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Veintisiete mil obreros de la fábrica textil Ghazl el-Mahala, la mayor y más antigua de Egipto, están en huelga. A ochenta y ocho piastras (unos quince centavos de dólar) la hora, deben trabajar cuatro horas para comprar un kilo de tomates, cinco días para uno de carne. Los trabajadores han desobedecido las instrucciones de volver a trabajar dadas por el sindicato oficialista y el movimiento se extiende a los postales y los ferroviarios ante la inminencia de una ola de privatizaciones anunciadas por el primer ministro Ahmed Nazif. Mientras la prensa internacional comenta la irrupción de los sectores populares en la vida política egipcia, donde la oposición estaba reducida a los Hermanos Musulmanes o la intelectualidad de izquierda, el Banco Mundial felicita a Egipto como “el mayor reformador” del último año en su informe Doing Business, lanzado la semana pasada. Para agregar a la polémica suscitada por este informe, en un aviso de gran tamaño publicado en el Financial Times, la monarquía saudita celebra con entusiasmo que su país encabeza ahora la tabla como el mejor del Medio Oriente para hacer negocios, superando a Israel. Doing Business ya había provocado escándalos el año pasado, cuando Singapur pasó al primer lugar mundial. Al igual que en Egipto, la vida política de Singapur está caracterizada por al autoritarismo, la existencia de una oposición tolerada meramente formal y la obediencia sindical obligatoria al partido de gobierno. En Arabia Saudita no hay ni partidos ni sindicatos y la mitad femenina de la población no puede ni siquiera conducir automóviles. Ninguno de estos factores afecta negativamente la iniciativa empresarial, a juicio del Banco Mundial. Si bien el informe se llama “haciendo negocios”, el estudio no toma en cuenta factores clave para los empresarios como el acceso a los mercados, la infraestructura, los servicios públicos, la estabilidad social y política o la capacitación y salud de la mano de obra. El índice de facilidad para hacer negocios se construye, en cambio, sobre los trámites que deben realizarse para obtener un permiso de construcción o una licencia de exportación, contratar o despedir trabajadores, obtener créditos o cerrar una empresa. Para comparar entre países se toma, en todos los casos, una empresa “tipo” que cumple con todas las leyes y reglamentaciones, es de capital nacional, tiene doscientos cincuenta empleados, está instalada en la mayor ciudad del país y “no concede a sus trabajadores más beneficios que los otorgados por la ley”, mientras que el trabajador “típico” es varón, ciudadano legal, pertenece a la misma raza y religión que la mayoría de su país, tiene dos hijos “y una mujer que no trabaja” y no está afiliado a un sindicato, a menos que sea obligatorio. Al comparar sobre estas bases se olvida que esa empresa “tipo” es pequeña en algunos países, media en otros y una gran empresa en la mayoría de los países pobres y, por lo tanto, capaz de negociar con el poder político concesiones y facilidades mucho más allá de lo previsto en las normas de aplicación general. La atipicidad del trabajador “típico” en sociedades diversas como lo son las del Tercer Mundo es obvia. Para el Banco Mundial no sólo no trabaja la mujer dedicada a las tareas domésticas, sino que ésta tampoco cuenta como empresaria, ya que las mujeres a cargo de empresas generalmente lo son de firmas con mucho menos de doscientos cincuenta trabajadores. En su única referencia con “sensibilidad de género”, Doing Business recomienda igualar la edad jubilatoria de hombres y mujeres, ¡lo cual implica en casi todas partes que las mujeres con empleo formal trabajen más años! Sobre la base de estos conceptos, no es de extrañar que los resultados de la tabla sean llamativos y hagan felices a los autócratas sauditas. En Asia del sur, después de las diminutas islas Maldivas, la dictadura de Pakistán está en segundo lugar, mientras India es penúltima, ¡superando apenas a Afganistán! En América Latina, Brasil está en el lugar 26, muy abajo de Belice, Jamaica y Nicaragua, mientras que en Asia oriental, China y Vietnam están en el fondo de la tabla -si bien se les reconocen avances-, superados largamente por… Mongolia. No sólo los inversores del mundo real no parecen hacer caso a las recomendaciones