Sarkozy, Sócrates y Zapatero
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Miguel Ángel Belloso
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¿Qué pueden pensar un inglés, un español y un portugués de un personaje como Nicolás Sarkozy? Les puedo responder a los dos primeras cuestiones. Haré de español, y les diré que el presidente francés me produce perplejidad e incluso un cierto temor. No me gusta su falta de respeto al Banco Central Europeo, cuyo estatuto de independencia cuestiona con frecuencia. No creo que sus opiniones en política monetaria reflejen una superioridad intelectual digna de consideración, y tampoco me seducen sus reticencias hacia la libre competencia. Creo que la reciente fusión de Suez-Gaz de France es un error que se pagará, aunque sea a medio plazo. Pero también pienso que Sarkozy es una fuerza de la naturaleza, el presidente que todos querríamos tener para cambiar las cosas que a menudo detestamos de los países en que vivimos, y que los políticos de toda la vida, apocados y cortoplacistas, son incapaces de abordar.
Estoy realmente conmovido por la pretensión de Sarkozy de reformar el Estado de Bienestar, que siempre me ha parecido el origen del frágil desempeño económico de Europa. Dado nuestro carácter, marcado por la envidia, un español tendería también a contemplar a Sarkozy con escepticismo, como un pequeño Napoleón que se va a estrellar en el intento, al que incluso deseamos el fracaso que pueda justificar nuestro inmovilismo y falta de ambición. No es mi caso, pero estoy persuadido de que habrá mucho español con sentimientos de esta naturaleza mezquina. Y supongo que este podría el caso de un británico, cuyo aprecio por los franceses, franchutes o gabachos comecaracoles es tan descriptible como el de un americano, pero sin un ápice de la atracción fatal que éste siente por la Francia 'chic', que para decir sí simula un beso y dice `'oui'.
Puede que los británicos desprecien a los franceses tanto como los españoles, si se puede hablar con tal grado de frivolidad y ligereza, pero no tengo duda de que, siendo más flemáticos, educados y civilizados que nosotros, están mejor dispuestos para reconocer la grandeza. El pasado fin de semana, por ejemplo, he tenido la oportunidad de asistir a un debate entre un francés, un español y un inglés sobre política económica, monetaria y fiscal, y los mayores elogios para Sarkozy provinieron de Alistair Burt, un diputado conservador de la Cámara de los Comunes. Ustedes podrán pensar: bueno, al fin y al cabo se trata de un 'rightwing'. ¡Cierto!, pero su discurso fue bastante más interesante que el que cabe esperar de un parlamentario corriente. Se trataba de hacer un balance político, y obviamente, las aproximaciones del presidente francés a la cuestión de los tipos de interés deja mucho que desear, lo mismo que su resistencia a atajar con decisión el déficit público de Francia. Pero, según Burt, y yo coincido con esta apreciación, estas notorias deficiencias palidecen ante la energía revolucionaria desplegada por Sarkozy. "Me parece un personaje fascinante incluso en sus contradicciones", dijo Burt. "Este es el tipo de líderes capaces de cambiar el mundo, de sacudir las conciencias".
Y, en efecto, tiene una agenda política tan completa y totalizadora que resulta sencillamente ejemplar, que recuerda en muchos aspectos la de Margaret Thatcher: quiere reformar el mercado laboral, las pensiones, el Estado y la función pública, el modelo de inmigración, y también quiere liquidar el poder sindical. ¿Se puede pedir más al mismo tiempo? Ha conseguido convencer a los franceses de que esta es la última oportunidad de recuperar la 'grandeur' y tiene a todo el país detrás; incluso a los socialistas de más valía, a los que el proceso de selección adversa o negativa practicado por el señor Hollande había marginado por completo.
Imagino que una sacudida política de esta envergadura también es 'tomuch' para la idiosincrasia lusa. Conociendo un poco el carácter especulativo y poco decisorio del portugués medio, me temo que Sarkozy debe resultar un ser completamente ajeno al carácter nacional. Y sin embargo, tal y como decía Burt, se necesitan estos grandes hombres para cambiar dramáticamente el estado de la nación, para revitalizar su espíritu en pos de una buena causa. A su lado, la figura de Sócrates queda muy empequeñecida, mientras que la de Zapatero resulta casi ridícula. El presidente español también está haciendo enormes cambios en España, pero todos en la mala dirección, en la dirección contraria a la de Sarkozy.
