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Argentina realizó una elección nacional ayer para escoger a un nuevo presidente por un período de cuatro años. Al cierre de esta edición, era muy pronto para declarar a un ganador, pero había un avance positivo: las encuestas a boca de urna mostraban que los porteños habían votado masivamente en contra de la candidata peronista Cristina Fernández de Kirchner, esposa del presidente Nestór Kirchner.Desde 2003, el gobierno de Néstor Kirchner ha pasado como una aplanadora sobre los pesos y contrapesos del poder ejecutivo y la candidatura de su esposa fue vista como una fórmula de continuidad. Así que si esta ciudad, el centro cultural y de negocios del país, vota en contra del intento de la primera pareja del país por aferrarse al poder, eso sugiere la supervivencia del espíritu republicano de Argentina. Esta también sería una buena noticia para el resto del continente, donde muchos países están involucrados en una lucha de proporciones épicas, generada por el regreso de la primitiva política caudillista que los Kirchner y su aliado Hugo Chávez representan.De todas maneras, la esposa del presidente parecía encaminada a obtener un triunfo en todo el país y los primeros resultados indicaban que se disponía a superar el 40% de los votos que necesita para evitar una segunda vuelta. Esto podría desanimar a los demócratas liberales aquí, pero podría convertirse en una justicia poética. Debajo de lo que parece ser un crecimiento robusto este año, el gobierno de Kirchner ha causado un desastre en la economía a través de una mortal combinación de un gasto fiscal excesivo y controles de precios para generar una falsa sensación de prosperidad. Nada podría ser más apropiado que darle a la señora Kirchner la responsabilidad de arreglar el problema.De partida, existe la desesperada necesidad de abandonar el actual sistema de control de precios sumado a los impuestos a la exportación de energía y bienes agrícolas. El sistema no está manteniendo a raya a la inflación o a las expectativas inflacionarias y, en cambio, está distorsionando la asignación de capital y ha socavado la credibilidad del gobierno.Incluso los malos economistas entienden que los controles de precios causan escasez. En un esfuerzo por mitigar ese problema, los funcionarios de Kirchner han impuesto controles sólo a ciertos artículos al interior de ciertas categorías. Estos productos son, a su vez, puestos en la canasta de bienes usados para medir la inflación. Pero ya que los bienes bajo control de precios tienden a ser de muy baja calidad y también se venden rápidamente, la mayoría de los argentinos terminan comprando productos a precio de mercado, los cuales están subiendo. En el sector de energía, en donde se imponen controles más amplios, se presentan más suspensiones del servicio.Mientras tanto, los impuestos a la exportación, diseñados para llenar las arcas estatales, desalientan a los productores a enviar su producción fuera del país y reducen el incentivo de producir.Los esfuerzos del gobierno por manipular las estadísticas de inflación han dañado la confianza del público. Aunque la tasa oficial de inflación es de entre 9% y 10%, algunos economistas independientes calculan que es el doble. El gobierno explora un modelo de inflación subyacente que eliminaría los incrementos excesivos en los precios para presentar una imagen más favorable. Pero es poco probable que engañen al público y los líderes sindicales ya han dicho que demandarán un incremento de 20% en su salario el próximo año para compensar por el creciente nivel de precios.La presión sobre los salarios públicos y los subsidios que buscan ocultar los aumentos de precios en la energía también están impulsando los temores del mercado de que el gobierno se dirija al mismo problema fiscal y de deuda que dejó al país de rodillas en 2001. Pablo Guidotti, economista argentino egresado de la Universidad de Chicago, quien hoy está en la Universidad Torcuato Di Tella, señala que la deuda pública del país como porcentaje del PIB hoy es más grande que en 2001. Además, añade que su composición no es muy diferente de lo que eran entonces y que la reestructuración de la deuda en 2005 incrementó el interés promedio que paga el país.El gobierno está en camino de producir un superávit fiscal primario de 2,5% del PIB en 2008, pero Guidotti señala que si cayera a 1,5% del PIB, los requerimientos de préstamo podrían regresar rápidamente a los niveles de 2000, tanto en dólares como en porcentaje del PIB. "Si las tasas de refinanciación se elevan", agrega, "estas condiciones se deteriorarían aún más".