Iósl y Sansón lloran el 12 de agosto
Autor: Bernardo Treister (Desde Israel)
Autor: Bernardo Treister (Desde Israel)
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“Con Iósl yo tenía varios puntos de contacto a partir de su gran humanidad, sus condiciones para la pedagogía, su facilidad para la pluma tanto para la creación poética como para el periodismo”... ¿Qué pasó en el ICUF -en la Argentina- con este negro acontecimiento? El autor lo cuenta como testigo privilegiado.
“Con Iósl yo tenía varios puntos de contacto a partir de su gran humanidad, sus condiciones para la pedagogía, su facilidad para la pluma tanto para la creación poética como para el periodismo”... ¿Qué pasó en el ICUF -en la Argentina- con este negro acontecimiento? El autor lo cuenta como testigo privilegiado.
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Hombre corpulento, de mayor edad que yo, trabajaba medio día en una escuela judía de la red progresista del ICUF, escribía por la tarde artículos sobre literatura judía y poesía de inspiración proletaria que mayormente se publicaban en el diario ‘Haint’ donde trabajaba hasta avanzada la noche para completar los ingresos que debía procurar para su familia y para atender los gastos que le insumía la atención de su problema de diabetes, comprando y aplicándose diariamente las inyecciones de insulina.Iósl ya estaba fogueado en muchas luchas sindicales y en los esfuerzos por ayudar a crear y mantener las escuelas de inspiración “progresista” nucleadas en la red institucional conocida como ICUF. Eran tiempos en que llegaban informaciones de distintas fuentes de que Stalin había ordenado, en 1952, el asesinato de los máximos exponentes de la literatura, teatro, periodismo, poesía, y dramaturgia judía en la Unión Soviética. La mayoría de ellos estaban tan identificados con la madre Rusia, con los dirigentes de la Revolución -que debió ser socialista- y con su ideología, que llegaron a dedicar trabajos a los líderes de la misma.A la vez, las instituciones progresistas de distintos países y entre ellos de la Argentina y del Uruguay, no titubearon en dar el nombre de algunos de ellos a las escuelas, bibliotecas o instituciones culturales, como por ejemplo, la que ostentó el nombre de David Berguelson. Iósl sabía de mi preocupación por la suerte de la cultura judía en el mundo y, por ende, de la de los cultores y factores de la misma en la Unión Soviética. El rezaba la oración laica para que los informes agoreros no fueran ciertos.Vivíamos a 100 metros de distancia uno del otro y a 200 de la Plaza de Once, o Miserere. Ambos debíamos iniciar nuestra jornada de trabajo a las 9, pero nos encontrábamos a tomar algo a las 7,30 en la lechería-confitería “La Nación” frente al monumento a Bernardino Rivadavia. Y allí comentábamos los titulares de los diarios tanto en castellano como los que aparecían en ídish. El agregaba algún comentario de un cable que había llegado a la redacción de su diario y que no alcanzó a publicarse. Ambos nos separábamos con el corazón muy cargado.En uno de esos encuentros me preguntó si estaba dispuesto a ir con él a la reunión que se haría dos días después en el patio de la Escuela Peretz de Villa Lynch para escuchar el informe de la delegación icufista que acababa de regresar de Moscú. Habían partido con el mandato de reunirse con los escritores judíos por cuya suerte se temía o, por lo menos, averiguar de boca de autoridades competentes, cuánto de verdad había en los rumores que “la prensa capitalista estaba interesada en difundir”.Fuimos. Había unos 50 activistas-dirigentes de las instituciones representadas. Escuchamos a 2 de los integrantes de la delegación. Y ni una mención al tema que convocó el encuentro. De manera que hubo ansiedad en escuchar el último informe, el del Presidente de la delegación, representante del Partido Comunista en la calle judía y director del diario bilingue de igual ideología, Luis Goldman.No fue nada breve pero comenzó diciendo que “en la cita fijada en la Sociedad de Escritores de la URSS en Moscú, su secretario se disculpó que no pudo llegar el vocero especializado en el tema, pero que nos sugirió que hiciéramos el tour por el país y al retorno íbamos a tener a más de un escritor judío alrededor de la mesa”.El día previo al viaje de regreso a Buenos