Por Daniel Alaluf (Desde Israel)
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El Fundamentalismo Islámico, este fenómeno que nos parece tan moderno, tiene sus raíces bien afianzadas en la historia de la humanidad. ¿Será este el nuevo desafío de las democracias? ¿A qué se debe este fenómeno?
Desde los años ´70, el mundo ha sido testigo de la expansión global de la conciencia musulmana. La revolución iraní en 1979, el asesinato del presidente egipcio Answer Sadat llevado a cabo por radicales musulmanes en 1981, el surgimiento de Hezbollah en el sur de El Líbano a principios de los ´80, la aparición del Hamas en los territorios ocupados a finales de la misma década, el crecimiento del movimiento islámico en Israel, la “Fatwa” contra Salman Rushdie, la elección de partidarios de la Hermandad Musulmana como miembros del parlamento jordano en 1989, la rotunda victoria de los radicales musulmanes dirigidos por Madani en las elecciones algerinas de 1990, la inestabilidad en Irak y la popularidad de Al Qaeda son solo algunos de los ejemplos del comienzo y evolución de este fenómeno.
¿Qué es el fundamentalismo Islámico?
Las raíces violentas del Islam surgieron en el siglo XVIII como lo que fuera la oposición al decadente Imperio Otomano, llegando a su punto más violento en el siglo XX. El fundamentalismo es generalmente considerado como algo que relacionado a los sistemas modernos de la fe, en Occidente se lo relaciona, principalmente, con la religión y posee connotaciones negativas. La primera reacción occidental ante estos preocupantes fenómenos se vio reflejada en el intento de catalogar todo despertar, o indicio de conciencia islámica, bajo el problemático concepto de “fundamentalismo”, pero, debemos diferenciar -al menos con fines académicos- entre aquellos sectores islámicos que intentan volver a las fuentes islámicas tradicionales existentes en algunos países y los grupos radicales islámicos revolucionarios de diferentes partes del mundo que desean -por medio de sus militantes- devolver a la sociedad las viejas normas prístinas del Islam. El factor común entre ambas corrientes de “renovación” islámica es el reconocimiento de una crisis entre los creyentes y el mundo que los rodea. Según los sectores radicales que proponen las reformas en estas sociedades, el modernismo ha producido alienación y frustración, quebró los antiguos y tradicionales lazos familiares llevando a las personas a buscar nuevas entidades e identidades grupales para refugiarse del mundo hostil con el cual ya no se identifican, un mundo cuya diversidad y complejismo los desorienta.
Factores desencadenantes
Las reformas liberales que se produjeron dentro de algunos regimenes autoritarios musulmanes han dado una sensación de inseguridad florecieron los sectores extremistas. Dadas las problemáticas condiciones sociales, económicas y políticas de estas sociedades, estos grupos radicales pueden demostrar fácilmente que las mismas están plagadas de corrupción, negligencia y despotismo. Los dramáticos cambios y acontecimientos que se produjeron en los últimos 30 años -nombrados anteriormente- nos llevan a reflexionar sobre el potencial del Islam como fuerza política en el mundo moderno. La nueva ola islámica ya no está limitada a los chiítas como en sus comienzos, hoy en día podemos observar erupciones radicales en diferentes partes del planeta. La búsqueda de una conciencia religiosa domina ya a muchos países islámicos y el llamado al pan-islamismo es constante. Debemos tener en cuenta que las doctrinas fundamentalistas dentro del Islam no son compartidas por la mayoría de los musulmanes ni representan el rico pasado cultural de esta civilización, pero hoy en día representa un sector radical dentro del Islam que, lamentablemente, no puede ser ignorado. El uso de la religión para llevar a cabo represiones extremas, e incluso terror, no está limitado al Islam, el Cristianismo es quien hasta hoy en día -históricamente hablando- cuenta con los peores antecedentes. Desde las Cruzadas hasta la Inquisición y las sangrientas guerras religiosas en los siglos XVI y XVII, Europa ha sido testigo de más muertes por motivos religiosos que todo el mundo musulmán. El fundamentalismo ha logrado conquistar a millones de adherentes durante siglos por una buena razón: eleva y reconforta, brinda sentido a la existencia y direcciona a aquellos seres perdidos en este mundo desorientador. El ciego uso de los textos sagrados como una verdad literal y el adoctrinamiento para seguir las órdenes divinas ante todo, la subyugación de