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Hebe de Bonafini busca a sus hijos desaparecidos entre jóvenes que cree idealistas. Rafael Correa es uno de ellos
“Rafael Correa es un tipo sensacional. Lo quiero m...
Por un instante, Rafael Correa dejó de sonreír. Estaba a punto de empezar el último discurso de su visita a Argentina cuando un coro que se escuchaba a lo lejos lo paralizó.
“Presidente, queremos escucharte”, cantaban las más de 200 personas que pugnaban por ingresar al auditorio de la Casa de las Madres de Plaza de Mayo, en el barrio del Congreso, corazón de Buenos Aires. “Yo también los quiero ver a ustedes, pero aquí ya no hay más lugar”, les respondió Correa mientras miraba, sorprendido, las dimensiones de su poder de convocatoria en la capital argentina.
No hay dudas: más allá de los brillos de las sedes diplomáticas, la modesta Casa de las Madres de Plaza de Mayo es el lugar donde el Presidente se siente como en casa cada vez que visita Argentina.
Gran parte de ese sentimiento está basado en la relación entablada con Hebe de Bonafini, la emblemática titular de ese organismo defensor de los derechos humanos. “Correa es un tipo sensacional. Lo quiero mucho y nuestra relación viene de lejos, incluso desde mucho antes de que se convirtiera en Presidente”, dijo Hebe de Bonafini a Vistazo. Cuando Correa ni siquiera era candidato, presenció desde las primeras filas un discurso de Bonafini en uno de sus viajes a Quito. Tras esos encuentros, surgió una relación de afecto y respeto mutuo. Intuitiva, Hebe llegó incluso a comentar a su regreso a Buenos Aires que había estado reunida con quien iba a ser el próximo presidente de Ecuador.
Aquella profecía se cumplió y la relación se estrechó aún más. Correa visitó la Casa de las Madres siendo presidente electo y Bonafini viajó para la asunción presidencial. En esa oportunidad tuvo un gesto que destina solo a sus elegidos: le entregó a Correa el simbólico pañuelo blanco con el que las Madres de Plaza de Mayo se identifican en la búsqueda de sus hijos desaparecidos durante la sangrienta dictadura militar que asoló a Argentina en los años 70.
Hebe de Bonafini busca a sus hijos desaparecidos entre jóvenes que cree idealistas. Rafael Correa es uno de ellos
“Rafael Correa es un tipo sensacional. Lo quiero m...
Por un instante, Rafael Correa dejó de sonreír. Estaba a punto de empezar el último discurso de su visita a Argentina cuando un coro que se escuchaba a lo lejos lo paralizó.
“Presidente, queremos escucharte”, cantaban las más de 200 personas que pugnaban por ingresar al auditorio de la Casa de las Madres de Plaza de Mayo, en el barrio del Congreso, corazón de Buenos Aires. “Yo también los quiero ver a ustedes, pero aquí ya no hay más lugar”, les respondió Correa mientras miraba, sorprendido, las dimensiones de su poder de convocatoria en la capital argentina.
No hay dudas: más allá de los brillos de las sedes diplomáticas, la modesta Casa de las Madres de Plaza de Mayo es el lugar donde el Presidente se siente como en casa cada vez que visita Argentina.
Gran parte de ese sentimiento está basado en la relación entablada con Hebe de Bonafini, la emblemática titular de ese organismo defensor de los derechos humanos. “Correa es un tipo sensacional. Lo quiero mucho y nuestra relación viene de lejos, incluso desde mucho antes de que se convirtiera en Presidente”, dijo Hebe de Bonafini a Vistazo. Cuando Correa ni siquiera era candidato, presenció desde las primeras filas un discurso de Bonafini en uno de sus viajes a Quito. Tras esos encuentros, surgió una relación de afecto y respeto mutuo. Intuitiva, Hebe llegó incluso a comentar a su regreso a Buenos Aires que había estado reunida con quien iba a ser el próximo presidente de Ecuador.