¿Por qué hay que preocuparse por una caída en el superávit fiscal? Una mejor pregunta, dada la historia de la política argentina es ¿Por qué no preocuparse? Tan sólo este año, se espera que el gasto gubernamental crezca un 60% aunque los ingresos sólo crecerán dos tercios de esa cifra. El Congreso, controlado por los peronistas, le ha otorgado al ejecutivo tanto "poderes de emergencia" para gobernar por decreto y "súper poderes" sobre la gestión del presupuesto. A menos que a la nueva presidenta le venga una repentina necesidad de controlar el gasto, es difícil pensar en cómo las cuentas fiscales no se deteriorarán.Los impuestos a la exportación, los controles de precios, la preocupación por la inflación y la violación de los contratos de deuda y de electricidad de parte del gobierno en 2002, están teniendo un efecto negativo sobre la inversión. El gobierno hace alarde de una tasa de inversión este año de cerca del 23% del PIB. Sin embargo, un reciente informe de cinco académicos argentinos lanza una sombra de duda sobre ello. En el estudio, llamado "Inversión en Argentina", el ex presidente del banco central Javier González Fraga y otros argumentan que buena parte de esta "inversión" es, en realidad, gasto de los consumidores en cosas como celulares, casas y vehículos con tracción en las cuatro ruedas.Los autores también dicen que Argentina capturó sólo un 60% de lo que el pequeño Chile atrajo en 2006 y un 76% de lo que captó Colombia. No es de extrañar, entonces, que los Kirchner, que forjaron sus carreras denunciando al Fondo Monetario Internacional, estén coqueteando con el organismo multilateral. El FMI tiene la llave para reprogramar la deuda bilateral con el Club de París para restaurar la financiación de exportaciones garantizada por el gobierno, para compañías estadounidenses y europeas que invierten en Argentina. Espere que el Fondo, que está desesperado por tener un rol en el mundo, encuentre una forma de rescatar el orgullo de la clase política del país para que pueda volver a llamar a Argentina "cliente" de nuevo.Sume todo esto y lo que obtiene es una Argentina que no ha cambiado en nada desde que los políticos la hundieron en 2001. La única interrogante es si el nuevo gobierno romperá con el pasado y se reconciliará con los mercados. La respuesta no debería tardar mucho.
Argentina realizó una elección nacional ayer para escoger a un nuevo presidente por un período de cuatro años. Al cierre de esta edición, era muy pronto para declarar a un ganador, pero había un avance positivo: las encuestas a boca de urna mostraban que los porteños habían votado masivamente en contra de la candidata peronista Cristina Fernández de Kirchner, esposa del presidente Nestór Kirchner.Desde 2003, el gobierno de Néstor Kirchner ha pasado como una aplanadora sobre los pesos y contrapesos del poder ejecutivo y la candidatura de su esposa fue vista como una fórmula de continuidad. Así que si esta ciudad, el centro cultural y de negocios del país, vota en contra del intento de la primera pareja del país por aferrarse al poder, eso sugiere la supervivencia del espíritu republicano de Argentina. Esta también sería una buena noticia para el resto del continente, donde muchos países están involucrados en una lucha de proporciones épicas, generada por el regreso de la primitiva política caudillista que los Kirchner y su aliado Hugo Chávez representan.De todas maneras, la esposa del presidente parecía encaminada a obtener un triunfo en todo el país y los primeros resultados indicaban que se disponía a superar el 40% de los votos que necesita para evitar una segunda vuelta. Esto podría desanimar a los demócratas liberales aquí, pero podría convertirse en una justicia poética. Debajo de lo que parece ser un crecimiento robusto este año, el gobierno de Kirchner ha causado un desastre en la economía a través de una mortal combinación de un gasto fiscal excesivo y controles de precios para generar una falsa sensación de prosperidad. Nada podría ser más apropiado que darle a la señora Kirchner la responsabilidad de arreglar el problema.De partida, existe la desesperada necesidad de abandonar el actual sistema de control de precios sumado a los impuestos a la exportación de energía y bienes agrícolas. El sistema no está manteniendo a raya a la inflación o a las expectativas inflacionarias y, en cambio, está distorsionando la asignación de capital y ha socavado la credibilidad del gobierno.Incluso los malos economistas entienden que los controles de precios causan escasez. En un esfuerzo por mitigar ese problema, los funcionarios de Kirchner han impuesto controles sólo a ciertos artículos al interior de ciertas categorías. Estos productos son, a su vez, puestos en la canasta de bienes usados para medir la