13/07/2007
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Líbano vive una crisis política total, auspiciada por Occidente, que se suma a los estragos humanos y económicos provocados por los bombardeos israelíes de hace un año. Israel sigue lamiéndose sus heridas tras el fiasco de su ofensiva terrestre mientras Hizbulah se prepara para un nuevo y seguro embate. Mientras tanto, el islamismo sunita armado (¿Al Qaeda?) ha irrumpido en el frágil escenario del país de los cedros.
12 de julio de 2006. Las primeras bombas israelíes alcanzan objetivos en Líbano. Es la respuesta del Tsahal (Ejército israelí) a la captura y muerte de varios soldados -que habían penetrado en suelo libanés- por parte de milicianos de la organización chiíta Hizbulah.
Las imágenes de pueblos enteros y barrios de Beirut totalmente destruidos por la aviación y la artillería israelíes sobrecogerán al mundo. El paisaje de destrucción recuerda al que dejó, entre 1975 y 1990, la llamada «guerra civil libanesa».
Los efectos fueron desoladores: 1.200 civiles muertos y 5.000 heridos. 800.000 personas huyeron de sus casas (107.000 resultaron destruidas, además de un millar de escuelas) y 250.000 hicieron lo propio, pero a otros países.
Las bombas israelíes retrotrajeron a Líbano veinte años atrás; no en vano destruyeron 32 puntos vitales y cientos de puentes y de carreteras.
Los «guerreros de Dios» (Hizbulah) respondieron lanzando miles de cohetes al norte de Israel, sembrando el pánico entre la población. Paralelamente, lograron frenar con sus tácticas guerrilleras una incursión terrestre israelí, liderada por sus «imbatibles» blindados Merkawa, que tenía como objetivo volver a ocupar la franja del sur libanés hasta el río Litani. Israel reconoció oficialmente 163 muertos, entre soldados y civiles, antes de poner fin, el 14 de agosto, a sus ataques.
Reconstrucción insuficiente
Un año después, el país vive una crisis económica feroz que se suma a la recesión estructural que sufría ya Líbano (41.000 millones de deuda pública) tras la corrupta y neoliberal gestión del ex primer ministro Rafic Hariri (muerto en atentado en 2005). Con un crecimiento negativo (-5%) en el año 2006, el decisivo sector servicios sigue estancado al calor del éxodo del turismo.
Más allá de Beirut, la agricultura -de la que subsiste la gran mayoría de la olvidada población- sigue sin recibir ayudas oficiales.
La prometida ayuda occidental es insuficiente y la población chiíta del extrarradio de Beirut y del sur -objetivo preferente de los bombardeos- denuncia discriminación de manos del Gobierno pro-occidental de Fuad Siniora a la hora del reparto.
Los damnificados sólo cuentan con las ayudas en mano de Hizbulah y con las que llegan -sin la intermediación del Gobierno- directamente de países árabes como Qatar.
Hizbullah, que reconoció dos centenares de bajas mortales, asegura disponer de 20.000 cohetes ante una eventual nueva agresión israelí. Pese a que EEUU exige su desarme, sólo ha logrado que el Ejército libanés se desplegara en su bastión del sur del país.
No obstante, sigue siendo omnipresente, aunque su presencia militar se haya vuelto a diluir entre la población.
Israel y la II Guerra de Líbano
Israel sigue rumiando una derrota que se ha cobrado su precio en las cúpulas militar y política y que ha dejado al Ehud Olmert tocado, si no hundido.
«Israel quiere terminar con Hizbulah pero necesita tiempo para volver a prepararse, quizás dos años. Hizbulah lo sabe y se está preparando. A tiempo completo», asegura Timur Goskel. experto en Oriente Medio.
Ofensiva política de EEUU
Impertérrita ante la destrucción del país, la Administración Bush la comparó entonces con «los dolores de parto de un nuevo Oriente Medio».
Cuando la sangre salpicó a su aliado israelí, EEUU levantó su veto a las presiones de la ONU para forzar un alto el fuego.
Un año después, Washington insiste en que «los libaneses salieron ganando» y presiona a su aliado Ejecutivo libanés para que mantenga el pulso frente a la oposición, pulso que condena al país a una crisis política que presagia grandes nubarrones.
Paralelamente, alienta la ofensiva contra el islamismo armado sunita, que ha llegado hasta los depauperados campos de refugiados palestinos.
El cocktail es explosivo. Las viejas espadas siguen en alto y hay datos que apuntan a que se han sumado algunas nuevas (como la de la red Al Qaeda).
La guerra vuelve a llamar a la puerta del país de los cedros.
