14/10/07

Tribuna libre. Por qué pienso lo que pienso

14/10/2007
Opinión
Miguel Zerolo
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«Personalmente, no creo que Canarias deba plantearse seriamente un proceso de independencia de la realidad española y europea, lo que no excluye que ambicionemos la soberanía de la gestión»
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Santa Cruz de Tenerife - Hay gente que está al borde de un ataque de nervios. El fantasma de un rebrote independentista recorre Canarias. Personas de bien andan demudadas porque consideran que ciertas voces -entre las que me incluyen- están entrando (y cito casi textualmente) en un terreno muy peligroso. Porque hay ideas que no se pueden expresar. Porque hay cosas con las que no se puede jugar. Ya ven ustedes. Hay ideas potencialmente peligrosas y expresarlas, lejos de ser el derecho que tenemos todos para hacernos oír, constituyen un juego peligroso.

En lo que a mí respecta quisiera calmar algunas inquietudes y dejar claro por qué considero que hoy es el momento y el lugar en el que debemos hablar con sinceridad sobre el presente y el futuro de Canarias. Por qué he dicho, y repito, que es necesaria la unidad del nacionalismo canario. Y, finalmente, por qué considero que los nacionalistas debemos reformular el papel de Canarias como país que alcance su madurez en la gestión de su soberanía. Y adelanto ya que la soberanía de la que hablo no tiene nada que ver con la independencia nacional, con la separación política y el aislamiento del resto de Europa.

Pero antes, quisiera situar en su debido lugar a los fariseos de la política, a los hipócritas, a los mendaces, a los torticeros. A significados miembros del Partido Socialista Canario y sus corifeos, adecuadamente instalados en medios de comunicación que apostaron por una presidencia socialista de Canarias y que hoy se restriegan la lengua por la heridas del rencor al ver al mesiánico candidato, Juan Fernando López Aguilar, sentado en los bancos de la oposición.

Porque todos esos empleados de sucursal política, todos esos apoderados de la central de la calle Ferraz, en Madrid, toman a los canarios simplemente por idiotas. Nos toman por tontos cuando acusan al nacionalismo canario de extremista y de radical mientras caminan de la mano, aparentemente sin problemas psicológicos, con Carod Rovira.

Nos toman por tontos cuando dialogan día tras día con representantes del Partido Nacionalista Vasco o abren el diálogo con los propios terroristas de ETA para escandalizarse de la moderación y el sentido común de los nacionalistas canarios. Ante esa doble moral, ante esa exhibición impúdica de oportunismo y miseria política, sólo cabe el desprecio. Los socialistas han elegido en Canarias el camino del insulto, de la guerra sucia y del enfrentamiento con la única fuerza política que ha sido capaz de articular un discurso de progreso en Canarias.
Para quienes de verdad sienten alarma ante el resurgimiento de una reflexión sobre el nacionalismo en Canarias quisiera exponer algunas evidencias que seguramente les tranquilizarán.

La primera es que el nacionalismo canario no puede prescindir de los canarios. Esta evidencia de Perogrullo a veces no se quiere percibir. Coalición Canaria, y por extensión cualquier nacionalismo responsable de las Islas, jamás podrá prescindir de la realidad sociológica de esta tierra. Y es que quienes la habitan tienen diversas procedencias y tradiciones, porque Canarias se ha poblado, no sólo recientemente sino a lo largo de toda su historia, de gentes provenientes de todos los lugares y rincones del Estado, cuando no de otros.

Pero con independencia de las sangres, los orígenes y los apellidos, lo que nos hace canarios es saber que vivimos aquí, que nuestros hijos y nuestros nietos vivirán aquí. Que ésta es nuestra tierra, nuestro país, nuestra manera de ser y de estar. Que aquí descansarán nuestros huesos. Y lo que nos hace nacionalistas es derivar de esa idea la acción política de que puesto que ésta es nuestra tierra, debemos aplicarnos a trabajar por ella y a defender sus intereses con la misma diligencia con que nos entregamos al progreso y al desarrollo de nuestra familia.

