23/9/07

Felipe se migratiza… desde lejos

Si los que nos dedicamos a tratar de entender el fenómeno migratorio y la política mexicana frente a Estados Unidos estábamos —y yo lo estaba— un tanto confundidos con el gobierno de Felipe Calderón, la semana que termina aclaró muchas dudas.

El Presidente tomó dos decisiones que confirman sospechas y marcarán el rumbo para los próximos meses, tal vez años.

Primero, en un escueto comunicado se informó que la Presidencia aplazaba el viaje de Calderón a Estados Unidos. Con esto, Calderón está cerca de ser el primer Presidente en décadas que no viaja a Washington o a Estados Unidos en el primer año de su gobierno. Esto no sólo quiere decir que no visitará a Bush y el resto del establishment político y económico del mayor socio de México, sino que también ha evitado hacer una visita, que estaba programada, a las comunidades mexicanas en el exterior.

El mismo comunicado, a manera de confesión de culpa explica: “El presidente Calderón Hinojosa refrenda su especial interés por sostener encuentros con la comunidad mexicana en Estados Unidos, de ahí que en próximos días se elaborará una agenda de trabajo para que en un momento más oportuno se realice dicha gira de trabajo”.

Sobre los probables motivos de Calderón y las repercusiones del aplazamiento ya escribió con su acostumbrado tino Jorge Castañeda (Reforma 19/9/07). Lo que el ex canciller no sabía cuando escribió aquel texto era la segunda decisión de Calderón: el Presidente decidió dar el discurso sobre política migratoria que las comunidades mexicanas estaban esperando escuchar en directo, en Monterrey, durante la apertura del Fórum Universal de las Culturas.

En silencio justificado por su canciller, durante el árido debate de la reforma migratoria en Estados Unidos; Calderón ha comenzado hasta ahora la dura “denuncia” tarde y siempre en México. Cuando tuvo los reflectores de los medios en Canadá, parado junto a Bush no mencionó lo que ahora en Monterrey afirmó:

Creo firmemente que la respuesta ante la migración no puede ser levantar muros o cerrar fronteras al paso de las personas.

La migración, especialmente ahora, es un fenómeno natural, social y económicamente inevitable, yo diría que, incluso económicamente conveniente.

Los muros, las razias contra los nuestros, atentan, sí, contra nosotros, pero también atentan contra la prosperidad de la región de Norteamérica.

Por eso para mi gobierno, México no termina en la frontera, donde quiera que haya un mexicano ahí está la patria.

La nuestra es gente que sólo busca un mejor porvenir para su familia y lo busca, precisamente, aportando su fuerza de trabajo a la prosperidad de una economía que no es la de su tierra, pero que paradójicamente alguna vez lo fue.

Nótese en los párrafos anteriores la dureza del Presidente que llega a rozar el argumento de los más radicales movimientos chicanos: nos tienen que dejar estar aquí porque esto fue México. Esto es la reconquista.

¿Cómo reconciliar este discurso con aquella posición de la cancillería, en pleno debate migratorio, que eso era asunto “interno” de Estados Unidos y por tanto sólo nos “mantendríamos atentos”?

¿Cómo entender eso de “donde hay un mexicano está la patria”, con no haber podido encontrar un solo espacio en la agenda para visitar a una hostigada, agredida, comunidad mexicana en Estados Unidos?

¿Cómo emparejar los compromisos de vigorosa defensa de los mexicanos en el exterior con el imperdonable retraso en el nombramiento de titulares en una docena de consulados?

Escribió el ex embajador de México en Washington y la ONU, Jorge Montaño: “El simplismo de alegar compromisos presidenciales con los damnificados de inundaciones no rescata el desdén para algunos, la descortesía a otros, y lo peor, el desconcierto con los destinatarios más relegados que son las comunidades de mexicanos, suficientemente maltratadas por los desaires arrogantes del Capitolio”.

No es muy difícil hacer ese discurso en Monterrey, cobijado de aplausos en el cómodo marco de la reflexión sobre las culturas.

Es complicado hacerlo en una ciudad de Estados Unidos frente a mexicanos y estadunidenses que viven todos los días lo que significa la migración entre ambos países.

Desde Monterrey, está destinada a mejorar el rating doméstico: ¡Oh, qué bueno y nacionalista es nuestro Presidente!

En Chicago se trataría de incidir en el debate, dar voz a los perseguidos, poner el enorme cuerpo de la institución presidencial entre los agresores y los agredidos.

Decirlo en Monterrey significa que el costo es para los migrantes que desde hoy mismo recibirán la andanada de la derecha que ya comenzó a indignarse con las palabras de Calderón.

Denunciar en Chicago arriesga que el costo sería para la Presidencia en sus negociaciones y tratos con los poderes de Washington.

Felipe al fin se migratizó, pero con dos extrañas decisiones optó por la comodidad de la lejanía.
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Milenio - México/23/09/2007

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