Editoriales
Macario Schettino*
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Hace unos días, Jaime Sánchez Susarrey ana-lizaba lo que ha ocurrido en cuestión política en los últimos 20 años. En su opinión, a mediados de los 80 había cinco grandes demandas: fin del presidencialismo, fortalecimiento del Congreso, fin del corporativismo, fortalecimiento del Poder Judicial y fin del centralismo (o fortalecimiento del federalismo, para continuar la simetría). Revisando lo ocurrido, concluye que hemos logrado cambios muy notorios en cuatro de esas demandas, pero en una de ellas no sólo no avanzamos, sino que retrocedimos: el corporativismo que hoy parece más fuerte que hace dos décadas.
Puesto que los cinco temas son estructurales, la solución a una demanda en ellos implica una nueva problemática, por lo que el cambio en los tres poderes federales, muy evidente, nos ha llevado ahora a un Congreso dividido, esencialmente irresponsable, con un presidente debilitado y un Poder Judicial que tiene que resolver los conflictos, pero con sus defectos naturales: muy lentamente y privilegiando la inercia. Ahora lo que quisiéramos es un Congreso más transparente y con mayor capacidad, y un Ejecutivo que recupere algo de capacidad de maniobra, pero no demasiado. Algo parecido ocurre con la relación entre Federación y estados, que al cargarse a favor de éstos ha producido pequeños virreinatos, casi territorios autónomos, con lo que ahora hay autócratas regionalmente reducidos. No parece un gran avance, pero bueno, en 20 años hay cosas que han mejorado y otras que tenemos que seguir corrigiendo.
Sin embargo, el asunto del corporativismo requiere atención especial. No sólo porque, a diferencia de las otras cuatro cosas, no parece mejorar, sino también porque no es algo que compartamos con cualquier nación o Estado. No es asunto de equilibrio entre tres poderes o entre centro y regiones, sino de un mecanismo de intermediación entre sociedad y Estado, que sólo adquirió las características que conocemos en América Latina y, momentáneamente, en regiones del Mediterráneo hace ya casi un siglo.
El corporativismo es la institucionalización de la relación de clientela, que es propia de pequeños grupos en los que el patrón no es sólo el dueño de activos, sino que es una figura paternal. Como han sido los padres durante la mayor parte de la historia humana: autoritarios, repartidores de castigos y premios a su arbitrio, y obviamente machistas. Aunque la relación clientelar aparece en casi todas las culturas antiguas, su institucionalización y transformación en corporativismo es algo propio de la Edad Media. Así, para la región del Mediterráneo hacia el siglo XVI, es la estructura “natural” de la sociedad y su mecanismo de intermediación con el poder. En la Europa occidental y del norte, no es tan natural el asunto, y la Reforma barre con esa estructura.
Pero América Latina se construye esencialmente con base en esa relación clientelar, ya en proceso de institucionalización. Así, cuando el imperio español se derrumba ante el liberalismo forzoso de Napoleón, los latinoamericanos quedamos en pésima situación. Frente a los pequeños grupos de liberales intentando construir nuevas naciones, las mayorías son corporativas. Cien años después de las independencias, el corporativismo no sólo no había desaparecido; había ganado la batalla. América Latina era, al inicio del segundo tercio del siglo XX, un conjunto de naciones primordialmente corporativas, lo que significaba o bien devaneos fascistas o requiebros stalinistas. En todo momento ha habido pequeñas islas democráticas, pero han sido sólo eso: islas temporales.
¿Por qué nos es tan difícil la democracia y por qué el populismo parece imposible de erradicar? ¿Por qué machismo, religiosidad, tradición, miedo, xenofobia y sumisión parecen ir siempre juntos en los latinoamericanos? La respuesta es también lo que explica por qué el corporativismo parece ser la única dimensión política que no cambia en el proceso de transición en México. En varias ocasiones me he referido a ello sosteniendo que nuestro problema es mental.
Así es, nuestras dificultades con la democracia y nuestro fracaso económico son resultado de una construcción cultural que nos impide avanzar. El corporativismo es una de las formas concretas de esa cultura anquilosada. Cultura que podemos llamar medieval, colonial, premoderna, y que está detrás de lo que parece una eterna transición política y una igualmente eterna discusión de “proyectos de nación”. Pero no es más que un problema mental.