la razón y conciencia frente a los dogmas, pueden ser combinaciones trágicas que lleven a los hombres a realizar acciones extremas. Este comportamiento tiene su lógica, una lógica peligrosa: si una persona cree que existe vida eterna en el más allá y que castigos terribles les esperan a quienes desobedecen las leyes de Dios, es de suponer que quien cree en estos principios hará todo lo posible para cumplir con sus órdenes e, incluso, convencer a sus prójimos de hacer lo mismo. La lógica es implacable, el pecado de los otros genera más pecados, pecados que pueden también perjudicar a los creyentes. La única solución para estas personas es crear un mundo libre de pecadores, donde quienes pecan sean castigados y purgados continuamente utilizando la fuerza, de ser necesario. La obligación por cumplir este deber se encuentra en mano de los creyentes y puede llegar a requerir el uso de torturas, persecuciones y asesinatos de los pecadores, mientras que los fundamentalistas creen estar actuando de acuerdo a la voluntad de Dios. Esta es la ideología fundamentalista religiosa que hemos podido observar, por ejemplo, en los Talibanes y en otros sectores radicales del mundo musulmán. Debemos considerar también que existen réplicas seculares del fundamentalismo religioso, no es necesario que nos alejemos mucho -históricamente hablando- para observar que la Alemania Nazi o el comunismo de la ex Unión Soviética también han sido fundamentalismos donde la política fue el objetivo final. Según las leyes de Lenín y Stalin, la conciencia revolucionaria se vio siempre amenazada por aquellas personas cuya fe en la revolución era débil (generalmente la burguesía, los intelectuales y los Kulaks) quienes debían ser purgados o eliminados. Hoy en día, quizá, nos resulte difícil comprenderlo, pero estos regimenes políticos también creyeron que estaban creando un nuevo camino para la humanidad, un lugar donde todas las dudas que trae la libertad puedan ser disipadas por medio de la pureza racial o la identidad política. Por lo tanto, la destrucción de todos los disidentes -entre ellos los judíos- llevada a cabo por medio de fuego tal como lo hicieran los inquisidores en el pasado, también fue un acto de purificación, simplemente en una escala diferente de eficiencia y divinidad. El exterminio de esos fundamentalismos laicos y religiosos fue un proceso que requirió un arduo y largo esfuerzo. Es de suponer que el conflicto y la lucha frente al fundamentalismo islámico también ha de durar. Solo Irán y Afganistán, hasta ahora, han experimentado el horror del fundamentalismo revolucionario. Las lecciones que Europa ya ha aprendido a través de su sangrienta historia, aún deben ser absorbidas por el mundo musulmán. El modelo iraní y la islamización del conflicto árabe-israelí La islamización del conflicto árabe-israelí ha sido una contribución importante al crecimiento del Islam en Medio Oriente y el mundo entero. Podemos entender por “islamización” la incorporación masiva de símbolos, ideas y valores islámicos a una situación de por sí ya difícil, esta islamización ha ido creciendo constantemente durante los últimos 25 años. Su proceso le agrega otra naturalidad al conflicto. Generalmente cuando observamos conflictos entre otros países, a través de la historia descubrimos que los mismos son territoriales, políticos o compuestos por factores problemáticos que pueden ser cuantificables, factores que pueden ser negociados, las partes pueden comprometerse, ceder y solucionar. La islamización agrega factores “cualitativos”, aspectos ideológicos llevan a que el conflicto sea más difícil de solucionar, especialmente cuando la ideología deriva de un credo, algo que de por sí no es negociable. Por ejemplo: si a fin de determinar en manos de quién quedará un territorio determinado nos remitimos a un pasaje del Corán o de la Torá, no existe posibilidad alguna que algún líder político pueda reformar el pasaje en cuestión a fin de llegar a un acuerdo, por lo tanto la decisión se centraliza en si se debe o no citar dicho pasaje. En caso de que factores religiosos tengan preponderancia en las sociedades que forman parte del conflicto, esta importancia religiosa se verá reflejada al momento de negociar, dificultando aún más la solución de las diferencias. El éxito del fundamentalismo islámico en la Revolución Iraní ha sido determinante en el conflicto palestino-israelí, convirtiéndose en un modelo al cual amplios sectores de la sociedad palestina desean imitar e implementar en “Palestina”. La primera consecuencia de estas