10/07/2007
Opinión
Opinión
M. H. Lagarde
La Jiribilla
La Jiribilla
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Como suele ocurrir en estos tiempos de enlaces y complicidades mediáticas, un artículo puede aparecer en disímiles lugares a la misma vez. Algo así debe estar ocurriendo ahora con Apóstata de la fe, escrito por el reconocido novelista nicaragüense Sergio Ramírez.
No es de extrañar que más de un editor comparta y se solidarice con el lamento de una prominente figura de las letras, sobre todo, si esta se declara víctima de un tribunal ideológico mundial, denominado En defensa de la humanidad, que, según afirma, lo “ha separado del rebaño de los buenos premiados con las delicias del cielo de la izquierda oficial”, y enviado “al plan de los infiernos donde se consumen entre llantos y crujir de dientes los condenados de la derecha. La sentencia puede leerse en dos artículos de prensa distribuidos por el capítulo cubano del Santo Tribunal”.
Lo raro, sin embargo, en estos tiempos, intertextuales e interactivos, es que los mismos editores ignoren los dos mencionados artículos en los que aparece la sentencia del llamado tribunal y por tanto dejen sin saber al lector cuál es el verdadero origen del acongojado pesar del escritor nicaragüense.
Para quienes no están enterados de los antecedentes, baste decirles que la causa de las lágrimas de Ramírez provienen de otro texto publicado por él anteriormente en el diario español El País bajo el título de Crimen y castigo, en el que el ex vicepresidente del sandinismo nicaragüense, devenido paladín de la libertad de expresión, se opone al cierre de RCTV, esencialmente porque los venezolanos, presuntas víctimas del totalitarismo, tendrán la desdicha de prescindir de toneladas de televisión basura.
Era de esperarse que tan cínico y manipulador argumento, escrito para estar a tono, ya sea con la línea editorial de El País o con la línea de pensamiento y acción de la contrarrevolución venezolana, que al fin y al cabo son muy similares, llame la atención de quienes creen que, hasta las más reaccionarias ideas de la derecha, pueden ser defendidas con un poco más de ética y seriedad.
Ideología y diversidad cultural, de Enrique Ubieta y ¿Es usted un guerrillero latinoamericano convertido al neoliberalismo? En el diario El País hay un sitio para usted, de Pascual Serrano, son los artículos que han puesto a llorar como una Magdalena a Sergio Ramírez, no precisamente por los rincones de la red.
Después de leídos esos textos el lector coincidirá conmigo en la curiosa manera que tiene Ramírez de defender la libertad cultural y de pensamiento que preconiza en Crimen y Castigo. Si alguien osa disentir de sus criterios se declara víctima nada menos que de un Santo Tribunal Mundial.
Pero en realidad el novelista nicaragüense simplemente cumple las funciones de aquellos intelectuales traumatizados por los reveses de la izquierda —en su caso, primero, la derrota del sandinismo y luego la caída del socialismo real en la Europa del este— que, desilusionados o desanimados, han puesto sus ordenadores, consciente o inconscientemente, al servicio de la libertad para unos pocos que propugna la democracia del mercado. Para Ramírez, ese mercado tiene un nombre concreto: el grupo PRISA, dedicado a la manutención, a golpe de sustanciosos premios y derechos de autor, de los opinadores de su estirpe.
A estas alturas no es secreto para nadie que los ex conversos de la izquierda que hoy tienen todo el espacio disponible en El País o en cualquier otra publicación de aparentemente izquierdista trayectoria y nombre, han sido y son usados, por el poder invisible del nuevo régimen totalitario mundial, como punta de lanza para hacer leña de las astas de las banderas que otrora enarbolaron entusiastas.
En la ya vieja escuela de la propaganda anticomunista de la guerra fría nadie resultaba más convincente que un renegado. Ante los denuestos y arrepentimientos del apóstata, como ante los melodramas de las telenovelas, suele sucumbir con facilidad el receptor ingenuo y mal informado. A fin de cuentas, piensa el incauto, quien ha sido una víctima o victimario habla con conocimiento de causa. Para achacar a los proyectos contrahegemónicos de hoy, los horrores del totalitarismo stalinista, el traidor ha sido hasta ahora la voz más autorizada.
Como ya este proceder apenas si engaña a nadie, desde hace un tiempo acá, la nueva misión del renegado parece ser la de fragmentar a la izquierda a partir de balcanizadas variantes definitorias y falsas tomas de posición política. Este tipo de intelectual con acceso a los espacios donde se impone y fabrica el pensamiento único, aún cuando sus argumentos y análisis responden de manera servil a los intereses de la derecha que bien le paga, se empeña a ultranza en declararse un afiliado de la izquierda.
