19/10/2007
Opinión
MARCO VICENZINO*
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Recientemente el presidente Bush ha tratado de retomar la iniciativa política en Irak. Es posible que el Presidente haya generado la impresión de haber sacado algún rédito a corto plazo en el ámbito político interno, pero en realidad hace mucho tiempo que perdió la iniciativa y lo más probable es que, a largo plazo, esa impresión tenga un impacto prácticamente insignificante, tanto en Irak como en EEUU. El futuro de Irak como entidad nacional ha dependido y dependerá de la reconciliación tanto entre facciones diversas como dentro de cada facción, lo que determinará el rumbo de la política estadounidense.
En términos generales, la presencia de EEUU ha quedado reducida en gran medida a la esperanza de ganar tiempo hasta que los iraquíes alcancen una conciliación política y una autonomía de sus fuerzas de seguridad.
En el seno de la policía y el Ministerio del Interior se ha registrado un sectarismo desenfrenado. Sigue siendo una incógnita impredecible, cuestión de generaciones, que con el paso del tiempo pueda surgir un relato de unidad nacional. Los testimonios (ante el Congreso) han reflejado un tono confiado de optimismo cauto en que posiblemente Irak siga siendo una entidad unida. La realidad es que Irak es un país cada vez más fragmentado a medida que el verdadero poder de decisión política se va delegando en los niveles provinciales y locales. Las recientes alianzas de conveniencia entre EEUU y fuerzas sunitas para acabar con Al Qaida no son tanto atribuibles a las tácticas militares de los norteamericanos como a que a los yihadistas se les está yendo la mano a nivel local en la imposición de códigos puritanos que despiertan la reacción de unas poblaciones poco acostumbradas a esas prácticas.
Los norteamericanos han tratado de explotar el hecho de que la población de la provincia de Al Anbar se haya vuelto contra Al Qaida. El objetivo es retomar la iniciativa política y militar con vistas a tender puentes hacia sus antiguos enemigos no yihadistas. Sin embargo, lo que no han podido salvar es la gran distancia política que separa a las fuerzas sunitas locales y el gobierno central y no es probable que lo consigan. Aunque el fortalecimiento de sectores locales en lugares como Anbar pueda producir beneficios a corto plazo, no hay que descartar que EEUU esté asumiendo un riesgo excesivo al emprender esta línea de actuación a expensas de un gobierno central dividido e inepto y al favorecer la tendencia, cada vez más generalizada, hacia una partición de Irak. El país corre el riesgo de verse reducido a un conjunto de enclaves cuya viabilidad dependerá de potencias extranjeras y cuya posición mundial será inestable.
En todo caso y durante lo que le queda de mandato, Bush mantendrá el rumbo, es decir, seguirá sin alterar en líneas generales el statu quo, dentro del ámbito de lo políticamente posible y alcanzable siendo realistas. La reconstrucción de Irak, si es que tal cosa es posible, exigirá una inversión continuada y a largo plazo de recursos y esfuerzos norteamericanos. El apoyo de la opinión pública estadounidense seguirá siendo esencial, pero es dudoso que se produzca. Convencer a la opinión pública de EEUU de que siga comprometida con Irak exige una capacidad de liderazgo de la que Bush carece en la actualidad.
Temas importantes en cuanto a credibilidad siguen minando la consideración que el Presidente merece en la opinión pública y su capacidad para seguir adelante con una empresa de tanta envergadura. Sin embargo y con independencia de los resultados, Bush ha ganado fama de mantenerse en sus trece hasta el final. Así es como pretende actuar en Irak hasta el último día en que esté en el poder. Será responsabilidad de su sucesor, de los políticos iraquíes y de los vecinos de Irak sacar las castañas del fuego, si para entonces queda alguna castaña.
*Director del Global Strategy Project.
Recientemente el presidente Bush ha tratado de retomar la iniciativa política en Irak. Es posible que el Presidente haya generado la impresión de haber sacado algún rédito a corto plazo en el ámbito político interno, pero en realidad hace mucho tiempo que perdió la iniciativa y lo más probable es que, a largo plazo, esa impresión tenga un impacto prácticamente insignificante, tanto en Irak como en EEUU. El futuro de Irak como entidad nacional ha dependido y dependerá de la reconciliación tanto entre facciones diversas como dentro de cada facción, lo que determinará el rumbo de la política estadounidense.
En términos generales, la presencia de EEUU ha quedado reducida en gran medida a la esperanza de ganar tiempo hasta que los iraquíes alcancen una conciliación política y una autonomía de sus fuerzas de seguridad.
En el seno de la policía y el Ministerio del Interior se ha registrado un sectarismo desenfrenado. Sigue siendo una incógnita impredecible, cuestión de generaciones, que con el paso del tiempo pueda surgir un relato de unidad nacional. Los testimonios (ante el Congreso) han reflejado un tono confiado de optimismo cauto en que posiblemente Irak siga siendo una entidad unida. La realidad es que Irak es un país cada vez más fragmentado a medida que el verdadero poder de decisión política se va delegando en los niveles provinciales y locales. Las recientes alianzas de conveniencia entre EEUU y fuerzas sunitas para acabar con Al Qaida no son tanto atribuibles a las tácticas militares de los norteamericanos como a que a los yihadistas se les está yendo la mano a nivel local en la imposición de códigos puritanos que despiertan la reacción de unas poblaciones poco acostumbradas a esas prácticas.
Los norteamericanos han tratado de explotar el hecho de que la población de la provincia de Al Anbar se haya vuelto contra Al Qaida. El objetivo es retomar la iniciativa política y militar con vistas a tender puentes hacia sus antiguos enemigos no yihadistas. Sin embargo, lo que no han podido salvar es la gran distancia política que separa a las fuerzas sunitas locales y el gobierno central y no es probable que lo consigan. Aunque el fortalecimiento de sectores locales en lugares como Anbar pueda producir beneficios a corto plazo, no hay que descartar que EEUU esté asumiendo un riesgo excesivo al emprender esta línea de actuación a expensas de un gobierno central dividido e inepto y al favorecer la tendencia, cada vez más generalizada, hacia una partición de Irak. El país corre el riesgo de verse reducido a un conjunto de enclaves cuya viabilidad dependerá de potencias extranjeras y cuya posición mundial será inestable.
En todo caso y durante lo que le queda de mandato, Bush mantendrá el rumbo, es decir, seguirá sin alterar en líneas generales el statu quo, dentro del ámbito de lo políticamente posible y alcanzable siendo realistas. La reconstrucción de Irak, si es que tal cosa es posible, exigirá una inversión continuada y a largo plazo de recursos y esfuerzos norteamericanos. El apoyo de la opinión pública estadounidense seguirá siendo esencial, pero es dudoso que se produzca. Convencer a la opinión pública de EEUU de que siga comprometida con Irak exige una capacidad de liderazgo de la que Bush carece en la actualidad.
Temas importantes en cuanto a credibilidad siguen minando la consideración que el Presidente merece en la opinión pública y su capacidad para seguir adelante con una empresa de tanta envergadura. Sin embargo y con independencia de los resultados, Bush ha ganado fama de mantenerse en sus trece hasta el final. Así es como pretende actuar en Irak hasta el último día en que esté en el poder. Será responsabilidad de su sucesor, de los políticos iraquíes y de los vecinos de Irak sacar las castañas del fuego, si para entonces queda alguna castaña.
*Director del Global Strategy Project.
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