Aquella profecía se cumplió y la relación se estrechó aún más. Correa visitó la Casa de las Madres siendo presidente electo y Bonafini viajó para la asunción presidencial. En esa oportunidad tuvo un gesto que destina solo a sus elegidos: le entregó a Correa el simbólico pañuelo blanco con el que las Madres de Plaza de Mayo se identifican en la búsqueda de sus hijos desaparecidos durante la sangrienta dictadura militar que asoló a Argentina en los años 70.
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Dirigente social
No fue un presente más. Para Correa, Hebe es mucho más que una dirigente social. “Ustedes son nuestra inspiración; seguimos sus huellas, queridas madres”, dijo en su última visita a Argentina. Son huellas que Bonafini comenzó a marcar en 1976. Hasta entonces, su vida transcurría lenta, entre las rutinas de una familia humilde de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Sus días pasaban entre el tejido de ropa y telares, y el cuidado de sus tres hijos y de su marido, un empleado de la petrolera estatal YPF. Cuando quiso romper el molde de ese destino manso y tomó la decisión –ya adulta– de completar sus estudios secundarios truncos, no pudo: su marido se opuso y Hebe resignó ese sueño.
Fue la última vez que pudieron contenerla. A los 49 años, cuando soñaba con que la vida le regalara nietos, debió aprender a convivir con la muerte.Meses después del golpe militar y la instalación de un plan terrorista desde el estado, grupos de tareas de las Fuerzas Armadas argentinas se llevaron a su hijo Jorge. Diez meses después, fue detenido Raúl, su otro hijo varón. Y la tenebrosa lista siguió con María Helena, su nuera. Nunca más supo algo de ellos.
Pasaron a integrar la lista de 30.000 desaparecidos, según las estimaciones realizadas por los organismos de derechos humanos en Argentina.
Fue la última vez que pudieron contenerla. A los 49 años, cuando soñaba con que la vida le regalara nietos, debió aprender a convivir con la muerte.Meses después del golpe militar y la instalación de un plan terrorista desde el estado, grupos de tareas de las Fuerzas Armadas argentinas se llevaron a su hijo Jorge. Diez meses después, fue detenido Raúl, su otro hijo varón. Y la tenebrosa lista siguió con María Helena, su nuera. Nunca más supo algo de ellos.
Pasaron a integrar la lista de 30.000 desaparecidos, según las estimaciones realizadas por los organismos de derechos humanos en Argentina.
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Inquebrantable
Pero el dolor no quebró a Hebe. La transformó. Aquella ama de casa lejos estuvo de escuchar a quienes le recomendaban aceptar mansamente esas desapariciones en aras de preservar su vida y la de su hija. Dejó los telares y quehaceres domésticos y salió para siempre a la calle. Se hartó de golpear puertas de comisarías, iglesias y reparticiones públicas, y empezó casi en secreto a reunirse con otras madres que sufrían el mismo drama. Se juntaban en los bancos de la Plaza de Mayo –frente a la Casa de Gobierno– y, mientras simulaban tejer, compartían sus experiencias. Tomaron coraje y el 30 de abril de 1977 un grupo de aquellas madres pidió una audiencia con el dictador Jorge Videla. No lo lograron, pero allí comprendieron que la lucha por la aparición de sus hijos debía ser una tarea compartida.
Con el tiempo se fueron sumando otras madres. En pleno estado de sitio, la policía les advirtió que estaban prohibidas las reuniones y que debían circular. Desde entonces, llevan 30 años caminando en ronda en la Plaza de Mayo. En el camino, su marido murió de cáncer y de tristeza. Pero Bonafini siguió su marcha. Y la lucha de las madres de los pañuelos blancos –o las “locas” de la Plaza, como las calificó la dictadura argentina– ganó adhesiones en buena parte del mundo. El primer congreso internacional al que asistió Hebe fue en Quito, en 1982. A ese congreso de mujeres llegó el presidente Osvaldo Hurtado y, lejos de llamarse a silencio ante la presencia, Bonafini levantó su voz. “Señor, Presidente: justo iban a hablar las compañeras ecuatorianas”, dijo. Pero ninguna de las mujeres presentes se animó a hablar. En ese instante Hebe supo que había llegado el momento de ejercer un rol de liderazgo más definido.
