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Eva ni sabe por qué sus padres le pusieron ese nombre. Nació hace demasiados años como para acordarse de esas cosas. Lo que sabe es que apenas llegó de Entre Ríos para la época del último peronismo, sus primas le consiguieron un trabajo de costurera en una fábrica de camisas en la que se hacían reuniones gremiales, que a ella le provocaban mucho temor. Ahora tiene un taller de costura en su casa de una de las barriadas más pobres de Lomas de Zamora. Y es una referente social de esas mujeres a las que antes se conocía como punteras. Maneja varios recursos de la política para su barrio, de las máquinas de coser a los Planes Jefas y Jefes.
A partir de la crisis de 2001, las mujeres parecen haber ido incorporándose en forma continua al mapa de punteros territoriales en el conurbano bonaerense. Aunque siempre participaron de la vida política de los barrios y crecieron masivamente con las manzaneras del duhaldismo, la última gran crisis parece haberlas sacado a la calle. Modificando además, las reglas de juego a nivel horizontal con los punteros varones, y hacia arriba y hacia abajo con dirigentes y dirigidos.
Hay quienes suman a las explicaciones de tanta presencia femenina la erosión del peronismo, cuyos dirigentes dejaron de someterse a procesos de selección y de ascenso por internas a partir de 2003. Eso parece importante para entender el rol de las punteras porque sin internas los ascensos se hacen por otro tipo de consensos y en ese juego los punteros varones van quedando afuera.
El comedor de Alicia
El comedor de doña Alicia Romero parece un bunker político en plena campaña. Unas 540 mujeres organizaron a diario una olla popular turnándose para preparar el almuerzo para los chicos y los ancianos más pobres. Desde ahí armaron una asociación desde donde combaten la venta del paco, hacen escraches a los dealers y generan todo tipo de trabajo, desde carreros a guardacoches. En estas épocas de elecciones, las mujeres están alineadas con uno de los candidatos peronistas a intendente de Lomas de Zamora. Doña Alicia ahora lo cuenta, su voz potente chapoteando entre los agujeros de las calles de tierra. De aquí a allá, avisa a los que se le cruzan que mañana va para La Plata, a tratar de terminar los documentos.
“Acá somos todas mujeres solas –dice–. Mamás adolescentes o mujeres mayores que no tienen familia.” ¿Los hombres dónde están? “Los que tenían trabajo para la crisis, masivamente fueron perdiendo sus trabajos, estaban en las casas y no querían hacer nada. El que era metalúrgico, era sólo metalúrgico, el albañil sabía sólo de albañil y acá tuvimos que salir las mujeres a pucherear, desde ir a limpiar una casa, a ir a cirujear o ir a cartonear.” ¿Por qué los hombres no? “No sabemos, la gran depresión, y es como que ellos se quedaron adentro.”
Las mujeres acudieron a todo tipo de estrategias para mantenerse, entre ellas la política. En el caso de Alicia, hay algo de su historia personal detrás de esa estructura que sostiene. Llegó a la villa en 1978, corrida por la dictadura de su casa en la Villa 21 de Lugano. “Te digo la verdad, yo perdí mucho. A mí me tiraron como una bolsa de basura, a mí y a mis hijos. Me hicieron ver cómo tiraban mi casa y me vine a vivir con mi mamá hace treinta años. Entonces yo te digo que ahora venga alguien después de tanto tiempo y hable de los derechos humanos yo sé que es un milagro.”
La relación con los dirigentes parece basada en ese tipo de biografías personales, más que en acuerdos políticos de largo alcance. Como si en eso ya nadie confiara. El comedor de las madres contra el paco es un ejemplo. Como no son “chinodependientes”, como dicen en alusión al apodo del candidato al que apoyan, buscaron tres canales de entrada distintos para proveer el comedor.
