24/07/2007
Ricardo Alemán
AMLO, PRD y FAP, la fractura
AMLO, PRD y FAP, la fractura
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Dejan solo a López Obrador, una vez que ya no es símbolo de poder
Y resulta que en la nueva correlación, hoy muchos se dicen “chuchos”
Era sólo cuestión de tiempo. Y no pasó mucho más de un año —contado a partir del 2 de julio de 2006—, para que se confirmara lo que todos sabían, pero que algunos se negaban a aceptar: la fractura entre esa alianza forzada —y contranatura— que se dio entre PRD, PT y Convergencia con el ex candidato Andrés Manuel López Obrador, y que en un lance de sorprendente genialidad fue bautizada como Frente Amplio Progresista.
Hace casi un año dijimos aquí que el FAP en realidad “ni es frente, ni es amplio, ni es progresista”. ¿Por qué? Porque todos conocen a los líderes del PT, PRD y Convergencia, Leonel Cota, Alberto Anaya y Dante Delgado —sobre todo los dos últimos, verdaderos mercenarios de la política, dueños de esas empresas familiares a las que llaman partidos, que viven del dinero público y se venden al mejor postor—, y porque el PRD es una fuerza social que va mucho más allá de López Obrador; es un conjunto de grupos políticos e intereses en constante choque, muchos relegados y hasta aplastados por el nuevo “culto a la personalidad” que se impuso en el partido amarillo rumbo a 2006.
La ruptura
Y precisamente a un año de distancia, se confirmó la fractura del FAP y del PRD frente al otrora “indestructible” candidato, simpático “presidente legítimo” y sedicente jefe de la llamada izquierda mexicana. Y es que cada vez les cuesta más trabajo —a los líderes de esa mezcolanza de partidos que se definen como FAP— sostener un mínimo de congruencia entre sus intereses personalísimos, los de sus grupos, su vocación de mercenarios de la política y sus acciones, frente a los dislates y despropósitos del “legítimo”.
Más aún, resultan de “pena ajena” los espectáculos públicos —como el rabioso llamado a la “cero negociación” sobre la reforma fiscal, al que nadie hizo caso— y los pleitos privados en los que cada vez son menos los que se quedan callados frente a los delirios discursivos del “legítimo”. Y no se digan los desencuentros electorales y peleas mediáticas entre frentistas, que llegaron a extremos como el de proponer la expulsión de Ricardo Monreal —senador y ex gobernador de Zacatecas—, por cometer el delito de ejercer el deporte favorito de esa izquierda mexicana: el de trapecista de partidos.
Pero hasta hace unos días, la esquizofrenia del FAP no había sido más que parte de la muy doméstica picaresca política mexicana, hasta que llegó a México en visita oficial el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al que AMLO mandó decir —a través de su “cachirul” canciller Gustavo Iruegas— que “no es bienvenido en México”, que es non grato, porque “no cuenta con la confianza del pueblo de México”. Es decir, AMLO se asume como la conciencia moral y política del “pueblo de México”.
En efecto, el mensaje era congruente con el repudio del lopezobradorismo a Rodríguez Zapatero, por haber sido el primer mandatario extranjero en reconocer el triunfo electoral de Calderón. Pero resulta que ante la descortesía diplomática del “legítimo”, casi todos sus otrora “fieles” saltaron frente a lo que consideraron mucho más que una descortesía diplomática del FAP y de AMLO a Rodríguez Zapatero. Brincaron porque vieron una suerte de suicidio político a los ojos del exterior. Es decir, AMLO, el PRD, el FAP y todo “el movimiento”, quedaron exhibidos en los reflectores mediáticos del mundo como una izquierda locuaz, poco seria y nada confiable.
Hoy se sabe que los insultos lanzados por AMLO contra Rodríguez Zapatero —a través de su cuello de ganso Gustavo Iruegas—, en realidad habrían obedecido a que el “legítimo” intentó un encuentro con el gobernante español —en su calidad precisamente de “presidente legítimo”—, lo que por elemental sentido común habría sido rechazado por Zapatero. Pero luego de los insultos contra el mandatario, se prendieron los focos rojos entre los jerarcas del PRD, el FAP y los cercanos a AMLO, quienes debieron pasar la pena de rogar por un encuentro informal con Zapatero, para casi suplicarle, que los entendiera, que ellos no avalaban la conducta de López Obrador.
