16/7/07

“Delenda est Irán” (Versión USA)

16/07/2007
Hassinamechai
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Traducido por Caty R.*
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“Delenda est Cartago”, repetía sin descanso Catón el Viejo en la Roma imperial. En el centro del Senado concluía siempre, no importa cuál fuera el objeto de su discurso, con estas palabras: “Debemos destruir Cartago”. Informaba así a la Roma imperial e imperiosa de la creciente competencia de esta ciudad púnica, la protopotencia que se estaba convirtiendo en la nueva amenaza de la hegemonía absoluta de Roma. Sus advertencias desembocaron en la tercera guerra púnica y la destrucción de Cartago.
“Delenda est Irán”, va repitiendo al estilo yanqui Bush el Joven mientras comenta y explica a su manera todas las crisis medio-orientales: Hay que destruir Irán, país al que acusa de la agitación, conspiración y desestabilización, por sí solo, de la región. Asistimos así al fortalecimiento de una acusación a Irán idéntica a la que condujo a la segunda guerra contra Iraq hace algunos años.
Todo empezó como quien no quiere la cosa, sesgadamente, por medio de artículos e imágenes amortiguados en un puntillismo diplomático-mediático que dibuja en perspectiva el cuadro de una futura “guerra preventiva” (¡Oh, el bello oxímoron…!) contra Irán. Se destila en la opinión pública, en un crescendo bélico, la idea de que Irán sería el obstáculo principal para la estabilización del Próximo Oriente, hasta conseguir que dicha opinión pública se convenza por sí misma de la apocalíptica “amenaza” iraní.
Regresa una situación ya usada pero obviamente no agotada: la de las armas de destrucción masiva utilizada para Iraq y actualizada en la “bomba nuclear chií” para Irán.
Las palabras han cambiado pero la idea sigue siendo la misma. Los estrategas estadounidenses no se han tomado la molestia de proporcionar otro motivo para la guerra porque para ellos es cierta la idea de que una mentira se convierte en mensaje cuando se repite salmodiada en una letanía obsesiva, como hizo Catón el Viejo a propósito de Cartago.
Los medios de comunicación, aún mejor que el Senado romano, ofrecen así un altavoz de alcance mundial para ese mantra marcial.
Incluso se ha apelado al cine de Hollywood para desbrozar y allanar el terreno simbólico y psicológico que conduce al futuro campo de batalla. La película “300”, estrenada recientemente, ofrece una “original” visión de la antigua batalla de las Termópilas que enfrentó a persas y griegos.
Los persas, extrañamente “arabizados” (persas y árabes para algunos son turbantes blancos y blancos turbantes, todos lo mismo: “mahometanos”) bajo las kufiyas anacrónicas y que enarbolan cimitarras muy “yihadistas” son naturalmente crueles, pérfidos e insensibles con sus máscaras intercambiables. Los griegos “americazanizados”, de mandíbulas cuadradas y banderas al viento son valientes, vigorosos y perfectamente humanizados por profundos sentimientos. ¿Hace falta señalar la analogía subliminal con el nudo gordiano precisando que aquella batalla de las Termópilas está considerada históricamente como el punto de partida de la democracia griega?
En la llamada prensa “mainstream” (que cuenta con muchos medios y llega fácilmente al gran público, N. de T.) el puntillismo se ha sustituido recientemente por un tratamiento denso y belicoso. Así diversos artículos ya han empezado a acusar a Irán de abastecer sucesivamente a los talibanes en Afganistán, a Hezbolá en Líbano, a Hamás en Palestina, a la resistencia contra la ocupación en Iraq… En cuanto se descubra un vínculo entre el Al Qaeda suní y el Irán chií habremos llegado al principio del fin.
Es extraña esta inversión de los hechos, el desquiciamiento ideológico que convierte a una potencia extranjera ocupante en la región, en el sostén de la paz. Al leer ciertos medios de comunicación entramos en una realidad telegénicamente modificada, una burbuja de información especulativa que se hincha y autoalimenta con un flujo incesante.
Sin embargo los hechos, los simples hechos, son lo único necesario para la comprensión de esta región medio-oriental que cristaliza tantas crisis y retos tan grandes.
Pero es allí, desgraciadamente, donde se está midiendo toda la potencia de Estados Unidos, el imperio dirigente por excelencia que decide unilateralmente los hechos internacionales y el significado que hay que darles; potencia simbólica que nos hace pasar al otro lado del espejo, a un mundo en el que el reflejo decide la sustancia del objeto reflejado y donde la interpretación supera a la realidad.
Con todo, en nuestro sistema internacional que ha hecho de la bomba atómica la piedra angular del poder de los países, cualquier estado mínimamente implicado en la realidad política de las relaciones internacionales tendría que pensar en dotarse de las defensas necesarias si hubiera visto a su vecino Iraq completamente destruido después de dos guerras, un embargo asesino y ocupado con un pretexto falaz.
Que Irán piense en el arma nuclear con la lógica de esta seguridad, no tiene pues nada de sorprendente y casi se puede encuadrar en la llamada “defensa preventiva”, para copiar la neolengua de moda en las relaciones internacionales. Y a eso hay que añadir que Irán es vecino de Israel quien, rechazando siempre cualquier control internacional, dispone con toda seguridad del arma nuclear.
La política de Estados Unidos en esta región extremadamente sensible se parece cada vez más a la cama de Procusto o la de Sodoma. En la tradición hebraica se cuenta que Dios decidió destruir Sodoma debido a la crueldad de su pueblo. La leyenda pone como ejemplo esta famosa cama. Cuando un forastero venía a Sodoma se le acostaba en ella. Si era demasiado grande se le cortaban las piernas y si era demasiado pequeño se estiraban sus miembros para que su cuerpo se ajustase perfectamente a las medidas de la cama.
Así va la política estadounidense, rígida y errática: hay que cortar todo lo que sobrepasa y estirar artificialmente lo que no se ajusta a las inamovibles prescripciones bélicas hasta la obtención de los resultados deseados.
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*Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate.
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Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.

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