Y esto es precisamente lo que hace Ramírez en Apóstata de la fe. Se camufla de izquierdista aun cuando en su Crimen y castigo defiende, casualmente, el mismo método usado por RCTV para ocultar el regreso de Chávez al poder tras el fracaso del breve golpe de abril de 2002, suspender la programación noticiosa y atiborrar a los espectadores venezolanos de lo más barato de la creación televisiva durante varios días.
De igual forma, ignora que el 80 % de los canales de TV abierta de Venezuela y emisoras de radio pertenecen al sector privado, lo que ocurre con 118 periódicos de cobertura regional y nacional. Unas y otros disfrutan de la libertad de reportar, analizar y expresar sus opiniones. Muchos lo hacen de manera estridente en contra del Gobierno y sin ninguna amenaza o consecuencia. Como si fuera poco, en la mayoría de ellos prevalece, además, el mal gusto que al autor de Mentiras verdaderas le gusta.
En sus andanzas por México o por Madrid, Ramírez no pudo ver, por supuesto, por ese espejo de la verdad mundial que es CNN, que en unas de las marchas a favor de RCTV en Caracas, con las que se declara seriamente comprometido, fue visto (y fotografiado) el “progresista” Bowen Rosten, quien no es otro que el mismísimo director de la CIA para América Latina.
Pero Ramírez es de izquierda sobre todo al cobrar por sus ignorancias a El País, un diario (¿también de izquierda?) que aplaudió y apoyó sin miramientos el inconstitucional golpe de estado de abril de 2002 en Venezuela.
El multipremiado escritor debería leer más profundamente a Bobbio, a quien cita como experto en materia de metamorfosis política. Creo que fue el socialdemócrata italiano quien dijo que una de las funciones del intelectual debe ser aquella de "sembrar dudas y no de recoger certezas". Para el novelista nicaragüense, esta proyección sería un gran adelanto si se tiene en cuenta que para él la función de intelectual parece ser la de sembrar la confusión en la certeza.
Debía también imitar al intelectual italiano en cuanto a su actuar ético. Tras hacerse pública la carta de Bobbio le dirigiera a Mussolini en julio de 1935 en la que se disculpaba ante el Duce y se confesaba “un buen patriota y un buen fascista”, Bobbio reconoció después en su Autobiografía (pp. 48-51 en la edición de Taurus, que Ramírez puede solicitar gratuitamente a sus empleadores de PRISA, también propietarios de dicho sello editorial), que “En esta carta me he encontrado de pronto cara a cara con mi otro yo, que creía haber derrotado para siempre”.
El ex vicepresidente sandinista debería hacer otro tanto, reconocer su apostasía sin ironías ni trucos baratos, simplemente, con sinceridad.
Como suele ocurrir en estos tiempos de enlaces y complicidades mediáticas, un artículo puede aparecer en disímiles lugares a la misma vez. Algo así debe estar ocurriendo ahora con Apóstata de la fe, escrito por el reconocido novelista nicaragüense Sergio Ramírez.
No es de extrañar que más de un editor comparta y se solidarice con el lamento de una prominente figura de las letras, sobre todo, si esta se declara víctima de un tribunal ideológico mundial, denominado En defensa de la humanidad, que, según afirma, lo “ha separado del rebaño de los buenos premiados con las delicias del cielo de la izquierda oficial”, y enviado “al plan de los infiernos donde se consumen entre llantos y crujir de dientes los condenados de la derecha. La sentencia puede leerse en dos artículos de prensa distribuidos por el capítulo cubano del Santo Tribunal”.
Lo raro, sin embargo, en estos tiempos, intertextuales e interactivos, es que los mismos editores ignoren los dos mencionados artículos en los que aparece la sentencia del llamado tribunal y por tanto dejen sin saber al lector cuál es el verdadero origen del acongojado pesar del escritor nicaragüense.
Para quienes no están enterados de los antecedentes, baste decirles que la causa de las lágrimas de Ramírez provienen de otro texto publicado por él anteriormente en el diario español El País bajo el título de Crimen y castigo, en el que el ex vicepresidente del sandinismo nicaragüense, devenido paladín de la libertad de expresión, se opone al cierre de RCTV, esencialmente porque los venezolanos, presuntas víctimas del totalitarismo, tendrán la desdicha de prescindir de toneladas de televisión basura.
Era de esperarse que tan cínico y manipulador argumento, escrito para estar a tono, ya sea con la línea editorial de El País o con la línea de pensamiento y acción de la contrarrevolución venezolana, que al fin y al cabo son muy similares, llame la atención de quienes creen que, hasta las más reaccionarias ideas de la derecha, pueden ser defendidas con un poco más de ética y seriedad.
Ideología y diversidad cultural, de Enrique Ubieta y ¿Es usted un guerrillero latinoamericano convertido al neoliberalismo? En el diario El País hay un sitio para usted, de Pascual Serrano, son los artículos que han puesto a llorar como una Magdalena a Sergio Ramírez, no precisamente por los rincones de la red.