aspiraciones implica la inyección de más elementos islámicos fundamentalistas en el conflicto. En los territorios palestinos, Khomeini es visto como un héroe. Paradójicamente, Khomeini no era ni siquiera árabe, es más, era chiíta mientras que los palestinos son sunitas, pero esto no impidió que se convirtiera en un símbolo de la oposición a Occidente y el imperialismo, siendo el líder que terminó con 300 años de dominio de políticas occidentales sobre los musulmanes, enfrentando a occidente y triunfando, aspiraciones similares a las de los palestinos frente a su “enemigo sionista”. Para el Islam, la tolerancia religiosa siempre estuvo basada en el poder del propio Islam. Fue tolerante mientras controlaba el territorio y determinaba las leyes. Tras la pérdida de territorios, esta tolerancia se ha ido evaporando. La creación del Estado de Israel, un país infiel en zona de tierras musulmanas, es para muchos el símbolo del deterioro y el eclipse del Islam en el mundo moderno. Mientras que el colonialismo es tomado en algunas culturas como opresión política, para los fundamentalistas islámicos es mucho más grave, debe ser blasfemado y combatido. Los ataques suicidas y otras formas de terrorismo que comenzaran hace 20 años en El Líbano, Sri Lanka y continuarán en Israel, Arabia Saudita, Egipto, Irak y otros lugares de Occidente, son una expresión directa del auge del fundamentalismo, una formula política para imponer el autoritarismo en forma religiosa. El fundamentalismo es una corriente de pensamiento y acción aún más peligrosa que el terrorismo que amenaza a los estados, a los gobiernos, y a la democracia. El fundamentalismo desafía principalmente a la democracia, desafiando los principios elementales de la misma, como el voto y el gobierno de la mayoría, llevando a los regimenes políticos a convertirse en tiranías de las mayorías. La democracia es una forma de anti-fundamentalismo, su sabiduría y apertura a nuevos desafíos ofrece resistencia a las pseudo verdades monolíticas. En tiempos de rápidos cambios, donde las diferencias sociales se acentúan y la autoridad de los gobiernos se ve desafiada, la ampliación y el fortalecimiento de la democracia debería ser la mejor arma para luchar contra este peligroso fenómeno.
Desde los años ´70, el mundo ha sido testigo de la expansión global de la conciencia musulmana. La revolución iraní en 1979, el asesinato del presidente egipcio Answer Sadat llevado a cabo por radicales musulmanes en 1981, el surgimiento de Hezbollah en el sur de El Líbano a principios de los ´80, la aparición del Hamas en los territorios ocupados a finales de la misma década, el crecimiento del movimiento islámico en Israel, la “Fatwa” contra Salman Rushdie, la elección de partidarios de la Hermandad Musulmana como miembros del parlamento jordano en 1989, la rotunda victoria de los radicales musulmanes dirigidos por Madani en las elecciones algerinas de 1990, la inestabilidad en Irak y la popularidad de Al Qaeda son solo algunos de los ejemplos del comienzo y evolución de este fenómeno.
¿Qué es el fundamentalismo Islámico?
Las raíces violentas del Islam surgieron en el siglo XVIII como lo que fuera la oposición al decadente Imperio Otomano, llegando a su punto más violento en el siglo XX. El fundamentalismo es generalmente considerado como algo que relacionado a los sistemas modernos de la fe, en Occidente se lo relaciona, principalmente, con la religión y posee connotaciones negativas. La primera reacción occidental ante estos preocupantes fenómenos se vio reflejada en el intento de catalogar todo despertar, o indicio de conciencia islámica, bajo el problemático concepto de “fundamentalismo”, pero, debemos diferenciar -al menos con fines académicos- entre aquellos sectores islámicos que intentan volver a las fuentes islámicas tradicionales existentes en algunos países y los grupos radicales islámicos revolucionarios de diferentes partes del mundo que desean -por medio de sus militantes- devolver a la sociedad las viejas normas prístinas del Islam. El factor común entre ambas corrientes de “renovación” islámica es el reconocimiento de una crisis entre los creyentes y el mundo que los rodea. Según los sectores radicales que proponen las reformas en estas sociedades, el modernismo ha producido alienación y frustración, quebró los antiguos y tradicionales lazos familiares llevando a las personas a buscar nuevas entidades e identidades grupales para refugiarse del mundo hostil con el cual ya no se identifican, un mundo cuya diversidad y complejismo los desorienta.