A 25 centavos por kilo de comida, cada quince días van de compras a un banco de alimentos destinado a asociaciones que trabajan con los pobres. Una vez por semana reciben de la cooperativa La Rivera, de los alrededores de La Salada, 40 kilos de carne de cortes distintos, picada o bifes para usar en guiso. También viene un cajón de pollo, dos de fruta de estación, una bolsa de papas, una de cebolla, una de zanahoria y una de la verdura verde más barata, como apio, puerro o verdeo. También hay un vecino de 80 años que trabaja en el Mercado Central y todos los días les acerca una bolsa de zanahoria, de cebolla, a veces de lechuga y hace unos días de repollitos de Bruselas, para un guiso.
“Los hermanos bolivianos nos enseñaron cómo se hacen esas cosas –dicen ellas–. Cuando conseguimos un cajón con algo de tomates en el mercado, nos ponemos en ronda y decimos uno, uno, uno, uno, y uno y nos llevamos diez tomates cada uno.”
Lo social
Eva es la mujer que dividía los planes Jefas y Jefas de su barrio. En su pequeña fábrica de costuras no se le ocurrió contratar a un hombre y lo mismo le sucede cuando reparte los Planes de 150 pesos, porque en general prefiere no dárselos. “Generalmente no les doy porque yo no sé si les cuesta trabajar, pero a los varones que yo traté de atraerlos es como que no les interesó. Cuando les digo: ‘¿Vos necesitas un Plan? Bueno –les digo–, te voy a dar un Plan pero cuando yo te necesite tratá de apoyarme, por ejemplo si yo necesito colgar una bandera, vení y ayudame a colgar una bandera’. Yo necesito armar una mesa en una esquina, un varón que me ayude. El Día del Niño éramos todas mujeres, el único varón era el marido de Susana, la señora que estaba por acá y fue el que nos ayudó a hacer el chocolate.” El recurso de los Planes entre los punteros varones funciona distinto, al menos en el barrio de Eva. Ellos sí dividen los planes entre sus congéneres.
–Los varones les dan más a varones que mujeres. Ellos a ellos, los hacen trabajar.
–¿Y ustedes no pueden hacerlo?
–Nosotros no le exigimos que vayan a trabajar porque no nos parece que por 150 pesos tengan que trabajar o si tienen otro trabajo en negro o una changa preferimos que la hagan porque esos 150 pesos son una ayuda. Es como una ayuda más a algo que puedan ganarse, no podemos exigirle tantos días y tantas horas porque los 150 pesos no son nada. Yo cuando empecé con el plan tenía que trabajar cinco días cinco horas, pero ahora ni para el viaje alcanzan.
La caída
Claudio Gentiluomo es periodista en Quilmes, viejo militante de la política y editor de una publicación semanal de una de las líneas internas del peronismo. El es uno de los que relacionan el auge de las mujeres con la caída de los punteros varones. “Antes el dirigente contrataba a un puntero y lo metía en una estructura oficial; el puntero era el tipo que le juntaba a la gente para ir a una interna. Con las internas terminadas, el político no los necesita más y prefiere canalizar su referencia barrial en las instituciones. En una sociedad de fomento, un club o la copa de leche y con las mujeres, que son más referentes para el barrio que un tipo que alguna vez maneja una bolsa de comida.” Bajo esa mirada, lo que se expande son las referentes sociales y no las punteras netamente políticas. Es como si el lugar que está perdiendo el varón no volviera a ocuparse.