Después de leídos esos textos el lector coincidirá conmigo en la curiosa manera que tiene Ramírez de defender la libertad cultural y de pensamiento que preconiza en Crimen y Castigo. Si alguien osa disentir de sus criterios se declara víctima nada menos que de un Santo Tribunal Mundial.
Pero en realidad el novelista nicaragüense simplemente cumple las funciones de aquellos intelectuales traumatizados por los reveses de la izquierda —en su caso, primero, la derrota del sandinismo y luego la caída del socialismo real en la Europa del este— que, desilusionados o desanimados, han puesto sus ordenadores, consciente o inconscientemente, al servicio de la libertad para unos pocos que propugna la democracia del mercado. Para Ramírez, ese mercado tiene un nombre concreto: el grupo PRISA, dedicado a la manutención, a golpe de sustanciosos premios y derechos de autor, de los opinadores de su estirpe.
A estas alturas no es secreto para nadie que los ex conversos de la izquierda que hoy tienen todo el espacio disponible en El País o en cualquier otra publicación de aparentemente izquierdista trayectoria y nombre, han sido y son usados, por el poder invisible del nuevo régimen totalitario mundial, como punta de lanza para hacer leña de las astas de las banderas que otrora enarbolaron entusiastas.
En la ya vieja escuela de la propaganda anticomunista de la guerra fría nadie resultaba más convincente que un renegado. Ante los denuestos y arrepentimientos del apóstata, como ante los melodramas de las telenovelas, suele sucumbir con facilidad el receptor ingenuo y mal informado. A fin de cuentas, piensa el incauto, quien ha sido una víctima o victimario habla con conocimiento de causa. Para achacar a los proyectos contrahegemónicos de hoy, los horrores del totalitarismo stalinista, el traidor ha sido hasta ahora la voz más autorizada.
Como ya este proceder apenas si engaña a nadie, desde hace un tiempo acá, la nueva misión del renegado parece ser la de fragmentar a la izquierda a partir de balcanizadas variantes definitorias y falsas tomas de posición política. Este tipo de intelectual con acceso a los espacios donde se impone y fabrica el pensamiento único, aún cuando sus argumentos y análisis responden de manera servil a los intereses de la derecha que bien le paga, se empeña a ultranza en declararse un afiliado de la izquierda.
Y esto es precisamente lo que hace Ramírez en Apóstata de la fe. Se camufla de izquierdista aun cuando en su Crimen y castigo defiende, casualmente, el mismo método usado por RCTV para ocultar el regreso de Chávez al poder tras el fracaso del breve golpe de abril de 2002, suspender la programación noticiosa y atiborrar a los espectadores venezolanos de lo más barato de la creación televisiva durante varios días.
De igual forma, ignora que el 80 % de los canales de TV abierta de Venezuela y emisoras de radio pertenecen al sector privado, lo que ocurre con 118 periódicos de cobertura regional y nacional. Unas y otros disfrutan de la libertad de reportar, analizar y expresar sus opiniones. Muchos lo hacen de manera estridente en contra del Gobierno y sin ninguna amenaza o consecuencia. Como si fuera poco, en la mayoría de ellos prevalece, además, el mal gusto que al autor de Mentiras verdaderas le gusta.
En sus andanzas por México o por Madrid, Ramírez no pudo ver, por supuesto, por ese espejo de la verdad mundial que es CNN, que en unas de las marchas a favor de RCTV en Caracas, con las que se declara seriamente comprometido, fue visto (y fotografiado) el “progresista” Bowen Rosten, quien no es otro que el mismísimo director de la CIA para América Latina.
Pero Ramírez es de izquierda sobre todo al cobrar por sus ignorancias a El País, un diario (¿también de izquierda?) que aplaudió y apoyó sin miramientos el inconstitucional golpe de estado de abril de 2002 en Venezuela.
El multipremiado escritor debería leer más profundamente a Bobbio, a quien cita como experto en materia de metamorfosis política. Creo que fue el socialdemócrata italiano quien dijo que una de las funciones del intelectual debe ser aquella de "sembrar dudas y no de recoger certezas". Para el novelista nicaragüense, esta proyección sería un gran adelanto si se tiene en cuenta que para él la función de intelectual parece ser la de sembrar la confusión en la certeza.
Debía también imitar al intelectual italiano en cuanto a su actuar ético. Tras hacerse pública la carta de Bobbio le dirigiera a Mussolini en julio de 1935 en la que se disculpaba ante el Duce y se confesaba “un buen patriota y un buen fascista”, Bobbio reconoció después en su Autobiografía (pp. 48-51 en la edición de Taurus, que Ramírez puede solicitar gratuitamente a sus empleadores de PRISA, también propietarios de dicho sello editorial), que “En esta carta me he encontrado de pronto cara a cara con mi otro yo, que creía haber derrotado para siempre”.
El ex vicepresidente sandinista debería hacer otro tanto, reconocer su apostasía sin ironías ni trucos baratos, simplemente, con sinceridad.
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