Factores desencadenantes
Las reformas liberales que se produjeron dentro de algunos regimenes autoritarios musulmanes han dado una sensación de inseguridad florecieron los sectores extremistas. Dadas las problemáticas condiciones sociales, económicas y políticas de estas sociedades, estos grupos radicales pueden demostrar fácilmente que las mismas están plagadas de corrupción, negligencia y despotismo. Los dramáticos cambios y acontecimientos que se produjeron en los últimos 30 años -nombrados anteriormente- nos llevan a reflexionar sobre el potencial del Islam como fuerza política en el mundo moderno. La nueva ola islámica ya no está limitada a los chiítas como en sus comienzos, hoy en día podemos observar erupciones radicales en diferentes partes del planeta. La búsqueda de una conciencia religiosa domina ya a muchos países islámicos y el llamado al pan-islamismo es constante. Debemos tener en cuenta que las doctrinas fundamentalistas dentro del Islam no son compartidas por la mayoría de los musulmanes ni representan el rico pasado cultural de esta civilización, pero hoy en día representa un sector radical dentro del Islam que, lamentablemente, no puede ser ignorado. El uso de la religión para llevar a cabo represiones extremas, e incluso terror, no está limitado al Islam, el Cristianismo es quien hasta hoy en día -históricamente hablando- cuenta con los peores antecedentes. Desde las Cruzadas hasta la Inquisición y las sangrientas guerras religiosas en los siglos XVI y XVII, Europa ha sido testigo de más muertes por motivos religiosos que todo el mundo musulmán. El fundamentalismo ha logrado conquistar a millones de adherentes durante siglos por una buena razón: eleva y reconforta, brinda sentido a la existencia y direcciona a aquellos seres perdidos en este mundo desorientador. El ciego uso de los textos sagrados como una verdad literal y el adoctrinamiento para seguir las órdenes divinas ante todo, la subyugación de la razón y conciencia frente a los dogmas, pueden ser combinaciones trágicas que lleven a los hombres a realizar acciones extremas. Este comportamiento tiene su lógica, una lógica peligrosa: si una persona cree que existe vida eterna en el más allá y que castigos terribles les esperan a quienes desobedecen las leyes de Dios, es de suponer que quien cree en estos principios hará todo lo posible para cumplir con sus órdenes e, incluso, convencer a sus prójimos de hacer lo mismo. La lógica es implacable, el pecado de los otros genera más pecados, pecados que pueden también perjudicar a los creyentes. La única solución para estas personas es crear un mundo libre de pecadores, donde quienes pecan sean castigados y purgados continuamente utilizando la fuerza, de ser necesario. La obligación por cumplir este deber se encuentra en mano de los creyentes y puede llegar a requerir el uso de torturas, persecuciones y asesinatos de los pecadores, mientras que los fundamentalistas creen estar actuando de acuerdo a la voluntad de Dios. Esta es la ideología fundamentalista religiosa que hemos podido observar, por ejemplo, en los Talibanes y en otros sectores radicales del mundo musulmán. Debemos considerar también que existen réplicas seculares del fundamentalismo religioso, no es necesario que nos alejemos mucho -históricamente hablando- para observar que la Alemania Nazi o el comunismo de la ex Unión Soviética también han sido fundamentalismos donde la política fue el objetivo final. Según las leyes de Lenín y Stalin, la conciencia revolucionaria se vio siempre amenazada por aquellas personas cuya fe en la revolución era débil (generalmente la burguesía, los intelectuales y los Kulaks) quienes debían ser purgados o eliminados. Hoy en día, quizá, nos resulte difícil comprenderlo, pero estos regimenes políticos también creyeron que estaban creando un nuevo camino para la humanidad, un lugar donde todas las dudas que trae la libertad puedan ser disipadas por medio de la pureza racial o la identidad política. Por lo tanto, la destrucción de todos los disidentes -entre ellos los judíos- llevada a cabo por medio de fuego tal como lo hicieran los inquisidores en el pasado, también fue un acto de purificación, simplemente en una escala diferente de eficiencia y divinidad. El exterminio de esos fundamentalismos laicos y religiosos fue un proceso que requirió un arduo y largo esfuerzo. Es de suponer que el conflicto y la lucha frente al fundamentalismo islámico también ha de