Sabina Frederic trabajó hace años en ese tipo de casos. Antropóloga, doctorada en Holanda, investigadora del Conicet y autora de Malos políticos: moralidad y política en Buenos Aires, analizó el cambio en la política territorial entre las décadas del ’80 y ’90 y los desplazamientos de la militancia política a la militancia social. En la inflexión entre los ’80 y ’90, dice, lo que se ve es que todo el grupo de militantes villeros que habían tenido un protagonismo importante a escala municipal en los años previos y que llegaron a ocupar cargos de empleados públicos o jefes comunales, en los ’90 no están. “Hay un desplazamiento de la política a otro proyecto que es la descentralización, de los militantes villeros a nuevos militantes con nuevas reglas, donde se hace necesaria la capacitación, la modernización de la gestión, con toda esa jerga neoliberal. Frente a esto algunos se van del peronismo y otros quedan reconvertidos de acuerdo a las nuevas reglas, donde se empieza a trabajar sobre proyectos y no sobre políticas con un conjunto de instrumentos distintos.” Y esa gente no es denominada más militante político, dice, “porque el militante político es despreciado porque es el tipo que usa las viejas prácticas políticas, el clientelismo, siempre hablando desde la cosa simbólica”.
Lo que Frederic se pregunta ahora no es tanto si las mujeres son más o menos o si su presencia está ligada a la crisis o a las internas del PJ. Se pregunta más bien si esa presencia en el campo social implica un verdadero empoderamiento. “A lo mejor hay que dejar abiertas algunas preguntas”, dice. Ella sigue adelante con la investigación sobre la profesionalización no ya en la política sino en una institución como la policía, donde las mujeres están ocupando lugares que antes ejercían los hombres. Ante esa situación, ella se pregunta por los motivos. Los varones se fueron porque se retiraron o porque creen que ésos ya no son lugares de poder. En la política, más bien, en la militancia social podría suceder algo parecido.
Marilú, disconforme
Marilú es una de las punteras de Moreno. “Soy mamá de cuatro hijos de 16, 13, 11 y 5 años. Jefa de hogar, es decir único sostén de la casa: terminé criando a los chicos sola, no tengo aporte económico de ninguno de los padres. Nací en Moreno, mi viejo fue político, estuvo en todo lo que sea movimiento del deporte con el campeonato Evita con el famoso Soto, que era concejal o referente político, yo no lo llegué a conocer a mi viejo pero fui llevando la escuela, al principio tenía trabajos comunes, trabajé en negocios, hasta que llegó la política a mí.”
Con el comienzo de la democracia, ella se puso a organizar las copas de leche que empezaban a hacerse en las canchas de fútbol del distrito, cuando los barrios terminaban disputándose el liderazgo político a las trompadas. Con el paso del tiempo, cada década le propuso una forma distinta de moverse. Luego de la primavera alfonsinista, atendió un Centro de Capacitación de un candidato peronista para concejal de Moreno.
“Yo estaba al frente del local –dice Marilú–. Si venía alguien y me decía: ‘Mire necesito hacer un trámite de tierra’, yo le firmaba un papel de que hay que ir a ver a uno o a otro; le daba el nombre de alguien con una firma y con el nombre de la persona que estaba a cargo de la agrupación, con eso se iba.”
El local abría antes de las elecciones, pero en los boletines de información al público aparecía una serie de talleres anuales de pintura o de electricidad, que acentuaban la ficción del centro de formación y alejaban el fantasma del local del partido. Con los años se alejó del local, y ahora va a los actos del kirchnerismo contenta si la acompaña la gente de su barrio. Ella ya no milita en un local político, moviliza con la Uocra, porque son los que con el boom de la construcción pueden conseguirles changas a los vecinos. ¿Qué esperan ellas con todo eso? Reconocimiento. De la gente, pero especialmente de los dirigentes.
“Trabajé con el intendente actual y sigo esperando, qué sé yo, algún día se va a acordar –dice–. Creo que me tuvo más en cuenta Felipe Solá cuando estuvo en el sindicato de seguros, que me dijo buen día por lo menos, y eso para mí tiene más valor. La gente de alto rango nos prepara a los pelotudos como nosotros y nos pone al frente de estas cosas: cuando nos cae la ficha nos queremos morir.”
–Pero vuelven a creer cuando otra vez son convocados. ¿Si no todo esto acabaría?
–Ya, ahora, escucho. Y digo: “¿Qué, otra vez vamos a ir por la bolsita?”
