El debilitamiento de la corriente sunita tras las operaciones Enduring Freedom e Iraqi Freedom ha favorecido la subida a nivel regional de la República Islámica de Irán. Las relaciones que la hábil diplomacia de Teherán ha establecido con el ejecutivo afgano, una vez eliminados los talibanes, y el aumento de la gran ayuda proporcionada para la reconstrucción postbélica han permitido al país reforzar su presencia en Afganistán y en el seno de la región centro-asiática y convertirse así en la contraparte de los dos oponentes, el indoafgano y el pakistaní, asegurándose que ninguna de las dos partes dé su apoyo a las políticas americanas contrarias a Irán.
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Elisa Morici
Elisa Morici
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Se critica a la República Islámica por haber fomentado la inestabilidad afgana mediante la ejecución de un gran número de medidas de expulsión de los refugiados y la venta de armas a los grupos rebeldes. De demostrarse que es cierto, dicha estrategia podría perjudicar la relación con los estados fronterizos y dar lugar a un imprevisible efecto dominó regional, en el que tanto Irán como Pakistán –más implicado en las acusaciones de desestabilización del escenario afgano- podrían estar implicados.
Se critica a la República Islámica por haber fomentado la inestabilidad afgana mediante la ejecución de un gran número de medidas de expulsión de los refugiados y la venta de armas a los grupos rebeldes. De demostrarse que es cierto, dicha estrategia podría perjudicar la relación con los estados fronterizos y dar lugar a un imprevisible efecto dominó regional, en el que tanto Irán como Pakistán –más implicado en las acusaciones de desestabilización del escenario afgano- podrían estar implicados.
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El reconocimiento de ilegitimidad del movimiento talibán y su consecuente retirada del poder central afgano han permitido a la diplomacia de Teherán llevar a cabo un nuevo plan de colaboración con Afganistán sin renunciar a la alianza histórica con Pakistán. La República Islámica consiguió, por lo tanto, ser el centro de atención de dos opositores, el indoafgano y el pakistaní, con ventajas económicas, políticas y una cierta protección de las estrategias americanas, de modo que ni el gobierno del general Musharraf ni el del presidente Karzai están dispuestos a renunciar a la alianza con Irán par apoyar un ataque americano, modificando el equilibrio nacional.La cooperación entre la República Islámica de Irán y Pakistán comenzó con la fundación del estado pakistaní, mediante acuerdos políticos, comerciales y colaboración militar. Ambos países han logrado resultados importantes: en la fase inicial, el programa nuclear iraní se benefició del knowhow y de las estructuras pakistaníes y, más recientemente, gracias a la mediación iraní, Pakistán fue incluido en el proyecto de un gasoducto que transportará gas a la India desde Irán.El apoyo recíproco se debe a cuestiones estratégicas: los gobiernos de Islamabad consideran necesario colaborar con Teherán para evitar el control de sus fronteras por parte de un frente Irán-Afganistán-India, y más en la región de Beluchistán, la región occidental de Pakistán afectada por movimientos secesionistas y dotada con importantes reservas de materias primas. Con las operaciones militares estadounidenses en Afganistán, Pakistán se ha convertido para Irán en un observatorio desde el que controlar la influencia americana en la región y tomar a tiempo las medidas convenientes.La presencia de intereses y tropas americanas en el país está entre los motivos de la apertura post-talibán de Irán a Afganistán: la ayuda a la reconstrucción postbélica permite a Irán penetrar en la zona, lo que podrá ser útil para atacar los intereses americanos si EEUU amenaza con llevar a cabo una ofensiva contra las zonas nucleares iraníes. La generosidad iraní, a pesar de ser por interés propio, es un recurso muy útil para Afganistán. Desde la caída del régimen talibán, los fondos de Teherán para la reconstrucción son cada vez mayores, del orden de unos mil millones de dólares americanos; se dispusieron programas de potenciación de las conexiones entre las dos naciones y acciones conjuntas entre las fuerzas de policía nacionales para erradicar el narcotráfico.En el último año, Washington y algunas publicaciones afganas han acusado al entorno del presidente Ahmadinejad que, mientras que oficialmente se dedica a la reconstrucción de Afganistán, fomenta la inestabilidad con otros instrumentos. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, desde 2006 el gobierno iraní está obligando a repatriar a cientos de miles de refugiados afganos: fuentes oficiales del gobierno defienden la buena intención del mismo con esta medida y la justifican diciendo que pretende reducir los perjuicios de los individuos sobre el sistema de subvenciones y subsidios públicos nacionales y, en ningún caso, perjudicar a la sociedad o economía afganas.Según los altos cargos de la Alianza Atlántica, la inteligencia iraní sería además el medio de paso de armas y explosivos de Irak a la resistencia talibán. Sin embargo, no es cierto que Irán haya satisfecho las peticiones de armas procedentes de grupos talibanes, con quienes los servicios secretos iraníes están en contacto: más bien, según las indagaciones del Institute for War and Peace Reporting de Londres, las armas iraníes podrían llegar a los talibanes por medio del comercio clandestino de algunos combatientes y ex combatientes de la Alianza del Norte, proporcionadas en los noventa para oponerse a la entrada talibán. El presidente Karzai, interesado en el transcurso de la colaboración entre los dos países, ha desmentido en varias ocasiones las acusaciones.En un contexto conflictivo y de sospecha recíproca se desarrollan, sin embargo, las relaciones entre Afganistán y Pakistán. La sustitución del gobierno filo-talibán por el ejecutivo del presidente Musharraf no fue suficiente como para que los afganos se olvidaran del papel de Pakistán en la subida de los talibanes: el mismo presidente afgano ha declarado que la violencia interna tiene su origen más allá de las fronteras y responde a estrategias extranjeras, ni siquiera las antiguas cuestiones relativas a la frontera se han solucionado. Por su parte, Pakistán teme que la India se sirva de los campos de entrenamiento afganos para formar milicias susceptibles de entrar en territorio pakistaní y teme una implicación afgana en la cuestión de Beluchistán. Las declaraciones de intenciones y acciones conjuntas publicada por ambos presidentes para fijar una reunión sobre la lucha contra el terrorismo aún es muy reciente como para demostrar si a las palabras les seguirán los hechos y la cooperación será mayor.
El reconocimiento de ilegitimidad del movimiento talibán y su consecuente retirada del poder central afgano han permitido a la diplomacia de Teherán llevar a cabo un nuevo plan de colaboración con Afganistán sin renunciar a la alianza histórica con Pakistán. La República Islámica consiguió, por lo tanto, ser el centro de atención de dos opositores, el indoafgano y el pakistaní, con ventajas económicas, políticas y una cierta protección de las estrategias americanas, de modo que ni el gobierno del general Musharraf ni el del presidente Karzai están dispuestos a renunciar a la alianza con Irán par apoyar un ataque americano, modificando el equilibrio nacional.La cooperación entre la República Islámica de Irán y Pakistán comenzó con la fundación del estado pakistaní, mediante acuerdos políticos, comerciales y colaboración militar. Ambos países han logrado resultados importantes: en la fase inicial, el programa nuclear iraní se benefició del knowhow y de las estructuras pakistaníes y, más recientemente, gracias a la mediación iraní, Pakistán fue incluido en el proyecto de un gasoducto que transportará gas a la India desde Irán.El apoyo recíproco se debe a cuestiones estratégicas: los gobiernos de Islamabad consideran necesario colaborar con Teherán para evitar el control de sus fronteras por parte de un frente Irán-Afganistán-India, y más en la región de Beluchistán, la región occidental de Pakistán afectada por movimientos secesionistas y dotada con importantes reservas de materias primas. Con las operaciones militares estadounidenses en Afganistán, Pakistán se ha convertido para Irán en un observatorio desde el que controlar la influencia americana en la región y tomar a tiempo las medidas convenientes.La presencia de intereses y tropas americanas en el país está entre los motivos de la apertura post-talibán de Irán a Afganistán: la ayuda a la reconstrucción postbélica permite a Irán penetrar en la zona, lo que podrá ser útil para atacar los intereses americanos si EEUU amenaza con llevar a cabo una ofensiva contra las zonas nucleares iraníes. La generosidad iraní, a pesar de ser por interés propio, es un recurso muy útil para Afganistán. Desde la caída del régimen talibán, los fondos de Teherán para la reconstrucción son cada vez mayores, del orden de unos mil millones de dólares americanos; se dispusieron programas de potenciación de las conexiones entre las dos naciones y acciones conjuntas entre las fuerzas de policía nacionales para erradicar el narcotráfico.En el último año, Washington y algunas publicaciones afganas han acusado al entorno del presidente Ahmadinejad que, mientras que oficialmente se dedica a la reconstrucción de Afganistán, fomenta la inestabilidad con otros instrumentos. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, desde 2006 el gobierno iraní está obligando a repatriar a cientos de miles de refugiados afganos: fuentes oficiales del gobierno defienden la buena intención del mismo con esta medida y la justifican diciendo que pretende reducir los perjuicios de los individuos sobre el sistema de subvenciones y subsidios públicos nacionales y, en ningún caso, perjudicar a la sociedad o economía afganas.Según los altos cargos de la Alianza Atlántica, la inteligencia iraní sería además el medio de paso de armas y explosivos de Irak a la resistencia talibán. Sin embargo, no es cierto que Irán haya satisfecho las peticiones de armas procedentes de grupos talibanes, con quienes los servicios secretos iraníes están en contacto: más bien, según las indagaciones del Institute for War and Peace Reporting de Londres, las armas iraníes podrían llegar a los talibanes por medio del comercio clandestino de algunos combatientes y ex combatientes de la Alianza del Norte, proporcionadas en los noventa para oponerse a la entrada talibán. El presidente Karzai, interesado en el transcurso de la colaboración entre los dos países, ha desmentido en varias ocasiones las acusaciones.En un contexto conflictivo y de sospecha recíproca se desarrollan, sin embargo, las relaciones entre Afganistán y Pakistán. La sustitución del gobierno filo-talibán por el ejecutivo del presidente Musharraf no fue suficiente como para que los afganos se olvidaran del papel de Pakistán en la subida de los talibanes: el mismo presidente afgano ha declarado que la violencia interna tiene su origen más allá de las fronteras y responde a estrategias extranjeras, ni siquiera las antiguas cuestiones relativas a la frontera se han solucionado. Por su parte, Pakistán teme que la India se sirva de los campos de entrenamiento afganos para formar milicias susceptibles de entrar en territorio pakistaní y teme una implicación afgana en la cuestión de Beluchistán. Las declaraciones de intenciones y acciones conjuntas publicada por ambos presidentes para fijar una reunión sobre la lucha contra el terrorismo aún es muy reciente como para demostrar si a las palabras les seguirán los hechos y la cooperación será mayor.
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Todos los participantes se mueven en función de intereses diferentes: tanto Pakistán como Irán se podrían definir como interesados en fomentar la violencia en Afganistán. Dicha estrategia, sin embargo, tiene consecuencias negativas para todos los protagonistas.Irán gozaría de un cambio de imagen positivo tras el fracaso militar y político americano en Afganistán, especialmente entre los países árabes, que verían signos de debilidad en la superpotencia. Además, al encontrar más dificultades de las previstas a un año de las presidenciales, Washington se mostraría más prudente con respecto a la apertura de un nuevo frente, garantizando indirectamente la impunidad a los planes nucleares iraníes.Por otro lado, una vez aceptada, la financiación de los insurrectos implicaría el deterioro de las relaciones entre Kabul y Teherán, con la consecuente interrupción de la colaboración política y comercial. Asimismo, los desórdenes de Afganistán podrían extenderse a la región centro asiática, en un efecto dominó imprevisible. Muy peligrosa para Irán sería la subida al poder de los movimientos sunitas o, peor, talibanes, pues dichos grupos podrían encontrar apoyo en ciertos ambientes pakistaníes, perjudicados por las implicaciones iraníes en Afganistán.Tanto en el caso de Pakistán, que promueve la inestabilidad en Afganistán, como en el de Irán, es necesaria una última consideración general: el entrenamiento de guerrilleros sigue siendo una operación arriesgada, pues no es cierto que no se consigan resultados inmediatos, ni que la guerrilla acabe en las fronteras y no afecte a los territorios colindantes, aún más si se tienen en cuenta los desórdenes en Pakistán, los movimientos secesionistas de Beluchistán y el descontento en la República Islámica: ni el gobierno de Musharraf ni el de Ahmadineyad tienen la popularidad suficiente como para controlar los conflictos internos.
