esporádicas pero cada vez más prolongadas campañas de bombardeos de zonas tribales -sospechosas de ser un refugio seguro para los militantes de al-Qaida- han ido dejando miles de muertos y heridos desde que empezó la guerra estadounidense contra Afganistán en octubre de 2001.
La tensión creada por el poder un tanto delegado de Pakistán para refrenar a los adversarios estadounidenses está complicando la misión del gobierno para imponerse como entidad independiente cuya principal preocupación es el bienestar de su propio pueblo. Pero la tensión en Pakistán, que gobierna a través de políticas tribales, es apenas comparable a la efervescente situación en el mismo Afganistán, donde la rabia dirigida contra el gobierno de Kabul y sus benefactores de la Coalición ha llegado a tal punto de cocción que se hace inminente otro recrudecimiento de la violencia.
Hamid Karzai, presidente coronado de Afganistán, en unas elecciones propias de una charada, para gobernar sobre un país dislocado y una población descontenta, sigue sin poder ejercer su poder más allá de las fronteras municipales de la capital; pero incluso ese nivel de control se le hace cada vez más difícil de mantener, y mientras, una avalancha de suicidas bomba promete convertir Kabul en otro Bagdad. Desde su ascenso al poder en octubre de 2004, Karzai ha tenido pocos éxitos que mostrar, excepto las interminables promesas al apoyo financiero que solicitó, para ser exactos, 40.000 millones de dólares USA, de los cuales muy poco ha llegado; el dinero de que se ha dispuesto apenas ha mejorado el nivel de vida de la gente, a la vez que se ha disparado la corrupción. Sin embargo, las fuerzas de EEUU/OTAN en Afganistán han gastado miles de millones en equipamiento militar, cuya capacidad no es precisamente una cuestión para debatir entre los civiles afganos.
Alastair Leithead, de la BBC, informó desde un titular el 31 de mayo: “Ira afgana por los bombardeos estadounidenses”, detallando uno de los muchos incidentes de ese tipo por el cual decenas de civiles inocentes resultan asesinados; pero esa información es rara por la sencilla razón de que no tiene interés periodístico; el valor de la información desde Afganistán se mide a partir de si las fuerzas de la coalición causaron víctimas o no. Los recientes asesinatos en el pueblo de Shindand, Valle de Zerkoh, en el oeste de Afganistán, fueron una salvajada cualquiera que sea el estándar bajo el que se considere. Al parecer, 57 personas murieron a causa de los bombardeos estadounidenses; los bombardeos destruyeron también 100 casas, humildes moradas que no es muy probable que se vayan pronto a reconstruir.
“Los bombardeos fueron continuos noche y día. Aquellos que intentaban escapar hacia algún lugar seguro eran también bombardeados. No les preocupaba nada que fueran mujeres, niños o ancianos”, dijo uno de los supervivientes. Pero, ¿quién creería a Muhammad Sharif Achakzai, que escapó con su familia de su casa de barro bajo el despiadado bombardeo? El general de brigada Joseph Votel se ha limitado a rechazar los datos sobre víctimas civiles. “No tenemos informes que nos confirmen que en Shindan hubiera muertos o heridos que no fueran combatientes”, dijo. Y eso fue todo.
Shindand no está bajo control talibán, al menos no todavía. Gran parte del país, sobre todo en el sur, pero cada vez más por otras zonas, está cayendo bajo el control de los extremistas talibanes. Los talibanes ofrecen tareas de seguridad a los hombres y una oportunidad para vengarse e incluso para el martirologio; en muchos lugares de Afganistán, esas ofertas son extremadamente atrayentes.
El intrépido periodista británico Chris Sand, de The Independent, uno de los pocos periodistas que informan desde áreas controladas por los talibanes, me comunicó que es sólo cuestión de tiempo que Afganistán se convierta en un infierno tipo Iraq. Es más, los esfuerzos de reagrupamiento de los talibanes han tenido un éxito espectacular en estos últimos tiempos. Los militantes talibanes tendieron emboscadas y mataron a 16 oficiales de policía del gobierno justo horas después de haber matado a siete soldados de la Coalición –incluyendo a cinco estadounidenses- al derribar su helicóptero en la provincia de Helmand el 30 de mayo. Estas confirmadas cifras contrastan a menudo con los informes del gobierno, sin confirmar, sobre los muchos militantes talibanes con los que han acabado las fuerzas gubernamentales; con mucha mayor frecuencia, lo que ocurre es que se está haciendo la vista gorda en cuanto a la cifra, muy superior, de víctimas civiles.
Las potencias extranjeras están fracasando claramente en Afganistán; ni se han ganado las mentes ni los corazones ni han contribuido a la estabilidad y reconstrucción del país de forma significativa, es más, el 60% de la economía del país depende ahora de las exportaciones de narcóticos. En realidad, Afganistán representa un caso perfecto del proverbial “apaga y vámonos” que el Presidente George Bush confesó que no iba a cometer en Iraq. Ni que decir tiene que la única misión con la que EEUU y sus aliados parecen haberse comprometido es con la de mantener su régimen militar, basado en la confianza absoluta en el poder de las armas, a pesar de los resultados.
Las dos misiones militares extranjeras en Afganistán: la Fuerza de Asistencia de Seguridad Internacional de la OTAN (ISAF, en sus siglas en inglés), con sus 37.000 soldados y la Coalición dirigida por EEUU en la Operación Libertad Duradera, están perdiendo su pseudo control sobre el país. Los talibanes están ganando fuerza y se están regenerando, no porque supongan una valiosa alternativa teológica frente a la democracia, sino precisamente porque todas las promesas de color rosa hechas a finales de 2001 y principios de 2002 no han producido más que un régimen aún más represivo, infectado de corrupción, inseguridad, señores de la guerra e incesantes ataques de la Coalición a la población civil por todo el país. Si resulta que los afganos vuelven a apoyar a los talibanes, ya pueden imaginar lo desesperados que están.
El Ministro de Asuntos Exteriores pakistaní Kasuri tiene razón, obviamente, aunque sus intenciones sean egoístas. “Abandono” es un término adecuado para describir la supuesta actitud de la comunidad internacional hacia Afganistán; ese abandono llevó a los talibanes al poder tras el caos provocado por la expulsión de los soviéticos y su régimen títere en 1989 –con la consiguiente guerra civil en Afganistán que mató a más de 50.000 personas tan sólo en Kabul-, y ahora está moldeando un escenario extrañamente similar que está aupando a los mismos grupos detestados; los talibanes estarán pronto en una posición fuerte para negociar y ni siquiera los estadounidenses van a poder ignorarla; la “Ofensiva de Primavera” de los talibanes puede haberse retrasado, pero la balanza se está inclinando claramente a favor de ellos en una guerra que promete más de los mismos pesares.
Ramzy Baroud es un veterano periodista palestino-estadounidense y es Editor Jefe de “Palestine Chronicle”. Puede conseguirse su libro más reciente: “The Second Palestinian Intifada: A Chronology of a People’s Struggle” (Pluto Press, London) en Amazon.com.
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*Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.
*Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.
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