Eva ni sabe por qué sus padres le pusieron ese nombre. Nació hace demasiados años como para acordarse de esas cosas. Lo que sabe es que apenas llegó de Entre Ríos para la época del último peronismo, sus primas le consiguieron un trabajo de costurera en una fábrica de camisas en la que se hacían reuniones gremiales, que a ella le provocaban mucho temor. Ahora tiene un taller de costura en su casa de una de las barriadas más pobres de Lomas de Zamora. Y es una referente social de esas mujeres a las que antes se conocía como punteras. Maneja varios recursos de la política para su barrio, de las máquinas de coser a los Planes Jefas y Jefes.
A partir de la crisis de 2001, las mujeres parecen haber ido incorporándose en forma continua al mapa de punteros territoriales en el conurbano bonaerense. Aunque siempre participaron de la vida política de los barrios y crecieron masivamente con las manzaneras del duhaldismo, la última gran crisis parece haberlas sacado a la calle. Modificando además, las reglas de juego a nivel horizontal con los punteros varones, y hacia arriba y hacia abajo con dirigentes y dirigidos.
Hay quienes suman a las explicaciones de tanta presencia femenina la erosión del peronismo, cuyos dirigentes dejaron de someterse a procesos de selección y de ascenso por internas a partir de 2003. Eso parece importante para entender el rol de las punteras porque sin internas los ascensos se hacen por otro tipo de consensos y en ese juego los punteros varones van quedando afuera.
El comedor de Alicia
El comedor de doña Alicia Romero parece un bunker político en plena campaña. Unas 540 mujeres organizaron a diario una olla popular turnándose para preparar el almuerzo para los chicos y los ancianos más pobres. Desde ahí armaron una asociación desde donde combaten la venta del paco, hacen escraches a los dealers y generan todo tipo de trabajo, desde carreros a guardacoches. En estas épocas de elecciones, las mujeres están alineadas con uno de los candidatos peronistas a intendente de Lomas de Zamora. Doña Alicia ahora lo cuenta, su voz potente chapoteando entre los agujeros de las calles de tierra. De aquí a allá, avisa a los que se le cruzan que mañana va para La Plata, a tratar de terminar los documentos.
“Acá somos todas mujeres solas –dice–. Mamás adolescentes o mujeres mayores que no tienen familia.” ¿Los hombres dónde están? “Los que tenían trabajo para la crisis, masivamente fueron perdiendo sus trabajos, estaban en las casas y no querían hacer nada. El que era metalúrgico, era sólo metalúrgico, el albañil sabía sólo de albañil y acá tuvimos que salir las mujeres a pucherear, desde ir a limpiar una casa, a ir a cirujear o ir a cartonear.” ¿Por qué los hombres no? “No sabemos, la gran depresión, y es como que ellos se quedaron adentro.”
Las mujeres acudieron a todo tipo de estrategias para mantenerse, entre ellas la política. En el caso de Alicia, hay algo de su historia personal detrás de esa estructura que sostiene. Llegó a la villa en 1978, corrida por la dictadura de su casa en la Villa 21 de Lugano. “Te digo la verdad, yo perdí mucho. A mí me tiraron como una bolsa de basura, a mí y a mis hijos. Me hicieron ver cómo tiraban mi casa y me vine a vivir con mi mamá hace treinta años. Entonces yo te digo que ahora venga alguien después de tanto tiempo y hable de los derechos humanos yo sé que es un milagro.”
La relación con los dirigentes parece basada en ese tipo de biografías personales, más que en acuerdos políticos de largo alcance. Como si en eso ya nadie confiara. El comedor de las madres contra el paco es un ejemplo. Como no son “chinodependientes”, como dicen en alusión al apodo del candidato al que apoyan, buscaron tres canales de entrada distintos para proveer el comedor.