Aires no hubo tales escritores sino el Secretario de la Comisión que respondió a una pregunta de la delegación que dijo haber escuchado que, por ejemplo, David Berguelson, estaba trabajando como maestro en una escuela rural de la provincia.Allí terminó el Informe prometido por la delegación que el movimiento icufista había mandado con un objetivo específico.En el automóvil que nos llevó de vuelta a la Capital Federal viajábamos Iósl Goldberg, su invitado, que hoy cuenta estos episodios nada gratos, y el entonces Presidente del ICUF, el doctor Sansón Drucaroff.Cruzábamos ya la avenida General Paz cuando se escuchó el sollozo incontenible de Drucaroff de quien alcanzamos a entenderle en su llanto entrecortado: “Y yo estuve allí... en esa delegación... y no dije nada... No dije nada entonces... y tampoco hoy...”.Tiempo después recibí un llamado de Iósl Goldberg citándome en la misma confitería La Nación. Ya tenía sobre la mesita dos vasos de agua. “Nos va a hacer falta” -dijo-. Y desplegó el Diario ‘Folk Shtime’ en ídish de Varsovia, que acababa de recibir, en el que bajo un título a 8 columnas y barras de luto decía: “con dolor y esperanza” se informaba por primera vez la triste verdad que Iósl y tantos otros no habían querido que lo fuera: el 12 de agosto de 1952 se cometió el asesinato masivo de lo más granado de la intelectualidad judía en la URSS. Las órdenes criminales de Stalin ya se venían cumpliendo desde unos años antes. Pero desde el 12 de agosto de 1952, la eliminación tuvo características masivas. Y no se salvaron de esas órdenes criminales ni aquellos que habían alimentado el culto a la personalidad con odas de amor y lealtad a los que después fueron sus victimarios.En esa mañana volví a ver cómo un pedagogo, poeta, hombre corpulento y con corazón de oro, como Iósl Goldberg rompió a llorar su ilusión quebrada, su esperanza incumplida de que los rumores no fueran ciertos.Quisiera remarcar que los nombres y las obras de los intelectuales judíos asesinados entonces merecen ser leídas y recordadas hoy, pues tienen tanta o más vigencia como parte integrante del parnaso cultural del pueblo judío. Me queda la curiosidad de saber si determinados sacerdotes “autorizados” no quitaron los nombres de esos creadores a las instituciones culturales y educativas del mundo. Si así fuera, yo rendiría homenaje a sus nombres, agregando unas flores de esperanza en la tumba y el recuerdo de quienes como Iósl y Sansón supieron crear, y también llorar, lo que otros destruyeron.
Hombre corpulento, de mayor edad que yo, trabajaba medio día en una escuela judía de la red progresista del ICUF, escribía por la tarde artículos sobre literatura judía y poesía de inspiración proletaria que mayormente se publicaban en el diario ‘Haint’ donde trabajaba hasta avanzada la noche para completar los ingresos que debía procurar para su familia y para atender los gastos que le insumía la atención de su problema de diabetes, comprando y aplicándose diariamente las inyecciones de insulina.Iósl ya estaba fogueado en muchas luchas sindicales y en los esfuerzos por ayudar a crear y mantener las escuelas de inspiración “progresista” nucleadas en la red institucional conocida como ICUF. Eran tiempos en que llegaban informaciones de distintas fuentes de que Stalin había ordenado, en 1952, el asesinato de los máximos exponentes de la literatura, teatro, periodismo, poesía, y dramaturgia judía en la Unión Soviética. La mayoría de ellos estaban tan identificados con la madre Rusia, con los dirigentes de la Revolución -que debió ser socialista- y con su ideología, que llegaron a dedicar trabajos a los líderes de la misma.A la vez, las instituciones progresistas de distintos países y entre ellos de la Argentina y del Uruguay, no titubearon en dar el nombre de algunos de ellos a las escuelas, bibliotecas o instituciones culturales, como por ejemplo, la que ostentó el nombre de David Berguelson. Iósl sabía de mi preocupación por la suerte de la cultura judía en el mundo y, por ende, de la de los cultores y factores de la misma en la Unión Soviética. El rezaba la oración laica para que los informes agoreros no fueran ciertos.Vivíamos a 100 metros de distancia uno del otro y a 200 de la Plaza de Once, o Miserere. Ambos debíamos iniciar nuestra jornada de trabajo a las 9, pero