Rodolfo Echeverría Ruiz
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Con nuevas, irrefutables pruebas de su extravío mental, evasión de la realidad e ignorancia exhaustiva acerca de los problemas relacionados con el Medio Oriente, Bush ha intentado establecer un paralelismo imposible entre las guerras de Vietnam y de Irak.
El mundo recuerda cómo durante la segunda mitad del siglo XX fue vencida la primera potencia bélica en sus delirantes aventuras de Corea y de Vietnam. Callejón sin salida, la ocupación de Irak es una catástrofe económica, política, ética y militar para el poderío yanqui.
Entre otras muchas de sus causas perdieron en Corea merced a su desconocimiento de las realidades militares y territoriales, políticas, geográficas y culturales de la frontera existente entre chinos y coreanos.
Perdieron la de Vietnam gracias a la heroica resistencia de su pueblo ante una invasión demencial. Perpetrada para “detener el avance del comunismo”, fue concebida con el fin de borrar del mapa a un país decidido a vencer —y lo hizo— a más de medio millón de soldados estadounidenses destacados en un territorio con una extensión un poco mayor a la de nuestro estado de Chihuahua.
Los invasores de Vietnam también perdieron la guerra ante su propio pueblo. Nunca olvidaremos las continuas manifestaciones democráticas de repudio a un gobierno causante de la desgracia de varias generaciones de estadounidenses. Perdieron la guerra dentro de sus propias fronteras, en las calles, en los campus de las universidades, en los pequeños pueblos y en las grandes ciudades, en el seno de innumerables familias destrozadas…
La invasión a Irak se urdió con premisas insostenibles como el embuste aquel relacionado con las supuestas armas de destrucción masiva. Los especialistas internacionales no las encontraron. Nadie olvidará el ridículo hecho por el general Powell obligado por Bush a proferir un cúmulo de falsedades ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Llevado por la ambición de apropiarse del petróleo iraquí a como diera lugar, y decidido a beneficiar los muy particulares intereses petroleros de su familia, Bush decidió la ensangrentada ocupación. Pretextó la dictadura de Saddam. Nadie puede defender al sátrapa Hussein, es verdad, pero admitamos su habilidad para mantener precarios equilibrios entre las tres franjas sociológicas iraquíes: al norte, los kurdos, empeñados en formar una nación independiente; en el centro, los sunitas, musulmanes mayoritarios en el Oriente Medio. Y, al sur, los chiítas, afines a una tradición islámica diferente.
El enésimo dislate de Bush ha consistido en comparar a la guerra de Vietnam con la de Irak… como si fueran equivalentes. La retirada de Vietnam, dijo, ocasionó un caos de 20 años y desencadenó los genocidios en esa región. Ha utilizado el mismo “argumento” para justificar la permanencia de sus tropas en Irak. En el fondo están en juego, y muy en serio, los intereses petroleros de la familia Bush y de sus socios.
Las aventuras bélica y petrolera en Irak han sumergido a la economía de Estados Unidos en problemas severos. Bush heredó de Clinton un superávit fiscal y una razonablemente sana situación en la balanza de pagos. Ahora ocurre lo contrario: el déficit presupuestal estadounidense es monstruoso. Se han emitido cantidades sin precedente de bonos del Tesoro destinados a financiar esa guerra sin victoria posible. El déficit en la balanza de pagos ha llegado a magnitudes antes impensables.
La pretendida analogía entre las guerras de Irak y de Vietnam es una explicación simplista acerca de un complejísimo problema. La única semejanza entre ellas consiste en el trágico final de ambas: la derrota ética y económica, política y militar de los yanquis invasores.
*Analista político
Con nuevas, irrefutables pruebas de su extravío mental, evasión de la realidad e ignorancia exhaustiva acerca de los problemas relacionados con el Medio Oriente, Bush ha intentado establecer un paralelismo imposible entre las guerras de Vietnam y de Irak.
El mundo recuerda cómo durante la segunda mitad del siglo XX fue vencida la primera potencia bélica en sus delirantes aventuras de Corea y de Vietnam. Callejón sin salida, la ocupación de Irak es una catástrofe económica, política, ética y militar para el poderío yanqui.
Entre otras muchas de sus causas perdieron en Corea merced a su desconocimiento de las realidades militares y territoriales, políticas, geográficas y culturales de la frontera existente entre chinos y coreanos.
Perdieron la de Vietnam gracias a la heroica resistencia de su pueblo ante una invasión demencial. Perpetrada para “detener el avance del comunismo”, fue concebida con el fin de borrar del mapa a un país decidido a vencer —y lo hizo— a más de medio millón de soldados estadounidenses destacados en un territorio con una extensión un poco mayor a la de nuestro estado de Chihuahua.
Los invasores de Vietnam también perdieron la guerra ante su propio pueblo. Nunca olvidaremos las continuas manifestaciones democráticas de repudio a un gobierno causante de la desgracia de varias generaciones de estadounidenses. Perdieron la guerra dentro de sus propias fronteras, en las calles, en los campus de las universidades, en los pequeños pueblos y en las grandes ciudades, en el seno de innumerables familias destrozadas…
La invasión a Irak se urdió con premisas insostenibles como el embuste aquel relacionado con las supuestas armas de destrucción masiva. Los especialistas internacionales no las encontraron. Nadie olvidará el ridículo hecho por el general Powell obligado por Bush a proferir un cúmulo de falsedades ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Llevado por la ambición de apropiarse del petróleo iraquí a como diera lugar, y decidido a beneficiar los muy particulares intereses petroleros de su familia, Bush decidió la ensangrentada ocupación. Pretextó la dictadura de Saddam. Nadie puede defender al sátrapa Hussein, es verdad, pero admitamos su habilidad para mantener precarios equilibrios entre las tres franjas sociológicas iraquíes: al norte, los kurdos, empeñados en formar una nación independiente; en el centro, los sunitas, musulmanes mayoritarios en el Oriente Medio. Y, al sur, los chiítas, afines a una tradición islámica diferente.
El enésimo dislate de Bush ha consistido en comparar a la guerra de Vietnam con la de Irak… como si fueran equivalentes. La retirada de Vietnam, dijo, ocasionó un caos de 20 años y desencadenó los genocidios en esa región. Ha utilizado el mismo “argumento” para justificar la permanencia de sus tropas en Irak. En el fondo están en juego, y muy en serio, los intereses petroleros de la familia Bush y de sus socios.
Las aventuras bélica y petrolera en Irak han sumergido a la economía de Estados Unidos en problemas severos. Bush heredó de Clinton un superávit fiscal y una razonablemente sana situación en la balanza de pagos. Ahora ocurre lo contrario: el déficit presupuestal estadounidense es monstruoso. Se han emitido cantidades sin precedente de bonos del Tesoro destinados a financiar esa guerra sin victoria posible. El déficit en la balanza de pagos ha llegado a magnitudes antes impensables.
La pretendida analogía entre las guerras de Irak y de Vietnam es una explicación simplista acerca de un complejísimo problema. La única semejanza entre ellas consiste en el trágico final de ambas: la derrota ética y económica, política y militar de los yanquis invasores.
*Analista político
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El Universal-México/01/09/2007
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