Enrique Berruga Filloy
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La venganza por la quema de los pies de Cuauhtémoc a manos de los conquistadores ha quedado saldada en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero. En tres días de visita, el presidente del gobierno español fue sometido a un tratamiento de choque, un curso intensivo sobre la realidad actual de la política mexicana. Pocas veces en la historia diplomática se ha visto que las fuerzas políticas nacionales utilicen la visita de un mandatario extranjero para jugar con él como pelota de tenis. A Cuauhtémoc le quemaron los pies; a Rodríguez Zapatero le quemamos los transistores.
A su llegada a Yucatán lo recibió un príncipe maya que le aseguró que no había de qué preocuparse, que sí era bienvenido en suelo mexicano. A fin de cuentas, el marinero español perdido, Jerónimo de Aguilar, había resultado un marido leal, aprendió a hablar maya y fue el precursor del mestizaje. Hasta ahí iban bien las cosas, incluyendo el paseo por la zona arqueológica de Chichén Itzá. En adelante, a Zapatero no le quedó más remedio que poner la mejor cara posible ante el vendaval que le esperaba.
Para abrir boca y fuera de cualquier coreografía o el más elemental protocolo, el líder de los empresarios turísticos de España aprovechó la ocasión para reclamarle al Presidente de México que no se haya ampliado la carretera entre Cancún y Tulum, que los trámites y permisos tardan más que en los días de la Colonia y, como postre, que no les gusta la orientación de la reforma fiscal. Pudo haber dicho lo mismo con mayor tacto, pero seguramente seguía afectado por el largo viaje transatlántico y confundió el mar de Quintana Roo con el de Málaga. Rodríguez Zapatero debió salir por primera vez al rescate, bienvenido como ya estaba por los aluxes y otras criaturas traviesas del mundo maya. Después se pondría peor.
El canciller del gobierno “legítimo”, Gustavo Iruegas, declaró persona non grata al mandatario español porque siendo socialista reconoció el triunfo electoral de un demócrata-cristiano. Esta lógica implicaría que las felicitaciones y reconocimientos internacionales solamente pueden darse sobre líneas de afinidad ideológica. Las instituciones y los votos pasan a un segundo plano. Bienvenidos entonces a una nueva edición de la guerra fría. De haberse generalizado la tesis de Iruegas, Chirac no habría podido felicitar más que a Aznar y Zapatero no habría podido felicitar al nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, por provenir de una tribu política de signo distinto.
Al día siguiente, la visita se haría todavía más confusa. Marcelo Ebrard le entrega las llaves de la ciudad y un pergamino que lo declara huésped distinguido. Con ese acto sepulta de facto la tesis Iruegas, pero intenta equilibrar el marcador con un discurso inusitado: lo recibe como el presidente socialista de España. En pocos días vendrá Lula, el presidente laborista de Brasil y quizá algún día el presidente republicano de Estados Unidos. Se ha inaugurado una nueva y curiosa tradición diplomática. Sin embargo, el punto culminante del discurso de bienvenida fue cuando el jefe del Gobierno capitalino elogió la manera en que Zapatero había vencido al fascismo. El gobernante español miraba los candiles del salón de cabildos tratando de recordar cómo había combatido a las fuerzas de Hitler y Mussolini, pero al bajar la vista la única evocación que le venía a la mente era la triste figura de José María Aznar tomándose una foto suicida de la mano de Bush y de Tony Blair antes de enviar tropas españolas a Irak.
El curso en política mexicana se ponía cada vez mejor para Zapatero. Cuando parecía que al fin tendría un acto sin sobresaltos en el que organizó el rector de la UNAM en San Ildefonso, se le saltaron las lágrimas. Las versiones periodísticas indican que se puso sentimental al saludar a los niños de Morelia. Esta es una interpretación válida. Sin embargo, no habría que descartar que a esas alturas de la visita lo que quería Zapatero era llorar, simplemente llorar. Él que nada más venía a México en tránsito hacia Panamá —donde España tiene grandes intereses en la ampliación del canal— encontró más sorpresas que Cortés al entrar a Tenochtitlán.
Al final de ese acto se encontró con representantes del Frente Amplio Progresista (PRD, PT y Convergencia) que le aseguraron que, de veras, sí era bienvenido a México. Y por último, en una sesión del Senado, el líder de la bancada del PRD, Carlos Navarrete, le reiteró por octava vez la bienvenida. Y ya, como le habían dado tantas bienvenidas, mejor se fue al aeropuerto y se lanzó hacia Panamá. Después de la experiencia vivida en México, ampliar el canal será un juego de niños.
Eso fue parte de lo que le ocurrió al presidente del país que en los últimos 10 años ha traído más inversión fresca a México. No me quiero imaginar la tarea que le queda por delante a Jorge Zermeño, nuestro flamante embajador en España, para mantener esos flujos de inversión y de intercambio. Seguramente, cuando vaya en giras de trabajo por Barcelona o por Galicia, recibirá las mismas ocho bienvenidas que aquí le dimos al presidente de España.
Miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas
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Editoriales anteriores
Mal Consejo /07/07/2007
La venganza por la quema de los pies de Cuauhtémoc a manos de los conquistadores ha quedado saldada en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero. En tres días de visita, el presidente del gobierno español fue sometido a un tratamiento de choque, un curso intensivo sobre la realidad actual de la política mexicana. Pocas veces en la historia diplomática se ha visto que las fuerzas políticas nacionales utilicen la visita de un mandatario extranjero para jugar con él como pelota de tenis. A Cuauhtémoc le quemaron los pies; a Rodríguez Zapatero le quemamos los transistores.
A su llegada a Yucatán lo recibió un príncipe maya que le aseguró que no había de qué preocuparse, que sí era bienvenido en suelo mexicano. A fin de cuentas, el marinero español perdido, Jerónimo de Aguilar, había resultado un marido leal, aprendió a hablar maya y fue el precursor del mestizaje. Hasta ahí iban bien las cosas, incluyendo el paseo por la zona arqueológica de Chichén Itzá. En adelante, a Zapatero no le quedó más remedio que poner la mejor cara posible ante el vendaval que le esperaba.
Para abrir boca y fuera de cualquier coreografía o el más elemental protocolo, el líder de los empresarios turísticos de España aprovechó la ocasión para reclamarle al Presidente de México que no se haya ampliado la carretera entre Cancún y Tulum, que los trámites y permisos tardan más que en los días de la Colonia y, como postre, que no les gusta la orientación de la reforma fiscal. Pudo haber dicho lo mismo con mayor tacto, pero seguramente seguía afectado por el largo viaje transatlántico y confundió el mar de Quintana Roo con el de Málaga. Rodríguez Zapatero debió salir por primera vez al rescate, bienvenido como ya estaba por los aluxes y otras criaturas traviesas del mundo maya. Después se pondría peor.
El canciller del gobierno “legítimo”, Gustavo Iruegas, declaró persona non grata al mandatario español porque siendo socialista reconoció el triunfo electoral de un demócrata-cristiano. Esta lógica implicaría que las felicitaciones y reconocimientos internacionales solamente pueden darse sobre líneas de afinidad ideológica. Las instituciones y los votos pasan a un segundo plano. Bienvenidos entonces a una nueva edición de la guerra fría. De haberse generalizado la tesis de Iruegas, Chirac no habría podido felicitar más que a Aznar y Zapatero no habría podido felicitar al nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, por provenir de una tribu política de signo distinto.
Al día siguiente, la visita se haría todavía más confusa. Marcelo Ebrard le entrega las llaves de la ciudad y un pergamino que lo declara huésped distinguido. Con ese acto sepulta de facto la tesis Iruegas, pero intenta equilibrar el marcador con un discurso inusitado: lo recibe como el presidente socialista de España. En pocos días vendrá Lula, el presidente laborista de Brasil y quizá algún día el presidente republicano de Estados Unidos. Se ha inaugurado una nueva y curiosa tradición diplomática. Sin embargo, el punto culminante del discurso de bienvenida fue cuando el jefe del Gobierno capitalino elogió la manera en que Zapatero había vencido al fascismo. El gobernante español miraba los candiles del salón de cabildos tratando de recordar cómo había combatido a las fuerzas de Hitler y Mussolini, pero al bajar la vista la única evocación que le venía a la mente era la triste figura de José María Aznar tomándose una foto suicida de la mano de Bush y de Tony Blair antes de enviar tropas españolas a Irak.
El curso en política mexicana se ponía cada vez mejor para Zapatero. Cuando parecía que al fin tendría un acto sin sobresaltos en el que organizó el rector de la UNAM en San Ildefonso, se le saltaron las lágrimas. Las versiones periodísticas indican que se puso sentimental al saludar a los niños de Morelia. Esta es una interpretación válida. Sin embargo, no habría que descartar que a esas alturas de la visita lo que quería Zapatero era llorar, simplemente llorar. Él que nada más venía a México en tránsito hacia Panamá —donde España tiene grandes intereses en la ampliación del canal— encontró más sorpresas que Cortés al entrar a Tenochtitlán.
Al final de ese acto se encontró con representantes del Frente Amplio Progresista (PRD, PT y Convergencia) que le aseguraron que, de veras, sí era bienvenido a México. Y por último, en una sesión del Senado, el líder de la bancada del PRD, Carlos Navarrete, le reiteró por octava vez la bienvenida. Y ya, como le habían dado tantas bienvenidas, mejor se fue al aeropuerto y se lanzó hacia Panamá. Después de la experiencia vivida en México, ampliar el canal será un juego de niños.
Eso fue parte de lo que le ocurrió al presidente del país que en los últimos 10 años ha traído más inversión fresca a México. No me quiero imaginar la tarea que le queda por delante a Jorge Zermeño, nuestro flamante embajador en España, para mantener esos flujos de inversión y de intercambio. Seguramente, cuando vaya en giras de trabajo por Barcelona o por Galicia, recibirá las mismas ocho bienvenidas que aquí le dimos al presidente de España.
Miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas
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Editoriales anteriores
Mal Consejo /07/07/2007
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El Universal-Mexico/23/07/2007
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