Sarkozy conoce a Adam Smith y Friedrich Hayek, que era uno de los héroes intelectuales de Margaret Thatcher. Sin embargo, ha dicho "No me levanto cada mañana preguntando qué habrían hecho Hayek o Adam Smith". Eso es, desafortunadamente, obvio.
Conferencia de prensa en el G8, con unos tragos de más encima
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Por George Will
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Se dice que las bibliotecas francesas contienen las constituciones de su nación -- ha habido más de una docena desde 1789; la actual es una relativamente antigua de 49 años -- revisada a intervalos regulares. Ahora Nicolas Sarkozy, el peripatético nuevo presidente de Francia, ha creado una comisión de reforma constitucional. La Comisión incluye a Jack Lang que, en calidad de ministro de cultura en 1983 bajo el presidente Francois Mitterrand, celebró una conferencia sublimemente impresentable sobre (la presunta) crisis económica mundial, presentando a Sofía Loren, Susan Sontag, Norman Mailer y similares.
¿Es Sarkozy un hombre serio? Algunos conservadores norteamericanos le consideran un espíritu afín y creen ver en su elección un presagio esperanzador de su próximo renacimiento: sucedió a un presidente de dos mandatos intensamente impopular de su propio partido (Jacques Chirac) prometiendo reformas dramáticas. Quizá.
Pero Guy Sorman, un escritor conservador que conoce a Sarkozy en política y como dice él, como amigo durante 30 años, está seguro de que al igual que la mayor parte de los políticos, el presidente no es un hombre de cultura o ideas, pero al contrario que la mayor parte de los políticos franceses "él no simula serlo". Es, dice Sorman, un “keynesiano” -- un creyente en utilizar al gobierno para regular la economía a través de la gestión de la demanda -- "que no sabe quién era Keynes”.
Sarkozy sí conoce a Adam Smith y Friedrich Hayek, que era uno de los héroes intelectuales de Margaret Thatcher. Sarkozy sin embargo ha dicho "No me levanto cada mañana preguntando qué habrían hecho Hayek o Adam Smith". Eso es, desafortunadamente, obvio. Fuente de formulaciones sospechosamente opacas (aboga por "el liberalismo regulado" y "la globalización humana"), y está complacido de que "la 'protección' del mundo ya no sea un tabú más". (¿Cuándo fue alguna vez tabú en Francia?). Está comprometido a prolongar las protecciones de la facción francesa más mimada, los granjeros. Al pedir una "política industrial genuina europea", pregunta: "La competición como ideología, como dogma, ¿qué ha hecho por Europa?" Lo que es peor, quiere acortar la independencia -- léase politizar – de la única institución que puede salvar a Francia de sí misma, el Banco Central Europeo, que puede contener las ruinosas preferencias de Francia por una política monetaria laxa y la inflación como renegación pausada de la deuda.
En el libro “Testimonio de Sarkozy”, observa que hace 30 años y Gran Bretaña tenía un PIB un 25% por debajo del de Francia. Ahora Gran Bretaña se encuentra un 10% por encima. ¿Qué sucedió? Margaret Thatcher lo hizo. Pero aunque Sarkozy hace votos de "ruptura" con el pasado, no es lo bastante destacado para manifestar una afinidad con ella y desafiar en serio el consenso en la raíz de la esclerosis social de Francia: tanto derecha como izquierda rechazan el liberalismo económico, la izquierda a causa de su socialismo imperante, la derecha a causa de calificar el estatismo como prerrequisito de la grandeza nacional.
La tasa de desempleo de Francia no ha bajado del 8% en 25 años -- no desde 1982, cuando Francois Mitterrand hizo inadvertidamente lo que Thatcher hizo a posta -- matar el socialismo. Presidente elegido en 1981 prometiendo "la ruptura con el capitalismo", mantuvo la promesa despiadadamente. Tuvo el programa de nacionalizaciones más arrollador propuesto nunca para una economía libre; incrementó las pensiones, las ayudas familiares, las ayudas a la vivienda y el salario mínimo. El franco se devaluó en tres ocasiones y pronto se vio forzado a adoptar "un rigor socialista" (austeridad).
El izquierdismo francés es absolutamente reaccionario. Siendo depositario de una palabra de connotaciones semi-sagradas en Francia, los socialistas afirman ser "la resistencia". No están a favor de nada; están en contra de renunciar a cualquiera de sus derechos sociales. Hacen frente a tres amenazas. Una es "el neoliberalismo" -- los mercados suplantando al estado como distribuidor principal de riqueza y oportunidades. La segunda es la americanización de la cultura a través de las importaciones del ocio americano (véase la tercera). La tercera es la globalización (ver la primera y la segunda).
En mayo, en unas elecciones con la mayor participación desde 1981 (el 85%), la contrincante socialista de Sarkozy, Segolene Royal, la princesa de las vaguedades, lograba el 47% de los votos por, esencialmente, "resistencia". Llamativamente, ella derrotó a Sarkozy entre los votantes de entre 18 a 59 años -- la población trabajadora. No es buen presagio de cara a la reforma que él ganara logrando enormes mayorías entre los más dependientes del estado del bienestar -- el 61% entre aquellos entre 60 a 69 años, y el 68% entre aquellos de más de 70.
