24/10/2007
Opinión
Alejandro Nadal
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Tres problemas mancharon la reunión anual del Fondo Monetario Internacional el fin de semana pasado en Washington. El primero se relaciona con su incapacidad para detectar y mitigar la crisis del mercado de crédito hipotecario en Estados Unidos. Esa crisis estalló en el centro del mundo desarrollado, poniendo en evidencia que la inestabilidad sigue siendo un rasgo dominante del sistema financiero mundial. La crisis obligó al FMI a ajustar a la baja su pronóstico del crecimiento de la economía mundial de 5.2 por ciento a 4.8, un telón de fondo nada agradable para la reunión.
El segundo problema es que la magnitud de los flujos de capital y las asimetrías en la economía mundial han convertido al FMI en un juguetito que nada tiene que hacer en la cancha de los grandes. El colmo es que hoy muchos países están liberándose de la carga de tener que lidiar con el Fondo: desde Venezuela y Ecuador, hasta Argentina y Brasil. El mensaje que envían apunta hacia la irrelevancia del organismo. Esto es importante en el contexto actual, porque en estos dos últimos años los países subdesarrollados han sido el motor del crecimiento, y sus economías son las que han tenido que compensar el colapso en la demanda agregada mundial.
La tercera mancha es que el avance en el plan de reformas del FMI es insatisfactorio. El temor de que el Fondo se debilite empujó a Estados Unidos e Inglaterra a promover algunas reformas. Pero en lugar de fortalecer la legitimidad del organismo y promover mayor equidad, el paquete de reformas propone ampliar la representación sólo para los países subdesarrollados de más rápido crecimiento. El G-24 ya lo ha dicho: esas reformas son poca cosa y llegan demasiado tarde.
Muchos analistas consideran que tanto los países en vías de desarrollo, como los industrializados, tienen un claro interés en llevar a cabo reformas más significativas en los próximos meses. Desde esta perspectiva, el nuevo director gerente, Dominique Strauss-Kahn, tendría una buena oportunidad para comenzar su mandato introduciendo los cambios exigidos por los países pobres desde hace dos décadas.
Pero hay nubarrones en el horizonte. Uno es el lento crecimiento de la economía mundial, que fortalecerá las reticencias de los países europeos para reformar el status quo. Otro obstáculo es que a finales de 2007 se divulgará la información sobre la contabilización del PIB de los países miembros utilizando el criterio de la paridad del poder de compra. Eso va a aumentar el tamaño del PIB de las dos más grandes economías asiáticas, con serias implicaciones para la distribución de cuotas y votos en el seno del Fondo. Es probable que Estados Unidos y Europa resistan un plan de reformas sustantivas bajo estas condiciones.
¿Qué le espera al Fondo? Se ha dicho que debería seguir siendo el prestamista de última instancia, un papel parecido al de cualquier banco central, pero aplicado a la economía mundial. Pero aunque ese organismo desempeña algunas funciones parecidas a las de prestamista de última instancia, hay grandes diferencias con las funciones de un banco central. Por ejemplo, el FMI no puede aumentar la oferta monetaria y por lo tanto no es el agente que permitiría salir adelante en una crisis de liquidez sistémica. En su tiempo, los derechos especiales de giro fueron una respuesta limitada a la falta de liquidez, pero su alcance fue limitado. El volumen de recursos de que dispone el FMI hoy en día es pequeño: sus fondos utilizables ascienden a 252 mil millones de dólares, cantidad realmente reducida (para comparar, las reservas brutas de la India ascienden a 220 mil millones de dólares). En todo caso, la fuente de liquidez proviene hoy de los fondos de inversión y hasta de economías como la de China, que presta a diestra y siniestra.
En última instancia, la amenaza mortal sobre el FMI es resultado de su proclividad a imponer un paquete de política macroeconómica en todos los países a los que pudo dominar en los últimos 20 años. Imponer el modelo neoliberal no era la misión del FMI (ciertamente no está considerada en el convenio constitutivo del organismo) y es lo que ha socavado las bases del organismo. El modelo neoliberal es intrínsecamente inestable y los programas de ajuste estructural del Fondo han dejado una economía mundial en profundo desarreglo. Desde esa perspectiva, es posible argumentar que el FMI ha sido su propio peor enemigo.
