11/10/07

El último beso de Arafat

11/10/2007
Suhail Hani Daher Akel
El Diario de Villa María
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Estratega, comandante por la libertad y presidente democrático. Se consagró por Palestina y la causa de su pueblo, por quien entregó su vida como mártir. Conoció los caminos del exilio y la persecución. Fue un hombre de paz, amor y convivencia entre los pueblos.
Con firmeza y sin odios. Yasser Arafat en la década del ’50 organizó la revolución palestina y en 1969 asumió la conducción de la OLP. En 1974, en la ONU, ante los representantes de las naciones y la ausencia de Israel, pronunció: “Traigo en mi mano derecha una rama de olivo por la paz y en mi mano izquierda un fusil de combatiente por la libertad. No permitan que caiga de mi mano la rama de olivo”. En 1988, declaró la independencia del Estado de Palestina, reconociendo a todos los estados de la región. En 1993, Impulsó la “Paz de los Valientes” al tender su mano por primera vez a su enemigo, el premier israelí Yitzhak Rabin (muerto por un terrorista israelí). En 1994 retornó a su tierra para restituir el Estado de Palestina con Jerusalem capital junto al de Israel. Ese mismo año, la comunidad internacional le otorgó el “Premio Nobel de la Paz”.
Israel rechazó todas sus propuestas y en decenas de oportunidades intentó matarlo. Quien más se lo propuso fue Ariel Sharon, cuya historia escrita con sangre palestina-libanesa desató su ira en el 2001 al cercar militarmente durante tres años al presidente Yasser Arafat en su Mukata’a (Presidencia) de Ramallah. Le prohibió sus movimientos, sus medicamentos y la de sus visitantes. Bombardeo su sede presidencial en el 2002. Sus médicos fueron restringidos y fue victima de cortes esporádicos de los servicios esenciales. El mundo calló.
Las amenazas sharonianas para asesinarlo eran frecuentemente publicas y le ofreció un helicóptero para que se vaya de Palestina. La respuesta de Arafat encolerizó la cobardía de Sharon: “Estoy preparado para ser mártir y llegará el día que un niño izará la bandera palestina sobre Jerusalem”.
Las ejecuciones políticas contra el liderazgo palestino desde 1948 formó parte de los diferentes gobiernos israelíes. El silencio y la ceguera internacional frente a la barbarie de Israel con sus décadas de ocupación, su muro de apartheid, la limpieza étnica, los asentamientos, la violación de las resoluciones de la ONU y el confinamiento criminal a un presidente democrático, potenció a Sharon para envenenar a Yasser Arafat. El presidente Bush no estaba al margen. Su canciller Shimon Peres -hipotético socio de paz- hoy presidente de Israel, al parecer lo aceptó. Al igual que lo asintió Ehud Olmert vice de Sharon y actual premier israelí.
El gobierno de Sharon, utilizó todo su arsenal de terrorismo de estado en los asesinatos selectivos de los máximos líderes del movimiento Hamas, sheij Ahmad Yassin, marzo 2004 y Abdel Aziz Rantisi en abril 2004, e inició la estrategia del silencioso envenenamiento lento y letal que mató a Arafat en noviembre 2004.
El veneno utilizado contra Arafat, impidió que su organismo generara glóbulos rojos. Esta sustancia mortal, además, no se hace evidente hasta mucho después de la muerte. Es el mismo veneno utilizado en una barra de chocolate por el Mossad contra Wadie Haddad, líder de Frente Popular para la Liberación de Palestina, que lo mató en Alemania Oriental en 1978.
Ásperas difamaciones
En vida fueron millones de palabras y dólares que Israel invirtió para difamar al Nobel de la Paz Yasser Arafat. No conformes, luego de su muerte desataron una escalofriante campaña.
Había que desvirtuar el envenenamiento. Quizás, sus últimos días en la presidencia de Ramallah o a su llegada a Jordania para continuar a Paris, una intencional transfusión del virus de SIDA resguardaría la conciencia criminal de los herodes y humillaría con una muerte penosa al líder y padre de la patria del pueblo palestino. La táctica no fue algo sorprendente. El Shin Bet israelí permanentemente amenazó a los prisioneros palestinos durante sus torturas con inyectarle sangre con SIDA y mucho de ellos fueron contagiados para marginarlos.
