Distrito Federal - Hacia el norte el estigma del muro fronterizo en cierne se convierte en fábula de candidatos que ambicionan llegar a la Casa Blanca y reclaman el interés de, nada menos, 17 millones de hispanos radicados en la poderosa Unión Americana. Los ángeles, la joya de California, es la segunda ciudad con mayor número de mexicanos en el mundo, sólo superada por el Distrito Federal, un dato sin duda revelador.
Hacia el sur, los comicios en Guatemala, sellados con decenas de asesinatos de índole política, desplazaron al tercer sitio, derrotado, al aspirante oficialista quien sólo pudo obtener el 17 por ciento de los sufragios. No obstante, pese a la barbarie que enseñoreó el proceso, en la hermana nación pueden presumir de una segunda vuelta electoral, una perspectiva vetada todavía en México, para asegurar la expresión de la voluntad mayoritaria y la consiguiente legitimación popular del mandato presidencial.
En medio, estamos los mexicanos que, en el transcurrir de la semana atestiguamos la nueva puesta en escena del “terrorismo” de baja intensidad significado por las explosiones de torres petroleras y el extraño “accidente” de un camión cargado de explosivos entre Monclova y Cuatro Ciénegas, cuna de don Venustiano Carranza quien legó al país su Carta Magna para que encontrara la vía de la institucionalidad superando la violencia, una tendencia ciertamente contraria a los acontecimientos desestabilizadores de los últimos días. Los riesgos están por doquier ante las evidencias de una nueva escalada de amenazas y violencia.
Mientras ello ocurre, los legisladores mexicanos parecen más preocupados por asegurar sus cuotas políticas, sin dejar de cobrar dietas aunque paralicen la vida parlamentaria, que por debatir sobre la conflictiva nacional con el propósito de encontrar caminos viables para intentar superar, siquiera, el clima adverso.
Por ejemplo, hace tiempo que no se habla de los intermediarios oficiales destinados a alcanzar “la paz” en Chiapas ni a nadie se le ocurre estudiar el creciente fenómeno de los grupos armados, no es sólo el Ejército Popular Revolucionario que asumió la responsabilidad por los sabotajes recientes contra PEMEX, distribuidos en veinte entidades del país, casi las dos terceras partes del territorio nacional. En otras, no incluidas en la relación anterior, las vendettas entre narcotraficantes han puesto en jaque a sus habitantes. Quedan, para decirlo de una vez, muy pocos espacios tranquilos sin que ello signifique ser ajenos a la infección general.
En Yucatán, por ejemplo, vista como una región en donde no hay violencia urbana, los indicios sobre el paso de los narcotraficantes que usan, por cierto, las decenas de aeropuertos clandestinos construidos por el extinto cacique Víctor Cervera Pacheco –¿acaso por ello su sobrina, Ivonne Ortega Pacheco, la actual gobernadora, tuvo el camino expedito para la reconquista política de la plaza a costa del vulnerable PAN local?–, sirven, de manera ideal, para el propósito de servir de escalas necesarias en las nuevas rutas del narcotráfico. Y ni siquiera se ha dado seguimiento alguno a las constantes denuncias sobre el particular. La madurez política de los yucatecos no alcanza rango alguno frente al acecho contumaz de las grandes alianzas soterradas.
Por algo, claro, el ex gobernador de Quintan Roo, Mario Villanueva Madrid, el gran aliado de Cervera, está en vías de ser extraditado tras varios años de reclusión como responsable de delitos contra la salud y asociación delictuosa. Hasta este punto parece haber llegado la voluntad superior.
Mirador.- La crispación está apoderándose del aparente espíritu dialéctico de los candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos ante la problemática de la inmigración ilegal. Uno de ellos, el gobernador demócrata Bill Richardson, acertó al exhibir la torpeza de erigir muros para asegurar el control de los flujos ilegales con una sentencia práctica: si la barda tiene doce pies de alto, las escaleras para vadearla tendrán trece. Con este simplismo se subraya la inutilidad de una medida que sólo tiende a friccionar las interrelaciones entre México y su poderosa vecina sin aportar soluciones para acabar con el disimulo: esto es, la demanda de mano de obra clandestina, precisamente abaratada como consecuencia del estatus ilegal que se le impone. Otra cosa, por supuesto, alteraría los ciclos de producción con el consiguiente impacto en los precios finales. No hay amigos sólo intereses.