Líbano vive una crisis política total, auspiciada por Occidente, que se suma a los estragos humanos y económicos provocados por los bombardeos israelíes de hace un año. Israel sigue lamiéndose sus heridas tras el fiasco de su ofensiva terrestre mientras Hizbulah se prepara para un nuevo y seguro embate. Mientras tanto, el islamismo sunita armado (¿Al Qaeda?) ha irrumpido en el frágil escenario del país de los cedros.
12 de julio de 2006. Las primeras bombas israelíes alcanzan objetivos en Líbano. Es la respuesta del Tsahal (Ejército israelí) a la captura y muerte de varios soldados -que habían penetrado en suelo libanés- por parte de milicianos de la organización chiíta Hizbulah.
Las imágenes de pueblos enteros y barrios de Beirut totalmente destruidos por la aviación y la artillería israelíes sobrecogerán al mundo. El paisaje de destrucción recuerda al que dejó, entre 1975 y 1990, la llamada «guerra civil libanesa».
Los efectos fueron desoladores: 1.200 civiles muertos y 5.000 heridos. 800.000 personas huyeron de sus casas (107.000 resultaron destruidas, además de un millar de escuelas) y 250.000 hicieron lo propio, pero a otros países.
Las bombas israelíes retrotrajeron a Líbano veinte años atrás; no en vano destruyeron 32 puntos vitales y cientos de puentes y de carreteras.
Los «guerreros de Dios» (Hizbulah) respondieron lanzando miles de cohetes al norte de Israel, sembrando el pánico entre la población. Paralelamente, lograron frenar con sus tácticas guerrilleras una incursión terrestre israelí, liderada por sus «imbatibles» blindados Merkawa, que tenía como objetivo volver a ocupar la franja del sur libanés hasta el río Litani. Israel reconoció oficialmente 163 muertos, entre soldados y civiles, antes de poner fin, el 14 de agosto, a sus ataques.
Reconstrucción insuficiente
Un año después, el país vive una crisis económica feroz que se suma a la recesión estructural que sufría ya Líbano (41.000 millones de deuda pública) tras la corrupta y neoliberal gestión del ex primer ministro Rafic Hariri (muerto en atentado en 2005). Con un crecimiento negativo (-5%) en el año 2006, el decisivo sector servicios sigue estancado al calor del éxodo del turismo.
Más allá de Beirut, la agricultura -de la que subsiste la gran mayoría de la olvidada población- sigue sin recibir ayudas oficiales.
La prometida ayuda occidental es insuficiente y la población chiíta del extrarradio de Beirut y del sur -objetivo preferente de los bombardeos- denuncia discriminación de manos del Gobierno pro-occidental de Fuad Siniora a la hora del reparto.
Los damnificados sólo cuentan con las ayudas en mano de Hizbulah y con las que llegan -sin la intermediación del Gobierno- directamente de países árabes como Qatar.
Hizbullah, que reconoció dos centenares de bajas mortales, asegura disponer de 20.000 cohetes ante una eventual nueva agresión israelí. Pese a que EEUU exige su desarme, sólo ha logrado que el Ejército libanés se desplegara en su bastión del sur del país.
No obstante, sigue siendo omnipresente, aunque su presencia militar se haya vuelto a diluir entre la población.
Israel y la II Guerra de Líbano
Israel sigue rumiando una derrota que se ha cobrado su precio en las cúpulas militar y política y que ha dejado al Ehud Olmert tocado, si no hundido.
«Israel quiere terminar con Hizbulah pero necesita tiempo para volver a prepararse, quizás dos años. Hizbulah lo sabe y se está preparando. A tiempo completo», asegura Timur Goskel. experto en Oriente Medio.
Ofensiva política de EEUU
Impertérrita ante la destrucción del país, la Administración Bush la comparó entonces con «los dolores de parto de un nuevo Oriente Medio».
Cuando la sangre salpicó a su aliado israelí, EEUU levantó su veto a las presiones de la ONU para forzar un alto el fuego.
Un año después, Washington insiste en que «los libaneses salieron ganando» y presiona a su aliado Ejecutivo libanés para que mantenga el pulso frente a la oposición, pulso que condena al país a una crisis política que presagia grandes nubarrones.
Paralelamente, alienta la ofensiva contra el islamismo armado sunita, que ha llegado hasta los depauperados campos de refugiados palestinos.
El cocktail es explosivo. Las viejas espadas siguen en alto y hay datos que apuntan a que se han sumado algunas nuevas (como la de la red Al Qaeda).
La guerra vuelve a llamar a la puerta del país de los cedros.
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