Todos los participantes se mueven en función de intereses diferentes: tanto Pakistán como Irán se podrían definir como interesados en fomentar la violencia en Afganistán. Dicha estrategia, sin embargo, tiene consecuencias negativas para todos los protagonistas.Irán gozaría de un cambio de imagen positivo tras el fracaso militar y político americano en Afganistán, especialmente entre los países árabes, que verían signos de debilidad en la superpotencia. Además, al encontrar más dificultades de las previstas a un año de las presidenciales, Washington se mostraría más prudente con respecto a la apertura de un nuevo frente, garantizando indirectamente la impunidad a los planes nucleares iraníes.Por otro lado, una vez aceptada, la financiación de los insurrectos implicaría el deterioro de las relaciones entre Kabul y Teherán, con la consecuente interrupción de la colaboración política y comercial. Asimismo, los desórdenes de Afganistán podrían extenderse a la región centro asiática, en un efecto dominó imprevisible. Muy peligrosa para Irán sería la subida al poder de los movimientos sunitas o, peor, talibanes, pues dichos grupos podrían encontrar apoyo en ciertos ambientes pakistaníes, perjudicados por las implicaciones iraníes en Afganistán.Tanto en el caso de Pakistán, que promueve la inestabilidad en Afganistán, como en el de Irán, es necesaria una última consideración general: el entrenamiento de guerrilleros sigue siendo una operación arriesgada, pues no es cierto que no se consigan resultados inmediatos, ni que la guerrilla acabe en las fronteras y no afecte a los territorios colindantes, aún más si se tienen en cuenta los desórdenes en Pakistán, los movimientos secesionistas de Beluchistán y el descontento en la República Islámica: ni el gobierno de Musharraf ni el de Ahmadineyad tienen la popularidad suficiente como para controlar los conflictos internos.
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Irán podría utilizar a Afganistán como “rehén” con el que atacar los intereses americanos en caso de empeoramiento de las políticas de estos últimos con respecto al programa nuclear nacional. Una oportunidad así sería posible si las relaciones entre Teherán y Kabul fueran lo suficientemente fiables como para permitir una mayor presencia de la influencia iraní en el territorio: es decir, solo si Irán cuestiona la utilidad de favorecer la desestabilización del país.La red de protección regional que ha frenado la insistencia americana es un segundo aspecto que los altos cargos de Teherán tendrán que considerar para disponer la estrategia para Afganistán: hasta ahora, los aliados regionales no han apoyado las políticas americanas de contraposición y contención por temor a modificar el equilibrio de despliegues creado gracias al “contrapeso iraní”.Si Irán hace de la inestabilidad de Afganistán una forma de mantener ocupados a los enemigos en otro escenario, se arriesga a estropear las relaciones con Kabul y a entrar en conflicto con Islamabad, cuyo interés por el control de Afganistán es mucho menor, perdiendo así dichas garantías regionales. La República Islámica de Irán estaría al mismo tiempo rodeada por los estados enemigos y aislada por el embargo, y además sería objetivo americano.
Irán podría utilizar a Afganistán como “rehén” con el que atacar los intereses americanos en caso de empeoramiento de las políticas de estos últimos con respecto al programa nuclear nacional. Una oportunidad así sería posible si las relaciones entre Teherán y Kabul fueran lo suficientemente fiables como para permitir una mayor presencia de la influencia iraní en el territorio: es decir, solo si Irán cuestiona la utilidad de favorecer la desestabilización del país.La red de protección regional que ha frenado la insistencia americana es un segundo aspecto que los altos cargos de Teherán tendrán que considerar para disponer la estrategia para Afganistán: hasta ahora, los aliados regionales no han apoyado las políticas americanas de contraposición y contención por temor a modificar el equilibrio de despliegues creado gracias al “contrapeso iraní”.Si Irán hace de la inestabilidad de Afganistán una forma de mantener ocupados a los enemigos en otro escenario, se arriesga a estropear las relaciones con Kabul y a entrar en conflicto con Islamabad, cuyo interés por el control de Afganistán es mucho menor, perdiendo así dichas garantías regionales. La República Islámica de Irán estaría al mismo tiempo rodeada por los estados enemigos y aislada por el embargo, y además sería objetivo americano.
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