FREDERICK KEMPE
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Hay muchos culpables de la más irresponsable, derrotista y miope acción legislativa de política exterior de este año.
Empecemos por Nancy Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el presidente George W. Bush y los propios turcos.
El asunto en cuestión es el siguiente: recientemente la comisión de asuntos exteriores de la Cámara de Representantes aprobó una resolución no vinculante para calificar como genocidio la matanza masiva de armenios que realizó el Imperio Otomano en 1915. La medida pasa ahora a votación de la cámara baja en pleno. Si es aprobada, sumirá a Turquía, el más importante aliado musulmán de Estados Unidos, en un frenesí antiestadounidense.
La sanción del panel fue un triunfo de la política interna sobre la geopolítica. La medida fue propuesta por un demócrata de California proveniente de un distrito electoral con una amplia y acaudalada base armenio-estadounidense y fue respaldada por Pelosi. Desde el punto de vista de los funcionarios del Departamento de Estado que están recogiendo los pedazos, a ella le preocupa más representar a San Francisco que tomar en cuenta el interés nacional.
Bush intentó bloquear la medida con una campaña en la cual involucró a su padre y hasta al ex presidente Bill Clinton, pero fue otro ''arranque'' tardío y sin un poder de fuego suficiente como para tener un efecto duradero. La mayor parte de su esfuerzo se produjo en los pocos días transcurridos entre un llamado telefónico del primer ministro turco Recep Erdogan y el viernes anterior a la votación del miércoles 10 de octubre.
Por su parte, a lo largo de los años los líderes turcos han evitado, prohibido o enjuiciado a las voces nacionales que sugirieron que un genocidio estaba en juego.
Pero la resolución de la Cámara de Representantes sólo puede producir una violenta reacción nacionalista que les hará las cosas más difíciles a aquellos, como el premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, que han hecho llamados a una más abierta explicación histórica en una Turquía que aspira a ser miembro de la Unión Europea.
La resistencia turca al punto de vista global prevaleciente de que el gobierno otomano intentó exterminar a su población armenia es testimonio de las tensiones dentro de la Turquía moderna. Mustafa Kemal Ataturk forjó el Estado enérgicamente hace 84 años a partir de los restos del Imperio Otomano y obligó a que se dejaran de lado las identidades étnicas, tribales y religiosas para crear una sociedad civil turca.
Por lo tanto, la resolución turca es una intervención externa en un debate familiar doloroso y largamente reprimido, una brasa que atizó el fuego del creciente nacionalismo y las creencias religiosas del país.
En su tiempo, Clinton pudo impedir que una resolución similar llegara a votarse en la cámara baja mediante intensas presiones que se prolongaron por semanas y, en última instancia, convenciendo al entonces líder de la mayoría, Dennis Hastert, de que tal aprobación pondría en peligro vidas de estadounidenses. Pelosi dice que Bush no hizo un esfuerzo similar.
Fue otro ejemplo de un gobierno que ha estado tan preocupado por Irak durante tanto tiempo que no ve la necesidad de una acción política preferente para frenar peligros que aumentan: y éste tendrá considerables repercusiones en Irak.
Quines piensan que esta votación consiste en decir lo correcto sobre hechos históricos no están prestando atención al presente. No tratamos con algún estado faccioso y fracasado, sino con Turquía, el único país musulmán de la OTAN, potencialmente un miembro de la Unión Europea y el más importante estado de primera línea en la lucha contra el extremismo islamista. Es el principal puente de Occidente al Oriente Medio y un modelo democrático para esa región.
También es el país a través del cual pasa 90 por ciento de la carga para las tropas de Estados Unidos y sus aliados en Irak. Como mínimo, los problemas logísticos de Estados Unidos aumentarán.
Más peligrosamente, podría disminuir la moderación turca en el manejo de las amenazas de los militantes kurdos del norte de Irak. El militar turco de más alto rango, el general Yasar Buyukanit, habló sin rodeos en un artículo del diario Milliyet el 15 de octubre, cuando dijo que Estados Unidos ''se había disparado un tiro en el pie'' con la resolución. También culpó a Estados Unidos por no esforzarse más para ayudar a Turquía a reprimir a los separatistas kurdos en el norte de Irak.