del Banco Mundial y se dirigen tozudamente a China, Vietnam, Brasil e India, donde hacer negocios no resultaría nada fácil, sino que además las valoraciones del Foro Económico Mundial de Davos, el conocido lugar de reunión anual del mundo de los negocios, son muy distintas. El “índice de competitividad global” publicado año a año por Davos ubica en primer lugar a Suiza, seguido por Finlandia, Suecia y Dinamarca, países nórdicos de welfare states (con sistemas avanzados de seguridad social), tiene a Pakistán en el lugar 91, muy abajo de India, en el lugar 43, y a Mongolia por debajo de Pakistán. Si no se corresponde con la valoración de los investigadores que trabajan para el mundo de los negocios, ni con lo que los empresarios efectivamente hacen a la hora de invertir, ¿para qué sirve el Doing Business? La respuesta la dan sus autores en el propio informe: “La publicación de datos comparativos sobre la facilidad de hacer negocios inspira a los gobiernos a reformar”. Tanto es el énfasis en propiciar reformas, que el sitio web del informe (www.doingbusiness.com) proporciona un software para simular cuánto avanzaría un país en la tabla si cambia sus leyes. Además de reducir el número de trámites ante las oficinas públicas, usar Internet y simplificar los impuestos, si un país quiere “progresar” se recomienda hacer más fácil el despido de trabajadores, reducir o eliminar las subvenciones por despido (y sustituir este costo de los empresarios por seguros de desempleo pagados por trabajadores), eliminar la prohibición de trabajo nocturno para niños y mujeres, donde existen, e incluso la jornada de ocho horas. El estímulo no se reduce, sin embargo, a una sana competencia por ganarle al vecino. Los ranking del Banco Mundial, presentados oficialmente como un ejercicio intelectual que no comprometería la opinión oficial de la institución, son tomados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los principales donantes y acreedores de los países pobres, como medida de la eficacia de su ayuda y, por lo tanto, influyen en la toma de decisiones de hacia dónde canalizarla. Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo.
Veintisiete mil obreros de la fábrica textil Ghazl el-Mahala, la mayor y más antigua de Egipto, están en huelga. A ochenta y ocho piastras (unos quince centavos de dólar) la hora, deben trabajar cuatro horas para comprar un kilo de tomates, cinco días para uno de carne. Los trabajadores han desobedecido las instrucciones de volver a trabajar dadas por el sindicato oficialista y el movimiento se extiende a los postales y los ferroviarios ante la inminencia de una ola de privatizaciones anunciadas por el primer ministro Ahmed Nazif. Mientras la prensa internacional comenta la irrupción de los sectores populares en la vida política egipcia, donde la oposición estaba reducida a los Hermanos Musulmanes o la intelectualidad de izquierda, el Banco Mundial felicita a Egipto como “el mayor reformador” del último año en su informe Doing Business, lanzado la semana pasada. Para agregar a la polémica suscitada por este informe, en un aviso de gran tamaño publicado en el Financial Times, la monarquía saudita celebra con entusiasmo que su país encabeza ahora la tabla como el mejor del Medio Oriente para hacer negocios, superando a Israel. Doing Business ya había provocado escándalos el año pasado, cuando Singapur pasó al primer lugar mundial. Al igual que en Egipto, la vida política de Singapur está caracterizada por al autoritarismo, la existencia de una oposición tolerada meramente formal y la obediencia sindical obligatoria al partido de gobierno. En Arabia Saudita no hay ni partidos ni sindicatos y la mitad femenina de la población no puede ni siquiera conducir automóviles. Ninguno de estos factores afecta negativamente la iniciativa empresarial, a juicio del Banco Mundial. Si bien el informe se llama “haciendo negocios”, el estudio no toma en cuenta factores clave para los empresarios como el acceso a los mercados, la infraestructura, los servicios públicos, la estabilidad social y política o la capacitación y salud de la mano de obra. El índice de facilidad para hacer negocios se construye, en cambio, sobre los trámites que deben realizarse para obtener un permiso de construcción o una licencia de exportación, contratar o despedir