Por Rafael Arzuaga
La noticia recorrió el mundo con celeridad: patrocinada por Estados Unidos y prevista para el 15 (ó 26) de noviembre en territorio norteamericano de Annapolis, Maryland, acontecerá la Conferencia de Paz para el Medio Oriente.
Empéñese quien se empeñe en publicitarla como camino hacia el entendimiento en el área y gesto conciliador de George W. Bush, solo es el pregón de otro capítulo de una crónica malévolamente multiplicada desde las conversaciones iniciadas en 1991, después de la Guerra del Golfo, y suspendidas en enero de 2001.
(Durante diez años pasaron de 20 las conferencias, acuerdos, tratados, protocolos, memorandos, propuestas, informes e iniciativas que, además de no resolver las diferencias del conflicto, no evitaron la muerte de millares de personas).
Podrá parecer escepticismo, pero hay motivos suficientes para pensar que la Cumbre de noviembre tiene escasas posibilidades de éxito, por más que la agudización y extensión de la crisis, y la diversidad de actores y opiniones divergentes.
Meditemos. Israel y Palestina pujan por converger propuestas en una cuestión esencial: garantizar condiciones para emprender el camino a la paz. Y se han propuesto un texto conjunto que le sirva de marco a ese propósito.
El documento, un esfuerzo por encausar las intervenciones en la Conferencia de Paz Internacional, parece que nacerá aún sin consenso —siquiera opiniones acercadas— respecto a las fronteras de los dos estados, los refugiados y la administración de Jerusalén, tres de los asuntos claves del diferendo.
Esa es, desde ya, su primera distensión. Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, y Ehud Olmert, primer ministro de Israel, no lograron salir, en su encuentro privado, de este punto inerte en que se encuentra la crisis.
La segunda es interpretar —y presentar— la Cumbre como reemplazo de las negociaciones que deben obrarse entre israelíes y palestinos, con un lenguaje, sentimiento, sensibilidad y espíritu que solo ellos pueden exponer y escuchar.
Israel y Palestina tienen la obligación de actuar, de iniciar pasos conjuntos, de protagonizar hechos históricos que los comprometan, que comprendan todos sus intereses y que realmente cambien el rumbo indigno e injusto que han traído hasta el siglo XXI.
Hay, según lo veo, una tercera: pretender que vitalizar el proceso de paz entre Israel y Palestina desembocaría, de un tirón, en la estabilidad del Medio Oriente, un área geográfica sin fronteras precisas preñada de conflictos bélicos, étnicos, religiosos, desigualdades económicas y miserias sociales.
Si bien el conflicto es el vórtice de lo que acontece en el área, en el resto de los territorios pululan acciones terroristas, amenazas nucleares, problemas económicos y disputas religiosas, principalmente, que no serán solucionadas a las primeras de cambio en las relaciones israelo-palestinas.
Sin embargo, ninguna de las dos últimas distensiones expuestas puede astillar más —y mejor— la Conferencia de Paz, que la presencia como organizador, mediador, observador y actor a un mismo tiempo, de George W. Bush.
Estados Unidos —o la estupidez, o la paranoia, o la demencia, o las intenciones hegemónicas de Bush, que son las de los políticos que dictan hoy allí— quedó expuesto por la hostilidad bélica contra Irak, que es como respondió al comienzo de una depresión económica mundial y en Estados Unidos, y al interés por controlar sus recursos naturales.
Nada de lucha contra el terrorismo. Esa es la mampara desde que se lanzaron a la guerra. Bien lo sabemos. Tienen la urgencia de someter a su dinámica el petróleo y el gas, y la necesidad de contar a Israel entre sus fieles incondicionales.
Pero ha fracasado en el intento. Su política internacional ha sido un soberano fiasco. Y ahora que la mudanza de la Casa Blanca entra en cuenta regresiva, pueden aprovechar la Cumbre para tender un velo sobre los errores y horrores extrafronteras de W. Bush con la intención de hacerlo trascender de un modo menos lúgubre del que ya se ganó en la historia.
¿Acaso alguien cree que Estados Unidos, W. Bush, pretende hacer cumplir las leyes, quiere que Palestina e Israel se entiendan o instrumenta esta "iniciativa" sin interés alguno? ¿Es posible creer que ya EE.UU., W. Bus, no apoya a su incondicional Israel para asegurarse así el dominio geopolítico en la zona?
Estados Unidos, W. Bush, apoya la construcción del muro que Israel construye en Palestina, aumenta el número de efectivos en las bases militares que tienen de Turquía a los Emiratos Árabes Unidos, vende armas en la región, amenaza fanfarronamente a Irán y endeuda a las economías de casi todos los países del Medio Oriente.
Debe estarse en estado de delirium tremens para darle crédito a esa "iniciativa", para pensar que W. Bush, no meterá sus manos en el conflicto animado por el afán de asegurar tajada para el imperio; para imaginar que puede sentarse a conversar y pronunciar su preocupación por el futuro de Palestina o Israel.
Esa es vocación de políticos. Y si algo sabemos bien, es que W. Bush no es un político.
Meditemos. ¿Tenemos razones, entonces, para pensar que la Conferencia de Paz cambiará el horror que se vive en el Medio Oriente?
