ANNA GRAU
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NUEVA YORK - George W. Bush será un pato cojo -en argot americano, un presidente saliente, cuyo poder declina-, pero para nada un pato mudo. Ayer dio una rueda de prensa tan descarnada y directa como su reciente discurso ante los veteranos de guerra comparando Irak con Vietnam. En este caso, Bush advirtió del peligro de una guerra mundial si Irán obtiene armas nucleares. También, fustigó al Congreso norteamericano por irritar a Turquía votando una resolución que reconoce y condena el genocidio armenio de 1915.
«Tenemos un líder en Irán que ha amenazado con destruir el estado de Israel; entonces, si ustedes están interesados en impedir una tercera guerra mundial, también deberían estar interesados en impedir que Irán tenga el conocimiento necesario para construir un arma nuclear», sentenció Bush. El aviso llega inmediatamente después de que el presidente ruso, Vladímir Putin, desaconsejara públicamente toda acción militar contra el programa nuclear iraní.
Minutos después de la intervención de Bush, un alto cargo del Departamento de Estado enviaba a Rusia el mensaje de que EE.UU. «está dispuesto a modificar» el proyecto de red antimisiles del Este europeo que tanto irrita a Rusia.
Advertencias sobre Turquía
La cuestión turca fue el otro gan asunto. Bush lanzó un aviso a Turquía: «No creo que sea de su interés enviar tropas a la parte más tranquila de Irak». Y una reprimenda a los diputados por la condena del genocidio armenio, sobre todo a los demócratas, que no hacen «otra cosa que perder el tiempo» desde que impera la mayoría demócrata. Y se preguntó: «¿No tienen nada más importante que hacer que provocar el antagonismo de un aliado democrático en el mundo musulmán, especialmente de uno que nos presta un apoyo militar vital a diario?».
El presidente calificó de «contraproducente» la resolución aprobada por el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso, por 27 votos a favor y 21 en contra. Este estrecho margen ya daba idea de lo reñidos que estaban los apoyos, con la Casa Blanca y el lobby turco en Washington luchando a brazo partido contra la mayoría demócrata.
Las razones de los demócratas para votar así podían ir desde el deseo de crear incomodidad al equipo de Bush hasta el de complacer a la presidenta de la Cámara, su correligionaria Nancy Pelosi, electa por una circunscripción con mucho voto de ascendencia armenia. Todos los aspirantes demócratas a la Casa Blanca prestaron su apoyo a la resolución.
Pero ahora todo eso empieza a resquebrajarse. La Casa Blanca no ha cejado en su empeño de deshacer lo hecho, más cuando la irritación de Ankara deviene incontrolable cada día que pasa, con llamadas a consultas del embajador y veladas -o no tan veladas- amenazas de dejar de contar con los Estados Unidos para decidir si se da o no se da la orden de entrar en el Kurdistán iraquí. Las mismas filas demócratas se están rompiendo. No es imposible que se le acabe dando la vuelta.
Al margen de cuál es el fondo de la resolución, tantas vacilaciones vendrían a abonar el diagnóstico de Bush de que los demócratas no sólo no saben rentabilizar su mayoría en la Cámara de Representantes, sino que se han metido en una especie de ciénaga política, donde sólo consiguen dar un paso hacia adelante y tres hacia atrás.
«Tenemos un líder en Irán que ha amenazado con destruir el estado de Israel; entonces, si ustedes están interesados en impedir una tercera guerra mundial, también deberían estar interesados en impedir que Irán tenga el conocimiento necesario para construir un arma nuclear», sentenció Bush. El aviso llega inmediatamente después de que el presidente ruso, Vladímir Putin, desaconsejara públicamente toda acción militar contra el programa nuclear iraní.
Minutos después de la intervención de Bush, un alto cargo del Departamento de Estado enviaba a Rusia el mensaje de que EE.UU. «está dispuesto a modificar» el proyecto de red antimisiles del Este europeo que tanto irrita a Rusia.
Advertencias sobre Turquía
La cuestión turca fue el otro gan asunto. Bush lanzó un aviso a Turquía: «No creo que sea de su interés enviar tropas a la parte más tranquila de Irak». Y una reprimenda a los diputados por la condena del genocidio armenio, sobre todo a los demócratas, que no hacen «otra cosa que perder el tiempo» desde que impera la mayoría demócrata. Y se preguntó: «¿No tienen nada más importante que hacer que provocar el antagonismo de un aliado democrático en el mundo musulmán, especialmente de uno que nos presta un apoyo militar vital a diario?».
El presidente calificó de «contraproducente» la resolución aprobada por el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso, por 27 votos a favor y 21 en contra. Este estrecho margen ya daba idea de lo reñidos que estaban los apoyos, con la Casa Blanca y el lobby turco en Washington luchando a brazo partido contra la mayoría demócrata.
Las razones de los demócratas para votar así podían ir desde el deseo de crear incomodidad al equipo de Bush hasta el de complacer a la presidenta de la Cámara, su correligionaria Nancy Pelosi, electa por una circunscripción con mucho voto de ascendencia armenia. Todos los aspirantes demócratas a la Casa Blanca prestaron su apoyo a la resolución.
Pero ahora todo eso empieza a resquebrajarse. La Casa Blanca no ha cejado en su empeño de deshacer lo hecho, más cuando la irritación de Ankara deviene incontrolable cada día que pasa, con llamadas a consultas del embajador y veladas -o no tan veladas- amenazas de dejar de contar con los Estados Unidos para decidir si se da o no se da la orden de entrar en el Kurdistán iraquí. Las mismas filas demócratas se están rompiendo. No es imposible que se le acabe dando la vuelta.
Al margen de cuál es el fondo de la resolución, tantas vacilaciones vendrían a abonar el diagnóstico de Bush de que los demócratas no sólo no saben rentabilizar su mayoría en la Cámara de Representantes, sino que se han metido en una especie de ciénaga política, donde sólo consiguen dar un paso hacia adelante y tres hacia atrás.
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ABC - España/18/10/2007
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