Casi en su totalidad, la plana mayor del PRD y del FAP —incluso Alejandro Encinas— debió remendar el entuerto, en tanto que más habilidoso, “colmilludo” como es, el jefe de gobierno Marcelo Ebrard se saltó todas las trancas de su jefe “legítimo”, y recibió a Zapatero con bombo y platillo; le entregó las llaves de la ciudad y se dijo halagado con su visita. Claro, horas después quemó incienso a AMLO al decir que su reclamo contra el gobernante español, es legítimo. Ejemplo de esa peculiar congruencia demagógica del señor Marcelo Ebrard.
La farsa
Pero en realidad no se puede hablar de una ruptura formal entre el FAP, el PRD y AMLO, porque sólo se rompe aquello que alguna vez estuvo unido. En el fondo, la integración del FAP no era y no es más que una farsa política para justificar el discurso del fraude. Resulta innegable que una buena parte de los centros reales de poder logrados por los partidos que integran el FAP en la elección de julio de 2006 son producto de la popularidad de AMLO. En estricto sentido, desde Marcelo Ebrard, pasando por diputados y senadores, y hasta jefes delegacionales y posiciones que lograron el PT y Convergencia, son resultado de la popularidad del caudillo y del voto que jaló López Obrador.
Por esa razón, en el discurso y ante los reflectores mediáticos, todos se dijeron comprometidos con el “líder máximo”, siguieron el juego discursivo del fraude y aparecieron junto con AMLO en los llenos del zócalo y en esa farsa llamada Convención Nacional Democrática, en donde sólo se pretendió demostrar el “músculo” del derrotado aspirante. Pero en la práctica, en el ejercicio cotidiano de la política, en los juegos de la negociación y la venta de las franquicias al mejor postor, el PT y Convergencia siempre marcaron su raya. Y los ejemplos están a la vista de todos. Uno de los ejemplos más claros es lo ocurrido en Zacatecas, en donde las siglas del PRD perdieron casi todo frente a PAN y PRI por las peleas entre amlistas, petistas y monrealistas. ¿Qué no los que peleaban son del mismo FAP?
Resultaba de risa loca —por decir lo menos— la incongruencia entre lo dicho y los hechos. En efecto, cuando AMLO insistía en la ilegitimidad del gobierno de Calderón, eran solidarios en el discurso diputados federales de los tres partidos que integran el FAP, el jefe de Gobierno del DF, los jefes delegacionales y diputados a la Asamblea Legislativa, pero al mismo tiempo mantenían sus respectivos cargos y se beneficiaban de todo lo que esos cargos proveían, a pesar de que esas posiciones eran producto de la misma elección supuestamente fraudulenta. La solidez del Frente Amplio, su congruencia entre los dichos y los hechos, y el rumbo de confrontación que propuso López Obrador desde la noche misma del 2 de julio, hicieron evidente que el FAP nació muerto, ya no se diga fracturado.
Las señales
Y no veían sólo quienes preferían cerrar los ojos a la realidad. Los choques y peleas abiertas cada lunes entre los integrantes del FAP con AMLO eran un secreto a voces. Hasta antes del 2 de julio, frente a la expectativa de que Obrador sería el nuevo Presidente, todos los políticos del PRD, PT y Convergencia actuaron con absoluta sumisión, no fuera que el “iluminado” los dejara fuera del reparto de poder. Cuestionar o contradecir a AMLO en esos tiempos era lo más cercano al suicidio político. Pero la vergonzosa fragilidad de la lealtad —luego de que AMLO parecía que alcanzaría el poder— comenzó a darse apenas el 3 de julio de 2006, y no se diga a un año de distancia, cuando los otrora leales ven a AMLO como un peligroso lastre para los intereses de partidos y políticos agrupados en el FAP.
La primera gran señal pública —luego de innumerables desencuentros privados— se dio precisamente durante la celebración del primer aniversario del “gran fraude”, cuando en la plaza pública, AMLO ordenó “cero negociaciones” con el gobierno “espurio” de Calderón, en lo referente a la reforma fiscal. La respuesta fue inmediata. Los grupos de poder del PRD y del FAP en general saltaron, dijeron que no acatarían esa instrucción y elaboraron su propia propuesta de reforma fiscal. Por una extraña razón —en realidad una penosa sinrazón— la izquierda se colocó del lado de los grandes empresarios, que lloriquearon al ver afectados sus intereses.