trabajadores, obtener créditos o cerrar una empresa. Para comparar entre países se toma, en todos los casos, una empresa “tipo” que cumple con todas las leyes y reglamentaciones, es de capital nacional, tiene doscientos cincuenta empleados, está instalada en la mayor ciudad del país y “no concede a sus trabajadores más beneficios que los otorgados por la ley”, mientras que el trabajador “típico” es varón, ciudadano legal, pertenece a la misma raza y religión que la mayoría de su país, tiene dos hijos “y una mujer que no trabaja” y no está afiliado a un sindicato, a menos que sea obligatorio. Al comparar sobre estas bases se olvida que esa empresa “tipo” es pequeña en algunos países, media en otros y una gran empresa en la mayoría de los países pobres y, por lo tanto, capaz de negociar con el poder político concesiones y facilidades mucho más allá de lo previsto en las normas de aplicación general. La atipicidad del trabajador “típico” en sociedades diversas como lo son las del Tercer Mundo es obvia. Para el Banco Mundial no sólo no trabaja la mujer dedicada a las tareas domésticas, sino que ésta tampoco cuenta como empresaria, ya que las mujeres a cargo de empresas generalmente lo son de firmas con mucho menos de doscientos cincuenta trabajadores. En su única referencia con “sensibilidad de género”, Doing Business recomienda igualar la edad jubilatoria de hombres y mujeres, ¡lo cual implica en casi todas partes que las mujeres con empleo formal trabajen más años! Sobre la base de estos conceptos, no es de extrañar que los resultados de la tabla sean llamativos y hagan felices a los autócratas sauditas. En Asia del sur, después de las diminutas islas Maldivas, la dictadura de Pakistán está en segundo lugar, mientras India es penúltima, ¡superando apenas a Afganistán! En América Latina, Brasil está en el lugar 26, muy abajo de Belice, Jamaica y Nicaragua, mientras que en Asia oriental, China y Vietnam están en el fondo de la tabla -si bien se les reconocen avances-, superados largamente por… Mongolia. No sólo los inversores del mundo real no parecen hacer caso a las recomendaciones del Banco Mundial y se dirigen tozudamente a China, Vietnam, Brasil e India, donde hacer negocios no resultaría nada fácil, sino que además las valoraciones del Foro Económico Mundial de Davos, el conocido lugar de reunión anual del mundo de los negocios, son muy distintas. El “índice de competitividad global” publicado año a año por Davos ubica en primer lugar a Suiza, seguido por Finlandia, Suecia y Dinamarca, países nórdicos de welfare states (con sistemas avanzados de seguridad social), tiene a Pakistán en el lugar 91, muy abajo de India, en el lugar 43, y a Mongolia por debajo de Pakistán. Si no se corresponde con la valoración de los investigadores que trabajan para el mundo de los negocios, ni con lo que los empresarios efectivamente hacen a la hora de invertir, ¿para qué sirve el Doing Business? La respuesta la dan sus autores en el propio informe: “La publicación de datos comparativos sobre la facilidad de hacer negocios inspira a los gobiernos a reformar”. Tanto es el énfasis en propiciar reformas, que el sitio web del informe (www.doingbusiness.com) proporciona un software para simular cuánto avanzaría un país en la tabla si cambia sus leyes. Además de reducir el número de trámites ante las oficinas públicas, usar Internet y simplificar los impuestos, si un país quiere “progresar” se recomienda hacer más fácil el despido de trabajadores, reducir o eliminar las subvenciones por despido (y sustituir este costo de los empresarios por seguros de desempleo pagados por trabajadores), eliminar la prohibición de trabajo nocturno para niños y mujeres, donde existen, e incluso la jornada de ocho horas. El estímulo no se reduce, sin embargo, a una sana competencia por ganarle al vecino. Los ranking del Banco Mundial, presentados oficialmente como un ejercicio intelectual que no comprometería la opinión oficial de la institución, son tomados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los principales donantes y acreedores de los países pobres, como medida de la eficacia de su ayuda y, por lo tanto, influyen en la toma de decisiones de hacia dónde canalizarla. Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo.
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