Editorial
Enrique Berruga Filloy*
Enrique Berruga Filloy*
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El otro ‘Universal’, el diario de Caracas, dio a conocer las intenciones del gobierno de Hugo Chávez hacia México: “Fortalecer los movimientos alternativos en Centroamérica y México en búsqueda del desprendimiento del dominio imperial”. Esta cita forma parte del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación, 2007-2013. La intención del gobernante de la boina roja es “neutralizar la acción del imperio y crear una estrategia mundial para la movilización de masas en apoyo al proceso revolucionario”. Para terminar de ponerle picante a la salsa, el presidente de la Comisión de Política Exterior del parlamento venezolano, Saúl Ortega, aclaró que “es vital para nosotros que la lucha que se está dando en Venezuela se dé en México”.
¿Se habrá puesto a pensar este personaje si lo que es vital para Venezuela es igual de vital para México? ¿Se habrán puesto a pensar estos amanuenses del Plan de Desarrollo si la nación mexicana estaría anuente para convertirse en una especie de laboratorio de pruebas para poner en práctica los intereses vitales de Venezuela? ¿Qué reacción tendrían los venezolanos si el plan maestro de México en política exterior implicara financiar movimientos en contra, por ejemplo, de la reelección de los gobernantes, que es una de nuestras más acendradas banderas? El Universal de Caracas sacaría unas ocho columnas, muy objetivas, que dirían poco más o menos: “México pretende fortalecer el movimiento antirreeleccionista en Venezuela”. Después, algún senador mexicano explicaría que es vital que la lucha que se está dando en México —desde 1910— se de también en Venezuela. ¿Por qué? Porque Mexico ve con preocupación el avance del reeleccionismo sin medida que se está perfilando en la República Bolivariana. Ya después nos preguntamos si eso es lo que le interesa o no a los venezolanos. Igual no les parece, pero como es un interés vital de México, pues peor para ellos. Que se plieguen a los intereses y posiciones del otro.
Ante la comprensible molestia que de inmediato causaron las aspiraciones venezolanas en México, el flamante embajador de ese país sudamericano se apresuró a desmentir el contenido del Plan de Desarrollo. Se nota que le llamaron la atención desde su capital y entonces enmendó la plana para afirmar que sí, que el Plan sí dice lo que dice, pero —en entrevista con Carmen Aristegui en CNN— aclaró que no se trata de un planteamiento injerencista. Bueno, si promover movimientos alternativos en México no es una forma clara de injerencia en los asuntos internos de nuestro país, entonces habrá que pedirle prestado el diccionario político al embajador Chaderton para averiguar qué significa en verdad.
Las relaciones entre México y Venezuela desde la llegada de Chávez al poder se asemejan a esos noviazgos tormentosos en que cada reconciliación sale más cara y más penosa que el mismo rompimiento. A pocas semanas de que ambos gobiernos restablecieran sus relaciones a nivel de embajadores, desde Caracas nos llega —con nombre y apellido— el amago de que ahora y para beneficio de la humanidad tendremos acciones venezolanas en territorio nacional, orientadas a una movilización de masas en apoyo al proceso revolucionario.
Quien quiera ver un signo fehaciente de mejoría en las relaciones bilaterales con Venezuela está simple y sencillamente equivocado. Elevar los vínculos a nivel de embajadores —en vez del anterior periodo en que las misiones diplomáticas estaban encabezadas por encargados de negocios— es una formulación llena de simbolismo pero carente de sustancia real. Con este paso, que en forma alguna es privativo de México y Venezuela, se envía el mensaje de que hay intenciones de mejorar los nexos bilaterales, pero no dejan de estar prueba, de estar sometidos al beneficio de la duda.
En la realidad objetiva se observa que Venezuela no hizo más que aprovechar el ánimo de reconciliación para seguirse de frente con sus posturas dogmáticas, y así, anunciar por todo lo alto sus intenciones de entrometerse en asuntos que solamente compete determinar a los mexicanos. Tenemos una historia de resistencia y de transformaciones que no estoy seguro que se esté aquilatando debidamente en las altas esferas gubernamentales de Caracas. A mi parecer, la postura venezolana resulta ofensiva, paternalista, desleal y arrogante. Nada más faltaba: ellos que se están inaugurando en estas lides, que nos vengan a enseñar el “abc” de la convivencia con Estados Unidos. O en su defecto, que nos vean tan mermados y desvalidos que resulta necesario que tengan que venir a nuestro auxilio para formar movimientos alternativos que nos permitan, por fin, lograr un desprendimiento del dominio imperial.