A 25 centavos por kilo de comida, cada quince días van de compras a un banco de alimentos destinado a asociaciones que trabajan con los pobres. Una vez por semana reciben de la cooperativa La Rivera, de los alrededores de La Salada, 40 kilos de carne de cortes distintos, picada o bifes para usar en guiso. También viene un cajón de pollo, dos de fruta de estación, una bolsa de papas, una de cebolla, una de zanahoria y una de la verdura verde más barata, como apio, puerro o verdeo. También hay un vecino de 80 años que trabaja en el Mercado Central y todos los días les acerca una bolsa de zanahoria, de cebolla, a veces de lechuga y hace unos días de repollitos de Bruselas, para un guiso.
“Los hermanos bolivianos nos enseñaron cómo se hacen esas cosas –dicen ellas–. Cuando conseguimos un cajón con algo de tomates en el mercado, nos ponemos en ronda y decimos uno, uno, uno, uno, y uno y nos llevamos diez tomates cada uno.”
Lo social
Eva es la mujer que dividía los planes Jefas y Jefas de su barrio. En su pequeña fábrica de costuras no se le ocurrió contratar a un hombre y lo mismo le sucede cuando reparte los Planes de 150 pesos, porque en general prefiere no dárselos. “Generalmente no les doy porque yo no sé si les cuesta trabajar, pero a los varones que yo traté de atraerlos es como que no les interesó. Cuando les digo: ‘¿Vos necesitas un Plan? Bueno –les digo–, te voy a dar un Plan pero cuando yo te necesite tratá de apoyarme, por ejemplo si yo necesito colgar una bandera, vení y ayudame a colgar una bandera’. Yo necesito armar una mesa en una esquina, un varón que me ayude. El Día del Niño éramos todas mujeres, el único varón era el marido de Susana, la señora que estaba por acá y fue el que nos ayudó a hacer el chocolate.” El recurso de los Planes entre los punteros varones funciona distinto, al menos en el barrio de Eva. Ellos sí dividen los planes entre sus congéneres.
–Los varones les dan más a varones que mujeres. Ellos a ellos, los hacen trabajar.
–¿Y ustedes no pueden hacerlo?
–Nosotros no le exigimos que vayan a trabajar porque no nos parece que por 150 pesos tengan que trabajar o si tienen otro trabajo en negro o una changa preferimos que la hagan porque esos 150 pesos son una ayuda. Es como una ayuda más a algo que puedan ganarse, no podemos exigirle tantos días y tantas horas porque los 150 pesos no son nada. Yo cuando empecé con el plan tenía que trabajar cinco días cinco horas, pero ahora ni para el viaje alcanzan.
La caída
Claudio Gentiluomo es periodista en Quilmes, viejo militante de la política y editor de una publicación semanal de una de las líneas internas del peronismo. El es uno de los que relacionan el auge de las mujeres con la caída de los punteros varones. “Antes el dirigente contrataba a un puntero y lo metía en una estructura oficial; el puntero era el tipo que le juntaba a la gente para ir a una interna. Con las internas terminadas, el político no los necesita más y prefiere canalizar su referencia barrial en las instituciones. En una sociedad de fomento, un club o la copa de leche y con las mujeres, que son más referentes para el barrio que un tipo que alguna vez maneja una bolsa de comida.” Bajo esa mirada, lo que se expande son las referentes sociales y no las punteras netamente políticas. Es como si el lugar que está perdiendo el varón no volviera a ocuparse.