Con el tiempo se fueron sumando otras madres. En pleno estado de sitio, la policía les advirtió que estaban prohibidas las reuniones y que debían circular. Desde entonces, llevan 30 años caminando en ronda en la Plaza de Mayo. En el camino, su marido murió de cáncer y de tristeza. Pero Bonafini siguió su marcha. Y la lucha de las madres de los pañuelos blancos –o las “locas” de la Plaza, como las calificó la dictadura argentina– ganó adhesiones en buena parte del mundo. El primer congreso internacional al que asistió Hebe fue en Quito, en 1982. A ese congreso de mujeres llegó el presidente Osvaldo Hurtado y, lejos de llamarse a silencio ante la presencia, Bonafini levantó su voz. “Señor, Presidente: justo iban a hablar las compañeras ecuatorianas”, dijo. Pero ninguna de las mujeres presentes se animó a hablar. En ese instante Hebe supo que había llegado el momento de ejercer un rol de liderazgo más definido.
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Incansable
Por eso, recuperada la democracia en Argentina a fines de 1983, Bonafini se puso a la cabeza de los pedidos de juicio y castigo a los culpables del terrorismo de estado. Pese al histórico juicio ordenado bajo el gobierno de Raúl Alfonsín y que terminó en la prisión perpetua para los máximos jerarcas de la dictadura, Bonafini pedía más y su discurso se fue radicalizando. “Hebe es necesaria así como es: tiene carácter fuerte y eso le permite mantener siempre en alto nuestras banderas de lucha”, dice Juanita Pargament, de 93 años, también madre de un desaparecido. Esa intransigencia sirvió para mantener en la agenda política argentina el tema de los desaparecidos, pero también llevó a Hebe a romper puentes con viejas compañeras de lucha. Las Madres de Plaza de Mayo se dividieron en dos líneas, entre las que siguen y las que critican su estilo personalista y vehemente.
Bonafini también se alejó de Abuelas de Plaza de Mayo, la organización que lleva recuperada la identidad de 87 hijos de desaparecidos nacidos en los centros clandestinos de detención durante la dictadura argentina.
Bonafini también se alejó de Abuelas de Plaza de Mayo, la organización que lleva recuperada la identidad de 87 hijos de desaparecidos nacidos en los centros clandestinos de detención durante la dictadura argentina.
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Criticada
Las divisiones que genera su figura continúan hoy. Por su sorpresiva adhesión al gobierno de Néstor Kirchner recibe críticas provenientes de organizaciones de derechos humanos y de partidos de izquierda en Argentina. Es que, con una formación política moldeada de apuro y desde el dolor, Bonafini provoca amores y odios viscerales. Y ella parece cómoda jugando en los extremos. Dijo, por ejemplo, sentirse feliz tras el atentado a las Torres Gemelas en 2001. “No murieron pobres trabajadores bolivianos, murieron peces gordos de las multinacionales que estaban reunidos en unos de los pisos”, dijo por aquellos días. Alguna vez declaró que esta lucha vertiginosa que ya lleva más de tres décadas no le deja tiempo para pensar en sus hijos como quisiera. Tal vez por eso, pretenda encontrar a sus hijos en otros jóvenes que cree idealistas. Entre ellos ubica a Correa. Tras el triunfo electoral, Bonafini le escribió una carta al por entonces presidente electo. “Querido hijo: Sepa usted llevar hasta el final en su país lo que nuestros maravillosos hijos reivindicaban para Argentina y también para Latinoamérica”, decía la misiva. “Está haciendo una gran tarea en Ecuador y lo quiero como a un hijo”, reafirma Bonafini desde las puertas de la Casa de las Madres, en Buenos Aires. Queda claro: Correa tiene una casa en Argentina. Y en ella también una “madre”.
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Vistazo - Ecuador/05/10/2007
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