13/10/07

El triunfo de los necios: cuando los "frikis" dominan la política

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"Federico Pastichet pasó los últimos veinte años de su vida intentando demostrar que la ostra es un mamífero. Murió veinte años antes de conseguirlo".
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Este chascarrillo pertenece a El Perich, chistoso oficial del tardofranquismo y la Transición que se pasó aquellos años satirizando los mismos problemas que luego vendrían corregidos y aumentados. Siempre me hizo gracia la ocurrencia de que alguien pudiera apuntar la mera posibilidad de demostrar que la ostra es un mamífero. Lo que nunca imaginé es que se generalizaría la adhesión a cosas parecidas. Y el caso es que ha proliferado de manera insospechada la estupidez congénita o inducida, una estupidez que ha sido potenciada a los puestos de relevancia de la sociedad. Esto no solo ocurre entre los dirigentes, sino incluso entre los puestos secundarios, cuando el necio hace patente su necedad, presta a concurrir al debate de las ideas como si de otra aportación más se tratara. Pero lo peor es que en una sociedad donde no hay jerarquías por la sencilla razón de que el criterio jerárquico es la capacidad de intrigar, la habilidad para dorar la píldora al poder y obtener los parabienes del dinero, esos mismos necios se han tornado arrogantes y por eso hay en nuestra España tanto necio que no lo sabe. Desde los etarras varios que vemos en la televisión autoconvencidos de asesinar en nombre de una gran causa, hasta un ministro de Sanidad que cree que hay una mala sanidad de derechas y otra de buena y de izquierdas, desde una ministra de Educación que no concibe sino una ley contra más de media España o un número dos del PSOE que sería bufón de corte en cualquier otra época más sensata que la nuestra, pasando por un presidente de fundación que quiere implicar directamente a la OTAN en el conflicto de Oriente Medio, todos ellos participan de la simpleza, estupidez y falta de sentido de la realidad.Pero lo último de lo último –el prototipo, que diría un ingeniero- es un cierto par de chavales que se exhibieron por la televisión con una camiseta donde se leía "Trescientos años de ocupación y trescientos años de resistencia". La "ocupación" se refería, naturalmente, a Cataluña. Ellos, como es obvio, no tienen la culpa. Pero me gustaría que alguno de sus dirigentes marcianos me explicara donde integran ellos en su alucinación colectiva, por ejemplo, la defensa de Gerona, ejemplo de guerra popular situada históricamente en el centro de sus "trescientos años de ocupación", o las crónicas de Fernando Castellví, testigo directo de la "ocupación" de 1714.El caos mental de estos chavales, alienados hasta el fanatismo por una ideología totalmente extraña al sentir ancestral de Cataluña, es un ejemplo evidente de necedad inducida por una clase dirigente corrupta.Por desgracia se pueden encontrar casos análogos en otros prohombres del denominado "nacionalismo periférico". Cuando uno escucha los delirios del tal Pernando Barrena por una "Euskal Herria socialista" demuestra que no sabe ni qué es y ha sido Euskal Herria ni qué es o ha sido el socialismo. Reconozco que la parada de frikis, en la rueda de prensa de Pamplona, todos puño en alto y cantando el Eusko Gudariak por una Euskal Herria totalmente inventada, me produce un extraño sentido de vergüenza ajena. Existe en su estupidez obstinada un trasfondo profundamente español de no enmendar el error ni ante la evidencia. En su cortedad e ignorancia, ni siquiera se imaginan que son la enfermedad de Euskal Herria y que su fortaleza viene, no de ellos mismos, sino de una sociedad débil y corrompida por los políticos, que ahora quieren enmendar tres décadas de errores cuando la situación se les va de las manos. Hemos llegado a creer que cualquier cosa es válida y que solo cabe el consenso porque nadie sabe ni sabrá nunca qué es verdad y qué no lo es. Esta es la creencia que permitió a las majaderías nacionalistas llegar al grado de consideración del que hoy gozan, condicionando la vida de todos.Pero hace casi ocho siglos, una pequeña escuela de lógicos franceses denominada la "Escuela del pequeño puente de París" debatía sobre el silogismo "Sócrates corre y Sócrates no corre. Luego tú estás en Roma". Divertido ¿no? Pues en absoluto. Lo que demostró aquella escuela de lógicos era que, admitidas una proposición y su contraria, puede demostrarse cualquier cosa. Y es exactamente lo que ha pasado en nuestro país, cuyo caso, lamento decir frente a los que nos comparan con otros países teóricamente "más aventajados", es solo la particularización de un mal que se extiende por todo el Occidente y el mundo. El relativismo conlleva necesariamente la admisión de cualquier cosa, de manera que el consenso a ultranza –en el sentido de Jürgen Habermas- no es más que la constatación del fracaso de las elites y el triunfo de una mediocridad tan arrogante, que todos y cada uno pretenden estar en posesión de la verdad. Semejante aberración solo podía crecer en el vivero del individualismo liberal. Es, en definitiva, el reino del caos y por eso, si nuestros "nacionalistas" llegaran a contagiar a la generalidad del pueblo en sus respectivas regiones, ello sería el mayor triunfo de la arbitrariedad y el desastre.Desgraciadamente habremos de pagar por todos nuestros errores porque, como nos dice el maestro Alberto Buela desde la Argentina, se puede decir lo que se quiera, pero los hechos son otros. Ni hubo trescientos años de "ocupación" ni tampoco los ha habido de "resistencia". Al final, habrá que esperar que el pueblo arregle la catástrofe, en el sentido de que serán directamente de los estratos menos afectados por los vicios de la modernidad, y no de la clase política corrompida, de donde deberá surgir una nueva dirigencia para restablecer el orden.
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semanal digital - España/13/10/2007

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