WASHINGTON (AP) - Para los creyentes en Argentina, Dios es su principal referencia de justicia. Pero no para Carmen María Argibay, miembro de la Corte Suprema, quien es atea.
Su ateísmo le ha valido algunos sinsabores en su carrera judicial de décadas. Durante su proceso de confirmación hace dos años y medio, la Iglesia Católica figuró entre sus tenaces opositores, que le criticaron además su abierto activismo por los derechos de la mujer.
"A veces los referentes de tipo religioso pueden ser contraproducentes porque deforman a favor de una de las partes o en contra de otra de las partes, justamente lo que no debería pasar con la recta decisión de un juez", dijo a The Associated Press.
Argibay recibirá en Washington el miércoles el premio en la categoría de Justicia de la Fundación Gruber. La bolsa de medio millón de dólares la compartirá con el juez chileno Carlos Cerda y la activista peruano-británica de los derechos humanos Mónica Feria Tinta, en una ceremonia en la Universidad de Georgetown.
Considerada como la primera mujer nominada por un gobierno democrático a la Corte Suprema argentina, Argibay está consciente de que la iglesia está separada de la vida política en todos los países latinoamericanos, pero "eso sólo en los papeles".
"Sigue teniendo una influencia muy grande no solamente sobre el poder judicial sino sobre todos los poderes porque nuestros países se han formado con la influencia de la Iglesia Católica", dijo.
Pero, indicó que en varios países, particularmente Argentina, se estaba sintiendo también el peso de otras iglesias que han ganado terreno "yo creo que mucho por culpa de la jerarquía de la Iglesia Católica que ha abandonado a sus fieles..."
Argibay, de 67 años, recordó que las religiones "no se caracterizan muchas veces por su justicia: bajo el nombre de la religión se han cometido crímenes espantosos y no creo que la justicia sea privativa de ninguna religión".
Indicó que lo mismo ocurría si un activista, como ella, llega a ser juez.
"Independizarnos de nuestros propios prejuicios es una tarea muy difícil, pero tenemos que hacerla", dijo.
Graduada en la Universidad de Buenos Aires en 1964, Argibay trabajó en las cortes hasta 1976, cuando fue retirada luego del golpe militar. Estuvo detenida nueve meses sin acusación y retornó al trabajo en los tribunales en 1984 como jueza penal. En 2002, fue nombrada miembro del Tribunal Internacional Penal para la ex Yugoslavia y en 2004 nominada para la Corte Suprema por el presidente Néstor Kirchner.
Dijo que cuando ingresó al máximo tribunal se encontró "con una experiencia más o menos novedosa" debido al volumen del trabajo que quedó acumulado de la corte anterior y el cambio "casi de golpe" de cuatro de los nueve miembros de la corte.
"Estamos tratando de recobrar el prestigio que alguna vez tuvo la corte en Argentina y que perdió por diversas circunstancias: golpes militares, ciertas deformaciones en la democracia y mucha corrupción", afirmó. "Todo eso hizo que la gente no creyera ni en las cortes ni en los jueces".
"Para nosotros la confianza pública es una tarea primordial y se consigue con mucho trabajo, creo que lo estamos logrando, pero todavía llevará tiempo..."
Preguntada si estaba ejerciendo su trabajo con libertad, sin presiones del ejecutivo, Argibay contestó:
"Yo no puedo decir jamas que he recibido presiones del ejecutivo, que haya tratado de interferir en algún juicio para tomar una resolución en un determinado sentido".
Considera que las presiones políticas muchas veces dependen "de la fama que tiene uno".
"Yo tengo la fama de ser absolutamente independiente, de no tolerar presiones de ningún tipo, de tal manera que incluso aunque lo hubieran querido se cuidarían porque también saben que no tengo pelos en la lengua cuando debo decir las cosas que debo decirlas".
Su ateísmo le ha valido algunos sinsabores en su carrera judicial de décadas. Durante su proceso de confirmación hace dos años y medio, la Iglesia Católica figuró entre sus tenaces opositores, que le criticaron además su abierto activismo por los derechos de la mujer.
"A veces los referentes de tipo religioso pueden ser contraproducentes porque deforman a favor de una de las partes o en contra de otra de las partes, justamente lo que no debería pasar con la recta decisión de un juez", dijo a The Associated Press.
Argibay recibirá en Washington el miércoles el premio en la categoría de Justicia de la Fundación Gruber. La bolsa de medio millón de dólares la compartirá con el juez chileno Carlos Cerda y la activista peruano-británica de los derechos humanos Mónica Feria Tinta, en una ceremonia en la Universidad de Georgetown.
Considerada como la primera mujer nominada por un gobierno democrático a la Corte Suprema argentina, Argibay está consciente de que la iglesia está separada de la vida política en todos los países latinoamericanos, pero "eso sólo en los papeles".
"Sigue teniendo una influencia muy grande no solamente sobre el poder judicial sino sobre todos los poderes porque nuestros países se han formado con la influencia de la Iglesia Católica", dijo.
Pero, indicó que en varios países, particularmente Argentina, se estaba sintiendo también el peso de otras iglesias que han ganado terreno "yo creo que mucho por culpa de la jerarquía de la Iglesia Católica que ha abandonado a sus fieles..."
Argibay, de 67 años, recordó que las religiones "no se caracterizan muchas veces por su justicia: bajo el nombre de la religión se han cometido crímenes espantosos y no creo que la justicia sea privativa de ninguna religión".
Indicó que lo mismo ocurría si un activista, como ella, llega a ser juez.
"Independizarnos de nuestros propios prejuicios es una tarea muy difícil, pero tenemos que hacerla", dijo.
Graduada en la Universidad de Buenos Aires en 1964, Argibay trabajó en las cortes hasta 1976, cuando fue retirada luego del golpe militar. Estuvo detenida nueve meses sin acusación y retornó al trabajo en los tribunales en 1984 como jueza penal. En 2002, fue nombrada miembro del Tribunal Internacional Penal para la ex Yugoslavia y en 2004 nominada para la Corte Suprema por el presidente Néstor Kirchner.
Dijo que cuando ingresó al máximo tribunal se encontró "con una experiencia más o menos novedosa" debido al volumen del trabajo que quedó acumulado de la corte anterior y el cambio "casi de golpe" de cuatro de los nueve miembros de la corte.
"Estamos tratando de recobrar el prestigio que alguna vez tuvo la corte en Argentina y que perdió por diversas circunstancias: golpes militares, ciertas deformaciones en la democracia y mucha corrupción", afirmó. "Todo eso hizo que la gente no creyera ni en las cortes ni en los jueces".
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Univisión - USA/11/10/2007
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