Los militares turcos han presionado a sus dirigentes para que les permitan cruzar la frontera iraquí a fin de atacar a los rebeldes del Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK), y simbólicamente aumentaron el bombardeo durante el fin de semana.
La aprobación de la resolución y una insuficiente ayuda estadounidense contra el PKK eliminarán buena parte de la capacidad estadounidense para mantener controlada a Turquía. En el peor de los casos, tropas estadounidenses y turcas podrían incluso terminar inadvertidamente enfrentadas. Fueron ese y otros peligros los que movieron a Estados Unidos a despachar al subsecretario de Defensa, Eric Edelman, y a un alto funcionario del Departamento de Estado, Dan Fried, a Turquía a fines de la semana pasada.
Entonces, ¿qué hacer ahora?
Pelosi debería seguir los pasos de Hastert y mantener la resolución fuera del calendario de votaciones. Bush debería hacer el llamado que ella ha estado esperando, y también ayudar a los turcos en su lucha contra los militantes kurdos. Eso sería suficiente para tranquilizar a los militares y la población de Turquía.
Por su parte, los líderes turcos deberían apelar a la calma entre sus ciudadanos, recordándoles que sus intereses a largo plazo se beneficiarían de una relación estrecha con Estados Unidos. Deberían decirles que el Congreso de Estados Unidos podría ser el lugar equivocado para tratar la historia otomano-armenia, pero que deben llevar adelante su campaña para formar una comisión conjunta internacional que revise los acontecimientos usando archivos turcos largamente vedados.
Este podría ser un camino demasiado razonable que esperar en estos tiempos irracionales. Pero es mucho lo que está en juego y los riesgos son demasiado grandes como para permitir que fracase.
Frederick Kempe es presidente del Atlantic Council, con sede en Washington, D.C.
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Hay muchos culpables de la más irresponsable, derrotista y miope acción legislativa de política exterior de este año.
Empecemos por Nancy Pelosi, la líder demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el presidente George W. Bush y los propios turcos.
El asunto en cuestión es el siguiente: recientemente la comisión de asuntos exteriores de la Cámara de Representantes aprobó una resolución no vinculante para calificar como genocidio la matanza masiva de armenios que realizó el Imperio Otomano en 1915. La medida pasa ahora a votación de la cámara baja en pleno. Si es aprobada, sumirá a Turquía, el más importante aliado musulmán de Estados Unidos, en un frenesí antiestadounidense.
La sanción del panel fue un triunfo de la política interna sobre la geopolítica. La medida fue propuesta por un demócrata de California proveniente de un distrito electoral con una amplia y acaudalada base armenio-estadounidense y fue respaldada por Pelosi. Desde el punto de vista de los funcionarios del Departamento de Estado que están recogiendo los pedazos, a ella le preocupa más representar a San Francisco que tomar en cuenta el interés nacional.
Bush intentó bloquear la medida con una campaña en la cual involucró a su padre y hasta al ex presidente Bill Clinton, pero fue otro ''arranque'' tardío y sin un poder de fuego suficiente como para tener un efecto duradero. La mayor parte de su esfuerzo se produjo en los pocos días transcurridos entre un llamado telefónico del primer ministro turco Recep Erdogan y el viernes anterior a la votación del miércoles 10 de octubre.
Por su parte, a lo largo de los años los líderes turcos han evitado, prohibido o enjuiciado a las voces nacionales que sugirieron que un genocidio estaba en juego.
Pero la resolución de la Cámara de Representantes sólo puede producir una violenta reacción nacionalista que les hará las cosas más difíciles a aquellos, como el premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, que han hecho llamados a una más abierta explicación histórica en una Turquía que aspira a ser miembro de la Unión Europea.