Nadie sabe qué va a pasar al final de cuentas sobre la reforma fiscal. Es muy probable que el PRI y el PAN la saquen adelante con cambios importantes propuestos por el PRI y el PRD, y que se impulse también una reforma al régimen fiscal de Pemex. Pero esos serán acuerdos políticos en los que el PRD y el FAP no aparecerán en la foto. Y es que aún les pesa “el qué dirán” del señor “legítimo”. Lo cierto es que en el terreno legislativo, el FAP ya no responde a los delirios de López Obrador, cuyo único objetivo es crear su propia fuerza social —a partir de su recorrido por el país—, y apostarle al fracaso del gobierno de Calderón. ¿Cuántos están dispuestos a seguir esa locura? El tiempo hablará en su momento.
Pierde el PRD
Pero la señal más clara del rompimiento entre AMLO y el PRD se dio apenas el pasado domingo, cuando el partido seleccionó a mil 200 de los mil 600 delegados a su Consejo Nacional —previsto para agosto próximo—, en el que deberán establecer las reglas para elegir a la nueva dirigencia nacional. Como todos saben, la dirigencia del PRD está en manos de Leonel Cota, uno de los más mediocres políticos del PRI, que se convirtió a la izquierda en tiempos de la presidencia de AMLO y que, por esa razón —por su docilidad y servilismo—, fue impuesto por López Obrador frente al PRD.
Pero en marzo de 2008, el señor Cota deberá dejar el cargo, y tendrá que ser electo su relevo. En preparación para ese cambio en la dirigencia nacional del partido, que también deberá ser un cambio en la orientación política y estratégica del PRD, en tres semanas se reformarán los estatutos para impedir una nueva imposición.
Pues bien, el domingo pasado, la militancia del PRD eligió a los delegados al Consejo Nacional. ¿Y que creen? Pues sí, el gran derrotado de esa contienda interna fue el líder López Obrador. ¿Por qué se produjo esa escandalosa derrota? Además de las denuncias de fraude —de las que no ha estado exento ningún proceso interno del PRD, incluyendo aquellos en los que AMLO resultó ganancioso—, porque una mayoría de perredistas no está dispuesta a seguir el camino del suicidio político que propone AMLO. Y es que López Obrador puede recorrer el país y llenar plazas de simpatizantes y enamorados; puede seguir exaltando el cuento del fraude, la farsa de la Convención Nacional y puede seguir escupiendo su rencor político y social contra el gobierno de Calderón, pero el PRD es un partido de grupos políticos, de cuadros estatales y municipales, de políticos que aspiran a posiciones de poder, más que discursos rabiosos que cada día convencen menos a los ciudadanos.
En la práctica, el PRD y su otrora “indestructible” se toparon con una encrucijada que no supieron procesar juntos. Por un lado, AMLO y su cada vez más reducido número de leales, siguieron el camino de la confrontación y la apuesta por el fracaso del gobierno derechista de Calderón —con toda la carga de rencor político y social que eso significa—, mientras que una buena parte del resto de las tribus perredistas caminaron por el otro sendero, el de una oposición que si bien en el discurso sigue desconociendo la legitimidad de Calderón —y no les queda otra que seguir con el discurso, a pesar de que saben que es una farsa—, en la práctica usa los instrumentos de la oposición leal; los de la política, el debate, la negociación, el acuerdo y, sobre todo, una pizca de autocrítica.
La próxima dirigencia del PRD —que entrará en marzo de 2008— estará presidida por Los Chuchos, el sector del PRD más influyente, el que en la última década enfrentó por todos los caminos posibles al autoritarismo de López Obrador, y que ha sido el único grupo que a gritos —en las reuniones de los lunes con AMLO— cuestiona el suicidio político al que el señor “legítimo” quiere llevar a esa izquierda. Y por supuesto que Los Chuchos no son hermanas de la caridad. Son un grupo político en donde también hay pillos y tramposos, pero también son un grupo político que sabe para qué sirve la política. Por cierto, hoy son muchos los que dicen que siempre han sido chuchos.