-Puesto que los cinco temas son estructurales, la solución a una demanda en ellos implica una nueva problemática, por lo que el cambio en los tres poderes federales, muy evidente, nos ha llevado ahora a un Congreso dividido, esencialmente irresponsable, con un presidente debilitado y un Poder Judicial que tiene que resolver los conflictos, pero con sus defectos naturales: muy lentamente y privilegiando la inercia. Ahora lo que quisiéramos es un Congreso más transparente y con mayor capacidad, y un Ejecutivo que recupere algo de capacidad de maniobra, pero no demasiado. Algo parecido ocurre con la relación entre Federación y estados, que al cargarse a favor de éstos ha producido pequeños virreinatos, casi territorios autónomos, con lo que ahora hay autócratas regionalmente reducidos. No parece un gran avance, pero bueno, en 20 años hay cosas que han mejorado y otras que tenemos que seguir corrigiendo.
Sin embargo, el asunto del corporativismo requiere atención especial. No sólo porque, a diferencia de las otras cuatro cosas, no parece mejorar, sino también porque no es algo que compartamos con cualquier nación o Estado. No es asunto de equilibrio entre tres poderes o entre centro y regiones, sino de un mecanismo de intermediación entre sociedad y Estado, que sólo adquirió las características que conocemos en América Latina y, momentáneamente, en regiones del Mediterráneo hace ya casi un siglo.
El corporativismo es la institucionalización de la relación de clientela, que es propia de pequeños grupos en los que el patrón no es sólo el dueño de activos, sino que es una figura paternal. Como han sido los padres durante la mayor parte de la historia humana: autoritarios, repartidores de castigos y premios a su arbitrio, y obviamente machistas. Aunque la relación clientelar aparece en casi todas las culturas antiguas, su institucionalización y transformación en corporativismo es algo propio de la Edad Media. Así, para la región del Mediterráneo hacia el siglo XVI, es la estructura “natural” de la sociedad y su mecanismo de intermediación con el poder. En la Europa occidental y del norte, no es tan natural el asunto, y la Reforma barre con esa estructura.
Pero América Latina se construye esencialmente con base en esa relación clientelar, ya en proceso de institucionalización. Así, cuando el imperio español se derrumba ante el liberalismo forzoso de Napoleón, los latinoamericanos quedamos en pésima situación. Frente a los pequeños grupos de liberales intentando construir nuevas naciones, las mayorías son corporativas. Cien años después de las independencias, el corporativismo no sólo no había desaparecido; había ganado la batalla. América Latina era, al inicio del segundo tercio del siglo XX, un conjunto de naciones primordialmente corporativas, lo que significaba o bien devaneos fascistas o requiebros stalinistas. En todo momento ha habido pequeñas islas democráticas, pero han sido sólo eso: islas temporales.
¿Por qué nos es tan difícil la democracia y por qué el populismo parece imposible de erradicar? ¿Por qué machismo, religiosidad, tradición, miedo, xenofobia y sumisión parecen ir siempre juntos en los latinoamericanos? La respuesta es también lo que explica por qué el corporativismo parece ser la única dimensión política que no cambia en el proceso de transición en México. En varias ocasiones me he referido a ello sosteniendo que nuestro problema es mental.
Así es, nuestras dificultades con la democracia y nuestro fracaso económico son resultado de una construcción cultural que nos impide avanzar. El corporativismo es una de las formas concretas de esa cultura anquilosada. Cultura que podemos llamar medieval, colonial, premoderna, y que está detrás de lo que parece una eterna transición política y una igualmente eterna discusión de “proyectos de nación”. Pero no es más que un problema mental.
*Profesor de la EGAP del ITESM-CCM
macario@macarios.com.mx
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PERFIL
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Director de Investigación y Programas Doctorales en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), campus Ciudad de México. También es director de Negocios de EL UNIVERSAL y director general de Análisis y Prospectiva Económica, S. C. Se ha desempeñado como coordinador de Planeación del Gobierno del Distrito Federal, así como asesor en organismos públicos y privados.
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Editoriales anteriores
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El Universal/06/08/2007
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