Preocupa, ante los hechos reiterados, que nuestro gobierno permanezca anclado en el discurso de hace medio siglo. En los sesenta, Adolfo López Mateos postulaba el absurdo de cuantos iban en busca de “patria prestada” olvidándose de ésta “entrañablemente nuestra”. Pese a la retórica excepcional del personaje los resultados de su gestión en la materia fueron nulos: no se crearon nuevas fuentes de empleo para estimular a los nuevos brazos que se integraban al ciclo productivo ni se ofrecieron alternativas para amortizar el flujo incesante de “espaldas mojadas”.
De allí el detonante que hoy sirve, nada más, para exacerbar los debates de campaña entre aspirantes a huéspedes de la Casa Blanca tras el deplorable lapso de George Bush junior quien no parece capaz siquiera de detener el deterioro de su partido, el Republicano, obviamente desgastado por efecto de sus belicistas políticas y su estrategia del temor como constante. Cada que llegan los tiempos electorales en la Unión Americana se recuerda a las “minorías”, la hispana entre ellas, capaces de trocar, cuando votan en masa, las tendencias generales.
Por lo anterior, claro, el tema exacerba las opiniones que, por otra parte, exhiben la increíble superficialidad de algunos ponentes que insisten en observar a los indocumentados como si fueran poco menos que un ejército invasor listo a derrotar a la mayor potencia de todos los tiempos. Es la tesis por la cual, queda claro, la xenofobia se extiende y hasta comienzan a surgir grupos neonazis... hasta en Israel, bajo el influjo del clan dominante en Washington.
Es evidente, por tanto que la apuesta del norte hacia México sigue siendo la misma: pescar a río revuelto sin importar los costos.
Polémica.- Hacia el sur el panorama es distinto pero igualmente grave. Si tuviera que elegirse una condición para definir el proceso comicial de Guatemala ésta sería la violencia. Destaca asimismo la escasa notoriedad alcanzada por la Nóbel de la Paz, Rigoberta Menchú, atrapada en un pobre tres por ciento de apoyo entre los electores; se dijo, además, que entre los dirigentes indígenas, la ilustre descendiente de los mayas no tenía mayor calado. ¿Será acaso por las “malas compañías”, como la del inefable “doctor Simi” quien la cooptó para una campaña publicitaria con ascendentes políticos?
El asunto es que, a la manera de Venezuela, los momios parecen más favorables a la causa del general Otto Pérez Molina, del Partido Patriota, cuyo perfil parece cortado a la medida del pasado cuando los “gorilas” asolaban a las naciones de Centro y Sudamérica. Vitalizado, este sector, el de los mandos ambiciosos de anclar en el gobierno, pueden extenderse los malos vientos, más ahora cuando, en México, los soldados andan por las calles en funciones de policías aun cuando nadie se ha preocupado por un saneamiento a fondo de sus estructuras, obviamente contaminadas durante las crecidas del narcotráfico sobre territorio nacional.
Como México no es una burbuja, una visión pretendida por quienes torpemente exaltan a nuestra soberanía sólo para fines discursivos sin el menor conocimiento de la geopolítica universal, cabe esperar que las presiones del norte y el sur se recrudezcan mientras en el Congreso se sigue hablando de la manera como puede funcionar uno de los poderes de la Unión cuando la segunda fuerza política en éste representado no reconoce al presidente en funciones pero forma parte del mismo gobierno.
Por las alcobas.- Hace medio siglo, cuando comenzaron a acelerarse las emigraciones hacia los Estados Unidos, los jóvenes estadounidenses solían preguntar a los mexicanos que fincaban en la nación del norte:
–¿Para ir a México hay que aprender a montar a caballo?
La imagen que se tenía entonces, abonada por las películas de los rancheros empistolados, era la de una nación en la que la ley era impuesta con violencia, a golpes de rencillas inagotables. Cincuenta años después, los cotidianos estadounidenses y los de la Unión Americana se plantean, cuando profundizan sobre la conflictiva mexicana, cómo puede funcionar una nación, y ser económicamente estable en apariencia, cuando sus instituciones están copadas y el liderazgo lo da quien ocupa y mantiene la tribuna. El término “bananero” retrata este escenario para oprobio de nuestra clase política.
Diario Digital Juárez - México/21/09/2007
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