AMLO y su partido
Pero suponer que López Obrador está acabado por las derrotas que ha sufrido en los más recientes 12 meses, sería lo más parecido a creer en el engaño del fraude. No, el señor “legítimo” trabaja en la construcción de su propia fuerza política, lo que en algunos meses podría ser su propio partido, ya que sabe bien que será casi imposible un nuevo intento por alcanzar el poder a través de las siglas del PRD. El problema es que ya no cuenta con las fabulosas fuentes de poder y dinero público que, como jefe de Gobierno del DF, le permitieron montar su campaña presidencial. Y la historia no se repite, a pesar de todo.
aleman2@prodigy.met.mx
Dejan solo a López Obrador, una vez que ya no es símbolo de poder
Y resulta que en la nueva correlación, hoy muchos se dicen “chuchos”
Era sólo cuestión de tiempo. Y no pasó mucho más de un año —contado a partir del 2 de julio de 2006—, para que se confirmara lo que todos sabían, pero que algunos se negaban a aceptar: la fractura entre esa alianza forzada —y contranatura— que se dio entre PRD, PT y Convergencia con el ex candidato Andrés Manuel López Obrador, y que en un lance de sorprendente genialidad fue bautizada como Frente Amplio Progresista.
Hace casi un año dijimos aquí que el FAP en realidad “ni es frente, ni es amplio, ni es progresista”. ¿Por qué? Porque todos conocen a los líderes del PT, PRD y Convergencia, Leonel Cota, Alberto Anaya y Dante Delgado —sobre todo los dos últimos, verdaderos mercenarios de la política, dueños de esas empresas familiares a las que llaman partidos, que viven del dinero público y se venden al mejor postor—, y porque el PRD es una fuerza social que va mucho más allá de López Obrador; es un conjunto de grupos políticos e intereses en constante choque, muchos relegados y hasta aplastados por el nuevo “culto a la personalidad” que se impuso en el partido amarillo rumbo a 2006.
La ruptura
Y precisamente a un año de distancia, se confirmó la fractura del FAP y del PRD frente al otrora “indestructible” candidato, simpático “presidente legítimo” y sedicente jefe de la llamada izquierda mexicana. Y es que cada vez les cuesta más trabajo —a los líderes de esa mezcolanza de partidos que se definen como FAP— sostener un mínimo de congruencia entre sus intereses personalísimos, los de sus grupos, su vocación de mercenarios de la política y sus acciones, frente a los dislates y despropósitos del “legítimo”.
Más aún, resultan de “pena ajena” los espectáculos públicos —como el rabioso llamado a la “cero negociación” sobre la reforma fiscal, al que nadie hizo caso— y los pleitos privados en los que cada vez son menos los que se quedan callados frente a los delirios discursivos del “legítimo”. Y no se digan los desencuentros electorales y peleas mediáticas entre frentistas, que llegaron a extremos como el de proponer la expulsión de Ricardo Monreal —senador y ex gobernador de Zacatecas—, por cometer el delito de ejercer el deporte favorito de esa izquierda mexicana: el de trapecista de partidos.
Pero hasta hace unos días, la esquizofrenia del FAP no había sido más que parte de la muy doméstica picaresca política mexicana, hasta que llegó a México en visita oficial el jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al que AMLO mandó decir —a través de su “cachirul” canciller Gustavo Iruegas— que “no es bienvenido en México”, que es non grato, porque “no cuenta con la confianza del pueblo de México”. Es decir, AMLO se asume como la conciencia moral y política del “pueblo de México”.
En efecto, el mensaje era congruente con el repudio del lopezobradorismo a Rodríguez Zapatero, por haber sido el primer mandatario extranjero en reconocer el triunfo electoral de Calderón. Pero resulta que ante la descortesía diplomática del “legítimo”, casi todos sus otrora “fieles” saltaron frente a lo que consideraron mucho más que una descortesía diplomática del FAP y de AMLO a Rodríguez Zapatero. Brincaron porque vieron una suerte de suicidio político a los ojos del exterior. Es decir, AMLO, el PRD, el FAP y todo “el movimiento”, quedaron exhibidos en los reflectores mediáticos del mundo como una izquierda locuaz, poco seria y nada confiable.
Hoy se sabe que los insultos lanzados por AMLO contra Rodríguez Zapatero —a través de su cuello de ganso Gustavo Iruegas—, en realidad habrían obedecido a que el “legítimo” intentó un encuentro con el gobernante español —en su calidad precisamente de “presidente legítimo”—, lo que por elemental sentido común habría sido rechazado por Zapatero. Pero luego de los insultos contra el mandatario, se prendieron los focos rojos entre los jerarcas del PRD, el FAP y los cercanos a AMLO, quienes debieron pasar la pena de rogar por un encuentro informal con Zapatero, para casi suplicarle, que los entendiera, que ellos no avalaban la conducta de López Obrador.