Uno de cada cuatro empleados franceses trabaja en el sector público, el cual devora el 54% del PIB. (El porcentaje norteamericano ronda el 34%). El hecho de que el PIB de Francia y la producción por hora de trabajo lleven 15 años en declive en relación a los de Gran Bretaña y Estados Unidos está seguramente relacionado con el hecho de que el 60% de los franceses responde positivamente a la palabra "burócrata". Los conservadores norteamericanos deberían buscar buenos augurios en otra parte. © 2007, The Washington Post Writers Group
Se dice que las bibliotecas francesas contienen las constituciones de su nación -- ha habido más de una docena desde 1789; la actual es una relativamente antigua de 49 años -- revisada a intervalos regulares. Ahora Nicolas Sarkozy, el peripatético nuevo presidente de Francia, ha creado una comisión de reforma constitucional. La Comisión incluye a Jack Lang que, en calidad de ministro de cultura en 1983 bajo el presidente Francois Mitterrand, celebró una conferencia sublimemente impresentable sobre (la presunta) crisis económica mundial, presentando a Sofía Loren, Susan Sontag, Norman Mailer y similares.
¿Es Sarkozy un hombre serio? Algunos conservadores norteamericanos le consideran un espíritu afín y creen ver en su elección un presagio esperanzador de su próximo renacimiento: sucedió a un presidente de dos mandatos intensamente impopular de su propio partido (Jacques Chirac) prometiendo reformas dramáticas. Quizá.
Pero Guy Sorman, un escritor conservador que conoce a Sarkozy en política y como dice él, como amigo durante 30 años, está seguro de que al igual que la mayor parte de los políticos, el presidente no es un hombre de cultura o ideas, pero al contrario que la mayor parte de los políticos franceses "él no simula serlo". Es, dice Sorman, un “keynesiano” -- un creyente en utilizar al gobierno para regular la economía a través de la gestión de la demanda -- "que no sabe quién era Keynes”.
Sarkozy sí conoce a Adam Smith y Friedrich Hayek, que era uno de los héroes intelectuales de Margaret Thatcher. Sarkozy sin embargo ha dicho "No me levanto cada mañana preguntando qué habrían hecho Hayek o Adam Smith". Eso es, desafortunadamente, obvio. Fuente de formulaciones sospechosamente opacas (aboga por "el liberalismo regulado" y "la globalización humana"), y está complacido de que "la 'protección' del mundo ya no sea un tabú más". (¿Cuándo fue alguna vez tabú en Francia?). Está comprometido a prolongar las protecciones de la facción francesa más mimada, los granjeros. Al pedir una "política industrial genuina europea", pregunta: "La competición como ideología, como dogma, ¿qué ha hecho por Europa?" Lo que es peor, quiere acortar la independencia -- léase politizar – de la única institución que puede salvar a Francia de sí misma, el Banco Central Europeo, que puede contener las ruinosas preferencias de Francia por una política monetaria laxa y la inflación como renegación pausada de la deuda.
En el libro “Testimonio de Sarkozy”, observa que hace 30 años y Gran Bretaña tenía un PIB un 25% por debajo del de Francia. Ahora Gran Bretaña se encuentra un 10% por encima. ¿Qué sucedió? Margaret Thatcher lo hizo. Pero aunque Sarkozy hace votos de "ruptura" con el pasado, no es lo bastante destacado para manifestar una afinidad con ella y desafiar en serio el consenso en la raíz de la esclerosis social de Francia: tanto derecha como izquierda rechazan el liberalismo económico, la izquierda a causa de su socialismo imperante, la derecha a causa de calificar el estatismo como prerrequisito de la grandeza nacional.
La tasa de desempleo de Francia no ha bajado del 8% en 25 años -- no desde 1982, cuando Francois Mitterrand hizo inadvertidamente lo que Thatcher hizo a posta -- matar el socialismo. Presidente elegido en 1981 prometiendo "la ruptura con el capitalismo", mantuvo la promesa despiadadamente. Tuvo el programa de nacionalizaciones más arrollador propuesto nunca para una economía libre; incrementó las pensiones, las ayudas familiares, las ayudas a la vivienda y el salario mínimo. El franco se devaluó en tres ocasiones y pronto se vio forzado a adoptar "un rigor socialista" (austeridad).
El izquierdismo francés es absolutamente reaccionario. Siendo depositario de una palabra de connotaciones semi-sagradas en Francia, los socialistas afirman ser "la resistencia". No están a favor de nada; están en contra de renunciar a cualquiera de sus derechos sociales. Hacen frente a tres amenazas. Una es "el neoliberalismo" -- los mercados suplantando al estado como distribuidor principal de riqueza y oportunidades. La segunda es la americanización de la cultura a través de las importaciones del ocio americano (véase la tercera). La tercera es la globalización (ver la primera y la segunda).
En mayo, en unas elecciones con la mayor participación desde 1981 (el 85%), la contrincante socialista de Sarkozy, Segolene Royal, la princesa de las vaguedades, lograba el 47% de los votos por, esencialmente, "resistencia". Llamativamente, ella derrotó a Sarkozy entre los votantes de entre 18 a 59 años -- la población trabajadora. No es buen presagio de cara a la reforma que él ganara logrando enormes mayorías entre los más dependientes del estado del bienestar -- el 61% entre aquellos entre 60 a 69 años, y el 68% entre aquellos de más de 70.
Uno de cada cuatro empleados franceses trabaja en el sector público, el cual devora el 54% del PIB. (El porcentaje norteamericano ronda el 34%). El hecho de que el PIB de Francia y la producción por hora de trabajo lleven 15 años en declive en relación a los de Gran Bretaña y Estados Unidos está seguramente relacionado con el hecho de que el 60% de los franceses responde positivamente a la palabra "burócrata". Los conservadores norteamericanos deberían buscar buenos augurios en otra parte. © 2007, The Washington Post Writers Group
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Diario de América -USA/27/08/2007
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