nos encontrábamos a tomar algo a las 7,30 en la lechería-confitería “La Nación” frente al monumento a Bernardino Rivadavia. Y allí comentábamos los titulares de los diarios tanto en castellano como los que aparecían en ídish. El agregaba algún comentario de un cable que había llegado a la redacción de su diario y que no alcanzó a publicarse. Ambos nos separábamos con el corazón muy cargado.En uno de esos encuentros me preguntó si estaba dispuesto a ir con él a la reunión que se haría dos días después en el patio de la Escuela Peretz de Villa Lynch para escuchar el informe de la delegación icufista que acababa de regresar de Moscú. Habían partido con el mandato de reunirse con los escritores judíos por cuya suerte se temía o, por lo menos, averiguar de boca de autoridades competentes, cuánto de verdad había en los rumores que “la prensa capitalista estaba interesada en difundir”.Fuimos. Había unos 50 activistas-dirigentes de las instituciones representadas. Escuchamos a 2 de los integrantes de la delegación. Y ni una mención al tema que convocó el encuentro. De manera que hubo ansiedad en escuchar el último informe, el del Presidente de la delegación, representante del Partido Comunista en la calle judía y director del diario bilingue de igual ideología, Luis Goldman.No fue nada breve pero comenzó diciendo que “en la cita fijada en la Sociedad de Escritores de la URSS en Moscú, su secretario se disculpó que no pudo llegar el vocero especializado en el tema, pero que nos sugirió que hiciéramos el tour por el país y al retorno íbamos a tener a más de un escritor judío alrededor de la mesa”.El día previo al viaje de regreso a Buenos Aires no hubo tales escritores sino el Secretario de la Comisión que respondió a una pregunta de la delegación que dijo haber escuchado que, por ejemplo, David Berguelson, estaba trabajando como maestro en una escuela rural de la provincia.Allí terminó el Informe prometido por la delegación que el movimiento icufista había mandado con un objetivo específico.En el automóvil que nos llevó de vuelta a la Capital Federal viajábamos Iósl Goldberg, su invitado, que hoy cuenta estos episodios nada gratos, y el entonces Presidente del ICUF, el doctor Sansón Drucaroff.Cruzábamos ya la avenida General Paz cuando se escuchó el sollozo incontenible de Drucaroff de quien alcanzamos a entenderle en su llanto entrecortado: “Y yo estuve allí... en esa delegación... y no dije nada... No dije nada entonces... y tampoco hoy...”.Tiempo después recibí un llamado de Iósl Goldberg citándome en la misma confitería La Nación. Ya tenía sobre la mesita dos vasos de agua. “Nos va a hacer falta” -dijo-. Y desplegó el Diario ‘Folk Shtime’ en ídish de Varsovia, que acababa de recibir, en el que bajo un título a 8 columnas y barras de luto decía: “con dolor y esperanza” se informaba por primera vez la triste verdad que Iósl y tantos otros no habían querido que lo fuera: el 12 de agosto de 1952 se cometió el asesinato masivo de lo más granado de la intelectualidad judía en la URSS. Las órdenes criminales de Stalin ya se venían cumpliendo desde unos años antes. Pero desde el 12 de agosto de 1952, la eliminación tuvo características masivas. Y no se salvaron de esas órdenes criminales ni aquellos que habían alimentado el culto a la personalidad con odas de amor y lealtad a los que después fueron sus victimarios.En esa mañana volví a ver cómo un pedagogo, poeta, hombre corpulento y con corazón de oro, como Iósl Goldberg rompió a llorar su ilusión quebrada, su esperanza incumplida de que los rumores no fueran ciertos.Quisiera remarcar que los nombres y las obras de los intelectuales judíos asesinados entonces merecen ser leídas y recordadas hoy, pues tienen tanta o más vigencia como parte integrante del parnaso cultural del pueblo judío. Me queda la curiosidad de saber si determinados sacerdotes “autorizados” no quitaron los nombres de esos creadores a las instituciones culturales y educativas del mundo. Si así fuera, yo rendiría homenaje a sus nombres, agregando unas flores de esperanza en la tumba y el recuerdo de quienes como Iósl y Sansón supieron crear, y también llorar, lo que otros destruyeron.
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Nueva Sión-Argentina/14/08/2007
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