16/8/07

Hiroshima, Nagasaki y Venezuela

16/08/2007
Opinión
Julio César Pineda
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Hoy se cumplen 62 años de la segunda experiencia de la energía nuclear con fines militares. El seis de agosto fue la primera bomba atómica sobre Hiroshima y el nueve sobre Nagasaki. La humanidad no conocía el terrible efecto de la radiactividad además del efecto mecánico y calórico de la bomba. En el centro de la explosión de Hiroshima y Nagasaki, se llegó al millón de grados de calor y a la muerte instantánea de 400.000 seres humanos. Todavía hoy, las mutaciones genéticas propias de la radiación, continúan produciendo víctimas.
La energía nuclear se produce por la división de núcleos de átomos pesados o por la fusión de núcleos de átomos livianos. EL hombre ha logrado dominar la fisión atómica como fuente alterna de energía con el uranio, pero para bombas ha controlado la fisión y la fusión.
La energía nuclear desde sus inicios estuvo orientada a la guerra porque su descubrimiento y desarrollo se dio en un marco de confrontación y conflicto. El proyecto alemán de Hitler que visualizó la utilización del átomo con fines bélicos. Estados Unidos, Europa y la incipiente tecnología rusa se enmarcaron en la respuesta a lo que el nazismo pudiera haber logrado en este campo de la ciencia y la tecnología para fortalecer sus apetencias militares.
El 2 de agosto de 1939, Albert Einstein y un numeroso grupo de científicos, muchos de ellos de origen alemán, le escribieron al presidente Roosevelt alertándolo del peligro de la bomba atómica nazi, así nació el Proyecto Manhatan para obtener la primera arma nuclear. EL aspecto científico fue dirigido por Julius Robert Oppenheimer y el militar por el general Leslie Richard Groves. La primera prueba la realizó Washington en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México ,con una bomba atómica de uranio enriquecido.
Los científicos no esperaban el uso de la bomba atómica contra poblaciones civiles como ocurrió en estas dos ciudades japonesas. Sólo querían el efecto disuasivo de estas armas, por eso condenaron la militarización de la energía nuclear sin negar los inmensos beneficios que para la humanidad podía aportar el uso pacífico del átomo.
En 1957 la comunidad mundial creó la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) y motivó lo que más tarde en 1968 se convertiría en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) con la intención de controlar toda desviación militar del átomo. Pero al mismo tiempo, desarrollar y facilitar el acceso de los beneficios de esta nueva forma de energía en los diferentes campos de la actividad humana, especialmente como fuente alterna de energía, con especial referencia a la producción de electricidad.
Es oportuno en esta fecha la referencia al proyecto de la República Islámica de Irán de enriquecer uranio y obtener plutonio al margen de la OIEA y del TPN. Esto acentuaría la proliferación y los riesgos apocalípticos en una zona de extrema sensibilidad como es el Medio Oriente. Por eso, no sólo la reacción de Estados Unidos y la Unión Europea sino particularmente del mundo árabe y musulmán, ante la nueva actitud de Teherán y su histórica apetencia hegemónica desde los tiempo de la antigua Persa. Pronto debe pronunciarse el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En la última reunión de la junta de gobernadores de la OIEA en Viena sólo votaron por el proyecto atómico iraní: Cuba, Siria y Venezuela.
La diplomacia venezolana más temperamental que racional debe replantearse el apoyo absoluto que el gobierno del presidente Chávez le ha dado al régimen teocrático y conservador de los ayatolás, ahora más radicalizados con las amenazas del presidente Ahmadinejad en su Jihad contra el Occidente y particularmente cuando ha declarado que uno de los estados de la comunidad internacional debe ser borrado del mapa. En América Latina, las dos naciones más desarrolladas en materia atómica son Brasil y Argentina, cuyos gobiernos han actuado con prudencia y se han alejado de la agresiva política de ese Gobierno teocrático y conservador.
A raíz de la crisis de los misiles de Cuba, en 1962, toda nuestra región firmó el Tratado de Tlatelolco con la renuncia al uso militar del átomo y el alejamiento de cualquier actor internacional vinculado a la proliferación de armas nucleares.
Venezuela debería continuar la tradicional línea diplomática de Itamaraty de las múltiples alianzas con el solo compromiso de la paz y el desarrollo. Estamos en tiempo de cooperación y no de confrontación.

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