José María Silvestri
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Habiendo llegado al poder y enquistándose en él sin otro mérito que su férrea vocación por ejercerlo y su olfato táctico, el aparato kirchnerista de lealtades y sumisión podrá no ser bueno; no lo es. Pero enfrentado a los complejos problemas de Estado con que todo gobierno tropieza cada día, ese aparato codicioso, ideologizado hasta el ridículo y últimamente sonambúlico, produce hechos y a veces acierta. Cuando lo hace, sentimos que hay un gobierno: tenemos "sensación de mando" y algún día se estudiará hasta qué extremo crucial consiste el gobernar, antes que nada y decisivamente, en la resuelta capacidad de infundir sensaciones en el público. Poco interesa que las otras veces, cuando se equivoca, sume al desacierto una mala fe histórica que anonada, y que acaso le reste el apoyo y aun los votos de quienes le aplaudiríamos algunas cosas si no nos asquearan otras. Y digo que importa poco porque, incluso en esas ocasiones, seguimos teniendo, para bien o para mal, "sensación" de que este gobierno es un gobierno; sentimos que alguien, desde la cima del poder público argentino, toma decisiones que gravitan sobre nuestras vidas y que, nos guste o no, debemos contar con ellas. En otras palabras, que no daría igual que no existiera. Para nuestro bien o para nuestro mal, y antes de que acordemos llamarle bueno, o pésimo, el kirchnerismo quiere gobernar y lo hace a como dé lugar. En cambio, sentimos que daría igual que la oposición a ese gobierno no existiese. Hasta puede ser que saliéramos ganando si, de pronto, dejase de existir y en su hueco inerte viniera a alojarse alguna cosa concreta y viva. Y el peor de los gobiernos imaginables se equipararía en desidia, imprevisión, fofa sintáxis y ceguera obtusa a la oposición actual. Quienes no se reconocen a sí mismos el derecho a entender la realidad seguirán repitiendo hasta la afonía que el kirchnerismo ha tenido la suerte de contar con ventajas comparativas, que la soja, que el viento de cola, que la China y que la India... Pero hay algo más. Y ese "algo más" son actos de gobierno. ¿Cuáles son, en cambio, los actos de la oposición? El último y más desolador acaban de actuarlo López Murphy y Carrió con su extenuante comedia de desencuentros. Lo sabíamos desprovisto a él de visión política y carisma pero su empecinamiento en favor de que no se logre de ningún modo unir a la oposición si no es con él a la cabeza resultaría tedioso si, al mismo tiempo, no resultase suicida. El caso de Carrió es más complicado: no puede, al parecer, abrir la boca sin que salga volando de ella alguna denuncia espectacular. Acostumbrada a ese clima de trinchera heroica, las ideas concretas que ni ardan en frenesí ni naden en lágrimas le aburren. Si pudiese convencer al público de que un buen político y un buen fiscal son la misma cosa, su futuro en la profesión sería menos patético de lo que es hoy por hoy. Quizá debamos, después de todo, dar gracias al cielo de que, siendo incapaces de organizar nada como oposición, tengan vedado de antemano todo acceso al gobierno del país. Para alianzas de virtuosos inoperantes ya tuvimos mucho.
Habiendo llegado al poder y enquistándose en él sin otro mérito que su férrea vocación por ejercerlo y su olfato táctico, el aparato kirchnerista de lealtades y sumisión podrá no ser bueno; no lo es. Pero enfrentado a los complejos problemas de Estado con que todo gobierno tropieza cada día, ese aparato codicioso, ideologizado hasta el ridículo y últimamente sonambúlico, produce hechos y a veces acierta. Cuando lo hace, sentimos que hay un gobierno: tenemos "sensación de mando" y algún día se estudiará hasta qué extremo crucial consiste el gobernar, antes que nada y decisivamente, en la resuelta capacidad de infundir sensaciones en el público. Poco interesa que las otras veces, cuando se equivoca, sume al desacierto una mala fe histórica que anonada, y que acaso le reste el apoyo y aun los votos de quienes le aplaudiríamos algunas cosas si no nos asquearan otras. Y digo que importa poco porque, incluso en esas ocasiones, seguimos teniendo, para bien o para mal, "sensación" de que este gobierno es un gobierno; sentimos que alguien, desde la cima del poder público argentino, toma decisiones que gravitan sobre nuestras vidas y que, nos guste o no, debemos contar con ellas. En otras palabras, que no daría igual que no existiera. Para nuestro bien o para nuestro mal, y antes de que acordemos llamarle bueno, o pésimo, el kirchnerismo quiere gobernar y lo hace a como dé lugar. En cambio, sentimos que daría igual que la oposición a ese gobierno no existiese. Hasta puede ser que saliéramos ganando si, de pronto, dejase de existir y en su hueco inerte viniera a alojarse alguna cosa concreta y viva. Y el peor de los gobiernos imaginables se equipararía en desidia, imprevisión, fofa sintáxis y ceguera obtusa a la oposición actual. Quienes no se reconocen a sí mismos el derecho a entender la realidad seguirán repitiendo hasta la afonía que el kirchnerismo ha tenido la suerte de contar con ventajas comparativas, que la soja, que el viento de cola, que la China y que la India... Pero hay algo más. Y ese "algo más" son actos de gobierno. ¿Cuáles son, en cambio, los actos de la oposición? El último y más desolador acaban de actuarlo López Murphy y Carrió con su extenuante comedia de desencuentros. Lo sabíamos desprovisto a él de visión política y carisma pero su empecinamiento en favor de que no se logre de ningún modo unir a la oposición si no es con él a la cabeza resultaría tedioso si, al mismo tiempo, no resultase suicida. El caso de Carrió es más complicado: no puede, al parecer, abrir la boca sin que salga volando de ella alguna denuncia espectacular. Acostumbrada a ese clima de trinchera heroica, las ideas concretas que ni ardan en frenesí ni naden en lágrimas le aburren. Si pudiese convencer al público de que un buen político y un buen fiscal son la misma cosa, su futuro en la profesión sería menos patético de lo que es hoy por hoy. Quizá debamos, después de todo, dar gracias al cielo de que, siendo incapaces de organizar nada como oposición, tengan vedado de antemano todo acceso al gobierno del país. Para alianzas de virtuosos inoperantes ya tuvimos mucho.
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La Nueva Provincia - Argentina/03/09/2007
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