La noticia recorrió el mundo con celeridad: patrocinada por Estados Unidos y prevista para el 15 (ó 26) de noviembre en territorio norteamericano de Annapolis, Maryland, acontecerá la Conferencia de Paz para el Medio Oriente.
Empéñese quien se empeñe en publicitarla como camino hacia el entendimiento en el área y gesto conciliador de George W. Bush, solo es el pregón de otro capítulo de una crónica malévolamente multiplicada desde las conversaciones iniciadas en 1991, después de la Guerra del Golfo, y suspendidas en enero de 2001.
(Durante diez años pasaron de 20 las conferencias, acuerdos, tratados, protocolos, memorandos, propuestas, informes e iniciativas que, además de no resolver las diferencias del conflicto, no evitaron la muerte de millares de personas).
Podrá parecer escepticismo, pero hay motivos suficientes para pensar que la Cumbre de noviembre tiene escasas posibilidades de éxito, por más que la agudización y extensión de la crisis, y la diversidad de actores y opiniones divergentes.
Meditemos. Israel y Palestina pujan por converger propuestas en una cuestión esencial: garantizar condiciones para emprender el camino a la paz. Y se han propuesto un texto conjunto que le sirva de marco a ese propósito.
El documento, un esfuerzo por encausar las intervenciones en la Conferencia de Paz Internacional, parece que nacerá aún sin consenso —siquiera opiniones acercadas— respecto a las fronteras de los dos estados, los refugiados y la administración de Jerusalén, tres de los asuntos claves del diferendo.
Esa es, desde ya, su primera distensión. Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, y Ehud Olmert, primer ministro de Israel, no lograron salir, en su encuentro privado, de este punto inerte en que se encuentra la crisis.
La segunda es interpretar —y presentar— la Cumbre como reemplazo de las negociaciones que deben obrarse entre israelíes y palestinos, con un lenguaje, sentimiento, sensibilidad y espíritu que solo ellos pueden exponer y escuchar.
Israel y Palestina tienen la obligación de actuar, de iniciar pasos conjuntos, de protagonizar hechos históricos que los comprometan, que comprendan todos sus intereses y que realmente cambien el rumbo indigno e injusto que han traído hasta el siglo XXI.
Hay, según lo veo, una tercera: pretender que vitalizar el proceso de paz entre Israel y Palestina desembocaría, de un tirón, en la estabilidad del Medio Oriente, un área geográfica sin fronteras precisas preñada de conflictos bélicos, étnicos, religiosos, desigualdades económicas y miserias sociales.
Si bien el conflicto es el vórtice de lo que acontece en el área, en el resto de los territorios pululan acciones terroristas, amenazas nucleares, problemas económicos y disputas religiosas, principalmente, que no serán solucionadas a las primeras de cambio en las relaciones israelo-palestinas.
Sin embargo, ninguna de las dos últimas distensiones expuestas puede astillar más —y mejor— la Conferencia de Paz, que la presencia como organizador, mediador, observador y actor a un mismo tiempo, de George W. Bush.
Estados Unidos —o la estupidez, o la paranoia, o la demencia, o las intenciones hegemónicas de Bush, que son las de los políticos que dictan hoy allí— quedó expuesto por la hostilidad bélica contra Irak, que es como respondió al comienzo de una depresión económica mundial y en Estados Unidos, y al interés por controlar sus recursos naturales.
Nada de lucha contra el terrorismo. Esa es la mampara desde que se lanzaron a la guerra. Bien lo sabemos. Tienen la urgencia de someter a su dinámica el petróleo y el gas, y la necesidad de contar a Israel entre sus fieles incondicionales.
Pero ha fracasado en el intento. Su política internacional ha sido un soberano fiasco. Y ahora que la mudanza de la Casa Blanca entra en cuenta regresiva, pueden aprovechar la Cumbre para tender un velo sobre los errores y horrores extrafronteras de W. Bush con la intención de hacerlo trascender de un modo menos lúgubre del que ya se ganó en la historia.
¿Acaso alguien cree que Estados Unidos, W. Bush, pretende hacer cumplir las leyes, quiere que Palestina e Israel se entiendan o instrumenta esta "iniciativa" sin interés alguno? ¿Es posible creer que ya EE.UU., W. Bus, no apoya a su incondicional Israel para asegurarse así el dominio geopolítico en la zona?
Estados Unidos, W. Bush, apoya la construcción del muro que Israel construye en Palestina, aumenta el número de efectivos en las bases militares que tienen de Turquía a los Emiratos Árabes Unidos, vende armas en la región, amenaza fanfarronamente a Irán y endeuda a las economías de casi todos los países del Medio Oriente.
Debe estarse en estado de delirium tremens para darle crédito a esa "iniciativa", para pensar que W. Bush, no meterá sus manos en el conflicto animado por el afán de asegurar tajada para el imperio; para imaginar que puede sentarse a conversar y pronunciar su preocupación por el futuro de Palestina o Israel.
Esa es vocación de políticos. Y si algo sabemos bien, es que W. Bush no es un político.
Meditemos. ¿Tenemos razones, entonces, para pensar que la Conferencia de Paz cambiará el horror que se vive en el Medio Oriente?
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El Habanero - Cuba/12/10/2007
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