Opinión
Luis Luque Álvarez
Juventud Rebelde
Juventud Rebelde
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Un muchacho se echa un caramelo a la boca. De pronto, ¡puaf!, descubre que lo saboreado es un terrón de sal, y lo escupe en medio de un ritual de muecas. Maldice la hora en que compró la golosina y promete no volver a probarla.
Algo así pasó con el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que al tratar de amoldarse al neoliberalismo, se olvidó de que era el partido de los trabajadores. La gente probó suficientemente el terrón de sal de los recortes sociales entre 1998 y 2005, y terminó por decepcionarse. Según sondeos recientes, el SPD anda por el 25 por ciento de las preferencias, 15 puntos por debajo de sus socios de coalición: la Unión Cristiano-Demócrata (CDU), de la canciller Angela Merkel. Incluso el neonazi Partido Nacional Alemán se lleva más palmas en algunas regiones.
Es así que el SPD, en el congreso celebrado el fin de semana en Hamburgo para intentar recobrar la confianza de las bases, se acordó de su esencia originaria, y habló de su aspiración a un «socialismo democrático» y una sociedad «sin explotación, represión ni violencia».
Los socialdemócratas —que han perdido 230 000 militantes en diez años— responden así, con un discurso progresista, a una crisis de identidad, pues desde 2005 están aliados a los que deberían ser sus adversarios políticos por antonomasia, que tienen la primacía en el gobierno y que no los dejarán girar demasiado el timón a la izquierda. ¿Cómo aspiraban a que se les viera como una alternativa creíble?
A la otra mano están los desencantados con el neoliberalismo del ex canciller del SPD, Gerhard Schroeder, que han conformado el nuevo partido La Izquierda. Los antiguos socialdemócratas y comunistas agrupados en él, ya se imponen como la tercera fuerza política del país, aunque con mayor acento en el territorio de la ex República Democrática Alemana.
Un muchacho se echa un caramelo a la boca. De pronto, ¡puaf!, descubre que lo saboreado es un terrón de sal, y lo escupe en medio de un ritual de muecas. Maldice la hora en que compró la golosina y promete no volver a probarla.
Algo así pasó con el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que al tratar de amoldarse al neoliberalismo, se olvidó de que era el partido de los trabajadores. La gente probó suficientemente el terrón de sal de los recortes sociales entre 1998 y 2005, y terminó por decepcionarse. Según sondeos recientes, el SPD anda por el 25 por ciento de las preferencias, 15 puntos por debajo de sus socios de coalición: la Unión Cristiano-Demócrata (CDU), de la canciller Angela Merkel. Incluso el neonazi Partido Nacional Alemán se lleva más palmas en algunas regiones.
Es así que el SPD, en el congreso celebrado el fin de semana en Hamburgo para intentar recobrar la confianza de las bases, se acordó de su esencia originaria, y habló de su aspiración a un «socialismo democrático» y una sociedad «sin explotación, represión ni violencia».
Los socialdemócratas —que han perdido 230 000 militantes en diez años— responden así, con un discurso progresista, a una crisis de identidad, pues desde 2005 están aliados a los que deberían ser sus adversarios políticos por antonomasia, que tienen la primacía en el gobierno y que no los dejarán girar demasiado el timón a la izquierda. ¿Cómo aspiraban a que se les viera como una alternativa creíble?
A la otra mano están los desencantados con el neoliberalismo del ex canciller del SPD, Gerhard Schroeder, que han conformado el nuevo partido La Izquierda. Los antiguos socialdemócratas y comunistas agrupados en él, ya se imponen como la tercera fuerza política del país, aunque con mayor acento en el territorio de la ex República Democrática Alemana.
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El SPD busca dar una imagen de unidad. Kurt Beck,
jefe del partido y detractor de la agenda neoliberal del ex canciller Schroeder, estrecha la diestra de Franz Müntefering, actual vicecanciller y valedor de los recortes sociales.