Casi en su totalidad, la plana mayor del PRD y del FAP —incluso Alejandro Encinas— debió remendar el entuerto, en tanto que más habilidoso, “colmilludo” como es, el jefe de gobierno Marcelo Ebrard se saltó todas las trancas de su jefe “legítimo”, y recibió a Zapatero con bombo y platillo; le entregó las llaves de la ciudad y se dijo halagado con su visita. Claro, horas después quemó incienso a AMLO al decir que su reclamo contra el gobernante español, es legítimo. Ejemplo de esa peculiar congruencia demagógica del señor Marcelo Ebrard.
La farsa
Pero en realidad no se puede hablar de una ruptura formal entre el FAP, el PRD y AMLO, porque sólo se rompe aquello que alguna vez estuvo unido. En el fondo, la integración del FAP no era y no es más que una farsa política para justificar el discurso del fraude. Resulta innegable que una buena parte de los centros reales de poder logrados por los partidos que integran el FAP en la elección de julio de 2006 son producto de la popularidad de AMLO. En estricto sentido, desde Marcelo Ebrard, pasando por diputados y senadores, y hasta jefes delegacionales y posiciones que lograron el PT y Convergencia, son resultado de la popularidad del caudillo y del voto que jaló López Obrador.
Por esa razón, en el discurso y ante los reflectores mediáticos, todos se dijeron comprometidos con el “líder máximo”, siguieron el juego discursivo del fraude y aparecieron junto con AMLO en los llenos del zócalo y en esa farsa llamada Convención Nacional Democrática, en donde sólo se pretendió demostrar el “músculo” del derrotado aspirante. Pero en la práctica, en el ejercicio cotidiano de la política, en los juegos de la negociación y la venta de las franquicias al mejor postor, el PT y Convergencia siempre marcaron su raya. Y los ejemplos están a la vista de todos. Uno de los ejemplos más claros es lo ocurrido en Zacatecas, en donde las siglas del PRD perdieron casi todo frente a PAN y PRI por las peleas entre amlistas, petistas y monrealistas. ¿Qué no los que peleaban son del mismo FAP?
Resultaba de risa loca —por decir lo menos— la incongruencia entre lo dicho y los hechos. En efecto, cuando AMLO insistía en la ilegitimidad del gobierno de Calderón, eran solidarios en el discurso diputados federales de los tres partidos que integran el FAP, el jefe de Gobierno del DF, los jefes delegacionales y diputados a la Asamblea Legislativa, pero al mismo tiempo mantenían sus respectivos cargos y se beneficiaban de todo lo que esos cargos proveían, a pesar de que esas posiciones eran producto de la misma elección supuestamente fraudulenta. La solidez del Frente Amplio, su congruencia entre los dichos y los hechos, y el rumbo de confrontación que propuso López Obrador desde la noche misma del 2 de julio, hicieron evidente que el FAP nació muerto, ya no se diga fracturado.
Las señales
Y no veían sólo quienes preferían cerrar los ojos a la realidad. Los choques y peleas abiertas cada lunes entre los integrantes del FAP con AMLO eran un secreto a voces. Hasta antes del 2 de julio, frente a la expectativa de que Obrador sería el nuevo Presidente, todos los políticos del PRD, PT y Convergencia actuaron con absoluta sumisión, no fuera que el “iluminado” los dejara fuera del reparto de poder. Cuestionar o contradecir a AMLO en esos tiempos era lo más cercano al suicidio político. Pero la vergonzosa fragilidad de la lealtad —luego de que AMLO parecía que alcanzaría el poder— comenzó a darse apenas el 3 de julio de 2006, y no se diga a un año de distancia, cuando los otrora leales ven a AMLO como un peligroso lastre para los intereses de partidos y políticos agrupados en el FAP.
La primera gran señal pública —luego de innumerables desencuentros privados— se dio precisamente durante la celebración del primer aniversario del “gran fraude”, cuando en la plaza pública, AMLO ordenó “cero negociaciones” con el gobierno “espurio” de Calderón, en lo referente a la reforma fiscal. La respuesta fue inmediata. Los grupos de poder del PRD y del FAP en general saltaron, dijeron que no acatarían esa instrucción y elaboraron su propia propuesta de reforma fiscal. Por una extraña razón —en realidad una penosa sinrazón— la izquierda se colocó del lado de los grandes empresarios, que lloriquearon al ver afectados sus intereses.
