La reciente visita de Estado del presidente Néstor Kirchner a México ha dejado nuevamente testimonios del criterio gubernamental sobre la política exterior del país, fuertemente vinculada a sus circunstancias internas de corto y mediano plazo, antes que a un concepto compartido y con la estabilidad necesaria para asegurar su continuidad en el tiempo por sucesivos gobiernos. En esta oportunidad el punto cuestionable ha sido la forma con que el primer mandatario argentino se expresó ante el Parlamento mexicano sobre el reprobable muro que los Estados Unidos están construyendo en su frontera con México con la finalidad de evitar la inmigración irregular a través de su gran extensión. No sólo ciudadanos aztecas, sino de otros países centroamericanos y de Cuba la atraviesan en demanda de mejores condiciones de vida, pero la respuesta del muro no es la más adecuada ni compartida en la opinión pública estadounidense. En dicha ocasión Kirchner interrumpió la lectura de su discurso para improvisar sobre el tema con fuerte descalificaciones al gobierno de Washington y que fueron muy bien acogidas por su auditorio. Debe señalarse que el propio gobierno mexicano señaló en distintas oportunidades su lógica oposición a esa obra, pero nunca con los términos del visitante. La misma posición tiene la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, pero, salvo Bolivia y Venezuela, lo hacen sin los conflictivos términos de esta ocasión. La Argentina necesita ampliar sus vinculaciones con México, especialmente en el orden económico, mas para lograrlo no es necesario apelar a señales de buena voluntad ocasionales a costa del deterioro de las relaciones con otros países. El ejemplo mexicano es precisamente un testimonio realista de política exterior, pues las diferencias sobre el muro no impiden que su tratado de libre comercio con Washington le deje un superávit superior a U$S 50.000 millones, más allá del color de su gobierno. Por nuestra parte, el oportunismo es la estrategia, especialmente en el caso de los Estados Unidos, como viene ocurriendo de tanto en tanto desde hace tres años en la Conferencia de las Américas, de Mar del Plata, donde hasta se produjo, con la indiferencia oficial, un evento paralelo antinorteamericano organizado por el presidente venezolano, Hugo Chávez, y la participación de figuras vinculadas a nuestro gobierno. En la actual visita oficial a México se ha podido observar igualmente que muy buena parte de los hechos y manifestaciones de la delegación argentina ha estado influenciada por los avatares de nuestro año electoral. Esa política internacional por momentos impredecible y parcializada por las circunstancias internas ha contribuido a desarticular nuestras representaciones diplomáticas, de tal forma que 19 embajadores de la república en el exterior ejercen cargos políticos, situación que alcanza a cónsules, como el general en Nueva York, desestimando al Servicio Exterior de la Nación, un cuerpo profesional altamente calificado. En no pocos casos, esos nombramientos son virtuales premios por otros servicios políticos, pudiendo advertirse especialmente en los países limítrofes, donde Chile, Brasil y Uruguay manifiestan una continuidad en sus políticas de Estado muy diferente de nuestra cíclica concepción. Es tan razonable como necesario que el Presidente y su esposa, como aspirante a sucederlo, adviertan y demanden inversiones para el crecimiento estable, pero también es realista aceptar que para ello se requiere una política exterior del Estado que consolide la confianza en el país.
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La Gaceta Tucumán/04/08/2007
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