Autoridades rusas obstaculizan homenajes a la periodista de Novaya Gazeta
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Juan Pablo Duch
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Juan Pablo Duch
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Moscú - A un año de ser asesinada en esta capital por un pistolero a sueldo, aniversario luctuoso que se cumple este domingo, la periodista Anna Politkovskaya sigue incomodando a las autoridades rusas.
Y no sólo debido a que los reportajes de denuncia que publicó en el bisemanario Novaya Gazeta sirven para fundamentar buena parte de los 200 casos de violación de los derechos humanos en Chechenia, aún pendientes de resolución en la Corte Europea de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, Francia, similares a las tres demandas que esta misma semana devinieron en la enésima condena de Rusia.
También porque el pretendido esclarecimiento de su asesinato, anunciado a fines de agosto anterior como “caso resuelto” por el procurador general, Yuri Chaika, entró en un bochornoso callejón sin salida.
El jefe del grupo de investigadores de la procuraduría, Piotr Garabian, ya apartado del caso por órdenes de Chaika, hizo bien su trabajo y consiguió detener a 12 miembros del complejo entramado –delincuentes comunes de origen checheno, policías rusos en activo y retirados, y un coronel del FSB (Servicio Federal de Seguridad, el antiguo KGB)– que presuntamente ayudó al sicario a matar a Politkovskaya.
Pero chocó con un insalvable muro al intentar establecer el nombre del autor intelectual, que sigue muy lejos del alcance de la justicia, igual que el asesino a sueldo que disparó contra la periodista, aparte de que, por falta de pruebas, algunos de los detenidos tuvieron que ser puestos en libertad.
El nuevo encargado de la investigación, Serguei Ivanov, homónimo del primer vicepremier, tampoco ha tenido mejor suerte en averiguar quién ordenó asesinar a Politkovskaya, aunque Chaika había asegurado que la periodista “conocía muy bien al autor intelectual” y que éste “se encuentra fuera de Rusia y quiere desestabilizar el país”.
Novaya Gazeta sostiene que alguien muy poderoso está intentando entorpecer la investigación al filtrar a la prensa los nombres de los detenidos y otros secretos del sumario, datos que alertan a eventuales cómplices en lo que parece un enredado esquema de intermediarios que impide llegar hasta el verdadero autor intelectual.
El bisemanario cree que éste se encuentra en aquí en Rusia, en todo caso “mucho más cerca de Moscú que de Londres”, en alusión a la prensa oficialista que pretende atribuir el asesinato a Boris Berezovsky, magnate exiliado en la capital británica.
Hace unos días trascendió la detención de Shamil Burayev, antiguo jefe de un distrito administrativo de Chechenia y ex candidato comparsa en las últimas presidenciales, que vivía en Moscú dedicado a los negocios como empresario de poca monta.
Pero Burayev es personaje secundario, siempre dispuesto a hacer favores cuando se lo pide gente de su clan, y carece de la influencia política y el dinero necesarios para ser el autor intelectual. Se le incrimina haber sido quien solicitó al coronel del FSB ubicar el domicilio de Politkovskaya.
Desde hoy se empezó a hablar de otro detenido más, un “empresario de dudosa reputación y originario de Ucrania”, sin que aún se revele su identidad ni de qué forma podría estar implicado en el asesinato.
Los compañeros de Politkovskaya sacarán mañana un número especial de Novaya Gazeta con todos los mensajes que, durante varios días y hasta hoy domingo, cualquier persona pudo grabar en el contestador automático del celular que usaba la periodista.
El (7-903) 798 10 34 era un número que en vida de Politkovskaya no dejaba de sonar: cientos de personas compartían información con ella; muchos la amenazaban y muchos más –víctimas de los abusos, la corrupción, la violencia– le pedían ayuda.
Habrá otros homenajes, incluida una marcha de la oposición en Moscú, pero ninguno de las autoridades rusas. Algunos funcionarios regionales no escatimaron recursos y pretextos para impedir la celebración de actos en memoria de Politkovskaya.
La administración de Nizhny Novgorod llegó a extremos grotescos hasta que consiguió cancelar el foro internacional convocado por organizaciones de derechos humanos rusas, con invitados extranjeros.
Se bloquearon todas las cuentas bancarias de los organizadores, con lo cual no pudieron pagar los servicios contratados; se anularon las reservaciones de los participantes, tanto rusos como extranjeros, bajo el pretexto de que se habían inundado las habitaciones del hotel, al no poder realizar los extranjeros el trámite del registro ahí.