La resistencia turca al punto de vista global prevaleciente de que el gobierno otomano intentó exterminar a su población armenia es testimonio de las tensiones dentro de la Turquía moderna. Mustafa Kemal Ataturk forjó el Estado enérgicamente hace 84 años a partir de los restos del Imperio Otomano y obligó a que se dejaran de lado las identidades étnicas, tribales y religiosas para crear una sociedad civil turca.
Por lo tanto, la resolución turca es una intervención externa en un debate familiar doloroso y largamente reprimido, una brasa que atizó el fuego del creciente nacionalismo y las creencias religiosas del país.
En su tiempo, Clinton pudo impedir que una resolución similar llegara a votarse en la cámara baja mediante intensas presiones que se prolongaron por semanas y, en última instancia, convenciendo al entonces líder de la mayoría, Dennis Hastert, de que tal aprobación pondría en peligro vidas de estadounidenses. Pelosi dice que Bush no hizo un esfuerzo similar.
Fue otro ejemplo de un gobierno que ha estado tan preocupado por Irak durante tanto tiempo que no ve la necesidad de una acción política preferente para frenar peligros que aumentan: y éste tendrá considerables repercusiones en Irak.
Quines piensan que esta votación consiste en decir lo correcto sobre hechos históricos no están prestando atención al presente. No tratamos con algún estado faccioso y fracasado, sino con Turquía, el único país musulmán de la OTAN, potencialmente un miembro de la Unión Europea y el más importante estado de primera línea en la lucha contra el extremismo islamista. Es el principal puente de Occidente al Oriente Medio y un modelo democrático para esa región.
También es el país a través del cual pasa 90 por ciento de la carga para las tropas de Estados Unidos y sus aliados en Irak. Como mínimo, los problemas logísticos de Estados Unidos aumentarán.
Más peligrosamente, podría disminuir la moderación turca en el manejo de las amenazas de los militantes kurdos del norte de Irak. El militar turco de más alto rango, el general Yasar Buyukanit, habló sin rodeos en un artículo del diario Milliyet el 15 de octubre, cuando dijo que Estados Unidos ''se había disparado un tiro en el pie'' con la resolución. También culpó a Estados Unidos por no esforzarse más para ayudar a Turquía a reprimir a los separatistas kurdos en el norte de Irak.
Los militares turcos han presionado a sus dirigentes para que les permitan cruzar la frontera iraquí a fin de atacar a los rebeldes del Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK), y simbólicamente aumentaron el bombardeo durante el fin de semana.
La aprobación de la resolución y una insuficiente ayuda estadounidense contra el PKK eliminarán buena parte de la capacidad estadounidense para mantener controlada a Turquía. En el peor de los casos, tropas estadounidenses y turcas podrían incluso terminar inadvertidamente enfrentadas. Fueron ese y otros peligros los que movieron a Estados Unidos a despachar al subsecretario de Defensa, Eric Edelman, y a un alto funcionario del Departamento de Estado, Dan Fried, a Turquía a fines de la semana pasada.
Entonces, ¿qué hacer ahora?
Pelosi debería seguir los pasos de Hastert y mantener la resolución fuera del calendario de votaciones. Bush debería hacer el llamado que ella ha estado esperando, y también ayudar a los turcos en su lucha contra los militantes kurdos. Eso sería suficiente para tranquilizar a los militares y la población de Turquía.
Por su parte, los líderes turcos deberían apelar a la calma entre sus ciudadanos, recordándoles que sus intereses a largo plazo se beneficiarían de una relación estrecha con Estados Unidos. Deberían decirles que el Congreso de Estados Unidos podría ser el lugar equivocado para tratar la historia otomano-armenia, pero que deben llevar adelante su campaña para formar una comisión conjunta internacional que revise los acontecimientos usando archivos turcos largamente vedados.
Este podría ser un camino demasiado razonable que esperar en estos tiempos irracionales. Pero es mucho lo que está en juego y los riesgos son demasiado grandes como para permitir que fracase.
Frederick Kempe es presidente del Atlantic Council, con sede en Washington, D.C.
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El Nuevo Herald -USA/21/10/2007
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