Todos percibimos que algo está cambiando. Lo sabemos. Hay un cambio por arriba que no es contestado; todo lo contrario, ya que cuenta con el aplauso de los grandes partidos estatales. La dilución de los actuales estados europeos en los Estados Unidos de Europa -¿recuerdan cuando votamos una constitución europea?- supone, a largo plazo, la desaparición de la figura tradicional del Estado que conocemos, que cedería grandes áreas de soberanía «hacia arriba», como ya ha hecho con ciertas políticas y como ya hizo «hacia abajo» con la cesión de otras competencias hacia las Autonomías. ¿Y por qué un mismo hecho -la desaparición práctica del Estado tradicional- se considera de manera distinta? Pues porque la disolución de los estados «hacia arriba» se ve como una unión, mientras que la disgregación de los estados «hacia abajo» se ve como un acto de separación.

Los nacionalistas canarios -al menos algunos, desde luego- no vivimos en el siglo XIX. Es decir, que las fórmulas y propuestas que fueron legítimas y coherentes en tiempos pretéritos ya no lo son. Personalmente no creo que Canarias deba plantearse seriamente un proceso de independencia de la realidad española y europea. No tiene sentido. Pero esa pertenencia social, comercial y política, esa realidad geopolítica y geoestratégica, no excluye para nada que ambicionemos con toda legitimidad la soberanía de la gestión de nuestros propios intereses. No lo excluye porque el autogobierno se ha demostrado eficiente para Canarias.

No lo excluye porque cada vez más las Islas Canarias necesitan de un marco normativo y una acción política que no esté constreñida o subordinada a órganos y normas hechas para un territorio continental e incapaces de pensar en horizontes insulares.

Y es más, no lo excluye porque aquel Estado «milagro», aquel Estado de las Autonomías surgido de la transición, se ha convertido en una algarada de intereses contrapuestos entre Madrid, Cataluña y el País Vasco, con la premeditada exclusión del resto de los países del Estado español. Quien no vea que hoy España se ha convertido en un campo de batalla donde el bipartidismo prende fuego al monte por un lado mientras por el otro echan gasolina o agua, en función de cada momento, los intereses de Barcelona o Vitoria, es que está ciego. O que no quiere ver.

Así pues, no es que queramos cambiar nada. Es que las cosas van a cambiar con o sin nosotros. Y la cuestión es que no debemos estar ausentes de los procesos de cambio, de los mecanismos de reajuste de los modelos a través de los cuales funcionamos. Y eso no es querer ser independiente, eso es simplemente querer ser y, a través de ello, querer estar.

En Canarias estamos viendo hoy la punta de las orejas del lobo de un enfriamiento económico. Llevamos décadas pensando en que debemos transformar nuestra economía para no hacerla tan dependiente, tan frágil. En un mercado global la independencia económica (también) es una decisión errónea -por más que en ciertos casos la acción económica de agentes empresariales foráneos en Canarias sea muy parecida a una política colonial-.
Pero ser el propietario de las herramientas que permiten actuar sobre la economía, las políticas fiscales o las políticas sociales, significa la diferencia entre la soberanía y la dependencia.

Vivimos en el siglo XXI. Ser nacionalista en Canarias no significa más que asumir algunas verdades esenciales: que este país necesita plena soberanía para la gestión de sus necesidades y esperanzas. Que esa soberanía no es una expresión insolidaria y que de ninguna manera excluye nuestra vocación -por no decir necesidad- europea.

Hoy es una verdad cierta que el Estado pivota sobre el enfrentamiento de dos grandes partidos y tres realidades territoriales: Madrid, porque es el centro de la administración y la burocracia, Cataluña porque impone el acuerdo de cogobierno entre socialistas e independentistas y el País Vasco porque, tras el fracaso del diálogo con quienes fueron capaces de matar a otras personas por no compartir sus ideas, el Gobierno central ha decidido sencillamente no dialogar con nadie.

Por eso, desde la moderación y la responsabilidad, que en Canarias empecemos a pensar en que somos responsables de nuestros propios destinos, de la adecuada asignación de nuestros recursos y de la adopción de medidas que nos hagan más fuertes y nos protejan no constituye más que una necesidad. Quienes digan, frente a la locura que vemos un día tras otro en la prensa, la radio y la televisión, que somos radicales o extemporáneos, mienten. Los locos son ellos. O quizás algo peor.

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