VEA TAMBIÉN OTRO DE LOS POST QUE ACABO DE ACTUALIZAR: Entre Solbes y Rato, entre Pinto y Valdemoro. Saludos
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Miguel Ángel Belloso
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¿Qué pueden pensar un inglés, un español y un portugués de un personaje como Nicolás Sarkozy? Les puedo responder a los dos primeras cuestiones. Haré de español, y les diré que el presidente francés me produce perplejidad e incluso un cierto temor. No me gusta su falta de respeto al Banco Central Europeo, cuyo estatuto de independencia cuestiona con frecuencia. No creo que sus opiniones en política monetaria reflejen una superioridad intelectual digna de consideración, y tampoco me seducen sus reticencias hacia la libre competencia. Creo que la reciente fusión de Suez-Gaz de France es un error que se pagará, aunque sea a medio plazo. Pero también pienso que Sarkozy es una fuerza de la naturaleza, el presidente que todos querríamos tener para cambiar las cosas que a menudo detestamos de los países en que vivimos, y que los políticos de toda la vida, apocados y cortoplacistas, son incapaces de abordar.
Estoy realmente conmovido por la pretensión de Sarkozy de reformar el Estado de Bienestar, que siempre me ha parecido el origen del frágil desempeño económico de Europa. Dado nuestro carácter, marcado por la envidia, un español tendería también a contemplar a Sarkozy con escepticismo, como un pequeño Napoleón que se va a estrellar en el intento, al que incluso deseamos el fracaso que pueda justificar nuestro inmovilismo y falta de ambición. No es mi caso, pero estoy persuadido de que habrá mucho español con sentimientos de esta naturaleza mezquina. Y supongo que este podría el caso de un británico, cuyo aprecio por los franceses, franchutes o gabachos comecaracoles es tan descriptible como el de un americano, pero sin un ápice de la atracción fatal que éste siente por la Francia 'chic', que para decir sí simula un beso y dice `'oui'.
Puede que los británicos desprecien a los franceses tanto como los españoles, si se puede hablar con tal grado de frivolidad y ligereza, pero no tengo duda de que, siendo más flemáticos, educados y civilizados que nosotros, están mejor dispuestos para reconocer la grandeza. El pasado fin de semana, por ejemplo, he tenido la oportunidad de asistir a un debate entre un francés, un español y un inglés sobre política económica, monetaria y fiscal, y los mayores elogios para Sarkozy provinieron de Alistair Burt, un diputado conservador de la Cámara de los Comunes. Ustedes podrán pensar: bueno, al fin y al cabo se trata de un 'rightwing'. ¡Cierto!, pero su discurso fue bastante más interesante que el que cabe esperar de un parlamentario corriente. Se trataba de hacer un balance político, y obviamente, las aproximaciones del presidente francés a la cuestión de los tipos de interés deja mucho que desear, lo mismo que su resistencia a atajar con decisión el déficit público de Francia. Pero, según Burt, y yo coincido con esta apreciación, estas notorias deficiencias palidecen ante la energía revolucionaria desplegada por Sarkozy. "Me parece un personaje fascinante incluso en sus contradicciones", dijo Burt. "Este es el tipo de líderes capaces de cambiar el mundo, de sacudir las conciencias".
Y, en efecto, tiene una agenda política tan completa y totalizadora que resulta sencillamente ejemplar, que recuerda en muchos aspectos la de Margaret Thatcher: quiere reformar el mercado laboral, las pensiones, el Estado y la función pública, el modelo de inmigración, y también quiere liquidar el poder sindical. ¿Se puede pedir más al mismo tiempo? Ha conseguido convencer a los franceses de que esta es la última oportunidad de recuperar la 'grandeur' y tiene a todo el país detrás; incluso a los socialistas de más valía, a los que el proceso de selección adversa o negativa practicado por el señor Hollande había marginado por completo.
Imagino que una sacudida política de esta envergadura también es 'tomuch' para la idiosincrasia lusa. Conociendo un poco el carácter especulativo y poco decisorio del portugués medio, me temo que Sarkozy debe resultar un ser completamente ajeno al carácter nacional. Y sin embargo, tal y como decía Burt, se necesitan estos grandes hombres para cambiar dramáticamente el estado de la nación, para revitalizar su espíritu en pos de una buena causa. A su lado, la figura de Sócrates queda muy empequeñecida, mientras que la de Zapatero resulta casi ridícula. El presidente español también está haciendo enormes cambios en España, pero todos en la mala dirección, en la dirección contraria a la de Sarkozy.
VEA TAMBIÉN OTRO DE LOS POST QUE ACABO DE ACTUALIZAR: Entre Solbes y Rato, entre Pinto y Valdemoro. Saludos
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Expansión.com - España/01/10/2007
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