05/09/2007
Opinión
Marco Rascón
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Naciendo y muriendo va la República y el resultado histórico es un país borroso, en el cual prevalecen las contradicciones, los intentos fallidos, las paradojas que ayudan al adversario.
Dice José Saramago que hay tres sexos: el masculino, el femenino y el poder. En México, todas las fuerzas quieren el poder por el poder mismo, y en estos afanes cada una levanta sus pedestales y explica sus propósitos, que terminan siendo contradichos por la realidad.
Lo más importante de la actuación del lopezobradorismo no fue su propia estrategia, sino la censura a Ruth Zavaleta. Gracias a esa “falla técnica” fue más importante la suerte que victimiza de nuevo al PRD que todas las semanas de cabildeos y negociaciones entre el propio sol azteca y el PAN, en busca de la forma satisfactoria.
Escondidos detrás de Ruth, a manera de Juana de Arco, apoyándola para luego acusarla de traición individual y quemarla según el caso, la censura de la transmisión cayó como un rayo de esperanza que, sin embargo, no logró mantener la unidad, pues en el saldo final los lopezobradoristas de antemano acusaron de traición a Zavaleta, y en el blog El Sendero del Peje llaman a no votar más por el PRD, al cual acusan de traición, pese a la felicitación de su líder a los diputados que salieron del Congreso para permitir, según lo acordado, que Felipe Calderón cumpliera con la Constitución y entregara su Informe. ¿Quién habrá escrito el guión de este nuevo teatro?
¡Oh, paradoja! Empezó con una propuesta presidencial para debatir con igualdad entre poderes y la escena terminó no permitiendo que se dijeran al país cuatro frases por la presidenta de la Cámara de Diputados (suspenso, coraje, regocijo por la censura salvadora).
Lo más extraordinario es que esto, en vez de generar dolor, es gozoso, pues permite a los actores continuar con su papel asignado, pero cada vez más pasando de la tragedia a la comedia y, en camino, feliz hacia la farsa.
Al día siguiente las fuerzas lopezobradoristas del 2 de julio sufrieron otra división: no van a la ceremonia presidencial el gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, ni el jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, ni la gobernadora de Zacatecas, Amalia García, pero sí el de Guerrero, Zeferino Torreblanca; Juan Sabines, de Chiapas (el más querido de López Obrador), y el primo de Leonel Cota, de Baja California Sur.
Ese mismo domingo el PRD parecía responder a los llamados de los senderistas del peje y su votación se desplomaba en las elecciones municipales y legislativas de Veracruz.
En esta fecha tan importante, del mismo lugar de los zócalos llenos que los lopezobradoristas guardan en foto para justificar “cuántos éramos”, el líder se mantuvo ausente, impulsando desde algún lejano municipio el grito de “¡espurio!”, que no se atrevieron a decírselo en su propia cara los legisladores, esgrimiendo argumentos.
En el Congreso podían tirar de tres flancos: PRD, PT y Convergencia, por cerca de 45 minutos, Esto hubiera ayudado a conocer un poco los argumentos políticos que encabezan los insultos.
Al día siguiente, el mismo que propuso una reforma parlamentaria para debatir se hizo una ceremonia a la medida, no de la República, sino del virreinato.
Calderón presentó un discurso que fue oscurecido por la forma, en un Palacio Nacional utilizado para refrendar que él es el Presidente. Su triunfo del día anterior se convirtió en derrota, sólo por un asunto que le permite levantarse y ver más allá de las circunstancias.
Su partido desaparecido o convertido en corte, y la ayuda que le dio el abandono de su extremo derecho declarando hacer su propio partido, impidió que el contenido de su discurso se tomara en cuenta, más aún cuando era un mensaje, no para dar cuentas, sino de advertencias sobre el poco tiempo que le queda de sustento económico al modelo mexicano basado en el petróleo. “Sólo quedan nueve años de reservas probadas”, dijo; sin embargo, en este país borroso, la respuesta sin duda no será el ahorro ni la planificación, sino el despilfarro, como todo heredero tonto e irresponsable.
Este Felipe Calderón que no busca opciones –porque en el fondo no las tiene– quiere mantenerse remando en la niebla y es un mal suertudo al que le “falló la transmisión” para sus adversarios, o que jugó al parlamentarismo sabiendo y calculando el sentido cretino y sumiso de sus opositores, que no podrían responderle, pues si bien en este país borroso la propuesta era una reforma política hacia el parlamentarismo, por pura mezquindad y lucha lujuriosa por el poder se mantendrá en los términos del presidencialismo más decadente, que defienden y ejercen unos y otros, tanto el que se dice “legítimo”, que despacha desde el Zócalo, como al que le dicen “espurio” e hizo su acto presidencialista en el patio de Palacio Nacional. Uno usa la banda de la vieja águila abierta y el otro la de perfil.
En este país borroso hemos avanzado, no hacia una república democrática, sino hacia la monarquía. Los actores, tanto los buenos como los malos, quieren la monarquía, y a ellos sólo les pediríamos una cosa: no queremos rey, ¡queremos una reina!
