Las políticas de Europa y Estados Unidos para atraer inmigrantes cualificados desata las críticas en el Sur
Los países de origen denuncian un nuevo colonialismo
AP-
Philip Emeagwali jamás regresó a Nigeria. Tras pasarse la infancia en campos de refugiados, vivir la Guerra de Biafra, que destrozó Nigeria a finales de los 60, y resolver los problemas de matemáticas que su padre le obligaba a resolver todos los días, emigró a Estados Unidos. Allí se convirtió en una estrella de la investigación tecnológica. Inventó una supercomputadora que sirvió, entre otras cosas, para hacer posible Internet. Hoy está considerado uno de los africanos más grandes de la historia (ocupa el puesto 35 en una lista encabezada por el primer arquitecto conocido, el egipcio Imhotep) y es también uno de los más críticos con la fuga de cerebros hacia Europa o Estados Unidos, a pesar de que él lleva años asentado en Washington.
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"A partir de 2016 España necesitará 7.000 nuevos médicos cada año"
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"La propuesta de la UE es hipócrita, dice un responsable de Intermón"
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"África debería proponer a las Naciones Unidas que los países occidentales paguen impuestos por la emigración de africanos cualificados. Si no, el presupuesto de educación del continente sería un suplemento del europeo", comenta Emeagwali.
Ésa es su respuesta a la política de Estados Unidos y la Unión Europea de contratar en el mercado en vías de desarrollo a las elites que son incapaces de generar. Como si fueran entrenadores o presidentes de equipos de fútbol, los gobiernos de los países ricos y sus empresarios se han lanzado a fichar a los científicos y técnicos estrella de los países pobres. Fichan a los mejores, les ofrecen beneficios que no tienen otros inmigrantes menos cualificados y la operación sale barata.
Esta semana, la Unión Europea ha propuesto una directiva que pretende facilitar la entrada de estos cerebros inmigrantes para salvar los futuros problemas que la economía europea tendrá que afrontar. La propuesta legislativa se llama tarjeta azul y obliga a los países a ofrecer buenos sueldos (al menos tres veces el salario mínimo del país de origen). Los trabajadores serán admitidos en menos de 30 días, hasta 60 en casos extraordinarios, y a sus consortes se les concederá automáticamente un permiso de trabajo. Los portadores de la tarjeta azul podrán además trabajar en cualquier país de la UE una vez que hayan pasado dos años desde su contratación. Europa conseguiría así su objetivo de pagar con la aportación de inmigrantes jóvenes las pensiones de una población envejecida.
¿Dónde está entonces la pega? Allí. Entre todas las voces críticas que han surgido al nuevo texto, la principal es la de los países en vías de desarrollo que acusan a Occidente de promover la fuga de cerebros y ejercer una nueva suerte de colonialismo contra el que no se rebelarán ni los propios colonizados. Cada año, miles de profesionales especializados -ingenieros, economistas, informáticos, médicos, investigadores- abandonan el mundo en vías de desarrollo, seducidos por las mejores oportunidades laborales, los altos salarios y unas condiciones de vida más atractivas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la huida de capital humano ha ido a más con el paso de los años. En el caso de África, por ejemplo, se estima que entre 1960 y 1975 cerca de 27.000 africanos altamente cualificados emigraron a los países industrializados. La cifra llegó a 40.000 entre 1975 y 1984. A partir de 1990, la explosión: 20.000 personas cualificadas abandonan el continente cada año. El 35% de los que se fueron, nunca regresaron.
Philip Emeagwali, ganador entre otros muchos premios del Gordon Bell, algo así como el Nobel en computación, considera que el trabajo de los científicos, académicos e intelectuales africanos es indispensable. "Los que consigan la tarjeta azul serán los que lideren la lucha contra el sida", asegura. "Hasta que los hombres de ideas, los verdaderos senadores de África, no vuelvan a casa, el renacimiento africano y la lucha contra la pobreza serán sólo lemas vacíos. Si no se incrementa el capital del continente, África seguirá siendo irrelevante en el siglo XXI y más allá del mismo", afirma.
Volver al país es algo que no se plantean muchos de los que emigran. Algunos, como Emeagwali, porque eso les impediría seguir investigando. Otros, como el ingeniero informático indio V.S Mani, residente en Nueva York desde los años 80, porque están tan adaptados a la vida occidental que el regreso sólo les supone un paso hacia atrás. "No pienso en volver. Estoy completamente adaptado a la vida en Nueva York. El estilo de vida es más vibrante, con más expectativas sociales. Aquí todo el mundo es aceptado. En mi país no se daba la oportunidad a la gente para utilice su energía y su creatividad", señala este informático, director de un grupo de técnicos que desarrolla programas de software en la compañía Axioma.