durar. Solo Irán y Afganistán, hasta ahora, han experimentado el horror del fundamentalismo revolucionario. Las lecciones que Europa ya ha aprendido a través de su sangrienta historia, aún deben ser absorbidas por el mundo musulmán. El modelo iraní y la islamización del conflicto árabe-israelí La islamización del conflicto árabe-israelí ha sido una contribución importante al crecimiento del Islam en Medio Oriente y el mundo entero. Podemos entender por “islamización” la incorporación masiva de símbolos, ideas y valores islámicos a una situación de por sí ya difícil, esta islamización ha ido creciendo constantemente durante los últimos 25 años. Su proceso le agrega otra naturalidad al conflicto. Generalmente cuando observamos conflictos entre otros países, a través de la historia descubrimos que los mismos son territoriales, políticos o compuestos por factores problemáticos que pueden ser cuantificables, factores que pueden ser negociados, las partes pueden comprometerse, ceder y solucionar. La islamización agrega factores “cualitativos”, aspectos ideológicos llevan a que el conflicto sea más difícil de solucionar, especialmente cuando la ideología deriva de un credo, algo que de por sí no es negociable. Por ejemplo: si a fin de determinar en manos de quién quedará un territorio determinado nos remitimos a un pasaje del Corán o de la Torá, no existe posibilidad alguna que algún líder político pueda reformar el pasaje en cuestión a fin de llegar a un acuerdo, por lo tanto la decisión se centraliza en si se debe o no citar dicho pasaje. En caso de que factores religiosos tengan preponderancia en las sociedades que forman parte del conflicto, esta importancia religiosa se verá reflejada al momento de negociar, dificultando aún más la solución de las diferencias. El éxito del fundamentalismo islámico en la Revolución Iraní ha sido determinante en el conflicto palestino-israelí, convirtiéndose en un modelo al cual amplios sectores de la sociedad palestina desean imitar e implementar en “Palestina”. La primera consecuencia de estas aspiraciones implica la inyección de más elementos islámicos fundamentalistas en el conflicto. En los territorios palestinos, Khomeini es visto como un héroe. Paradójicamente, Khomeini no era ni siquiera árabe, es más, era chiíta mientras que los palestinos son sunitas, pero esto no impidió que se convirtiera en un símbolo de la oposición a Occidente y el imperialismo, siendo el líder que terminó con 300 años de dominio de políticas occidentales sobre los musulmanes, enfrentando a occidente y triunfando, aspiraciones similares a las de los palestinos frente a su “enemigo sionista”. Para el Islam, la tolerancia religiosa siempre estuvo basada en el poder del propio Islam. Fue tolerante mientras controlaba el territorio y determinaba las leyes. Tras la pérdida de territorios, esta tolerancia se ha ido evaporando. La creación del Estado de Israel, un país infiel en zona de tierras musulmanas, es para muchos el símbolo del deterioro y el eclipse del Islam en el mundo moderno. Mientras que el colonialismo es tomado en algunas culturas como opresión política, para los fundamentalistas islámicos es mucho más grave, debe ser blasfemado y combatido. Los ataques suicidas y otras formas de terrorismo que comenzaran hace 20 años en El Líbano, Sri Lanka y continuarán en Israel, Arabia Saudita, Egipto, Irak y otros lugares de Occidente, son una expresión directa del auge del fundamentalismo, una formula política para imponer el autoritarismo en forma religiosa. El fundamentalismo es una corriente de pensamiento y acción aún más peligrosa que el terrorismo que amenaza a los estados, a los gobiernos, y a la democracia. El fundamentalismo desafía principalmente a la democracia, desafiando los principios elementales de la misma, como el voto y el gobierno de la mayoría, llevando a los regimenes políticos a convertirse en tiranías de las mayorías. La democracia es una forma de anti-fundamentalismo, su sabiduría y apertura a nuevos desafíos ofrece resistencia a las pseudo verdades monolíticas. En tiempos de rápidos cambios, donde las diferencias sociales se acentúan y la autoridad de los gobiernos se ve desafiada, la ampliación y el fortalecimiento de la democracia debería ser la mejor arma para luchar contra este peligroso fenómeno.
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Nueva Sión - Argentina/25/08/2007
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