Sasha recibió sepultura en el cementerio londinense de Highgate, cerca de donde está enterrado Karl Marx. Aquel día de diciembre de 2006 en el que fue a criar malvas, llovía a cántaros, pero aún no se había desencadenado la tormenta posterior que trajeron las palabras del presidente Putin, en el Kremlin, cuando haciendo uso de un escalofriante cinismo dijo que para los servicios secretos rusos Litvinenko era un objetivo insignificante y que, por tanto, no merecía la pena asesinarlo. El caso es que el polonio, elemento radiactivo, con que fue envenenado Litvinenko, ex miembro de la inteligencia rusa, se propagó por Londres como un reguero de destrucción. A los infortunados que quedaron para comer en las horas posteriores al almuerzo de Sasha y Mario Scaramella en el restaurante japonés Itsu de Piccadilly debió atragantárseles el «maki sushi», la tempura de verduras o el pescado crudo al enterarse después de que los detectores de radiactividad habían identificado este lugar y el bar del hotel de la cadena Millennium donde Litvinenko tomó té con los rusos. El mapa del polonio en Londres se hizo inabarcable aquellos terribles días de 2006. El ex espía, víctima según se dijo de una pequeña bomba nuclear en miniatura, murió a las pocas semanas calvo y demacrado, siendo apenas una sombra de lo que fue. El espionaje nos devuelve a la guerra fría y el episodio de Litvinenko, relatado por su esposa Marina y el científico disidente Alex Goldfarb, editado ahora en España por Taurus, a la ficción más asombrosa si no fuese que lo que nos están contando responde con fechas y datos a la realidad: las sospechas dirigidas al FSB ruso, que sucedió al KGB, casi con su misma estructura e idéntica forma de actuar. Para ayudarnos a entender «Muerte de un disidente» resulta interesante también leer «Rusia dinamitada», que escribió Yuri Felshtinski con informaciones facilitadas por Alexander Litvinenko, donde se cuentan los manejos de los servicios secretos rusos y la utilización del terrorismo de Estado para afianzarse o hacerse con el poder. Estos dos libros, con caudales narrativos comparables a los del autor John Le Carré,creador del inolvidable Smiley y de Alec Leamas,aunque no tan literarios por la ausencia de corteza romántica en los personajes reales, nos devuelven el género. La denuncia formulada es que los servicios secretos han actuado en Rusia todos estos años para minar los fundamentos del Estado y debilitar el poder de manera que las posibilidades de adueñarse de él sean mayores. Es, en definitiva, la vuelta del KGB a la escena política, pero de manera mucho menos sibilina y con una puesta en escena donde el terrorismo, el checheno por poner un ejemplo, sirve de instrumento para los fines que se persiguen. Lo que se cuenta en estos dos reveladores relatos es la fuerza devastadora que opera desde las cloacas del propio Estado y el olor pestilente que se cuela, de vez en cuando, por las alcantarillas. En este caso, el polonio. Y, también, la lucha entre los dos clanes que luchan por apoderarse de Rusia.
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Bibliografía:
-«Muerte de un disidente». Alex Goldfarb y Marina Litvinenko. Taurus.
-«Rusia dinamitada». Alexander Litvinenko y Yuri Felshtinski. Alba Editorial.
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La Nueva España - España/20/10/2007
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