Foto: Reuters
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Enterados de estar entre dos fuegos, y con menos simpatías que el asesino de un filme de Hitchcock, el actual jefe del SPD, Kurt Beck, y otros jerarcas del partido optaron por plantear un programa más cercano a los de abajo, y así propusieron extender el tiempo de cobro de seguro para los desempleados mayores de 55 años, implementar un salario mínimo de 7,50 euros la hora, anular el servicio militar obligatorio, y limitar la velocidad en las autopistas para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
Algunas de esas iniciativas, evidentemente, chocan con la política del Estado «ahorrador» y «competitivo» que impulsó Schroeder con su programa, conocido como Agenda 2010. Pero hasta el ex canciller reconoció que esta no era «las Tablas de los Diez Mandamientos», y que se podría modificar.
Quizá una rectificación del rumbo es lo que esperan los dirigentes de La Izquierda para, en el futuro, establecer una coalición con el SPD. En agosto, durante su visita a Cuba, el líder de ese partido, Oskar Lafontaine, ex político socialdemócrata de considerable prestigio, aseguró a este comentarista que la posibilidad de un pacto dependía de una eventual coincidencia en política social, algo que en ese momento no se producía, pero que pudiera suceder.
Ahora que 525 militantes (¡contra solo dos!) dieron su beneplácito al nuevo programa del SPD, una alianza así está más cercana, aunque aún no se cumple un requisito: el regreso de los soldados alemanes de Afganistán, donde lidian con el desastre provocado por Washington. Los socialdemócratas, a contrapelo de su tradición pacifista, decidieron que el ejército debe quedarse allí. Sospecho que eso no los hará repuntar en los sondeos, ni apurará un arreglo con La Izquierda...
Y bien, ¿qué dice la Merkel de las ideas de sus socios de gabinete? Pues que «no necesitamos retornar al socialismo que desean los socialdemócratas; ya tuvimos bastante de ese en la RDA»; mientras que el secretario general de la CDU, Ronald Pofalla, sentenció que su formación «se encargará de que nunca se conviertan en política de gobierno las resoluciones del SPD, enemigas del crecimiento económico».
Los socialdemócratas, se ve, no tienen más remedio que despegarse. O seguir siendo, bajo la envoltura, un simple y engañoso terrón de sal...
Algunas de esas iniciativas, evidentemente, chocan con la política del Estado «ahorrador» y «competitivo» que impulsó Schroeder con su programa, conocido como Agenda 2010. Pero hasta el ex canciller reconoció que esta no era «las Tablas de los Diez Mandamientos», y que se podría modificar.
Quizá una rectificación del rumbo es lo que esperan los dirigentes de La Izquierda para, en el futuro, establecer una coalición con el SPD. En agosto, durante su visita a Cuba, el líder de ese partido, Oskar Lafontaine, ex político socialdemócrata de considerable prestigio, aseguró a este comentarista que la posibilidad de un pacto dependía de una eventual coincidencia en política social, algo que en ese momento no se producía, pero que pudiera suceder.
Ahora que 525 militantes (¡contra solo dos!) dieron su beneplácito al nuevo programa del SPD, una alianza así está más cercana, aunque aún no se cumple un requisito: el regreso de los soldados alemanes de Afganistán, donde lidian con el desastre provocado por Washington. Los socialdemócratas, a contrapelo de su tradición pacifista, decidieron que el ejército debe quedarse allí. Sospecho que eso no los hará repuntar en los sondeos, ni apurará un arreglo con La Izquierda...
Y bien, ¿qué dice la Merkel de las ideas de sus socios de gabinete? Pues que «no necesitamos retornar al socialismo que desean los socialdemócratas; ya tuvimos bastante de ese en la RDA»; mientras que el secretario general de la CDU, Ronald Pofalla, sentenció que su formación «se encargará de que nunca se conviertan en política de gobierno las resoluciones del SPD, enemigas del crecimiento económico».
Los socialdemócratas, se ve, no tienen más remedio que despegarse. O seguir siendo, bajo la envoltura, un simple y engañoso terrón de sal...
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