Barbara Ehrenreich *
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En el Día del Trabajo [1] habitualmente hacemos un guiño por un día a los explotados trabajadores estadounidenses tanto de cuello azul como de cuello rosa [2] —conserjes, azafatas, conductores de toros y similares. Pero este año vayamos un paso más y saludemos a los más vilipendiados y despreciados de la población que hace funcionar nuestra economía, cuya mera mención provoca un escupitajo al suelo de cualquier carretillero. Ustedes están pensando, quizás, en los vendedores on line, en traficantes humanos o en los desalmados que contestan el teléfono cuando usted trata de hacer una reclamación en su seguro médico. No, estoy refiriéndome a los directores ejecutivos.
Justo a tiempo para las vacaciones, dos grupos liberales —Unidos por una Economía Justa (UFE) y el Instituto de Estudios Políticos (IPS)— han publicado un nuevo ataque alegremente malicioso contra la clase de los directores ejecutivos. Señalan que los directores ejecutivos de las grandes compañías ganan un promedio de 10,8 millones de dólares al año, lo que representa 362 veces más que el trabajador medio estadounidense, y se jubilan con 10,1 millones de dólares en sus selectos fondos de pensiones. También señalan estos dos grupos liberales que las compensaciones de los directores ejecutivos de Estados Unidos exceden de forma delirante a sus correligionarios europeos, los cuales, hemos de suponer, trabajan igualmente duro.
Y, en lo que ellos deben pensar que es su más agudo ataque, la gente de UFE-IPS apunta: “los 20 tipos mejor pagado en las grandes compañías públicas se llevaron a casa el año pasado, de promedio, 36,4 millones de dólares. Esto es… 204 veces más que los 20 generales mejor pagados del ejército de Estados Unidos. Usted sabe lo que debemos pensar llegados a este punto: “¡ah, pero los generales tienen tanta responsabilidad! ¡Son responsables de la seguridad nacional, o al menos de conducir las guerras que incrementan los peligros de nuestra seguridad nacional y ello ayuda a justificar siempre el incremento en nuestro aparato de seguridad nacional!”
Pero alguien debe reivindicar a nuestra atribulada clase de directores ejecutivos, y déjenme empezar con la espuria comparación con los capos militares. ¿Podríamos poner a un lado por unos instantes las patrióticas emociones y mirar la situación esencial de forma pragmática?
Supongamos que usted es un general responsable de toda la gente de servicio en Irak, cerca de 130.000, y supongamos que usted es capaz de perder a cada uno de ellos a causa de algún horrible error de cálculo. Con la pensión por la muerte otorgada a la familia por cada soldado fallecido de 100.000 dólares, su error costará un total de 13.000 millones. Parece mucho, lo sé, hasta que usted se percata de que un administrador de hedge fund o director ejecutivo de una compañía financiera puede perder esto en una simple tarde, sin que nadie lo note. Simplemente no hay comparación entre un general y un director ejecutivo.
Pero esto es secundario. El punto importante, que los directores ejecutivos y sus habituales defensores son tan reticentes de admitir, es que ser rico sale condenadamente caro, y ser super-rico sale desmesuradamente caro. Antes de que usted empiece a gimotear con música celestial, considere los costes de mantener cinco casas diferentes, algunas de ellas tan grandes como de 45.000 pies cuadrados, muchas con piscinas, pistas de tenis, casas para invitados y bodegas de vino que requieren constante supervisión.
Los pobres gimen por no tener ninguna casa, o quizás sólo un apartamento de dos habitaciones para una familia de seis. Estos pobres deberían precisamente pensar por un momento los ajetreos que comporta mantener cuatro o más mansiones, cada una de ellas con un personal de mantenimiento a tiempo completo. Verbigracia, el problema de viajar. Un amigo mío, de medios muy modestos, es consultor de una pareja que viaja a menudo en jet privado entre Londres y Los Angeles, a donde les siguen sus perros en un segundo jet.
Pero mucho de lo que sabemos acerca de los grandes costos de la riqueza viene del reciente libro Rechistan del columnista del Wall Street Journal Robert Frank. Los super-ricos, grupo mayoritariamente extraído de la clase de los directores ejecutivos, precisa de un personal que oscila entre las cuarenta y las cincuenta personas, que incluye no solamente a cocineros, sirvientas y niñeras sino “administradores del estilo de vida” (para establecerles el programa de entretenimiento) y —en una vuelta a la Edad de Oro— mayordomos. Es trabajo del mayordomo, entre otras cosas, tratar con todas las cuestiones que puedan surgir de la proliferación de casas. Por ejemplo, si el jefe está en Palm Beach, nos explica Frank, “y quiere enviar a su jet a Nueva York para recoger un Chateau LaTour para su bodega de South Hampton, el mayordomo lo hace posible, sin preguntar.”
