Corresponsal en Gran Bretaña
Rafael Ramos
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Como el fondo no hay que tocarlo porque ha situado al Labour en el epicentro de la política británica y le ha permitido ganar tres elecciones, Gordon Brown ha decidido cambiar de talante: fuera la teatralidad superficial de Blair, los golpes de efecto, los anuncios sensacionales de cara a la galería, el gobierno a golpe de carisma. El nuevo estilo consiste en ser "sólidamente aburrido", como ha demostrado en su primera visita a George Bush en Camp David.El nuevo primer ministro no chupó cámara tras los atentados terroristas como habría hecho su predecesor, limitándose a una sola entrevista a la BBC para mostrarse firma al frente del timón, y punto final. A partir de ahí, el protagonismo para sus ministros en un gesto intencionado de gobierno colectivo. No puede hablarse de una revolución Brown porque lleva diez años en el gabinete (ha sido el canciller del Exhequer más longevo de la era moderna), pero es evidente que las formas son muy diferentes en Downing Street. En su viaje a los Estados Unidos, Gordon Brown ha confirmado que es parte del mismo "sistema" que Blair y Bush, interesado en presentar la lucha contra el terrorismo en la "gran batalla del siglo XXI", lo cual viene bien a la industria del armamento y la seguridad, necesitada de un enemigo tras la caída del comunismo. Pero no va a rendir al presidente norteamericano la misma pleitesía que su predecesor, consciente de que pronto puede haber un demócrata en la Casa Blanca.A perro flaco todo son pulgas, pensaría George W. Bush en el caso harto improbable de que dominase el refranero español. Por un lado la Cámara de Representantes presiona cada vez más para la retirada de la mayoría de tropas de Iraq para Abril del año que viene, por el otro su incondicional aliado británico da indicios de empezar a replantearse la "relación especial" transatlántica, y a cortar amarras con uno de los presidentes norteamericanos más impopulares de toda la historia.Las cosas han cambiado en Londres con la salida de Blair y la llegada de Brown, aunque sea de manera sutil y sin provocar terremotos. Y aunque la perniciosa dependencia de los Estados Unidos continúa siendo una realidad muy difícil de combatir, el nuevo gobierno quiere poner un poco de tierra por medio y establecer una nueva lista de prioridades entre las que no figuran las invasiones de terceros países, ni las aventuras neocoloniales con el pretexto del terrorismo y la seguridad. Al menos por el momento…La primera visita oficial de Brown al extranjero no fué a Washington sino a Berlín, para entrevistarse con la canciller alemana Angela Merkel y hablar de temas comunitarios. La segunda a París, para cambiar impresiones con Sarkozy sobre la aplicación de un liberalismo económico humanitario. Y tan sólo la tercera a Washington, huésped de un presidente en caída libre al que sólo le quedan dieciséis meses de mandato, con la autoridad mermada, la filosofía neocon desprestigiada y un poder legislativo que lo desafía abiertamente. Ya no está Blair para hacer de Leporello (el criado de Don Juan en la ópera de Mozart, que ocasionalmente se rebela pero acaba siempre organizando las fechorías de su amo), y el nuevo mayordomo británico no parece a primera vista tan condescendiente como el anterior. Brown no va a romper la baraja, pero de entrada ha propuesto a través de sus ministros el total desarme nuclear, un tratado medioambiental que vaya más allá de Kyoto, el internacionalismo, el respaldo al papel de las Naciones Unidas y un mayor compromiso de las superpotencias para combatir la pobreza del Tercer Mundo, y especialmente África."Es hora de cambiar el unilateralismo por el multilateralismo, de forjar nuevas alianzas basadas en valores compartidos –ha dicho Douglas Alexander, responsable de Comercio y Desarrollo Internacional, ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Washington-. En el siglo XX el poder consistía en imponerse por la fuerza, mientras que en el siglo XX se trata de construir en vez de destruir". Que uno de los principales hombres de confianza de Brown hablase de semejante manera a unas cuantas manzanas de la Casa Blanca es toda una declaración de intenciones que no ha pasado desapercibida.Los teléfonos rojos que unen Washington con Londres empezaron a sonar como locos, y el primer ministro británico se ha sentido obligado en Camp David a matizar que la relación anglonorteamericana "va a seguir siendo tan fuerte como en tiempos de Blair, y no vamos a permitir que nos separen en la lucha contra enemigos comunes como el terrorismo internacional". Pero el daño ya estaba hecho, y el Departamento de Estado esperaba el golpe desde que Brown nombró a Lord Mallach, un alto funcionario de la ONU en tiempos de Kofi Annan, como uno de sus principales asesores de política exterior. No va a haber ruptura, pero la pasión que sentía Blair hacia Bush se ha evaporado con la misma rapidez que la de Don Juan. Todo el mundo hace leña del árbol caído…Una de las críticas más sólidas a Blair ha sido el estilo presidencialista y la concentración de poderes en el poder ejecutivo a expensas del legislativo y el judicial, y el deterioro de la confianza popular en las instituciones por culpa de la obsesión con el control informativo, los escándalos de corrupción y abuso de interés, y las manipulaciones de la guerra de Iraq. Brown, con su plan de reformas, pretende arreglar el entuerto.El nuevo "premier" ha presentado un paquete de reformas constitucionales que iban a ser los fuegos artificiales para celebrar su llegada al poder, antes de que los frustrados atentados terroristas cambiasen sobre la marcha el guión. En la nueva Gran Bretaña se votará los domingos en vez de los jueves, habrá una "declaración de derechos" y el parlamento tendrá la última palabra a la hora de ir o no ir a la guerra. Brown ha propuesto al parlamento la creación de un "consejo nacional de seguridad", al estilo del norteamericano, que coordine las actividades militares, políticas, diplomáticas y de inteligencia, así como audiencias parlamentarias de confirmación de los nombramientos más importantes, como se hace en Washington. Veraneante habitual en Cape Cod y con muchos amigos en el partido demócrata, es un gran admirador del equilibrio de poderes en los Estados Unidos y de un sistema que obliga a los políticos a ser responsables, por lo general y con muchas excepciones, de sus actos (Nixon pagó por el Watergate y Clinton por sus escarceos con Mónica Lewinsky, pero Reagan salió indemne del escándalo Irán-Contra, y Kissinger del derrocamiento de Pinochet, y Bush de Guantánamo…).El líder laborista ha dejado claro que no le interesa, al contrario de Blair, la concentración de poderes, sino que incluso está dispuesto a renunciar a algunos, como el nombramiento de los obispos de la Iglesia de Inglaterra. La ratificación de tratados internacionales corresponderá a la Cámara de los Comunes, y la edad para votar podría reducirse a dieciséis años si las pertinentes consultas sugieren un apoyo generalizado a la iniciativa (en principio los jóvenes son más laboristas que conservadores, pero nunca se sabe).En lo que no transige el nuevo primer ministro es en la demanda tory de que sólo los diputados ingleses voten sobre los asuntos que afecten exclusivamente a Inglaterra, en vista de que Escocia, Gales e Irlanda del Norte tienen sus propios parlamentos autónomos. Brown, que es escocés, sabe que se trata de una trampa tendida por David Cameron, y que una cosa es el cambio de talante y otra muy distinta la autodestrucción. Su fórmula para ganar las proximas elecciones es ser aburrido, pero también serio e inteligente.
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La Vanguardia/02/08/2007
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