Unos 20 millones de indios viven en el extranjero. La riqueza que generan todos ellos es igual al 35% del producto interior bruto del país que les educó, pero de todo ese caudal no se beneficia India. El gobierno hace lo que puede y trata de que participen en el boom económico del país. "La gente más capacitada se educa con dinero público y se van a aplicar sus conocimientos a otro país", explica Rupa Chanda, directora de investigación del Instituto Indio de Dirección, en Bangalore, una especie de Silicon Valley indio que pretende crear las condiciones adecuadas para que sus cerebros regresen.
Chanda señala que son las instituciones públicas y las zonas rurales las que más sufren las consecuencias de la huida de sus técnicos y científicos estrella, sobre todo con la contratación de médicos. "Las zonas más pobres son las que quedan más desprotegidas", comenta. Pese a todo, Chanda, que tras estudiar en Harvard regresó a India, hace autocrítica y subraya la necesidad de que su país siembre el campo para que los nuevos investigadores quieran quedarse. "No sólo es cuestión de dinero. Hay que crear condiciones para que tengan calidad de vida. La gente tiene que sentirse a gusto en sus trabajos", concluye. Aún así, el caso de India quizá sea uno de los que mejor ejemplifica las tesis de quienes defienden la contratación de inmigrantes cualificados. No sólo por el hecho de que muchos de ellos estén regresando, sino porque durante los últimos años los inmigrantes han enviado en remesas millones de dólares. El actual crecimiento de la economía india debe mucho a los emigrantes que salieron entre los años 60 y 70. Muchos de ellos han conseguido contratos millonarios para India y han ayudado a construir escuelas en las que se forman los prestigiosos técnicos del país reclamados por las empresas occidentales.
126.000 millones de dólares es la cantidad que enviaron a sus casas en 2004 los emigrantes repartidos por todo el planeta, según el Fondo Monetario Internacional. En esa abultada cifra se cuentan las remesas de los inmigrantes cualificados y de los que no lo son. En algunos países eso supone una gran parte de la riqueza del país. Por ejemplo, los ciudadanos ghaneses contribuyen cada año con aproximadamente 440 millones de dólares a sus economías, cifra que representa la cuarta fuente más alta de los ingresos del país.
Ese beneficio representa para muchos un freno al desarrollo de los países y no sirve para ocultar el daño que supone la fuga de cerebros. La ONG Intermón Oxfam apunta en un estudio la sangría que supone para la salud de los países pobres la contratación de sus médicos: "Al menos un 12% de los médicos indios están en Reino Unido; Etiopía perdió la mitad de sus patólogos entre 1984 y 1996; Pakistán pierde la mitad de sus licenciados cada año; Jamaica y Granada tienen que formar a cinco médicos para retener a uno; en torno al 60% de los médicos formados en Ghana abandonaron el país durante los años ochenta".
El informe hace mención especial al caso de España. Según un estudio realizado por la Universidad de canarias para el Ministerio de Sanidad, España necesitará a partir de 2016 más de 7.000 nuevos médicos cada año para cubrir las necesidades sanitarias nacionales. En este momento, las facultades españolas de medicina ofrecen unos 4.000 licenciados al año, lo que implica que una parte importante de los recursos futuros tendrá que venir de fuera.
Gonzalo Fanjul, uno de los autores del estudio de Intermón, describe sin contemplaciones la política de la tarjeta azul que propone la Unión Europea: "Es hipócrita. Se conceden derechos a las élites de inmigrantes. Los derechos no pueden depender de la formación. No se tiene en cuenta que la mayoría de los beneficios que obtienen los países de origen vienen de aquellos que no son cualificados". Los críticos como Fanjul reclaman la necesidad de que los países de acogida compensen de alguna manera a los de origen. La UE asegura que esas medidas ya se contemplan en el texto, que todavía deberá corregirse. Una de las exigencias que hace la Unión a los Estados es que se abstengan de reclutar trabajadores en sectores necesitados de esos países, como el sanitario. Sin embargo, su plasmación en el texto es aún demasiado tímida e inconcreta. "Hay que ser mucho más explícitos", asegura Fanjul. "Hay que fortalecer los vínculos entre las asociaciones de profesionales inmigrantes en los países de acogida y las de origen para fomentar la transmisión de conocimientos e incentivar el retorno", concluye Fanjul.
Un buen ejemplo del potencial de estos acuerdos es la Red Sudafricana de Conocimientos en el Extranjero, que se creó para fortalecer esas asociaciones entre los profesionales sudafricanos residentes en el extranjero y las universidades en las que se educaron. Actualmente más de 22.000 licenciados de universidades sudafricanas en el exterior mantienen contactos con sus universidades de origen ofreciendo sus servicios para formar estudiantes o dirigirles en sus investigaciones.
