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La telúrica explosión social que incuba Perú alcanzó la semana pasada su punto más alto cuando huelgas y protestas populares contra el gobierno de Alan García paralizaron virtualmente todos los departamentos y grandes ciudades del país.
A nadie debiera sorprender lo ocurrido. Era totalmente previsible. Seguramente sí habrá anonadado a García y sus compinches, incapaces en su arrogancia de calibrar el irreversible malestar social que han sembrado. No es posible burlarse del pueblo, como lo han hecho por tanto tiempo la oligarquía local, el imperialismo y sus sirvientes en Perú, sin pagar las consecuencias.
Los peruanos han experimentado un proceso social muy traumático en las últimas décadas. Se les han arrebatado sucesivamente sus conquistas históricas, incluyendo el usufructo por la nación de los recursos naturales más importantes, logrado con el gobierno militar nacionalista –aunque paternalista en extremo- de Velasco Alvarado. Pero hay que decirlo, si los notables avances que alcanzó en cuanto a soberanía, independencia y justicia social no se explicarían sin la sensibilidad social adquirida por los generales más radicales, esta fue el fruto del impacto en su conciencia de heroicas luchas populares que les ordenaron reprimir, como lo reconocían los más honestos y patriotas entre ellos.
Las recientes protestas destacan no sólo por su masividad y extensión sino por haber conseguido articular múltiples luchas locales por reivindicaciones campesinas, construcción de carreteras, defensa del medioambiente y otras demandas sociales, con paros obreros regionales y de ciudades enteras tomadas por los inconformes, que en muchos casos bloquearon autopistas y tomaron aeropuertos, terminales ferroviarias y de autobuses. Vertebradores de la movilización, la huelga general del combativo sindicato magisterial contra la aprobación de una ley que busca privatizar la educación y paros de mineros, textileros y contingentes departamentales de la Central General de Trabajadores del Perú en contra de la esclavitud laboral imperante: jornadas de doce y catorce horas diarias sin descanso dominical, salarios de hambre y pésimas condiciones de trabajo. Omnipresente motivación en toda la jornada fue el repudio al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, impulsado por García a espaldas de la nación, traicionando otra de sus promesas de campaña en abyecta genuflexión a George W. Bush.
Los trabajadores y campesinos, junto a disímiles destacamentos populares, han sido un factor decisivo en la pelea con el apoyo de los partidos de izquierda y el Nacionalista de Ollanta Humala, lo que anuncia promisorias perspectivas unitarias al ciclo de lucha abierto en la nación andina, sobre todo si logran coordinarse en un gran frente.
El incumplimiento por García de todos sus compromisos electorales, su subordinación al gran capital transnacional y a Estados Unidos y la obscena desigualdad social cuando el gobierno proclama los éxitos del crecimiento económico –8 por ciento en 2006- ha sido el factor detonante de la rebelión. Si se suman los votos obtenidos en la segunda vuelta electoral de 2006 por García y Humala es evidente el rechazo de la mayor parte del electorado al modelo neoliberal, que el primero reconoció “había dado todo de sí” y era necesario cambiarlo, aunque una vez en la poltrona lo que ha hecho es profundizarlo.
En Perú se ha levantado una montaña de agravios a la población, intensificados con el corrupto, entreguista y represivo fujimorato, que remató alegremente las empresas públicas y otorgó las más ventajosas condiciones a la inversión extranjera. El mismo camino siguió Toledo al llegar a la presidencia. Tanto él como Fujimori y García hicieron una campaña electoral demagógica y mendaz prometiendo al pueblo la Ceca y la Meca.
Es obvio, que a partir de García el movimiento popular trazó la raya sobre la arena. Así lo confirma la alerta que le ha enviado días antes de culminar su primer año de mandato. Cuando fue electo, este analista escribió: “está comprometido con Washington [...] no se puede esperar [...] más que una política de continuidad neoliberal [...] lo más probable es que no termine el mandato y sea echado [..] por una pueblada”. Mantengo lo dicho entonces, sólo que lo hago extensivo a varios gobiernos proyanquis del Bravo a la Patagonia.