A medida que la teoría del envenenamiento sacudió a Israel, el fantasma del SIDA brotaba de las entrañas sionistas. En septiembre de 2005, comenzó la campaña abierta con la publicación en el diario israelí Haret’z de un articulo de Avi Isasharof y Amos Harel, deslizando con sus plumas difamatorias que la muerte de Arafat se debió al virus del SIDA, algo, que implicaría tácitamente que el presidente mantendría relaciones homosexuales. Un articulo tedioso, sin peso, ni pruebas concretas y con un solo fin: perforar la imagen del líder palestino, evitar la responsabilidad del envenenamiento israelí y la condena internacional.
La campaña irradiada en los medios de comunicación occidentales, mayoritariamente oficiosos a los intereses israelíes-estadounidenses, tomó mayor fuerza en cercanía del 78 aniversario del nacimiento de Yasser Arafat, el pasado 4 de agosto y por la proximidad del tercer año de su desaparición el 11 de noviembre. La frenética campaña excitó a los profetas de la injuria alegando que “la muerte de Yasser Arafat se debió al SIDA por su condición de gay”. Condición nunca probado por ninguno de los servicios de inteligencia que asediaron la agitada vida de Arafat.
La falsedad del agravio fue simple de revocar. El propio ex presidente francés Jacques Chirac reconoció que el presidente palestino fue envenenado. La teoría del envenenamiento es contundente. El escritor y amigo desde los años cincuenta de Sharon, Uri Dan, publicó en Francia su libro “Ariel Sharon: Entretiens avec Uri Dan”, en el que reveló que el propio Sharon le contó personalmente que había decidido dar muerte a Arafat y obtuvo la autorización del presidente Bush en una conversación telefónica que ambos mantuvieron a principios de abril de 2004.
El historiador israelí Amnon Kapiliuk, autor de una biografía sobre Yasser Arafat, consideró que Uri Dan decidió publicarlo porque su amigo Sharon en estado vegetativo concluyó su carrera política y el testimonio no lo podría dañar judicialmente. Tampoco lo dañaría a Dan como cómplice, ya que su libro se publicó unos días antes de que falleciera víctima de un cáncer terminal.
El propio Arafat sabía que lo habían envenenado y diagramó su propia muerte. Logró que el presidente Chirac, presionara a Sharon para permitir su salida para internarse en Paris y le exigiera su regreso vivo o muerto a Palestina. Arafat percibió que el veneno era mortífero y moriría en el parisino Hospital Percy.
Después de muerto la estrategia de Arafat le ganó una vez más al fanatismo de Sharon, al frustrarle su ambición de pretender mostrar la muerte de un líder terrorista. Francia lo despidió con honores presidenciales y sus funerales en El Cairo tuvieron rango oficial de Estado con una gran presencia de lideres de países. El retorno de su cuerpo a Palestina ocupada fue cobijado por los brazos de cientos de miles de personas y el clamor popular palestino, siendo sepultado transitoriamente en la Mukata’a, puesto que Israel negó el derecho de su sepultura en su ciudad natal, Jerusalem.
El presidente Yasser Arafat con su última estrategia dejó claro su capacidad de líder. Antes de subir con dificultad al helicóptero que lo llevó a Jordania, para luego trasladarlo a Paris, lanzó decenas de besos a la multitud palestina y en sus ultimas palabras, por su condición humanista, perdonó la conjura: “Mis mejores deseos y amor, a todos y cada uno de los ciudadanos palestinos, así como a todos nuestros amigos del mundo árabe y en el resto del planeta”.
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(*) El autor es el ex Embajador de Palestina en la Argentina

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