Soluciones como esa no se plantean en el texto de la Unión Europea y mucho menos en Estados Unidos, donde el 3,2% de los trabajadores son inmigrantes cualificados (en Europa sólo representan el 1,72%). Los críticos no rechazan la contratación de esa mano de obra pero piden que Europa no fomente una inmigración de dos velocidades, una para las élites y otra más lenta, para los que nunca tuvieron la posibilidad de estudiar.
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"África debería proponer a las Naciones Unidas que los países occidentales paguen impuestos por la emigración de africanos cualificados. Si no, el presupuesto de educación del continente sería un suplemento del europeo", comenta Emeagwali.
Ésa es su respuesta a la política de Estados Unidos y la Unión Europea de contratar en el mercado en vías de desarrollo a las elites que son incapaces de generar. Como si fueran entrenadores o presidentes de equipos de fútbol, los gobiernos de los países ricos y sus empresarios se han lanzado a fichar a los científicos y técnicos estrella de los países pobres. Fichan a los mejores, les ofrecen beneficios que no tienen otros inmigrantes menos cualificados y la operación sale barata.
Esta semana, la Unión Europea ha propuesto una directiva que pretende facilitar la entrada de estos cerebros inmigrantes para salvar los futuros problemas que la economía europea tendrá que afrontar. La propuesta legislativa se llama tarjeta azul y obliga a los países a ofrecer buenos sueldos (al menos tres veces el salario mínimo del país de origen). Los trabajadores serán admitidos en menos de 30 días, hasta 60 en casos extraordinarios, y a sus consortes se les concederá automáticamente un permiso de trabajo. Los portadores de la tarjeta azul podrán además trabajar en cualquier país de la UE una vez que hayan pasado dos años desde su contratación. Europa conseguiría así su objetivo de pagar con la aportación de inmigrantes jóvenes las pensiones de una población envejecida.
¿Dónde está entonces la pega? Allí. Entre todas las voces críticas que han surgido al nuevo texto, la principal es la de los países en vías de desarrollo que acusan a Occidente de promover la fuga de cerebros y ejercer una nueva suerte de colonialismo contra el que no se rebelarán ni los propios colonizados. Cada año, miles de profesionales especializados -ingenieros, economistas, informáticos, médicos, investigadores- abandonan el mundo en vías de desarrollo, seducidos por las mejores oportunidades laborales, los altos salarios y unas condiciones de vida más atractivas. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la huida de capital humano ha ido a más con el paso de los años. En el caso de África, por ejemplo, se estima que entre 1960 y 1975 cerca de 27.000 africanos altamente cualificados emigraron a los países industrializados. La cifra llegó a 40.000 entre 1975 y 1984. A partir de 1990, la explosión: 20.000 personas cualificadas abandonan el continente cada año. El 35% de los que se fueron, nunca regresaron.
Philip Emeagwali, ganador entre otros muchos premios del Gordon Bell, algo así como el Nobel en computación, considera que el trabajo de los científicos, académicos e intelectuales africanos es indispensable. "Los que consigan la tarjeta azul serán los que lideren la lucha contra el sida", asegura. "Hasta que los hombres de ideas, los verdaderos senadores de África, no vuelvan a casa, el renacimiento africano y la lucha contra la pobreza serán sólo lemas vacíos. Si no se incrementa el capital del continente, África seguirá siendo irrelevante en el siglo XXI y más allá del mismo", afirma.
Volver al país es algo que no se plantean muchos de los que emigran. Algunos, como Emeagwali, porque eso les impediría seguir investigando. Otros, como el ingeniero informático indio V.S Mani, residente en Nueva York desde los años 80, porque están tan adaptados a la vida occidental que el regreso sólo les supone un paso hacia atrás. "No pienso en volver. Estoy completamente adaptado a la vida en Nueva York. El estilo de vida es más vibrante, con más expectativas sociales. Aquí todo el mundo es aceptado. En mi país no se daba la oportunidad a la gente para utilice su energía y su creatividad", señala este informático, director de un grupo de técnicos que desarrolla programas de software en la compañía Axioma.
Unos 20 millones de indios viven en el extranjero. La riqueza que generan todos ellos es igual al 35% del producto interior bruto del país que les educó, pero de todo ese caudal no se beneficia India. El gobierno hace lo que puede y trata de que participen en el boom económico del país. "La gente más capacitada se educa con dinero público y se van a aplicar sus conocimientos a otro país", explica Rupa Chanda, directora de investigación del Instituto Indio de Dirección, en Bangalore, una especie de Silicon Valley indio que pretende crear las condiciones adecuadas para que sus cerebros regresen.
