25/07/2007
Rosa Miriam Elizalde
Cubadebate
Cubadebate
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El año pasado, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que todos los prisioneros que se encontraban bajo la custodia de ese país debían ser tratados de acuerdo con la Convención de Ginebra y de facto prohibía "todo trato cruel, inhumano y degradante", una declaración rotunda e inequívoca contra los horrores de la cárcel de Abu Ghraib.
Sin embargo, este viernes The New York Times amaneció con la noticia que echa por tierra la anterior: George Bush presentó una orden ejecutiva que permitirá a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) reanudar la utilización de “algunos métodos severos” para obtener información de prisioneros detenidos en cárceles secretas. Ya se sabe qué técnicas podrían disimularse bajo el nuevo eufemismo que usa la Casa Blanca para no emplear la palabra “tortura”: el “submarino”, la privación del sueño, el aislamiento, las amenazas de muerte, la utilización de perros, la manipulación de la temperatura, mantener a los prisioneros en posiciones incómodas todo el tiempo que al torturador le dé la gana, etc, etc... Abu Ghraib no será una excepción odiosa, sino la regla amparada por la ley.
Ahora es posible entender a qué se debió esa extraña operación publicitaria de hace unas pocas semanas atrás, cuando la CIA supuestamente se distanció de sus prácticas terroristas de la década del 60. Sacó sus “esqueletos del closet”, los planes de asesinatos contra Jefes de Estado y líderes políticos que más o menos todos el mundo conocía, solo para entretener a la opinión pública internacional y al veleidoso Congreso norteamericano, antes de asestar un derechazo al mentón: los torturadores tendrán todas las garantías para ejercer su oficio, sin temor a que en el futuro se abra una gaveta y aparezcan unos expedientes que pongan en tela de juicio la legalidad del terrorismo de Estado. Se acabó el simulacro.
Ojalá logren ponerle freno a esta aberración y se entienda que más dañino que las bombas terroristas y los numerosos 11 de Septiembre que en este mundo han sido, es esta traición esencial al ser humano. Si el jefe del imperio legaliza descaradamente la tortura, es que la historia humana retrocede más rápido de lo que nos imaginábamos.
Hasta el siglo XVIII, las personas venían al mundo con el convencimiento de que podrían ser torturadas en algún momento de su existencia. El suplicio era considerado algo normal, un accidente más dentro de los muchos accidentes de la vida. Esta mansa aceptación del horror se rompió con las revoluciones de finales de ese siglo. Desde entonces, la tortura ha sido contemplada como lo que es, una atrocidad inadmisible y repugnante, una aberración contraria a toda idea de civilidad.
Por desgracia esto no significó que la tortura no se siguiera aplicando; pero era ilegal y estaba condenada por la inmensa mayoría de los humanos. En América Latina, más de 30 años después de las torturas, las desapariciones y el secuestro de los niños, todavía se sigue peleando en las cortes bajo este principio. Y eso, esa condena, había sido un adelanto moral muy importante, uno de los pocos signos que señalaban que el progreso existía.
Pero a partir de ahora, ¿exactamente dónde estamos?
El año pasado, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que todos los prisioneros que se encontraban bajo la custodia de ese país debían ser tratados de acuerdo con la Convención de Ginebra y de facto prohibía "todo trato cruel, inhumano y degradante", una declaración rotunda e inequívoca contra los horrores de la cárcel de Abu Ghraib.
Sin embargo, este viernes The New York Times amaneció con la noticia que echa por tierra la anterior: George Bush presentó una orden ejecutiva que permitirá a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) reanudar la utilización de “algunos métodos severos” para obtener información de prisioneros detenidos en cárceles secretas. Ya se sabe qué técnicas podrían disimularse bajo el nuevo eufemismo que usa la Casa Blanca para no emplear la palabra “tortura”: el “submarino”, la privación del sueño, el aislamiento, las amenazas de muerte, la utilización de perros, la manipulación de la temperatura, mantener a los prisioneros en posiciones incómodas todo el tiempo que al torturador le dé la gana, etc, etc... Abu Ghraib no será una excepción odiosa, sino la regla amparada por la ley.
Ahora es posible entender a qué se debió esa extraña operación publicitaria de hace unas pocas semanas atrás, cuando la CIA supuestamente se distanció de sus prácticas terroristas de la década del 60. Sacó sus “esqueletos del closet”, los planes de asesinatos contra Jefes de Estado y líderes políticos que más o menos todos el mundo conocía, solo para entretener a la opinión pública internacional y al veleidoso Congreso norteamericano, antes de asestar un derechazo al mentón: los torturadores tendrán todas las garantías para ejercer su oficio, sin temor a que en el futuro se abra una gaveta y aparezcan unos expedientes que pongan en tela de juicio la legalidad del terrorismo de Estado. Se acabó el simulacro.
Ojalá logren ponerle freno a esta aberración y se entienda que más dañino que las bombas terroristas y los numerosos 11 de Septiembre que en este mundo han sido, es esta traición esencial al ser humano. Si el jefe del imperio legaliza descaradamente la tortura, es que la historia humana retrocede más rápido de lo que nos imaginábamos.
Hasta el siglo XVIII, las personas venían al mundo con el convencimiento de que podrían ser torturadas en algún momento de su existencia. El suplicio era considerado algo normal, un accidente más dentro de los muchos accidentes de la vida. Esta mansa aceptación del horror se rompió con las revoluciones de finales de ese siglo. Desde entonces, la tortura ha sido contemplada como lo que es, una atrocidad inadmisible y repugnante, una aberración contraria a toda idea de civilidad.
Por desgracia esto no significó que la tortura no se siguiera aplicando; pero era ilegal y estaba condenada por la inmensa mayoría de los humanos. En América Latina, más de 30 años después de las torturas, las desapariciones y el secuestro de los niños, todavía se sigue peleando en las cortes bajo este principio. Y eso, esa condena, había sido un adelanto moral muy importante, uno de los pocos signos que señalaban que el progreso existía.
Pero a partir de ahora, ¿exactamente dónde estamos?
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