Nadie sabe qué va a pasar al final de cuentas sobre la reforma fiscal. Es muy probable que el PRI y el PAN la saquen adelante con cambios importantes propuestos por el PRI y el PRD, y que se impulse también una reforma al régimen fiscal de Pemex. Pero esos serán acuerdos políticos en los que el PRD y el FAP no aparecerán en la foto. Y es que aún les pesa “el qué dirán” del señor “legítimo”. Lo cierto es que en el terreno legislativo, el FAP ya no responde a los delirios de López Obrador, cuyo único objetivo es crear su propia fuerza social —a partir de su recorrido por el país—, y apostarle al fracaso del gobierno de Calderón. ¿Cuántos están dispuestos a seguir esa locura? El tiempo hablará en su momento.
Pierde el PRD
Pero la señal más clara del rompimiento entre AMLO y el PRD se dio apenas el pasado domingo, cuando el partido seleccionó a mil 200 de los mil 600 delegados a su Consejo Nacional —previsto para agosto próximo—, en el que deberán establecer las reglas para elegir a la nueva dirigencia nacional. Como todos saben, la dirigencia del PRD está en manos de Leonel Cota, uno de los más mediocres políticos del PRI, que se convirtió a la izquierda en tiempos de la presidencia de AMLO y que, por esa razón —por su docilidad y servilismo—, fue impuesto por López Obrador frente al PRD.
Pero en marzo de 2008, el señor Cota deberá dejar el cargo, y tendrá que ser electo su relevo. En preparación para ese cambio en la dirigencia nacional del partido, que también deberá ser un cambio en la orientación política y estratégica del PRD, en tres semanas se reformarán los estatutos para impedir una nueva imposición.
Pues bien, el domingo pasado, la militancia del PRD eligió a los delegados al Consejo Nacional. ¿Y que creen? Pues sí, el gran derrotado de esa contienda interna fue el líder López Obrador. ¿Por qué se produjo esa escandalosa derrota? Además de las denuncias de fraude —de las que no ha estado exento ningún proceso interno del PRD, incluyendo aquellos en los que AMLO resultó ganancioso—, porque una mayoría de perredistas no está dispuesta a seguir el camino del suicidio político que propone AMLO. Y es que López Obrador puede recorrer el país y llenar plazas de simpatizantes y enamorados; puede seguir exaltando el cuento del fraude, la farsa de la Convención Nacional y puede seguir escupiendo su rencor político y social contra el gobierno de Calderón, pero el PRD es un partido de grupos políticos, de cuadros estatales y municipales, de políticos que aspiran a posiciones de poder, más que discursos rabiosos que cada día convencen menos a los ciudadanos.
En la práctica, el PRD y su otrora “indestructible” se toparon con una encrucijada que no supieron procesar juntos. Por un lado, AMLO y su cada vez más reducido número de leales, siguieron el camino de la confrontación y la apuesta por el fracaso del gobierno derechista de Calderón —con toda la carga de rencor político y social que eso significa—, mientras que una buena parte del resto de las tribus perredistas caminaron por el otro sendero, el de una oposición que si bien en el discurso sigue desconociendo la legitimidad de Calderón —y no les queda otra que seguir con el discurso, a pesar de que saben que es una farsa—, en la práctica usa los instrumentos de la oposición leal; los de la política, el debate, la negociación, el acuerdo y, sobre todo, una pizca de autocrítica.
La próxima dirigencia del PRD —que entrará en marzo de 2008— estará presidida por Los Chuchos, el sector del PRD más influyente, el que en la última década enfrentó por todos los caminos posibles al autoritarismo de López Obrador, y que ha sido el único grupo que a gritos —en las reuniones de los lunes con AMLO— cuestiona el suicidio político al que el señor “legítimo” quiere llevar a esa izquierda. Y por supuesto que Los Chuchos no son hermanas de la caridad. Son un grupo político en donde también hay pillos y tramposos, pero también son un grupo político que sabe para qué sirve la política. Por cierto, hoy son muchos los que dicen que siempre han sido chuchos.
AMLO y su partido
Pero suponer que López Obrador está acabado por las derrotas que ha sufrido en los más recientes 12 meses, sería lo más parecido a creer en el engaño del fraude. No, el señor “legítimo” trabaja en la construcción de su propia fuerza política, lo que en algunos meses podría ser su propio partido, ya que sabe bien que será casi imposible un nuevo intento por alcanzar el poder a través de las siglas del PRD. El problema es que ya no cuenta con las fabulosas fuentes de poder y dinero público que, como jefe de Gobierno del DF, le permitieron montar su campaña presidencial. Y la historia no se repite, a pesar de todo.
aleman2@prodigy.met.mx
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