Para rematar, la policía detuvo por varias horas a activistas de Alemania, Estados Unidos, España y Bélgica por incumplir el reglamento migratorio.
Y no sólo debido a que los reportajes de denuncia que publicó en el bisemanario Novaya Gazeta sirven para fundamentar buena parte de los 200 casos de violación de los derechos humanos en Chechenia, aún pendientes de resolución en la Corte Europea de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, Francia, similares a las tres demandas que esta misma semana devinieron en la enésima condena de Rusia.
También porque el pretendido esclarecimiento de su asesinato, anunciado a fines de agosto anterior como “caso resuelto” por el procurador general, Yuri Chaika, entró en un bochornoso callejón sin salida.
El jefe del grupo de investigadores de la procuraduría, Piotr Garabian, ya apartado del caso por órdenes de Chaika, hizo bien su trabajo y consiguió detener a 12 miembros del complejo entramado –delincuentes comunes de origen checheno, policías rusos en activo y retirados, y un coronel del FSB (Servicio Federal de Seguridad, el antiguo KGB)– que presuntamente ayudó al sicario a matar a Politkovskaya.
Pero chocó con un insalvable muro al intentar establecer el nombre del autor intelectual, que sigue muy lejos del alcance de la justicia, igual que el asesino a sueldo que disparó contra la periodista, aparte de que, por falta de pruebas, algunos de los detenidos tuvieron que ser puestos en libertad.
El nuevo encargado de la investigación, Serguei Ivanov, homónimo del primer vicepremier, tampoco ha tenido mejor suerte en averiguar quién ordenó asesinar a Politkovskaya, aunque Chaika había asegurado que la periodista “conocía muy bien al autor intelectual” y que éste “se encuentra fuera de Rusia y quiere desestabilizar el país”.
Novaya Gazeta sostiene que alguien muy poderoso está intentando entorpecer la investigación al filtrar a la prensa los nombres de los detenidos y otros secretos del sumario, datos que alertan a eventuales cómplices en lo que parece un enredado esquema de intermediarios que impide llegar hasta el verdadero autor intelectual.
El bisemanario cree que éste se encuentra en aquí en Rusia, en todo caso “mucho más cerca de Moscú que de Londres”, en alusión a la prensa oficialista que pretende atribuir el asesinato a Boris Berezovsky, magnate exiliado en la capital británica.
Hace unos días trascendió la detención de Shamil Burayev, antiguo jefe de un distrito administrativo de Chechenia y ex candidato comparsa en las últimas presidenciales, que vivía en Moscú dedicado a los negocios como empresario de poca monta.
Pero Burayev es personaje secundario, siempre dispuesto a hacer favores cuando se lo pide gente de su clan, y carece de la influencia política y el dinero necesarios para ser el autor intelectual. Se le incrimina haber sido quien solicitó al coronel del FSB ubicar el domicilio de Politkovskaya.
Desde hoy se empezó a hablar de otro detenido más, un “empresario de dudosa reputación y originario de Ucrania”, sin que aún se revele su identidad ni de qué forma podría estar implicado en el asesinato.
Los compañeros de Politkovskaya sacarán mañana un número especial de Novaya Gazeta con todos los mensajes que, durante varios días y hasta hoy domingo, cualquier persona pudo grabar en el contestador automático del celular que usaba la periodista.
El (7-903) 798 10 34 era un número que en vida de Politkovskaya no dejaba de sonar: cientos de personas compartían información con ella; muchos la amenazaban y muchos más –víctimas de los abusos, la corrupción, la violencia– le pedían ayuda.
Habrá otros homenajes, incluida una marcha de la oposición en Moscú, pero ninguno de las autoridades rusas. Algunos funcionarios regionales no escatimaron recursos y pretextos para impedir la celebración de actos en memoria de Politkovskaya.
La administración de Nizhny Novgorod llegó a extremos grotescos hasta que consiguió cancelar el foro internacional convocado por organizaciones de derechos humanos rusas, con invitados extranjeros.
Se bloquearon todas las cuentas bancarias de los organizadores, con lo cual no pudieron pagar los servicios contratados; se anularon las reservaciones de los participantes, tanto rusos como extranjeros, bajo el pretexto de que se habían inundado las habitaciones del hotel, al no poder realizar los extranjeros el trámite del registro ahí.
Para rematar, la policía detuvo por varias horas a activistas de Alemania, Estados Unidos, España y Bélgica por incumplir el reglamento migratorio.
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La Jornada - México/08/10/2007
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