Ni los superricos están en posición de recortar sus gastos —mediante, por decir algo, ir corriendo al supermercado para comprar una botella de Chardonnay de 12 dólares. Si hicieran esto, sus amigos los despreciarían. Como dice Frank, la palabra richistani (acomodado), significa alguien con menos de 10 millones de dólares en activos, también podría ser traducida aproximadamente al castellano como “escoria” (scum).
Un crítico mezquino de la clase de los directores ejecutivos superricos puede refunfuñar que los ricos deberían simplemente buscar un nuevo círculo de amigos. Pero ¿quién podría ser de este nuevo grupo de amigos? Si usted estuviera en el cogollito de los 100 millones de dólares en activos, difícilmente podría tener trato con la clase de chusma para quien una miseria de 10.000 dólares puede ser una suma que transformaría su vida, que posiblemente permitiría a la abuelita tomar su insulina y a los niños disponer de ropa adecuada en invierno. La chusma de esta calaña no es de confianza, y puede agenciársete la cubertería de plata o afanarte las instalaciones de oro del elegante baño de la habitación. Puede incluso tirársete a tu cuello.
NOTAS T.:
En el Día del Trabajo [1] habitualmente hacemos un guiño por un día a los explotados trabajadores estadounidenses tanto de cuello azul como de cuello rosa [2] —conserjes, azafatas, conductores de toros y similares. Pero este año vayamos un paso más y saludemos a los más vilipendiados y despreciados de la población que hace funcionar nuestra economía, cuya mera mención provoca un escupitajo al suelo de cualquier carretillero. Ustedes están pensando, quizás, en los vendedores on line, en traficantes humanos o en los desalmados que contestan el teléfono cuando usted trata de hacer una reclamación en su seguro médico. No, estoy refiriéndome a los directores ejecutivos.
Justo a tiempo para las vacaciones, dos grupos liberales —Unidos por una Economía Justa (UFE) y el Instituto de Estudios Políticos (IPS)— han publicado un nuevo ataque alegremente malicioso contra la clase de los directores ejecutivos. Señalan que los directores ejecutivos de las grandes compañías ganan un promedio de 10,8 millones de dólares al año, lo que representa 362 veces más que el trabajador medio estadounidense, y se jubilan con 10,1 millones de dólares en sus selectos fondos de pensiones. También señalan estos dos grupos liberales que las compensaciones de los directores ejecutivos de Estados Unidos exceden de forma delirante a sus correligionarios europeos, los cuales, hemos de suponer, trabajan igualmente duro.
Y, en lo que ellos deben pensar que es su más agudo ataque, la gente de UFE-IPS apunta: “los 20 tipos mejor pagado en las grandes compañías públicas se llevaron a casa el año pasado, de promedio, 36,4 millones de dólares. Esto es… 204 veces más que los 20 generales mejor pagados del ejército de Estados Unidos. Usted sabe lo que debemos pensar llegados a este punto: “¡ah, pero los generales tienen tanta responsabilidad! ¡Son responsables de la seguridad nacional, o al menos de conducir las guerras que incrementan los peligros de nuestra seguridad nacional y ello ayuda a justificar siempre el incremento en nuestro aparato de seguridad nacional!”
Pero alguien debe reivindicar a nuestra atribulada clase de directores ejecutivos, y déjenme empezar con la espuria comparación con los capos militares. ¿Podríamos poner a un lado por unos instantes las patrióticas emociones y mirar la situación esencial de forma pragmática?
Supongamos que usted es un general responsable de toda la gente de servicio en Irak, cerca de 130.000, y supongamos que usted es capaz de perder a cada uno de ellos a causa de algún horrible error de cálculo. Con la pensión por la muerte otorgada a la familia por cada soldado fallecido de 100.000 dólares, su error costará un total de 13.000 millones. Parece mucho, lo sé, hasta que usted se percata de que un administrador de hedge fund o director ejecutivo de una compañía financiera puede perder esto en una simple tarde, sin que nadie lo note. Simplemente no hay comparación entre un general y un director ejecutivo.
