Opimión
Raúl Cremoux *
Raúl Cremoux *
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Las fotos que hace unos días publicó EL UNIVERSAL no provinieron de Irak ni tampoco de los territorios dominados por reconocidos tiranos de África; fueron captadas en nuestro país.
Las explosiones en las instalaciones de Pemex no las produjo algún ataque de Al-Qaeda; ni siquiera corresponden a un accidente laboral. Esas imágenes se complementaron horas después con los zafarranchos en los que con palos, tubos y pedradas supuestos maestros oaxaqueños se enfrentaron a la policía.
Después, entre estallidos, pasaron a incendiar autobuses. Menos espectacular pero con una singular violencia oral en los altavoces, un centenar de manifestantes perredistas en el zócalo capitalino coreaban consignas y alaridos en contra de la visita del presidente español José Luis Rodríguez Zapatero a Palacio Nacional.
Estos tres escenarios, promovidos por la izquierda, se encargaban de acreditar lo que pudiera haber correspondido a los decenios de 1960, quizás 1970 y hasta 1980.
En aquellos años, el país estaba regido por un sistema singular al que Mario Vargas Llosa calificó como “la dictadura perfecta”. Salvo Acción Nacional, los otros partidos de oposición o eran comparsas de escenografía política (sirvan los ejemplos del PARM, PFCRN, PDM) o, francamente, estaban proscritos como el Partido Comunista.
La izquierda no tenía salidas y, sin esconder sus propósitos, se movía en la clandestinidad hasta llegar a formar grupos guerrilleros como el formado en Guerrero por Lucio Cabañas. Tuvieron que pasar varios lustros hasta que la reforma encabezada por Jesús Reyes Heroles dio oportunidad a que los extremos, tanto de derecha como de izquierda, tuvieran acceso a la libre representación de sus ideas y de sus proyectos.
Parecería que con esto la violencia ya no tendría sentido, puesto que la democracia mexicana ya permitía un amplio abanico de posibilidades. Si bien esto resultaba apenas el comienzo, sería absurdo admitir que en más de tres décadas no hemos tenido un mayor desarrollo en ese orden. Conducirse —del modo que lo hacen— como si viviéramos bajo un régimen de opresión semejante a dictaduras condenables, en donde es imposible expresarse y a través de las normas democráticas acceder al poder, es querer deliberadamente regresar al pasado.
Bienvenidas todas las protestas contra la injusticia y la tremenda desigualdad, para ello existen muchísimos y muy variados cauces. No vivimos en ninguna situación límite en la que pueda admitirse, por grupos de izquierda, la quema de los camiones que transportan a la población ni mucho menos dinamitar las instalaciones, ya no digamos de factorías extranjeras —lo que resulta inadmisible—, sino de la empresa petrolera nacional.
¿Esto a quién sirve? Protestar hasta condenar la visita del secretario general del Partido Socialista Obrero Español, integrante de la Internacional Socialista y primer mandatario de España, es francamente demencial. ¿Será porque encabeza un gobierno vanguardista y moderno, como el que aquí pudiéramos tener?
Seis gobiernos estatales y el mayor número de alcaldes, senadores y diputados de izquierda nos hablan de que en este incompleto y muy perfectible sistema político y económico, las posibili-dades de gobernar son posibles. Con cerrazón y violencia no se consiguen adherentes, se fabrican obstáculos. Con plantones y dinamita no se construye una patria. Se pavimenta el caos.
-Las fotos que hace unos días publicó EL UNIVERSAL no provinieron de Irak ni tampoco de los territorios dominados por reconocidos tiranos de África; fueron captadas en nuestro país.
Las explosiones en las instalaciones de Pemex no las produjo algún ataque de Al-Qaeda; ni siquiera corresponden a un accidente laboral. Esas imágenes se complementaron horas después con los zafarranchos en los que con palos, tubos y pedradas supuestos maestros oaxaqueños se enfrentaron a la policía.
Después, entre estallidos, pasaron a incendiar autobuses. Menos espectacular pero con una singular violencia oral en los altavoces, un centenar de manifestantes perredistas en el zócalo capitalino coreaban consignas y alaridos en contra de la visita del presidente español José Luis Rodríguez Zapatero a Palacio Nacional.
Estos tres escenarios, promovidos por la izquierda, se encargaban de acreditar lo que pudiera haber correspondido a los decenios de 1960, quizás 1970 y hasta 1980.
En aquellos años, el país estaba regido por un sistema singular al que Mario Vargas Llosa calificó como “la dictadura perfecta”. Salvo Acción Nacional, los otros partidos de oposición o eran comparsas de escenografía política (sirvan los ejemplos del PARM, PFCRN, PDM) o, francamente, estaban proscritos como el Partido Comunista.
La izquierda no tenía salidas y, sin esconder sus propósitos, se movía en la clandestinidad hasta llegar a formar grupos guerrilleros como el formado en Guerrero por Lucio Cabañas. Tuvieron que pasar varios lustros hasta que la reforma encabezada por Jesús Reyes Heroles dio oportunidad a que los extremos, tanto de derecha como de izquierda, tuvieran acceso a la libre representación de sus ideas y de sus proyectos.
Parecería que con esto la violencia ya no tendría sentido, puesto que la democracia mexicana ya permitía un amplio abanico de posibilidades. Si bien esto resultaba apenas el comienzo, sería absurdo admitir que en más de tres décadas no hemos tenido un mayor desarrollo en ese orden. Conducirse —del modo que lo hacen— como si viviéramos bajo un régimen de opresión semejante a dictaduras condenables, en donde es imposible expresarse y a través de las normas democráticas acceder al poder, es querer deliberadamente regresar al pasado.
Bienvenidas todas las protestas contra la injusticia y la tremenda desigualdad, para ello existen muchísimos y muy variados cauces. No vivimos en ninguna situación límite en la que pueda admitirse, por grupos de izquierda, la quema de los camiones que transportan a la población ni mucho menos dinamitar las instalaciones, ya no digamos de factorías extranjeras —lo que resulta inadmisible—, sino de la empresa petrolera nacional.
¿Esto a quién sirve? Protestar hasta condenar la visita del secretario general del Partido Socialista Obrero Español, integrante de la Internacional Socialista y primer mandatario de España, es francamente demencial. ¿Será porque encabeza un gobierno vanguardista y moderno, como el que aquí pudiéramos tener?
Seis gobiernos estatales y el mayor número de alcaldes, senadores y diputados de izquierda nos hablan de que en este incompleto y muy perfectible sistema político y económico, las posibili-dades de gobernar son posibles. Con cerrazón y violencia no se consiguen adherentes, se fabrican obstáculos. Con plantones y dinamita no se construye una patria. Se pavimenta el caos.
cremouxra@hotmail.com
Raúl Cremoux
Escritor y periodista*
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El Universal-Mexico/21/07/2007
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