Casi nadie se imaginó llegaría el día en que la agencia calificadora Standard and Poors reprendiera al FMI por el mal manejo de sus finanzas. Pero en septiembre la calificadora reveló que el Fondo había perdió 110 millones de dólares en el último ejercicio fiscal, porque sus ingresos por intereses se desplomaron (consecuencia de la presencia de otras fuentes de crédito). Pero esa no es la única humillación para el Fondo en el crepúsculo de sus días. Lo peor que le va a pasar es que se va a convertir en algo irrelevante antes de desaparecer.
El segundo problema es que la magnitud de los flujos de capital y las asimetrías en la economía mundial han convertido al FMI en un juguetito que nada tiene que hacer en la cancha de los grandes. El colmo es que hoy muchos países están liberándose de la carga de tener que lidiar con el Fondo: desde Venezuela y Ecuador, hasta Argentina y Brasil. El mensaje que envían apunta hacia la irrelevancia del organismo. Esto es importante en el contexto actual, porque en estos dos últimos años los países subdesarrollados han sido el motor del crecimiento, y sus economías son las que han tenido que compensar el colapso en la demanda agregada mundial.
La tercera mancha es que el avance en el plan de reformas del FMI es insatisfactorio. El temor de que el Fondo se debilite empujó a Estados Unidos e Inglaterra a promover algunas reformas. Pero en lugar de fortalecer la legitimidad del organismo y promover mayor equidad, el paquete de reformas propone ampliar la representación sólo para los países subdesarrollados de más rápido crecimiento. El G-24 ya lo ha dicho: esas reformas son poca cosa y llegan demasiado tarde.
Muchos analistas consideran que tanto los países en vías de desarrollo, como los industrializados, tienen un claro interés en llevar a cabo reformas más significativas en los próximos meses. Desde esta perspectiva, el nuevo director gerente, Dominique Strauss-Kahn, tendría una buena oportunidad para comenzar su mandato introduciendo los cambios exigidos por los países pobres desde hace dos décadas.
Pero hay nubarrones en el horizonte. Uno es el lento crecimiento de la economía mundial, que fortalecerá las reticencias de los países europeos para reformar el status quo. Otro obstáculo es que a finales de 2007 se divulgará la información sobre la contabilización del PIB de los países miembros utilizando el criterio de la paridad del poder de compra. Eso va a aumentar el tamaño del PIB de las dos más grandes economías asiáticas, con serias implicaciones para la distribución de cuotas y votos en el seno del Fondo. Es probable que Estados Unidos y Europa resistan un plan de reformas sustantivas bajo estas condiciones.
¿Qué le espera al Fondo? Se ha dicho que debería seguir siendo el prestamista de última instancia, un papel parecido al de cualquier banco central, pero aplicado a la economía mundial. Pero aunque ese organismo desempeña algunas funciones parecidas a las de prestamista de última instancia, hay grandes diferencias con las funciones de un banco central. Por ejemplo, el FMI no puede aumentar la oferta monetaria y por lo tanto no es el agente que permitiría salir adelante en una crisis de liquidez sistémica. En su tiempo, los derechos especiales de giro fueron una respuesta limitada a la falta de liquidez, pero su alcance fue limitado. El volumen de recursos de que dispone el FMI hoy en día es pequeño: sus fondos utilizables ascienden a 252 mil millones de dólares, cantidad realmente reducida (para comparar, las reservas brutas de la India ascienden a 220 mil millones de dólares). En todo caso, la fuente de liquidez proviene hoy de los fondos de inversión y hasta de economías como la de China, que presta a diestra y siniestra.
En última instancia, la amenaza mortal sobre el FMI es resultado de su proclividad a imponer un paquete de política macroeconómica en todos los países a los que pudo dominar en los últimos 20 años. Imponer el modelo neoliberal no era la misión del FMI (ciertamente no está considerada en el convenio constitutivo del organismo) y es lo que ha socavado las bases del organismo. El modelo neoliberal es intrínsecamente inestable y los programas de ajuste estructural del Fondo han dejado una economía mundial en profundo desarreglo. Desde esa perspectiva, es posible argumentar que el FMI ha sido su propio peor enemigo.
Casi nadie se imaginó llegaría el día en que la agencia calificadora Standard and Poors reprendiera al FMI por el mal manejo de sus finanzas. Pero en septiembre la calificadora reveló que el Fondo había perdió 110 millones de dólares en el último ejercicio fiscal, porque sus ingresos por intereses se desplomaron (consecuencia de la presencia de otras fuentes de crédito). Pero esa no es la única humillación para el Fondo en el crepúsculo de sus días. Lo peor que le va a pasar es que se va a convertir en algo irrelevante antes de desaparecer.
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