Chanda señala que son las instituciones públicas y las zonas rurales las que más sufren las consecuencias de la huida de sus técnicos y científicos estrella, sobre todo con la contratación de médicos. "Las zonas más pobres son las que quedan más desprotegidas", comenta. Pese a todo, Chanda, que tras estudiar en Harvard regresó a India, hace autocrítica y subraya la necesidad de que su país siembre el campo para que los nuevos investigadores quieran quedarse. "No sólo es cuestión de dinero. Hay que crear condiciones para que tengan calidad de vida. La gente tiene que sentirse a gusto en sus trabajos", concluye. Aún así, el caso de India quizá sea uno de los que mejor ejemplifica las tesis de quienes defienden la contratación de inmigrantes cualificados. No sólo por el hecho de que muchos de ellos estén regresando, sino porque durante los últimos años los inmigrantes han enviado en remesas millones de dólares. El actual crecimiento de la economía india debe mucho a los emigrantes que salieron entre los años 60 y 70. Muchos de ellos han conseguido contratos millonarios para India y han ayudado a construir escuelas en las que se forman los prestigiosos técnicos del país reclamados por las empresas occidentales.
126.000 millones de dólares es la cantidad que enviaron a sus casas en 2004 los emigrantes repartidos por todo el planeta, según el Fondo Monetario Internacional. En esa abultada cifra se cuentan las remesas de los inmigrantes cualificados y de los que no lo son. En algunos países eso supone una gran parte de la riqueza del país. Por ejemplo, los ciudadanos ghaneses contribuyen cada año con aproximadamente 440 millones de dólares a sus economías, cifra que representa la cuarta fuente más alta de los ingresos del país.
Ese beneficio representa para muchos un freno al desarrollo de los países y no sirve para ocultar el daño que supone la fuga de cerebros. La ONG Intermón Oxfam apunta en un estudio la sangría que supone para la salud de los países pobres la contratación de sus médicos: "Al menos un 12% de los médicos indios están en Reino Unido; Etiopía perdió la mitad de sus patólogos entre 1984 y 1996; Pakistán pierde la mitad de sus licenciados cada año; Jamaica y Granada tienen que formar a cinco médicos para retener a uno; en torno al 60% de los médicos formados en Ghana abandonaron el país durante los años ochenta".
El informe hace mención especial al caso de España. Según un estudio realizado por la Universidad de canarias para el Ministerio de Sanidad, España necesitará a partir de 2016 más de 7.000 nuevos médicos cada año para cubrir las necesidades sanitarias nacionales. En este momento, las facultades españolas de medicina ofrecen unos 4.000 licenciados al año, lo que implica que una parte importante de los recursos futuros tendrá que venir de fuera.
Gonzalo Fanjul, uno de los autores del estudio de Intermón, describe sin contemplaciones la política de la tarjeta azul que propone la Unión Europea: "Es hipócrita. Se conceden derechos a las élites de inmigrantes. Los derechos no pueden depender de la formación. No se tiene en cuenta que la mayoría de los beneficios que obtienen los países de origen vienen de aquellos que no son cualificados". Los críticos como Fanjul reclaman la necesidad de que los países de acogida compensen de alguna manera a los de origen. La UE asegura que esas medidas ya se contemplan en el texto, que todavía deberá corregirse. Una de las exigencias que hace la Unión a los Estados es que se abstengan de reclutar trabajadores en sectores necesitados de esos países, como el sanitario. Sin embargo, su plasmación en el texto es aún demasiado tímida e inconcreta. "Hay que ser mucho más explícitos", asegura Fanjul. "Hay que fortalecer los vínculos entre las asociaciones de profesionales inmigrantes en los países de acogida y las de origen para fomentar la transmisión de conocimientos e incentivar el retorno", concluye Fanjul.
Un buen ejemplo del potencial de estos acuerdos es la Red Sudafricana de Conocimientos en el Extranjero, que se creó para fortalecer esas asociaciones entre los profesionales sudafricanos residentes en el extranjero y las universidades en las que se educaron. Actualmente más de 22.000 licenciados de universidades sudafricanas en el exterior mantienen contactos con sus universidades de origen ofreciendo sus servicios para formar estudiantes o dirigirles en sus investigaciones.
Soluciones como esa no se plantean en el texto de la Unión Europea y mucho menos en Estados Unidos, donde el 3,2% de los trabajadores son inmigrantes cualificados (en Europa sólo representan el 1,72%). Los críticos no rechazan la contratación de esa mano de obra pero piden que Europa no fomente una inmigración de dos velocidades, una para las élites y otra más lenta, para los que nunca tuvieron la posibilidad de estudiar.
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ELPAIS.com - España/25/10/2007
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