inflación. Pero ya que los bienes bajo control de precios tienden a ser de muy baja calidad y también se venden rápidamente, la mayoría de los argentinos terminan comprando productos a precio de mercado, los cuales están subiendo. En el sector de energía, en donde se imponen controles más amplios, se presentan más suspensiones del servicio.Mientras tanto, los impuestos a la exportación, diseñados para llenar las arcas estatales, desalientan a los productores a enviar su producción fuera del país y reducen el incentivo de producir.Los esfuerzos del gobierno por manipular las estadísticas de inflación han dañado la confianza del público. Aunque la tasa oficial de inflación es de entre 9% y 10%, algunos economistas independientes calculan que es el doble. El gobierno explora un modelo de inflación subyacente que eliminaría los incrementos excesivos en los precios para presentar una imagen más favorable. Pero es poco probable que engañen al público y los líderes sindicales ya han dicho que demandarán un incremento de 20% en su salario el próximo año para compensar por el creciente nivel de precios.La presión sobre los salarios públicos y los subsidios que buscan ocultar los aumentos de precios en la energía también están impulsando los temores del mercado de que el gobierno se dirija al mismo problema fiscal y de deuda que dejó al país de rodillas en 2001. Pablo Guidotti, economista argentino egresado de la Universidad de Chicago, quien hoy está en la Universidad Torcuato Di Tella, señala que la deuda pública del país como porcentaje del PIB hoy es más grande que en 2001. Además, añade que su composición no es muy diferente de lo que eran entonces y que la reestructuración de la deuda en 2005 incrementó el interés promedio que paga el país.El gobierno está en camino de producir un superávit fiscal primario de 2,5% del PIB en 2008, pero Guidotti señala que si cayera a 1,5% del PIB, los requerimientos de préstamo podrían regresar rápidamente a los niveles de 2000, tanto en dólares como en porcentaje del PIB. "Si las tasas de refinanciación se elevan", agrega, "estas condiciones se deteriorarían aún más".¿Por qué hay que preocuparse por una caída en el superávit fiscal? Una mejor pregunta, dada la historia de la política argentina es ¿Por qué no preocuparse? Tan sólo este año, se espera que el gasto gubernamental crezca un 60% aunque los ingresos sólo crecerán dos tercios de esa cifra. El Congreso, controlado por los peronistas, le ha otorgado al ejecutivo tanto "poderes de emergencia" para gobernar por decreto y "súper poderes" sobre la gestión del presupuesto. A menos que a la nueva presidenta le venga una repentina necesidad de controlar el gasto, es difícil pensar en cómo las cuentas fiscales no se deteriorarán.Los impuestos a la exportación, los controles de precios, la preocupación por la inflación y la violación de los contratos de deuda y de electricidad de parte del gobierno en 2002, están teniendo un efecto negativo sobre la inversión. El gobierno hace alarde de una tasa de inversión este año de cerca del 23% del PIB. Sin embargo, un reciente informe de cinco académicos argentinos lanza una sombra de duda sobre ello. En el estudio, llamado "Inversión en Argentina", el ex presidente del banco central Javier González Fraga y otros argumentan que buena parte de esta "inversión" es, en realidad, gasto de los consumidores en cosas como celulares, casas y vehículos con tracción en las cuatro ruedas.Los autores también dicen que Argentina capturó sólo un 60% de lo que el pequeño Chile atrajo en 2006 y un 76% de lo que captó Colombia. No es de extrañar, entonces, que los Kirchner, que forjaron sus carreras denunciando al Fondo Monetario Internacional, estén coqueteando con el organismo multilateral. El FMI tiene la llave para reprogramar la deuda bilateral con el Club de París para restaurar la financiación de exportaciones garantizada por el gobierno, para compañías estadounidenses y europeas que invierten en Argentina. Espere que el Fondo, que está desesperado por tener un rol en el mundo, encuentre una forma de rescatar el orgullo de la clase política del país para que pueda volver a llamar a Argentina "cliente" de nuevo.Sume todo esto y lo que obtiene es una Argentina que no ha cambiado en nada desde que los políticos la hundieron en 2001. La única interrogante es si el nuevo gobierno romperá con el pasado y se reconciliará con los mercados. La respuesta no debería tardar mucho.
Este artículo ha sido reproducido con el permiso del Wall Street Journal © 2007.
Fuente: El Cato.
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El Diario Exterior - España/02/11/2007
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