Dice José Saramago que hay tres sexos: el masculino, el femenino y el poder. En México, todas las fuerzas quieren el poder por el poder mismo, y en estos afanes cada una levanta sus pedestales y explica sus propósitos, que terminan siendo contradichos por la realidad.
Lo más importante de la actuación del lopezobradorismo no fue su propia estrategia, sino la censura a Ruth Zavaleta. Gracias a esa “falla técnica” fue más importante la suerte que victimiza de nuevo al PRD que todas las semanas de cabildeos y negociaciones entre el propio sol azteca y el PAN, en busca de la forma satisfactoria.
Escondidos detrás de Ruth, a manera de Juana de Arco, apoyándola para luego acusarla de traición individual y quemarla según el caso, la censura de la transmisión cayó como un rayo de esperanza que, sin embargo, no logró mantener la unidad, pues en el saldo final los lopezobradoristas de antemano acusaron de traición a Zavaleta, y en el blog El Sendero del Peje llaman a no votar más por el PRD, al cual acusan de traición, pese a la felicitación de su líder a los diputados que salieron del Congreso para permitir, según lo acordado, que Felipe Calderón cumpliera con la Constitución y entregara su Informe. ¿Quién habrá escrito el guión de este nuevo teatro?
¡Oh, paradoja! Empezó con una propuesta presidencial para debatir con igualdad entre poderes y la escena terminó no permitiendo que se dijeran al país cuatro frases por la presidenta de la Cámara de Diputados (suspenso, coraje, regocijo por la censura salvadora).
Lo más extraordinario es que esto, en vez de generar dolor, es gozoso, pues permite a los actores continuar con su papel asignado, pero cada vez más pasando de la tragedia a la comedia y, en camino, feliz hacia la farsa.
Al día siguiente las fuerzas lopezobradoristas del 2 de julio sufrieron otra división: no van a la ceremonia presidencial el gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, ni el jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, ni la gobernadora de Zacatecas, Amalia García, pero sí el de Guerrero, Zeferino Torreblanca; Juan Sabines, de Chiapas (el más querido de López Obrador), y el primo de Leonel Cota, de Baja California Sur.
Ese mismo domingo el PRD parecía responder a los llamados de los senderistas del peje y su votación se desplomaba en las elecciones municipales y legislativas de Veracruz.
En esta fecha tan importante, del mismo lugar de los zócalos llenos que los lopezobradoristas guardan en foto para justificar “cuántos éramos”, el líder se mantuvo ausente, impulsando desde algún lejano municipio el grito de “¡espurio!”, que no se atrevieron a decírselo en su propia cara los legisladores, esgrimiendo argumentos.
En el Congreso podían tirar de tres flancos: PRD, PT y Convergencia, por cerca de 45 minutos, Esto hubiera ayudado a conocer un poco los argumentos políticos que encabezan los insultos.
Al día siguiente, el mismo que propuso una reforma parlamentaria para debatir se hizo una ceremonia a la medida, no de la República, sino del virreinato.
Calderón presentó un discurso que fue oscurecido por la forma, en un Palacio Nacional utilizado para refrendar que él es el Presidente. Su triunfo del día anterior se convirtió en derrota, sólo por un asunto que le permite levantarse y ver más allá de las circunstancias.
Su partido desaparecido o convertido en corte, y la ayuda que le dio el abandono de su extremo derecho declarando hacer su propio partido, impidió que el contenido de su discurso se tomara en cuenta, más aún cuando era un mensaje, no para dar cuentas, sino de advertencias sobre el poco tiempo que le queda de sustento económico al modelo mexicano basado en el petróleo. “Sólo quedan nueve años de reservas probadas”, dijo; sin embargo, en este país borroso, la respuesta sin duda no será el ahorro ni la planificación, sino el despilfarro, como todo heredero tonto e irresponsable.
Este Felipe Calderón que no busca opciones –porque en el fondo no las tiene– quiere mantenerse remando en la niebla y es un mal suertudo al que le “falló la transmisión” para sus adversarios, o que jugó al parlamentarismo sabiendo y calculando el sentido cretino y sumiso de sus opositores, que no podrían responderle, pues si bien en este país borroso la propuesta era una reforma política hacia el parlamentarismo, por pura mezquindad y lucha lujuriosa por el poder se mantendrá en los términos del presidencialismo más decadente, que defienden y ejercen unos y otros, tanto el que se dice “legítimo”, que despacha desde el Zócalo, como al que le dicen “espurio” e hizo su acto presidencialista en el patio de Palacio Nacional. Uno usa la banda de la vieja águila abierta y el otro la de perfil.
En este país borroso hemos avanzado, no hacia una república democrática, sino hacia la monarquía. Los actores, tanto los buenos como los malos, quieren la monarquía, y a ellos sólo les pediríamos una cosa: no queremos rey, ¡queremos una reina!
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