Sabina Frederic trabajó hace años en ese tipo de casos. Antropóloga, doctorada en Holanda, investigadora del Conicet y autora de Malos políticos: moralidad y política en Buenos Aires, analizó el cambio en la política territorial entre las décadas del ’80 y ’90 y los desplazamientos de la militancia política a la militancia social. En la inflexión entre los ’80 y ’90, dice, lo que se ve es que todo el grupo de militantes villeros que habían tenido un protagonismo importante a escala municipal en los años previos y que llegaron a ocupar cargos de empleados públicos o jefes comunales, en los ’90 no están. “Hay un desplazamiento de la política a otro proyecto que es la descentralización, de los militantes villeros a nuevos militantes con nuevas reglas, donde se hace necesaria la capacitación, la modernización de la gestión, con toda esa jerga neoliberal. Frente a esto algunos se van del peronismo y otros quedan reconvertidos de acuerdo a las nuevas reglas, donde se empieza a trabajar sobre proyectos y no sobre políticas con un conjunto de instrumentos distintos.” Y esa gente no es denominada más militante político, dice, “porque el militante político es despreciado porque es el tipo que usa las viejas prácticas políticas, el clientelismo, siempre hablando desde la cosa simbólica”.
Lo que Frederic se pregunta ahora no es tanto si las mujeres son más o menos o si su presencia está ligada a la crisis o a las internas del PJ. Se pregunta más bien si esa presencia en el campo social implica un verdadero empoderamiento. “A lo mejor hay que dejar abiertas algunas preguntas”, dice. Ella sigue adelante con la investigación sobre la profesionalización no ya en la política sino en una institución como la policía, donde las mujeres están ocupando lugares que antes ejercían los hombres. Ante esa situación, ella se pregunta por los motivos. Los varones se fueron porque se retiraron o porque creen que ésos ya no son lugares de poder. En la política, más bien, en la militancia social podría suceder algo parecido.
Marilú, disconforme
Marilú es una de las punteras de Moreno. “Soy mamá de cuatro hijos de 16, 13, 11 y 5 años. Jefa de hogar, es decir único sostén de la casa: terminé criando a los chicos sola, no tengo aporte económico de ninguno de los padres. Nací en Moreno, mi viejo fue político, estuvo en todo lo que sea movimiento del deporte con el campeonato Evita con el famoso Soto, que era concejal o referente político, yo no lo llegué a conocer a mi viejo pero fui llevando la escuela, al principio tenía trabajos comunes, trabajé en negocios, hasta que llegó la política a mí.”
Con el comienzo de la democracia, ella se puso a organizar las copas de leche que empezaban a hacerse en las canchas de fútbol del distrito, cuando los barrios terminaban disputándose el liderazgo político a las trompadas. Con el paso del tiempo, cada década le propuso una forma distinta de moverse. Luego de la primavera alfonsinista, atendió un Centro de Capacitación de un candidato peronista para concejal de Moreno.
“Yo estaba al frente del local –dice Marilú–. Si venía alguien y me decía: ‘Mire necesito hacer un trámite de tierra’, yo le firmaba un papel de que hay que ir a ver a uno o a otro; le daba el nombre de alguien con una firma y con el nombre de la persona que estaba a cargo de la agrupación, con eso se iba.”
El local abría antes de las elecciones, pero en los boletines de información al público aparecía una serie de talleres anuales de pintura o de electricidad, que acentuaban la ficción del centro de formación y alejaban el fantasma del local del partido. Con los años se alejó del local, y ahora va a los actos del kirchnerismo contenta si la acompaña la gente de su barrio. Ella ya no milita en un local político, moviliza con la Uocra, porque son los que con el boom de la construcción pueden conseguirles changas a los vecinos. ¿Qué esperan ellas con todo eso? Reconocimiento. De la gente, pero especialmente de los dirigentes.
“Trabajé con el intendente actual y sigo esperando, qué sé yo, algún día se va a acordar –dice–. Creo que me tuvo más en cuenta Felipe Solá cuando estuvo en el sindicato de seguros, que me dijo buen día por lo menos, y eso para mí tiene más valor. La gente de alto rango nos prepara a los pelotudos como nosotros y nos pone al frente de estas cosas: cuando nos cae la ficha nos queremos morir.”
–Pero vuelven a creer cuando otra vez son convocados. ¿Si no todo esto acabaría?
–Ya, ahora, escucho. Y digo: “¿Qué, otra vez vamos a ir por la bolsita?”
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Página/12 Web - Argentina/01/10/2007
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