Otros se han callado frente a los excesos de Chávez; espero que mi país no asuma esa actitud.
¿Se habrá puesto a pensar este personaje si lo que es vital para Venezuela es igual de vital para México? ¿Se habrán puesto a pensar estos amanuenses del Plan de Desarrollo si la nación mexicana estaría anuente para convertirse en una especie de laboratorio de pruebas para poner en práctica los intereses vitales de Venezuela? ¿Qué reacción tendrían los venezolanos si el plan maestro de México en política exterior implicara financiar movimientos en contra, por ejemplo, de la reelección de los gobernantes, que es una de nuestras más acendradas banderas? El Universal de Caracas sacaría unas ocho columnas, muy objetivas, que dirían poco más o menos: “México pretende fortalecer el movimiento antirreeleccionista en Venezuela”. Después, algún senador mexicano explicaría que es vital que la lucha que se está dando en México —desde 1910— se de también en Venezuela. ¿Por qué? Porque Mexico ve con preocupación el avance del reeleccionismo sin medida que se está perfilando en la República Bolivariana. Ya después nos preguntamos si eso es lo que le interesa o no a los venezolanos. Igual no les parece, pero como es un interés vital de México, pues peor para ellos. Que se plieguen a los intereses y posiciones del otro.
Ante la comprensible molestia que de inmediato causaron las aspiraciones venezolanas en México, el flamante embajador de ese país sudamericano se apresuró a desmentir el contenido del Plan de Desarrollo. Se nota que le llamaron la atención desde su capital y entonces enmendó la plana para afirmar que sí, que el Plan sí dice lo que dice, pero —en entrevista con Carmen Aristegui en CNN— aclaró que no se trata de un planteamiento injerencista. Bueno, si promover movimientos alternativos en México no es una forma clara de injerencia en los asuntos internos de nuestro país, entonces habrá que pedirle prestado el diccionario político al embajador Chaderton para averiguar qué significa en verdad.
Las relaciones entre México y Venezuela desde la llegada de Chávez al poder se asemejan a esos noviazgos tormentosos en que cada reconciliación sale más cara y más penosa que el mismo rompimiento. A pocas semanas de que ambos gobiernos restablecieran sus relaciones a nivel de embajadores, desde Caracas nos llega —con nombre y apellido— el amago de que ahora y para beneficio de la humanidad tendremos acciones venezolanas en territorio nacional, orientadas a una movilización de masas en apoyo al proceso revolucionario.
Quien quiera ver un signo fehaciente de mejoría en las relaciones bilaterales con Venezuela está simple y sencillamente equivocado. Elevar los vínculos a nivel de embajadores —en vez del anterior periodo en que las misiones diplomáticas estaban encabezadas por encargados de negocios— es una formulación llena de simbolismo pero carente de sustancia real. Con este paso, que en forma alguna es privativo de México y Venezuela, se envía el mensaje de que hay intenciones de mejorar los nexos bilaterales, pero no dejan de estar prueba, de estar sometidos al beneficio de la duda.
En la realidad objetiva se observa que Venezuela no hizo más que aprovechar el ánimo de reconciliación para seguirse de frente con sus posturas dogmáticas, y así, anunciar por todo lo alto sus intenciones de entrometerse en asuntos que solamente compete determinar a los mexicanos. Tenemos una historia de resistencia y de transformaciones que no estoy seguro que se esté aquilatando debidamente en las altas esferas gubernamentales de Caracas. A mi parecer, la postura venezolana resulta ofensiva, paternalista, desleal y arrogante. Nada más faltaba: ellos que se están inaugurando en estas lides, que nos vengan a enseñar el “abc” de la convivencia con Estados Unidos. O en su defecto, que nos vean tan mermados y desvalidos que resulta necesario que tengan que venir a nuestro auxilio para formar movimientos alternativos que nos permitan, por fin, lograr un desprendimiento del dominio imperial.
Otros se han callado frente a los excesos de Chávez; espero que mi país no asuma esa actitud.
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*Miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas
*Miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas
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