Pero esto es secundario. El punto importante, que los directores ejecutivos y sus habituales defensores son tan reticentes de admitir, es que ser rico sale condenadamente caro, y ser super-rico sale desmesuradamente caro. Antes de que usted empiece a gimotear con música celestial, considere los costes de mantener cinco casas diferentes, algunas de ellas tan grandes como de 45.000 pies cuadrados, muchas con piscinas, pistas de tenis, casas para invitados y bodegas de vino que requieren constante supervisión.
Los pobres gimen por no tener ninguna casa, o quizás sólo un apartamento de dos habitaciones para una familia de seis. Estos pobres deberían precisamente pensar por un momento los ajetreos que comporta mantener cuatro o más mansiones, cada una de ellas con un personal de mantenimiento a tiempo completo. Verbigracia, el problema de viajar. Un amigo mío, de medios muy modestos, es consultor de una pareja que viaja a menudo en jet privado entre Londres y Los Angeles, a donde les siguen sus perros en un segundo jet.
Pero mucho de lo que sabemos acerca de los grandes costos de la riqueza viene del reciente libro Rechistan del columnista del Wall Street Journal Robert Frank. Los super-ricos, grupo mayoritariamente extraído de la clase de los directores ejecutivos, precisa de un personal que oscila entre las cuarenta y las cincuenta personas, que incluye no solamente a cocineros, sirvientas y niñeras sino “administradores del estilo de vida” (para establecerles el programa de entretenimiento) y —en una vuelta a la Edad de Oro— mayordomos. Es trabajo del mayordomo, entre otras cosas, tratar con todas las cuestiones que puedan surgir de la proliferación de casas. Por ejemplo, si el jefe está en Palm Beach, nos explica Frank, “y quiere enviar a su jet a Nueva York para recoger un Chateau LaTour para su bodega de South Hampton, el mayordomo lo hace posible, sin preguntar.”
Ni los superricos están en posición de recortar sus gastos —mediante, por decir algo, ir corriendo al supermercado para comprar una botella de Chardonnay de 12 dólares. Si hicieran esto, sus amigos los despreciarían. Como dice Frank, la palabra richistani (acomodado), significa alguien con menos de 10 millones de dólares en activos, también podría ser traducida aproximadamente al castellano como “escoria” (scum).
Un crítico mezquino de la clase de los directores ejecutivos superricos puede refunfuñar que los ricos deberían simplemente buscar un nuevo círculo de amigos. Pero ¿quién podría ser de este nuevo grupo de amigos? Si usted estuviera en el cogollito de los 100 millones de dólares en activos, difícilmente podría tener trato con la clase de chusma para quien una miseria de 10.000 dólares puede ser una suma que transformaría su vida, que posiblemente permitiría a la abuelita tomar su insulina y a los niños disponer de ropa adecuada en invierno. La chusma de esta calaña no es de confianza, y puede agenciársete la cubertería de plata o afanarte las instalaciones de oro del elegante baño de la habitación. Puede incluso tirársete a tu cuello.
NOTAS T.:
(1) El Labor Day se celebra en Estados Unidos el primer lunes de septiembre desde 1880.
(2) Con este término se denota al mismo tipo de trabajadores de cuello blanco, pero con preponderancia de composición femenina.
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*Barbara Ehrenreich es una periodista norteamericana que goza de gran reputación como investigadora de las clases sociales en EEUU. Esta actividad investigadora le ha ocupado toda su vida desde que se infiltró disfrazada de sí misma en la clase obrera que recibe salarios de miseria en su ya clásico Nickel and Dimed [Por cuatro chavos], un informe exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos estadounidenses que tienen que trabajar muy duro para salir adelante. Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es otro libro, más reciente, Bait and Switch. The (Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil) búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a articular a los desempleados de clase media.
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Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós
*Barbara Ehrenreich es una periodista norteamericana que goza de gran reputación como investigadora de las clases sociales en EEUU. Esta actividad investigadora le ha ocupado toda su vida desde que se infiltró disfrazada de sí misma en la clase obrera que recibe salarios de miseria en su ya clásico Nickel and Dimed [Por cuatro chavos], un informe exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos estadounidenses que tienen que trabajar muy duro para salir adelante. Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es otro libro, más reciente, Bait and Switch. The (Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil) búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a articular a los desempleados de clase media.
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Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós
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sinpermiso/18/09/2007
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