Nota del autor:
Huayco (del quechua): avalancha del material de las laderas arrastrado por el agua hasta el fondo de los valles, que causa sepultamientos (las negritas son mías).
aguerra_123@yahoo.com.mx
La telúrica explosión social que incuba Perú alcanzó la semana pasada su punto más alto cuando huelgas y protestas populares contra el gobierno de Alan García paralizaron virtualmente todos los departamentos y grandes ciudades del país.
A nadie debiera sorprender lo ocurrido. Era totalmente previsible. Seguramente sí habrá anonadado a García y sus compinches, incapaces en su arrogancia de calibrar el irreversible malestar social que han sembrado. No es posible burlarse del pueblo, como lo han hecho por tanto tiempo la oligarquía local, el imperialismo y sus sirvientes en Perú, sin pagar las consecuencias.
Los peruanos han experimentado un proceso social muy traumático en las últimas décadas. Se les han arrebatado sucesivamente sus conquistas históricas, incluyendo el usufructo por la nación de los recursos naturales más importantes, logrado con el gobierno militar nacionalista –aunque paternalista en extremo- de Velasco Alvarado. Pero hay que decirlo, si los notables avances que alcanzó en cuanto a soberanía, independencia y justicia social no se explicarían sin la sensibilidad social adquirida por los generales más radicales, esta fue el fruto del impacto en su conciencia de heroicas luchas populares que les ordenaron reprimir, como lo reconocían los más honestos y patriotas entre ellos.
Las recientes protestas destacan no sólo por su masividad y extensión sino por haber conseguido articular múltiples luchas locales por reivindicaciones campesinas, construcción de carreteras, defensa del medioambiente y otras demandas sociales, con paros obreros regionales y de ciudades enteras tomadas por los inconformes, que en muchos casos bloquearon autopistas y tomaron aeropuertos, terminales ferroviarias y de autobuses. Vertebradores de la movilización, la huelga general del combativo sindicato magisterial contra la aprobación de una ley que busca privatizar la educación y paros de mineros, textileros y contingentes departamentales de la Central General de Trabajadores del Perú en contra de la esclavitud laboral imperante: jornadas de doce y catorce horas diarias sin descanso dominical, salarios de hambre y pésimas condiciones de trabajo. Omnipresente motivación en toda la jornada fue el repudio al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, impulsado por García a espaldas de la nación, traicionando otra de sus promesas de campaña en abyecta genuflexión a George W. Bush.
Los trabajadores y campesinos, junto a disímiles destacamentos populares, han sido un factor decisivo en la pelea con el apoyo de los partidos de izquierda y el Nacionalista de Ollanta Humala, lo que anuncia promisorias perspectivas unitarias al ciclo de lucha abierto en la nación andina, sobre todo si logran coordinarse en un gran frente.
El incumplimiento por García de todos sus compromisos electorales, su subordinación al gran capital transnacional y a Estados Unidos y la obscena desigualdad social cuando el gobierno proclama los éxitos del crecimiento económico –8 por ciento en 2006- ha sido el factor detonante de la rebelión. Si se suman los votos obtenidos en la segunda vuelta electoral de 2006 por García y Humala es evidente el rechazo de la mayor parte del electorado al modelo neoliberal, que el primero reconoció “había dado todo de sí” y era necesario cambiarlo, aunque una vez en la poltrona lo que ha hecho es profundizarlo.
En Perú se ha levantado una montaña de agravios a la población, intensificados con el corrupto, entreguista y represivo fujimorato, que remató alegremente las empresas públicas y otorgó las más ventajosas condiciones a la inversión extranjera. El mismo camino siguió Toledo al llegar a la presidencia. Tanto él como Fujimori y García hicieron una campaña electoral demagógica y mendaz prometiendo al pueblo la Ceca y la Meca.
Es obvio, que a partir de García el movimiento popular trazó la raya sobre la arena. Así lo confirma la alerta que le ha enviado días antes de culminar su primer año de mandato. Cuando fue electo, este analista escribió: “está comprometido con Washington [...] no se puede esperar [...] más que una política de continuidad neoliberal [...] lo más probable es que no termine el mandato y sea echado [..] por una pueblada”. Mantengo lo dicho entonces, sólo que lo hago extensivo a varios gobiernos proyanquis del Bravo a la Patagonia.
Nota del autor:
Huayco (del quechua): avalancha del material de las laderas arrastrado por el agua hasta el fondo de los valles, que causa sepultamientos (las negritas son mías).
aguerra_123@yahoo.com.mx
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